Nicholas O'Halloran

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Tetravirgorum

Liber B: De thesauro sexuum.

La hoguera vuelve a ser mínimo rescoldo y distinguimos únicamente tres sombras. La primera de ellas es la muchacha del pelo corto y castaño, que ahora lo lleva tintado de azul con reflejos verdes. Luce un piercing en la nariz y, en topless como se halla, podemos distinguir que también lleva una argolla en un pezón y tatuada en el vientre una cobra que se pierde en su viaje hacia su entrepierna.

Toma un vaso de la bolsa y lo deposita frente a ella. La compañera de al lado está a punto de alargar su mano hacia la bolsa de vasos para tomar el suyo, cuando la muchacha del pelo azul con reflejos verdes, en rápido movimiento, con sus dos manos destroza el vaso que había dejado en la arena. Sabemos, por esto, que ya no es virgen. Ahora es ella la que debe contar su historia, sólo si quiere. De hecho, la compañera de al lado ha parado en su viaje hacia la bolsa. Cuatro ojos ansiosos se fijan en los ojos del pelo azul con reflejos verdes. Nos damos cuenta ahora de que son color pardo, pequeños, de esos ojos escrutadores a los que parece que nunca se les escapa un detalle. Nosotros ya lo sabíamos, pero tú que lees no: su nombre es Carla. Y Carla decide contar su historia:

"Después de la última reunión del verano pasado, me he pasado la mayor parte del tiempo caliente, muy caliente. De hecho, nada más volver a casa después de estar con vosotras, tuve que hacerme una paja de pura necesidad..."

- Hacerse una paja no sirve para perder la virginidad... creo que eso lo teníamos todas claro - tercia la pelirroja.

"... joder, ya lo sé. Si por una paja dejase de ser virgen llevaría muchos vasos rotos en las últimas reuniones. La cuestión es que mientras me masturbaba, metiéndome dos dedos bien dentro y, empapados de mí, acariciándome después el clítoris, llegué a la conclusión de que tenía que darle más vida a mi coño. No sé si me explico, pero fue una especie de acceso a la verdad, un desvelamiento, un propósito vital para el año siguiente. Hasta entonces, lo de follar no me lo había tomado suficientemente en serio, y..."

- ¿Que no? ¡Pero si ibas más salida que...!
- ¿Vas a estar interrumpiéndome cada dos por tres?
- Vaaaale... ya me callo...

"Digamos que supe que iba a ser, que lo pronostiqué, o como queráis llamarlo. Y fue en octubre, una noche de sábado que andaba más salida que..."

- ¿Ves? ¡Como siempre, tía!

"¿Te vas a callar? Andaba muy caliente, y quería meterme algo bueno dentro. Me lo pedía una especie de voz interior. Así que tiré de agenda, buscando amigas con las que salir de caza, y nada. Todas, o con novio o con planes o sin ganas de nada. No tuve más remedio que darme una buena ducha, pintarme, ponerme mi vestido más ajustado, más corto y más sexy, y largarme de cacería yo sola. Y allá que me fui, claro. Porque sabía que esa noche iba a pasar algo.

Decidí ir a un garito que no frecuentase. Para ello, cambié mi zona de fiesta por otra. Más que nada, porque si hacía el ridículo más de la cuenta -os juro que estaba dispuesta a ello con tal de que me dieran lo que necesitaba-, no quería que me viese nadie conocido. Así que me largué por la zona de la plaza de L... y me metí en el primer local que ví abarrotado. Con mucha peña, hace más calor: la gente suda, y el sudor es excitante por naturaleza. Además, es más fácil rozarte como por casualidad con alguien si se está bien apretado.

Allí estaba yo, dentro del maremágnum de personal, buscando la barra y pidiéndome un whiscacho bien cargado para coger fuerzas. Me giré hacia la pista, intentando encontrar un tío que valiese la pena. La verdad es que me hubiera tirado cualquier cosa, pero bueno... una siempre intenta pensarse a sí misma con algo de dignidad. Y entonces me di cuenta.

En el garito todo eran parejas... pero de tío y tío o tía y tía. ¡Me había metido en un garito de ambiente!"

- Qué morbazo, ¿no? - interrumpe la morena.

"Ya te digo. Empiezo a mirar a las chicas bailar pegadas, excitándose una a la otra, mirándose con lascivia... y los tíos, rozándose, tocándose... manos por delante y por detrás... bufff... Aquello era muy subido de tono, y era lo que yo necesitaba. Creo que empecé a manchar las bragas sentada en la barra.

Había dos tíos en una mesa al fondo. Los vi sólo un segundo, en un momento en el que se hizo un claro en la pista como por arte de magia. Aquellos tipos no se metían mano, no se besaban. Charlaban y tomaban su copa. Aquellos eran heteros, y eso era lo que yo buscaba. Así que no lo pensé dos veces. Me tragué mi whisky, pedí otro y me largué para allá.

Les pedí que me dejaran un hueco en el sofá, y me dejaron una esquina. Yo le eché morro a la cosa y conseguí sentarme entre ellos. Comenté con uno:

- Vaya sitio interesante, ¿eh?
- Bueno, las copas no son caras y la música está bien.
- ¿Y las chicas?
- Son lesbianas, no hay nada que hacer.
- Os pone verlas moviéndose, ¿eh?
- ...

Me giré hacia el otro:

- ¿Os ponéis calientes mirando, o qué?
- Oye, no es nada malo mirar... ¿no?
- ¿Tú de qué vas, tía? - habló el primero -. ¿Qué eres, seguridad moral del local y nos vas a tirar porque no nos va el rollo bollo, o qué?
- No. Soy inspectora de incendios, y voy a averiguar si os calienta o no lo que veis... - le respondí poniéndole una mano sobre la bragueta. A través del vaquero pude reconocer una forma alargada y dura. Sin quitarle la mano, dejé mi vaso en la mesa y le eché mano al paquete del otro. Lo mismo. - Vaya. Parece que sí os calienta.

Parecían cortados por el mismo patrón. Los dos con vaqueros y camiseta, uno de color rojo, otro de negro. Zapatos negros los dos, el pelo corto, bien afeitados... Debían ser miembros del mismo club. Uno de ellos parecía más suelto, el primero, el de la camiseta negra, que me había interpelado.

- ¿Y a ti, te pone ver a los tíos, o a las tías?
- Sólo tienes una manera de saberlo, ¿no crees?

Su mano se coló casi sin que yo me diese cuenta, entre mis piernas. Tocó directamente la zona húmeda de mis bragas. Pensé por un momento que sabía que estaba mojada: fue derecho, quizá me vio cuando estaba en la barra. Aquello era imposible, claro, pero es que fue como una flecha, su mano directamente donde estaba mi punto flaco. Antes de darme cuenta, me coló un dedo bajo la propa interior y comprobó mi humedad directamente, metiéndome apenas la punta.

- Vaya, nena... Parece que sí eres inspectora de incendios... Y vienes preparada para apagar cualquier fuego, ¿eh?

Me sonrojé. Iba muy perra aquella noche, pero ya sabéis, aún era virgen y aquello me dejó muy cortada. Me sacó el dedo de dentro y lo chupó.

- Realmente - le dijo al otro - viene bien preparada.
- Bueno, habrá que aprovecharlo, ¿no? - preguntó el de la camiseta roja.
- ¿Tú que opinas, nena?

El de la camiseta negra me clavó los ojos. Por un momento creí que eran de un color rojizo, como una llama oscura, como las brasas de nuestras hogueras. Y recordé que justamente se trataba de aquello, de la hoguera, que aparecía en ese momento para recordarme que lo que tocaba era decir que sí, que teníamos que aprovecharlo. No sé si llegué a decirlo, pero supongo que lo pensaría en voz alta, porque me dijo, sin dejar de clavarme aquella mirada:

- Eso esperaba oír. ¿Tienes sitio, o te apetece en plan guarro, en los lavabos?

Tenía sitio, pero no iba a llevarme a casa a los dos primeros que me encontrara. Por seguridad, más que nada. Una puede ser una cachonda, pero no una imbécil.

No sé cómo lo hizo, pero me coló una mano por debajo del culo y me ayudó a levantarme. Sin dejar de tocarme por detrás, fuimos a los lavabos. Pensé que aquél había decidido que me follaba él, sin comentarlo con el amigo. Cuando oí que se cerraba la puerta del lavabo y se pasaba el pestillo, supe que no era así. Porque aquello sucedió mientras el de la camiseta negra tenía sus manos magreándome el culo y, claro, para pasar un pestillo hacen falta manos libres, y las mías estaban ocupadas en bajarle la bragueta.

Cuando le saqué la polla, el otro se estaba apretando contra mí por detrás, presionandome contra el primero, que me besaba mientras comenzaba a sacudir aquella cosa que se ponía cada vez más dura en mi mano. Tenía las manos de uno en mis pechos y las del otro, desde atrás, acercaba y movía mi culo contra su paquete. La voz de mi espalda preguntó:

- ¿Nos la chupa, o nos la follamos los dos?

¡Le estaba preguntando al otro! No era una pregunta en plan "y ahora, ¿qué va a pasar?", si no más bien del estilo "dime lo que hacemos". Creí por un momento que aquello iba a ser desagradable. Temblé mínimamente, pero lo justo para que el que debía responder a la pregunta lo notase en su polla y en mis pechos. Me clavó aquella mirada profunda, y lo cierto es que en ese momento deseé que sólo me follase él. Sus manos eran un masaje suave pero excitante en mis pechos. Con su palma estimulaba unos pezones que ya andaban durísimos mientras apretaba cuidadosamente mis tetas. Aquél sí sabía amar. El otro parecía más torpe. Pensé para mis adentros que si no hubiera entrado con nosotros, aquello hubiera sido perfecto. Pero claro, estaba dentro, y era un tanto bestia. Mejor no ponerle nervioso, pero no pasaría más que de hacerle una paja y punto.

- Seré yo quien haga la excursión por dentro, colega - dijo la mirada sin apartarse de mis ojos. Tú confórmate con lo que quiera darte.

Aquello me dio, por un segundo, paz. Después, temí que el otro pudiera ponerse violento y aquello acabase como el rosario de la aurora. La lengua del de negro lamió mi oreja y le oí susurrarme: "tranquila, chúpasela un poco, que se correrá enseguida. No te dará mucho trabajo". Supe que tenía razón.

Me soltó los pechos y, automáticamente, el otro dejó de fregarse. Me dijo "ven", mientras se sentaba con su polla dura como un palo en la taza del váter. Pasé mis piernas a los lados de la suya, y pensé en frotar su polla con mis bragas un poco. Me metió una mano debajo y apartó la tela, dejando mi coño al aire. "No te va a doler, porque no quiero hacerte daño". Guió con facilidad su capullo a mi coño, y sentí cómo palpitaba junto a mi clítoris. Lo dirigió a la entrada y comenzó a entrar en mí, guiándome hacia abajo con sus manos en mis caderas. Sentía como me iba abriendo, como si me quemara las paredes. El sentiría algo muy parecido, porque oía como su polla se hundía en mi humedad. Aquello duró una eternidad, mientras metía toda su polla dentro de mí. Y tenía razón, no me dolió. Sólo me transmitió una sensación de muchísimo calor y muchísima fuerza.

Comencé a moverme despacio con ayuda de las piernas, subiendo y bajando lentamente por aquel mástil ardiente que me ofrecía. ¡Tenía por fin una polla dentro! Y muy dentro, tías... Mucho... Mis dedos nunca habían llegado tan dentro y, aunque alguna vez me había hecho hasta tres dedos a la vez, aquello era más ancho, más cálido... mucho mejor.

Entonces oí bajarse la bragueta del otro, justo al lado de mi oreja. Sacó de allí dentro un falo enorme. Aquello parecía más propio de un caballo que de un hombre. Y estaba duro. Y mucho. Tenía en la punta un glande púrpura que parecía que iba a saltar de un momento a otro hacia mí. En ese momento, deseé tragármela entera.

Me apoyé con una mano en el hombro de mi follador y con la otra cogí aquél inmenso miembro. Lo masturbé duramente, apretando bien la mano, desplazando la piel de aquella polla una, dos y mil veces, antes de metérmela en la boca. Tenía un sabor salado buenísimo. La mamé como había visto hacer en las pelis porno, lamiendo la punta, jugando con los dientes en ella, metiéndomela bien dentro. Pero era enorme, no me cabía entera, así que la parte que quedaba fuera seguía cascándosela.

Dentro de mí creo que crecía la sensación de calor. La polla del de la camiseta negra, aunque sé que es imposible, parecía estar creciendo dentro de mí, expandiéndose, llenándome por dentro. Sus manos en mis pechos eran como las olas contra la playa, delicadas pero constantes, masajeándomelos y jugando con mis pezones como si en toda su vida no hubieran hecho otra cosa.

Tenía la polla del otro en la boca, y jugaba con mi lengua en su punta, sin dejar de agitársela con la mano que no me servía de apoyo... y casi lo hacía ya mecánicamente, siguiendo el ritmo que el otro me marcaba al follarme. De hecho, casi me olvidé de que me estaba comiendo un rabo, de tan concentrada que estaba en sentir el placer del otro dentro de mi coño. Porque me estaba matando de gusto, el cabrón aquél. Casi me había olvidado de la mamada cuando, de improviso, el felado me tomó la cabeza con las manos y, con un movimiento de su pelvis, me hundió la polla tanto en la garganta que creí que me iba a atravesar. Apenas unos segundos más tarde, una descarga caliente se derramaba dentro de mi boca. Por un momento pensé que me ahogaría, pero de tan profundo que me soltó su semen, no me costó tragármelo. No había pensado nunca en beberme la leche de un tío, pero ya estaba hecho. Cuando me sacó la polla de la boca, se la guardó y se puso al lado de la puerta. El otro me tomó la cabeza y la giró hacia sí. Su mirada enorme me dijo sin palabras: "bien hecho. Ahora, disfruta". Y aceleró.

Creí que iba a perder el sentido de puro placer. Toda yo era un continuo espasmo. Creo que un orgasmo como aquél no se puede alcanzar con la mano. Me recorría por dentro, me llenaba, mi mente era una explosión de colores psicodélicos, de todos los tonos y en especial azul y verde, explotando en oleadas de placer.

En ese momento, sentí cómo se hinchaba su polla en mi coño. Ahora fui yo la que clavé mis ojos en los suyos y, como grabado en sus pupilas, vi un volcán que entraba en erupción justo cuando sentía cómo me llenaba por dentro con su semen saliendo a borbotones... nuevas oleadas de un placer blanco y espeso, que al principio fue frío como el hielo, pero que acabó por quemarme las entrañas.

- Nos ha gustado a todos. Mucho - dijo mi desvirgador.

A mí me temblaban las piernas, así que me senté en la taza. Necesitaba reponerme. Mientras intentaba volver en mí, ellos salieron del baño. Pensé que me dejaban un momento de intimidad, por si me quería limpiar o algo. Lo cierto es que me aseé mínimamente y, cuando volví a la pista del garito, ya no estaban. No los he vuelto a ver.

De todos modos, tampoco me preocupa demasiado. Después de esos, tampoco he vuelto a ver a los cuarenta o cincuenta tíos que me habré follado..."

- ¡Hala! Serás fantasma...

"... Vale, no te lo creas. Pero te digo yo que dejé de llevar la cuenta a mitad de noviembre, y ya llevaba ocho. Desde aquella noche en que me desvirgó aquel tipo, no pasa un fin de semana sin que me folle a alguno... o a más de uno. Me pone realmente el sexo, tías. He pasado de ser la Virgen María a ser un putón de tomo y lomo, como sé que algunos me llaman. Pero no me importa. Me excito con facilidad y, lo único que hago, es darle a mi cuerpo lo que me pide".

Carla calla en ese momento. Ha contado su historia, y las otras dos se miran fijamente.

- Realmente, ¿fue tan bueno como lo cuentas?
- Muy, muy, bueno.

Las mujeres, amigos míos, son muchas veces más sabias que los teólogos. Tuvo lo que quería, lo disfrutó como sólo una mujer sabe disfrutarlo... Pero perdonadme, que me alejo del relato.

Ahora le toca coger el vaso de plástico a la pelirroja... Pero creo que eso lo dejamos para otro momento...

LIBER C: DE CARNIS QUAESTIONIS.

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