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                                                         W. es una M.

Luego de las andanzas de Michael Moore, el aludir a las torpezas y bajo IQ de quien será reemplazado por Barack Obama en enero suena a redundante. Oliver Stone dispara a su personaje pero al final le gana la bilis y nos deja con un producto acartonado y con un guión tedioso y sin sustancia.

W.
Josh Brolin, Elizabeth Banks, Ellen Burstyn, James Cromwell
Dirigida por Oliver Stone
Columbia/2008

NOVIEMBRE, 2008. Estrenada en vísperas de las elecciones, si algún récord ha de marcar en el futuro esta película, será por tener el nombre más corto que minifalda de las muchachitas ésas de RBD puesto que en taquilla representó un (otro) fracaso para Oliver Stone, quien, duele decirlo --es un cineasta de gran talento estrictamente hablando en términos de cine-- ya empieza a tocar las primeras notas de su decadencia; los días de Platoon, Nacido el 4 de Julio, Nixon y su magnífico guión de Scarface contrastan con sus trabajos actuales en los que sus inquietudes políticas han contaminado lo que debió haber sido una película más rescatable.

El principal problema que surge en las cintas que retratan biográficamente a un personaje tan reciente es que al público no puede engañársele tan fácilmente. Otro aspecto es el balance, por más que se deteste al protagonista. Uno de los máximos aciertos que Stone consiguió en Nixon fue haberle dado un trato más ecuánime, algo que no se esperaba por parte de un cineasta que fue a Vietnam por órdenes de Tricky Dicky, y eso sólo se consigue en una biografía cuando humaniza, y no caricaturiza, al personaje central.

La historia abre con episodios un poco conocidos del inquilino de la Casa Blanca que pronto será reemplazado por Obama. Una soleada tarde texana el Bush más joven, aficionado al beisbol, conoce a Laura (Banks) una adolescente fanática de Lyndon B. Johnson. Él, por su parte, pertenece a una familia donde abundan los héroes de guerra y algunos manejos tenebrosos, sobre todo ciertos negocios con los jerarcas nazis. Pero pese a haber nacido en una cuna adinerada donde nunca le faltó nada (como, entre otras cosas, el conseguir alcohol a todas horas), el joven George W. Bush es un júnior resentido, sobre todo hacia su hermano Jeff, mucho más desenvuelto y quien años después sería gobernador de la Florida.

Los Bush están lejos de constituir una dinastía ejemplar. George Bush padre logra entrar a la CIA, de la que luego se convertiría en jefe, y hunde a la familia en la indiferencia. Casi a rastras, el joven George Bush entra a Harvard con tal de mantener la tradición para después pasar algunos años en puestecillos burocráticos. No es hasta años después en que papá Bush, con la Casa Blanca a la vista, lo impone como candidato republicano a la gubernatura de Texas luego de forzarlo --nos advierte Stone-- a que superara su alcoholismo.

La parte de la cinta correspondiente a su presidencia nos presenta los aspectos aún frescos y de sobra conocidos, como la vez que por poco se atraganta con un pretzel, los celos hacia su hermano y la invasión de Irak a modo de revancha contra un padre que en su momento fue más prudente al reconocer que si movía a un ex aliado suyo como Saddam Hussein, sería como quitarle la base a una torre de manzanas.

Pero si el resentido y el celoso es W., el villano aquí es Dick Cheney (Richard Dreyfuss) secretario de Defensa con papá Bush. Cheney es el malote, el inescrupuloso, el halcón, el que sólo piensa en su beneficio... una caricatura, para acabar pronto, algo paradójico si recordamos cómo Laura Bush, Karl Rove y otros protagonistas terminan como meras mamparas. Y es ahí donde radica uno de los principales problemas de W.: no es una biografía (y sabrá Dios si Oliver Stone hubiera tenido esa intención) sino un catálogo de detalles e historias para señalar a los espectadores que George W. Bush es un estúpido.

¿No sería ése, por cierto, el detalle que hizo que W. fracasara en la taquilla? Quizá ese objetivo ya era de sobra conocido cuando durante sus ocho años en la presidencia no bajaron al junio George de tarado y débil mental, de modo que los esfuerzos de Oliver Stone parecen redundantes con un Michael Moore de por medio. 

El día que la vocación cinematográfica vuelva a dominar al hígado de Oliver Stone recuperaremos a uno de los mejores directores que Hollywood nos ha dado en fechas recientes, algo innegable pese a sus coqueteos con Hugo Chávez, las FARC y todo aquello que le haga latir su corazoncito revolucionario. Mientras tanto W. dejará una trascendencia tan corta como su título.

© copyright, Derechos Reservados, 2008

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