Nicholas O'Halloran

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Tetravirgorum

Liber C: De carnis quaestionis.

La pelirroja toma el vaso y rompe el borde con los dedos. Lo sitúa encima de la arena y rasga, con una uña, la base. Carla y la morena la miran. Ella calla. Las dos ven cómo está llevando a cabo dentro de ella una lucha interior entre la parte que no quiere contarlo y la que desea hacerlo.

- ¿Lo vas a contar, Marta? - dice la morena. De paso, ya sabemos como se llama la pelirroja.
- No tiene que hacerlo si no quiere... - aporta Carla.
- Ya lo sé, Carla.
- Os lo cuento - zanja Marta. - A fin de cuentas, Carla lo ha contado. Pero os advierto que me da un poco de vergüenza.
- No seas tonta, mujer... Que no pasa nada...
- Bueno...

"Faltaban unas semanas para Navidad. Andaba ya un poco quemada con las fiestas, porque ya estaba la ciudad llena de lucecitas y Papás Nöeles y todas esas moñadas que aparecen por las calles en esas fechas."

- En estas entrañables fechas... - comenta Carla imitando una voz reconocible - ... la reina y yo...

"Efectivamente. A ese tipo de topicazos navideños me refiero. Me agobio en esas fechas, me pueden, qué queréis que os diga. Y una parece obligada a ser feliz por el mero hecho de que toca, de que no hay más remedio. Que es Navidad... Pues qué bien.

La verdad es que esas navidades eran bastante más chungas porque yo, como Carla, salí de aquí el año pasado con unas ganas de sexo que no me veía, y no había conseguido nada... y estábamos ya en diciembre, y nada... Lo había intentado, pero el chico que me gustaba parecía retrasado mental a la hora de captar mis insinuaciones, mis indirectas, mis provocaciones... No hubo forma. Y lo habíamos dejado poco antes de esas semanas previas a la Navidad. Y, para colmo de males, mis primos organizan una fiesta pre-navideña, ya ves tú qué chorrada, y me invitan y, claro... pues no te queda más remedio que ir.

La fiesta la daban en su propia casa. Mis primos viven juntos, los dos, Alberto y Silvio, en el mismo piso de estudiantes que no comparten con nadie más. Ya ves tú, tener de compañero de piso de soltero a tu propio hermano... Yo creo que follan menos que yo. Así que cojo un taxi y me planto allí, y me encuentro en la sala de estar a una peña de maromos de lo más impresentable, todos tipo mis primos, estudiantes de físicas, de gafas y pinta de científicos que, lo más seguro, es que sólo gasten sus equipos informáticos para bajarse vídeos porno. Y se me planta Silvio delante y me mete en medio de aquellos lobos hambrientos diciendo "¡mirad, chavales, mi primita!"

- ¡Qué capullo!

"Ya te digo: un imbécil integral. Ni presentaciones ni nada. Y aquellos mirándome como si acabase de salir desnuda de una tarta. Una auténtica pandilla de pavos lamentables".

- ¿Y qué hiciste? ¿Follaste con alguno?
- ¡Joder, Carla, cómo vienes de salida! ¿Cómo me iba a follar a ninguno? ¿La primera vez con un patán?
- Yo me hubiera follado a cualquiera, fijo.
- Pero tú y yo no somos iguales.
- Gracias a Dios... si no, creo que seguiría virgen.
- Pues yo no lo sigo...
- Pues cuenta ya cómo...
- Pues déjame contártelo, pesada...
- Vale, vale, continúa.

"Llega mi primo Alberto y me dice que disculpe a Silvio, que lleva un rato tomando cervezas y que anda ya un poco cocido. Después me explica que lo cierto es que los únicos invitados que han llegado ya son los maromos, y que las tías que han invitado de la facultad, una por una, han ido excusándose.

- ¿Soy yo la única chica?
- Pues... sí...
- ¡Joder, tío! ¿Y no me lo podías haber dicho?
- Mujer, no somos monstruos.
- Ya.
- Además, más vale una que nada.
- Bueno, mira. Me voy a pirar, vale. Así os montáis una noche de maromos, de birras y de decir chorradas, ¿vale?
- Tía, no me hagas esto.
- No me hagas esto tú a mí. No me lo hagas jamás, ¿de acuerdo?

Así que me planto en la calle, en diciembre, haciendo frío, buscando un taxi, más cabreada que otra cosa, cuando distingo a lo lejos una lucecita verde. Alargo la mano y el taxi para unos metros delante de mí. Voy a abrir la puerta y la mano de u ntipo se pone en la manecilla justo antes de que lo haga la mía.

- Oiga, que este taxi es mío - le espeto.
- ¿Pero qué dice, señorita? Lo he parado yo...
- ¿Usted? ¿Dónde estaba usted? Porque yo no le he visto...
- Allí delante.
- Pues yo allí detrás. Así que está claro que el taxista ha parado porque me ha visto a mí primero.
- Vaya... Además de ladrona de taxis, ¿es usted adivina?
- Oiga, mire... Que vengo un tanto cabreada, ¿eh? Déjeme el taxi y espere a que pase otro.
- El taxi lo he parado yo, y soy yo el que se sube.
- ¿Ha oído hablar alguna vez de la caballerosidad?
- ¿Ha oído usted hablar de la igualdad de sexos?
- ¿Han oído ustedes hablar de la Navidad? - terció el taxista. - Vamos, no pierdan los papeles. ¿Hacia dónde va usted, señorita?
- Hacia el barrio T…
- ¿Y usted, caballero?
- Hacia la Avenida P...
- ¡Pues si van a la misma zona! Venga, suban los dos y no discutan, que estamos en Navidad. ¿No ven las luces en las calles?

Y maldita Navidad, compartiendo taxi con aquel tipejo. Por otro lado, me alegré un poco, porque a aquellas horas, una chica sola, un taxista... y la cantidad de psicópatas que hay por la ciudad...

Así que compartimos el taxi y el taxista se encargó de darnos conversación, porque lo cierto es que los dos íbamos un tanto tensos. Por la situación más que nada. supongo que a aquel tipo le gustaría lo mismo que a mí el tener que compartir el taxi con una desconocida.

Pero era un tipo majo, lo supe por la conversación. Nos fuimos relajando, y supe que tenía cuarenta y algunos, no muchos, que trabajaba de contable en una empresa, que había acabado su jornada y volvía a casa. Era moreno, pero ya comenzaba a tener un respetable número de canas, quizá por la responsabilidad del trabajo que desempeñaba. Y, claro, como él me contó su vida, tuve yo que contarle la mía… obviamente, sólo la parte más reciente… Lo de la cena con mis primos, el numerito que me había montado Silvio…

- Señorita, debe comprenderlos. Con una prima así, seguro que yo también querría enseñarla y presumir de ella.

¿Era un piropo? Lo había dicho casi sin mirarme: sonaba a una de esas frases que, por quedar bien, se dicen aunque la destinataria sea un auténtico callo malayo.

- ¿Es un piropo?
- Puede usted jurar que lo es.

Volvió a decírmelo sin mirarme. ¿Me estaba intentando ligar jugando la baza del tío simpático?

- De todos modos, ¿qué va a hacer ahora? ¿Vuelve a casa, o tiene ya planeada una cena alternativa?
- Vuelvo a casa.
- Vaya… Qué desilusión.
- ¿Cómo dice?
- Nada, cosas mías.
- No, no… por favor… ¿En qué estaba pensando?
- Bueno… Estaba pensando en que yo también ceno sólo y, si me perdona el atrevimiento, ya que hemos compartido taxi, no me importaría compartir también mantel. Entiéndame bien, no intento seducirla. Únicamente darle compañía en su cena.

Vale. Intentaba ligarme, o "seducirme", como había dicho con una cierta pedantería. Pero lo cierto es que no me molestó en absoluto. Me sentí halagada. Y acabé aceptando su invitación. No me preguntéis por qué lo hice, porque realmente no lo tengo ni siquiera hoy muy claro. Pensé que, bueno, a fin de cuentas una cena es una cena. Además, tampoco era un tipo desagradable. Por un momento temí que fuera uno de esos psicópatas… el mundo está lleno de ellos, y más en los tiempos que corren. Lo cierto es que lo siguiente que dijo me dejó perpleja:

- ¿Y usted, amigo taxista? ¿Se apunta a cenar con nosotros? Así reforzaremos la amistad que, gracias a usted, hemos creado en esta noche terrible…
- Aún me quedan unas horas de jornada, amigo. Pero muchas gracias.
- No se preocupe. Demoraremos la partida - y ahí ya me miró, como buscando mi aprobación. Creo que mi rostro en ese momento sólo transmitía mi anonadamiento, pero él debió interpretarlo como un "sí" - con unas copas, y le esperamos. Deme su número de teléfono o, mejor, tome el mío, y llámeme en cuanto acabe. Además, si nos acompaña, nos ahorramos la carrera de vuelta a casa. Por supuesto, siempre que no tenga usted compromisos que atender.

Alargó una tarjeta de visita al taxista. No acerté a leerla, así que no sabía nada de él. Pero el hecho de que se hubiera identificado al taxista y de que contara con él para después me tranquilizó porque, de algún modo, sabía que no me haría nada antes (el taxista tenía sus datos, podría denunciarle y llamarle de testigo) ni después (una vez que el taxista estuviese con nosotros, no podría intentar nada). Era una especie de seguro, lo del taxista. Me relajé con esta reflexión. Igual él lo hizo justamente para eso, para que no estuviese tensa. Cenar con alguien a la defensiva es siempre una experiencia triste. O, al menos, no todo lo grata que puede ser.

Así que cambiamos la ruta y nos dirigimos al centro, a un restaurante francés en el que, según me dijo, no tendríamos problemas para conseguir mesa sin reserva porque le conocían. Y era cierto. Foie, magret de pato, cabernet sauvignon, dorada a la sal… y sin problemas, con servicio esmerado y, la verdad, muy atento en todo momento a nuestras necesidades.

En la mesa estuvimos comentando banalidades sobre la vida en general, sobre las expectativas futuras, sobre el pasado y el presente… nada reseñable. Únicamente me llamó la atención el que él siempre se refería a su familia con mucha opacidad, como si en el pasado hubiera ocurrido algo en ella que le impedía comentar con más tranquilidad cosas respecto a sus hermanos, sus padres… De todos modos, fue una velada insuperable. Y pago él. Fue un descanso, porque el sitio tenía un nivel económico de aúpa, y no podría haber pagado ni la mitad de mi mitad.

- ¿Dónde te apetece tomar una copa? ¿Conoces algún buen sitio?
- Ninguno que se pueda comparar con el restaurante… Sorpréndeme…

Me sorprendió, porque me tomó de la mano para dirigirme a una sala que no está excesivamente lejos, llamada Pasión ("no te asustes del nombre", me dijo. "Aquí tienen los mejores daikiris del mundo"), un local enorme tapizado en rojo con unas mesas de forja negras y un jazz de fondo tranquilo y resultón. Él tomo un daikiri, pero yo preferí un whisky con cola.

Nos bebimos las copas, y el taxista no llamó.

- Igual no puede venir. Quizá quieras retirarte ya… no te quiero imponer mi compañía - me dijo.
- Lo cierto es que estoy cansada - mentí. La verdad era que estaba muy a gusto, pero al sugerirme la retirada, interpreté que el cansado era él.
- Vale. Siempre podemos volver dando un paseo, por si llamas e nuestro amigo. No me gustaría dejarle tirado.
- Muy bien.

Y, realmente, fue un bonito paseo. Me seguía tomando de la mano, y cada vez estaba más a gusto a su lado. No sé si alguna vez os ha pasado algo así, pero eso de que el roce hace el cariño, debe ser cierto. Cuando ya estábamos llegando a mi barrio, pensé que no me apetecía el no volver a verle. Pero se me hacía violento acabar con un "dame tu teléfono y te llamo…". En ese momento, sonó su móvil: el taxista.

- ¿Sí?… ¡Hombre!… Ya, las carreras al aeropuerto retrasan bastante… Pues estamos en el barrio… Bueno… - entonces se giró a mí - ¿Media hora más aguantarías despierta? Acaba de salir, y dice que viene hacia aquí.

Naturalmente, le respondí que sí.

- Perfecto, sí… Vale… En la esquina de C… con G… Perfecto. Hasta ahora.

Habíamos quedado en la esquina de dos calles anchas, aunque no llegasen a avenidas. Cuando llegamos nosotros, el taxi aún no estaba.

- Realmente, no sé dónde ir por esta zona, y no quiero alejarte mucho, por si te apetece retirarte pronto.
- La verdad es que yo tampoco conozco ningún sitio de copas por aquí: creo que ni hay.
- Bueno, siempre podemos compartir un poco de mi whisky escocés, si no te importa subir a mi casa.

Iba a decirle que mejor no, pero estaba el taxista, el seguro de vida contra psicópatas. Así que le dije que sí, justo cuando llegaba el taxi. Naturalmente, fuimos los tres y, tras quitarnos los abrigos el taxista y yo y él la chaqueta, degustamos un escocés de doce años en vaso ancho y, claro, sin hielo. Yo le puse un poco de agua.

Su salón era envidiablemente amplio. Sofá de cuero negro, alfombra roja, unas estanterías llenas de libros… y un equipo de sonido que parecía sacado de algún transbordador espacial. Creo que en mi vida había visto tantos botones juntos. Aquello debía costar un dineral, seguro, pero la calidad con la que fluía el "Blue Train" de John Coltrane te hacía viajar atrás en el tiempo, al Nueva York de los cincuenta.

Quizá bebí más de la cuenta, porque acabé recostada contra mi anfitrión, mientras el taxista ocupaba un sillón de ésos que te dan masajes relajantes. Supongo que tras una jornada sentado en un asiento de coche, aquello debía ser la gloria.

Sentí la mano del dueño del piso en mi cadera, justo un segundo antes de saber que iba a besarlo. Me nacía besarle, era un impulso irracional y necesario, en aquella situación. Y en sus ojos leí que él sentí a lo mismo, en el mismo momento de apoyar mis labios suavemente sobre los suyos.

Era delicioso sentir su boca con el sabor y el aroma del buen whisky. No sabría deciros hasta donde me llevó aquél beso… Sencillamente, fue inexplicable…"

- Joder, tía… ¿te lo tiraste, o no? Llevas medio siglo contándonos moñadas…
- Carla, no todas somos tan putas como para hincharnos a comer polla en un váter.
- Marta, por favor… tampoco te pases… - dijo la morena intentando que la cosa no llegara a mayores.
- Es que… joder… fue una experiencia muy especial, ¿sabéis? Y… vale… quizá me he pasado con los detalles, pero sólo quería compartirla lo más posible con vosotras.
- Está bien… no te preocupes… Sigue contando…
- Eso, sigue… A ver si por fin consigues darnos envidia y ponernos cachondas…
- Carla, deja a Marta contarlo como ella quiera, leche.
- Ay… siempre se su lado… No, si al final acabareis bolleras.
- ¡Cállate! - espeta la morena. Aquello le ha molestado de veras. Menos mal que Marta tiene reflejos y no deja que se enzarcen entre ellas, continuando su narración.

"En la profundidad del beso, descubrí que una lengua puede ser como un rayo, veloz y electrizante, o como una ola, fresca y ondulante, o como una mano, cálida y acariciante… Aquella lengua que jugaba en mi boca era todo eso y más a la vez. Y, lo más importante, no sólo su boca me besaba: era todo su cuerpo, inclinado hacia mí, el que me besaba, con las manos, sus muslos, sus caderas… Sentía su contacto en toda mi piel… ¡y ni siquiera se estaba moviendo! Supe que había sido un error invitar al taxista en el momento en que separó su boca de la mía y me dijo, lento y quedo al oído, "te deseo".

Pero a él debió darle igual el tercero en discordia, porque volvió al beso, visitando mis labios y mi cuello, y noté como introducía una mano bajo mi ropa para rozar la piel de mi espalda. Aquella noche no llevaba sujetador, y encontró una autopista desde mi cintura a mi cuello, subiendo con su mano mi camisa y el jersey que me cubría.

No sabía si tenía calefacción o no, porque hasta ese momento no había tenido ni frío ni calor… Pero al quedar buena parte de mi espalda al aire supuse que sí había, porque lejos de sentir frío, fue como si toda yo ardiese. Estaba ardiendo a la vez por dentro y por fuera, quemándome en aquel abrazo.

Miré de reojo al taxista que, pobre de él, se había quedado dormido en la butaca masajeante. Y supe que iba a pasar.

Me quité el jersey para sentirle más cerca, y el aprovechó para entrar por en cuello de mi camisa a puro besos. Sabía que su boca ansiaba el contacto con mis pechos, y quise dárselo. Pero cuando llevé mi mano a los botones de mi camisa, me paró. Fue él quien me desabrochó, clavando en mi unos ojos -no me había fijado antes- negros como lo más oscuro del mundo, que estoy segura de que podían ver mis pensamientos. Pensamientos que, en ese momento, no eran nada virtuosos.

Con la camisa abierta y con él prácticamente encima de mí, estaba a su merced. Prefería que fuera así, porque se le veía un amante experto y yo, claro, de aquello no tenía mucha idea.

Acarició mis pechos desnudos con sus manos, y eran más suaves aún que la seda de la camisa que intentaba desabrocharle yo. Su pecho ardía quemando mis manos que lo acariciaban. Estaba feliz sintiéndole tan cerca: feliz porque iba a ser él quien rompiese mi virginidad y feliz porque sabía que no sería la última vez que aquella situación se diese, siendo casi vecinos. Su rostro transmitía el placer que le daban mis pechos a sus manos, absolutamente poseedoras de ellos y de sus secretos, transmitía el deseo contenido de tomarme, de hacerme suya. Iba a pedirle que fuéramos al dormitorio, por si el taxista despertaba, pero no llegué a hacerlo. No sé lo que vería en mis ojos, porque me dijo:

- No te preocupes por nada… déjate llevar…

Y ya me estaba llevando él a quedarme sin pantalones, porque mientras hablaba una de sus manos -yo apenas lo noté, quizá porque su voz me tenía totalmente centrada en sus labios- había desabrochado el pantalón y acariciaba mi ropa interior. Por la presión que aquella mano ejerció en mi entrepierna, supe que estaba empapada. Os juro que no me di cuenta hasta ese momento. Hasta que él no puso uno de sus dedos justo encima de mi sexo, notando la humedad en la tela y en mi cuerpo, toda yo era mis pechos, concentrada como estaba en lo que me hacía.

Consiguió desnudarme de cintura para abajo. Yo iba a acabar de quitarme la camisa y, en principio, debía haberlo conseguido, porque ya estaba totalmente abierta, pero no pude porque, cuando me disponía a hacerlo, su boca tocó mi coño, con una suavidad tal que me electrizó todo el cuerpo y no pude más que cerrar mis manos en torno a su cabeza, apretándola contra mí. Sentí su lengua en sitios donde nunca había soñado sentirla. Era fabuloso…"

- Comida de coño no vale… que lo sepas.
- Carla…

"No fue sólo que, como tú dices, me comiera el coño. No me comía, me besaba. Me besaba y me lamía y me volvía a besar. Entraba en mí con su lengua y yo sentía que me llenaba entera. Y su mano , acariciándome… Y sus ojos clavados en mí…

Cuando se levantó, mis manos enfermas abrieron rapidamente su pantalón, con la necesidad del que sabe que ahí está la solución a todos sus males y busca, y requiere, y exige. Y me lo dio.: me ayudó a desabrocharle… se sacó la ropa interior (un slip negro, nada de pulguero) y tomando mi mano la cerró sobre su miembro.

Era duro, era caliente, era lo que quería sentir lo más dentro posible. Acercó su lengua a mi vientre y fue subiendo por mi cuerpo trazando una autopista de calor y saliva. La hundió en mi boca justo en el momento en que toda yo me llenaba de él. ¡Me había penetrado! Sin dolor ninguno, sentía cómo se iba abriendo camino por mi cuerpo. Se hundía en mí cada vez más, un poco más. No había vaivén, no había dentro-fuera, no había ni palabras… únicamente él clavándose hasta lo más profundo en mi interior. Cuando me cogió los dos pechos con las manos y acabó de entrar todo él en mi sexo, separo su boca de la mía y no puede contener un gemido de placer.

Ahí comenzó el vaivén y la locura. Ahí comenzó un auténtico fuego eterno entre mis piernas. Me embestía a una velocidad atroz… Era un tren entrando en un túnel, era un clavo sacando otro clavo, era un león follándose a su leona… Estaba absolutamente fuera de sí por el placer que le estaba ofreciendo, y yo fuera de mí por el que él me daba a cada empujón. Grité, gemí, jadeé y volví a gritar en una espiral sin final y sin sentido alguno más que la búsqueda del orgasmo.

Separó una de sus manos de mi pecho y la apoyó en mis nalgas. Pensé que era para sujetarme mejor, pero noté cómo uno de sus dedos buscaba mi otro agujero. Aquello no entraba en los planes, y tuve miedo por un segundo. Pero sentí una enorme sensación de calor, un placer interior indescriptible, justo en el momento en que su dedo se hundía en mi ano. Entró sin problemas, y juraría incluso que estaba mojado aquél dedo, si no supiese de sobra que no lo humedeció en ningún sitio. Entraba uno e incluso dos, sin desgarro alguno, sin dolor. Era muy extraño sentirme doblemente llena por un hombre. Mientras me quemaba entre las piernas, me exploraba por detrás. Y un pensamiento veloz como un rayo pasó por mi mente… La idea de la doble penetración…

Lo vi en sus ojos. Perdí el contacto de sus dedos detrás de mí. Ahora sí me estaba sujetando. Se dejó caer en el sofá y me dirigió por las caderas para sentarme sobre él. Pero, extrañamente, me puso mirando al equipo de música.

Allí enfrente estaba el taxista, despierto, y excitado. Muy, muy excitado. Su pene era bastante más grande que el que me había tomado antes. Estuve a punto de gritar… ¿pero qué era aquello? Sin embargo, grité cuando sentí cómo me clavaba su miembro por detrás… Los dos dedos con los que me había explorado no me habían dilatado lo suficiente, y la primera sensación fue de un intenso dolor. Sin embargo, aunque en mi coño le había sentido ardiente, ahora le sentía frío, casi como si me aplicasen hielo en la zona de la herida, para contraer los vasos sanguíneos y evitar males mayores.

No se movía con violencia, esta vez. Iba con cuidado, puesto que había gritado y no quería hacerme daño. Sentí un deseo irrefrenable de acariciar mi clítoris mientras le sentía detrás, pero fue la lengua del taxista la que lo acarició. Aquello era extraño y maravilloso a la vez. Empezaba a disfrutar de un placer inconmensurable, de nuevo. Estaba totalmente tumbada sobre el cuerpo de aquél que me penetraba analmente, con sus manos en mis pechos, pellizcándome los pezones con una suavidad tal que hablar de pellizcos es casi una exageración, cuando sentí en mi oído: "tú no pienses… sólo siente… sólo disfruta…". Y en ese momento, el taxista comenzó a llenarme con un enorme sable de carne.

Pensé que aquello era lo más fantástico que me iba a pasar en la vida, dos desconocidos penetrándome a la vez, llenándome entera con sus penes… ¡a mí, que con 22 años aún no había probado ni uno! Y volví a oír la voz: "tú no pienses… sólo siente… sólo disfruta…".

A partir de ahí comenzó un concierto de gritos que rompió la madrugada por los cuatro costados. Se combinaban muy bien, aquellos dos cuerpos que estaban en el mío. Se combinaban para entrar y salir de forma que siempre estuviera sintiendo cómo me tomaban… Era un goce indescriptible que no sé cuánto duró, pero que casi me hace perder el conocimiento de puro placer. Creo que fui enhebrando un orgasmo con otro.

De repente, una enorme sensación de frío dentro, recorriéndome el ano y el coño me hizo volver a ser consciente de la situación. Inmediatamente, aquél frío se tornó en dos ríos de lava blanca llenándome entera… Supe que se habían corrido en mí, a la vez, inundándome por dentro. Fue fabuloso.

El taxista me pidió perdón. Me dijo que él normalmente no hace cosas de esas, y que por esa causa no pudo refrenarse. Pero que si le hubiera dicho que no -pero aquí no sé si se refería a mí o al dueño del piso- nunca se hubiera atrevido. Todo esto me lo decía mientras se guardaba aquel cacharro que gastaba dentro de los pantalones y se iba, diciendo que ya que yo vivía cerca, me podía acompañar el otro, y que no haría falta gastar el taxi.

De hecho fue así, porque después de ducharnos, aquél hombre ligeramente canoso me acompañó hasta el portal de mi casa. Se despidió con un beso eterno en mis labios y me dijo que nunca olvidase lo que se podía disfrutar con él.

- ¿Eso quiere decir que no voy a volver a verte?
- Mañana salgo de viaje… Pero supongo que volveré. De todos modos, si quieres un consejo, no me esperes.

Había sido la noche más fantástica de mi vida. Después de oírle, fue la más triste. Cuando ya me había acostado, sola, en mi cama, y le estaba dando vueltas al hecho de que acababan de desvirgarme de casi todas las formas posibles, volví a oír resonar en mi cabeza su voz: "tú no pienses… sólo siente… sólo disfruta…". Y creo que con esa voz me quedé dormida".

- Joder, tía… ¿te rompieron el culo tu primera vez?
- Carla, NO me rompieron el culo… Me hicieron un amor completo, eso es todo…
- Eso sí es un sandwich, Martita… Bueno, ahora te toca a ti…

Carla y Marta miran cómo la compañera morena, posiblemente -ya os lo dijimos- la más guapa de todas, lleva su mano hasta la bolsa con los vasos. Toma uno…

Pero eso lo dejamos para más adelante, ¿verdad? La historia de Marta ha sido excesivamente prolija en detalles y extensión, y a Amduscias y a mí no nos apetece cansaros demasiado…

LIBER D: DE LIBERATIONE.

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