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Y DEMÁS/Economía

Thomas Piketty y la receta que matará al paciente 

Con sonoras fanfarrias se ha comentado y alabado el libro de este economista galo quien, detrás de los párrafos, las gráficas y las estadísticas, difícilmente presenta algo nuevo, o bueno, que no se haya leído sobre el capitalismo. La obra fracasó al ser publicado en Francia. Gerard Depardieu podría explicar la razón

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JUNIO, 2014. Robert Stiglitz le dedicó encendidos elogios, y ni se diga de Paul Krugman, quien no dudó en calificarlo de "documento fundamental para entender la economía actual", de acuerdo a lo que el Nóbel publicó en The New York Times. Los comentarios han sido igualmente alabadores --y exagerados-- prácticamente entre todos los columnistas financieros, incluso de América latina, donde el libro está a unos días de ser publicado en español. 

¿Y a qué viene tanta emoción, tantas porras desmedidas, tanto incienso que no se veía desde Keynes? Todo se debe a Thomas Piketty, un economista francés con estudios en el MIT --donde por muchos años fue maestro emérito Noah Chomsky, detalle que como se verá, está lejos de ser coincidental-- y actual catedrático en París.

Piketty saltó a la palestra de la economía mundial gracias a un libraco cuyo título es Capitalism in the 21st Century. Es una edición de casi 600 páginas (lo que nos da una idea de que sus traductores al español deben estar trabajando sin descanso y con apenas unos minutos para la pestañita). Y no solo eso, pues además se incluye una sarta de gráficas, tablas, números y estadísticas para dejar en claro, como escribió Stiglitz, que "Piketty retoma, dentro de una nueva luz, las contradicciones intrínsecas del capitalismo" (Suponemos que la "vieja luz" es, claro, la de cierto alemán que llevaba el mismo apellido de unos hermanos comediantes). A su vez, Krugman señala enfático que "Piketty obliga a abrir el debate para resaltar y corregir en una economía mundial regida por el capitalismo" y nos dice, cuan magnate editorial, que "éste es el mejor libro del año, si no es que de la década".

Y es que, al igual que su cuate Krugman, Piketty no propone el fin del capitalismo en sí para sustituirlo por una dictadura del proletariado... bueno, no de golpe, sino despacito, muy despacito, como cantaba la siempre bella María Victoria. Porque, aclaramos, no hemos leído el libro pero con la información disponible, la verdad no hace falta, como cuando pasa usted por una sex shop y no necesita de mucho cacumen para saber qué productos se venden allí adentro. Porque la estrategia actual no es matar al capitalismo de golpe, sino de asfixiarlo lentamente, ponerle trabas engarzadas y finalmente, cuando la situación económica empeore, darle el estacazo decisivo acusándolo de ser el principal culpable. Eso es lo que hicieron los gobiernos en Grecia, en España, en Francia y hoy se afana, aunque parezca increíble, el señor Barack Obama en Estados Unidos.

Pero bueno ¿cuál es la tesis central del señor Piketty? El capitalismo es manejado por un grupo de magnates que, obsesionados con incrementar sus ganancias, acumulan gigantescas fortunas en detrimento del resto de la sociedad hasta que la situación se hace insostenible y vienen los estallidos sociales ante el descontento popular por la creciente desigualdad que sigue a este fenómeno. 

Hasta aquí nada diferente a lo que sostenía Charlie Marx aunque en ese entonces los "nuevos señores feudales" solo actuaban a nivel local y no global, como ocurre actualmente. Piketty llama a éstas "crisis cíclicas" (idem con el autor de El Capital) pero ahí cambia la tesis pues nuestro autor refiere que éstas obligan al Estado a intervenir y a expandirse dentro del sector económico. De hecho, añade Piketty, esto fue lo que sucedió en Estados Unidos tras la crisis financiera del 2008, producto de la especulación bursátil y dentro del sector inmobiliario donde "unos cuantos ganaron millones de dólares en detrimento de muchos que quedaron eventualmente sin nada".

Piketty dice no cuestionar directamente la existencia del capitalismo sino que se carezca de "regulaciones claras" para evitar que las ganancias se concentren en unas cuantas manos, pues le parece inconcebible que en un país pobre como México haya un Carlos Slim "que diariamente gana lo que el 99 por ciento de sus compatriotas no ganarían en toda una vida de trabajo", según dijo en una entrevista con El País, de Madrid, que suele dar buena cobertura a estos osados combatientes de molinos. En su libro Piketty propone, como "primera medida importante" que evite semejante especulación, "gravar con 70 por ciento del Impuesto Sobre la Renta a los dueños de esas grandes fortunas para inhibir el afán de lucro y lograr un capitalismo que genere una mejor distribución de la riqueza".

Con personajes como Piketty (y Barack Obama, a quien el autor no ha escatimado su admiración) ¿para qué necesita el capitalismo de compadres que lo defiendan?

Curioso, para comenzar, que alguien como Piketty, quien pugna por un capitalismo "más justo" demonice el "afán de lucro", lo que Adam Smith llamaba su "elemento humano fundamental". Los funcionarios de gobierno, los profesores universitarios que arrojan pestes al capitalismo, los burócratas que alegres le inventan trabas a diario al mercado, los intelectuales que entre ellos se odian mutuamente excepto cuando se trata de atacar a la libre empresa, todos ellos reciben una compensación económica cada semana o quincena. Ninguno, se los aseguramos, realiza labores de voluntariado, incluido Piketty, quien recibe sus buenas regalías por la venta de su libro. Todos ellos lo hacen, precisamente, por ese afán de lucro que, al parecer, solo es ominoso cuando lo practican quienes no reciben sueldo del Estado.

Y aunque Piketty y sus adláteres nos digan que todo se basa en una "nueva propuesta", de hecho ésta es tan vieja como los empolvados libros de cierto alemán a quien admira profundamente. Tomemos la "desigualdad social" que tanto denuncia la izquierda. Ésta existe, sin duda, y más en América latina. Pero no tanto porque Carlos Slim se apodere de una riqueza que otros miles de mexicanos produjeron sino porque existe un esquema económico que se lo permite. Y ese esquema, algo que Piketty "olvida" mencionar en el libro, lo impone el Estado. Como ha sucedido en otras ocasiones (tesis en la cual Krugman es experto en exponer) es como si en México, en Argentina, en Brasil, por nombrar tres países donde la desigualdad es abismal, sus gobiernos parecen estar inmóviles mientras estos empresarios hacen lo que se les pega la gana, imponen sus reglas y cierran el acceso a sus potenciales competidores. 

Nadie repara, o desea hacerlo, en que fue el Estado el que traspasó a Slim el monopolio telefónico. Lo ideal, decía Frederic Hayek, no es "repartir" la riqueza, sino democratizarla, del mismo modo que se democratiza al poder político con la participación de varios jugadores. Y ello se logra con una mayor competencia. 

Dicho de otro modo, si Slim ha conseguido ser el primero o el segundo hombre más rico del mundo, no se debe tanto a las reglas del libre mercado sino a las de un capitalismo de Estado donde solo entran al juego los favoritos del régimen.

Curiosamente, en este esquema de "injusta distribución" de la riqueza, Pinketty se brinca a Steve Jobs, a Mark Zukerberg y a Bill Gates pues sabe bien que su teoría no aplica igual en Estados Unidos pues ahí se produce más que en México y, por ende, la brecha de la desigualdad es menor. ¿Pero qué acaso no deberíamos medir a todos con la misma yarda? ¿Realmente quien tiene más dinero es porque se lo está arrebatando a alguien más?

Veamos, como ejemplo, el caso de Oprah Winfrey, la popular conductora de televisión, nacida en un hogar pobre del sur y quien es hoy una de las mujeres más ricas de Estados Unidos. ¿No sería ella, entonces, culpable de que otros miles de afroamericanos sean pobres pues guarda celosamente una riqueza que a ellos les correspondería? No necesariamente: la Winfrey --quien, vaya paradojas, es ávida admiradora de Piketty, según dejó constancia en su página web-- logró su fortuna por vender un producto que la gente quiere comprar (y lo mismo puede decirse de Apple: ¿cuánta gente ha comprado obligatoriamente un IPad porque era era la única opción a la venta? La adqurieron por la refrendada calidad del producto). 

La diferencia con Carlos Slim es que, ningún norteamericano está forzado a pagar, sin otra opción en el mercado, una factura por un servicio a la Winfrey como si lo están millones de abonados a la telefonía y al servicio de internet en México. Y ello se debe a unas restricciones impuestas por el Estado mexicano. Una muestra de que, con todo y Obama, Estados Unidos sigue siendo más capitalista que México y, por ende, prácticamente a nadie afecta que Bill Gates, Oprah Winfrey o el magnate que usted quiera no le están "robando" la riqueza a los demás. Pero sí lo hacen en áreas como la financiera o la inmobiliaria, las cuales están saturadas de requerimientos y regulaciones impuestas por... de nuevo, un Estado, en este caso el norteamericano, una legislación tan confusa que favorece la especulación.

Los países donde existe una mayor desigualdad son aquellos donde abunda una selva de regulaciones impuestas por el Estado. ¿Cómo es que Piketty con su doctorado y Krugman, con su Nóbel de Economía, nunca se hayan fijado en ello?

¿Es hoy Venezuela más "igualitario" y con menos pobres que antes que Hugo Chávez y su acólito Nicolás Maduro comenzaran a hacer de las suyas? ¿la riqueza se ha repartido mejor en la Argentina de los Kirchner luego de sus enfermizas expropiaciones?

Piketty también "olvida" asomarse a Cuba, donde la distribución de la poquísima riqueza que ahí existe es acaparada por el gobierno castrista y deja a millones de ciudadanos a merced de autos construidos en los años 50 y con una economía donde gobierna el odiado dólar del Imperio.

Piketty comete el mismo error de apreciación de su Santidad Francisco, esto es, concluir que el capitalismo es el manejo de la economía en unos cuantos, lo que atenta contra la solidaridad humana. Este es un capitalismo postizo --refiérase a Carlos Salinas-- donde el poderoso reparte favores. En el capitalismo el Estado es un árbitro que vigila que se respeten las reglas y no es el patrón, el cacique o el tlatoani que decide a quienes sí a quiénes no otorgar canonjías.

Y si Piketty realiza un diagnóstico equivocado, igualmente erróneos son sus remedios.

Quizá sea coincidencia que en este 2014 el Impuesto Sobre la Renta cumpla sus primeros 100 años de vida y que Piketty quiera rendirle un sentido homenaje al proponer gravar a los "grandes capitales" con un ISR "ubicado alrededor del 70 por ciento" para que así ese dinero, dice en un renglón, "sea racionalmente repartido por el Estado". La mera frase suena a oxymorón: ¿qué Estado de cuál país y de qué tiempo ha repartido "racionalmente" sus excedentes? No serán ni el Estado español ni el griego ni el mexicano, que durante el último decenio han incrementado su ISR entre 1 y 4 puntos y donde el Estado nunca dio cuentas claras de a dónde se fue ese dineral. En este punto cualquiera podría llamar ingenuo a Piketty, pero más ingenuos son sus defensores acérrimos como Stiglitz y Krugman, quienes tardarán semanas en darse cuenta que este libraco, que apareció originalmente en Francia en agosto del 2013, hubiera sido un fracaso editorial desde que salió a la venta y que experimentó un boom en ventas solo hasta que apareció la edición en inglés. ¿A qué se debió?

Los franceses, tan entusiasmados en lo referente a castigar a los ricos y tan quisquillosos en recortar el gasto público, lo saben mejor. Su presidente, Francois Hollande, quizá impresionado por las ocurrencias de Piketty, aplicó un incremento de hasta el 60 por ciento (coincidencias vayan) a las "personas más pudientes" de Francia y lo único que consiguió fue una marabunta de capitales que emigraron a otras latitudes, siendo la del actor Gerard Depardieu una de las protestas más sonadas ante semejante insensatez. Cierto que la medida fue echada para atrás, pero la confianza tardará mucho en ser reestablecida.

El analista Fred Barnes comprobó cómo el ISR daña a la actividad productiva pues inhibe las inversiones y promueve la mediocridad empresarial al ser interpretado como un "castigo" que se le impone al exitoso (además de ser injusto pues recompensa a quien no se esfuerza). A diferencia del IVA, que con todos sus defectos es más equitativo, el ISR espanta como súcubo enloquecido a la creación de empleo. No extraña que los galos hayan visto con horror la propuesta de Piketty si ya la están atestiguando en su propio territorio.

Cosa curiosa, por cierto, que Piketty y los porristas que le acompañan se abstengan de incluir en la lista de "promotores de la desigualdad" a cantantes, deportistas y actores que ganan altísimos sueldos y en cambio se ensañe con los empresarios. Depardieu se largó de Francia pero su emigración a Rusia sobresalió sobre los hombres de negocios que optaron por irse aunque lo hicieron en silencio. Siempre serán más censurados, obviamente, que un actor que hasta hace poco aplaudía a los gobiernos socialistas franceses. Ya no le simpatizaron tanto una vez que esas medidas afectaron directamente a su patrimonio.

Tampoco parece preocupar gran cosa a Pinketty que haya políticos que se enriquezcan brutalmente en con dinero que le despojan a la sociedad civil mediante los impuestos y con ello contribuyan a la desigualdad.

De hecho, el principal culpable de la desigualdad resulta ser aquí, paradoja mayúscula, la supuesta víctima. No fueron Bill Gates ni Slim, ni Warren Buffet, ni Richard Branson quienes mandaron a la quiebra a Grecia sino la pésima administración de su aparato estatal. Cinco años después que José María Aznar entregaba una economía sólida, España era un desastre no por las componendas imperialistas o de Wall Street sino por un inepto superlativo como Rodríguez Zapatero quien se benefició no por sus cualidades políticas, sino al hecho que sus compatriotas lo hubieran electo tras haber votado con el hígado tras los atentados del 2003 en la estación de Atocha. Y Francia, la tierra del "nuevo Marx" Pinketty: ¿qué saldos puede arrojar con un señor Hollande quien, al poner en marcha una de las propuestas de este economista, lo único que obtuvo fue una fuga masiva de capitales?

Pero al final este libro tiene la intención clara de aporrear a uno por los pecados de otro. Es el Estado, no el capitalismo, el que se encuentra en crisis y ha experimentado una bancarrota brutal. Lo que ha fallado miserablemente son el Estado del bienestar y los fondos de desempleo que arrastran un gigantesco déficit que obliga a su vez a financiarlos con un desbocado gasto público. En el mundo de Piketty y sus amigos, el Estado sigue realizando inmaculadamente su responsabilidad social, no existe la corrupción burocrática ni los funcionarios se enriquecen como jeques a costa del dinero de los contribuyentes. Asimismo, pareciera que los Estados son meros parapetos que observan pasivamente cómo los grandes capitalistas se reparten egoístamente el botín, de otra manera no se explica que este economista galo proponga transferirle más dinero a los burócratas gravando los grandes capitales con un ISR totalmente descabellado.

La especulación y ganancias desaforadas de los grandes empresarios no las produce el capitalismo en sí; son consecuencia de un Estado que les concede cotos de exclusividad para obtener ventajas dentro de un mercado cautivo. Los globalifóbicos y los enemigos de la globalización económica terminan por engordarle el caldo a esos multimillonarios, a quienes conviene esa situación. No parece ser casual que varios de estos peces gordos de las finanzas como George Soros hubieran contribuido a financiar las manifestaciones de Seattle en 1999 y un par de cumbres económicas realizadas en Davos, según consignó The Economist en el 2011.

Llamar "visionario y exacto" a Thomas Pinketty, como ya lo hizo The Guardian, es evidentemente una hipérbole. Pero la izquierda mundial tomará cualquier pedacito que aún queda del naufragio comunista para hacer oleajes que busquen hundir al libre mercado y a la creación de riqueza.

Cerremos este comentario sobre las disparatadas ideas de Thomas Pinketty con la aguda respuesta del ex presidente polaco Lech Walesa cuando le inquirieron el porqué aún el socialismo cuenta con tantos simpatizantes en el mundo: "No tienen ni idea. Es muy distinto vivir en unión libre con el socialismo que casarte con él"

 

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1 opiniones

luisfabian75 escribe 11.07.14

Ya se ha demostrado que un Estado crece a costa del sector productivo lo que trae un deterioro en el nivel de vida de las personas y quien lo dude que se asome al caso de Venezuela, sin embargo este señor pide más intervención gubernamental para salir de la crisis, desafortunadamente esa es la tendencia mundial donde se quiere arreglar el caos con más impuestos y más gasto público. 

 

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