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LITERATURA/Obituarios
Óscar Wilde, un
juicio perdido y posterior reivindicación
La doble moral
victoriana lo obligó a doblegarse ante lo que consideraba sus afrentas,
aunque el genial dramaturgo también fue víctima de su exceso de
confianza que lo hizo caer ante un abogado de gran colmillo. Peor
gracias a una ayuda de sus amigos, Óscar Wilde ganó, desde ultratumba,
la partida definitiva
MAYO, 2015. Una de las interrogantes que más sorprenden a los admiradores de Oscar Wilde es cómo alguien de su genio y estatura se rebajó a seguirle el juego a un patán cuyo mayor mérito fue el haber establecido las reglas del boxeo moderno. Con poco qué ganar y prácticamente todo qué perder, Wilde respondió indignado a la acusación de "somdomita" (sic) del marqués de Queensberry
y lo demandó por indignación pese a las advertencias de prácticamente todos sus amigos para dejar pasar el escándalo que, con toda seguridad, se habría apagado a las pocas semanas.
Wilde desoyó las consejas --una de ellas por parte de Robert Ross, ex amante suyo que luego fue uno de sus mejores amigos y a quien le debemos el rescate mucha de su obra para las generaciones posteriores-- subió a la tribuna para defenderse pero lo único que logró fue caer en el descrédito. El mismo público que le había aplaudido su obra
The Importance of Being Earnest lo insultó tras saberse el veredicto que lo declaraba culpable no solo de ser homosexual,
acusación ya de por sí aberrante, sino de haber creído que ganaría un encontronazo donde todo lo tenía en contra, incluida la doble moral victoriana que terminó por destruir al dramaturgo que consideraba transgresor.
En realidad el responsable de la debacle no era Wilde sino Alfred "Bosie" Douglas, hijo del marqués y quien había sido un "amante caro" de Wilde. Marrullero, egoísta, ególatra y alguien incapaz de escribir una sola línea que rascara siquiera al enorme talento de Wilde, "Bosie" buscó vengarse del autoritarismo de su padre, no directamente sino mediante la figura de
Wilde; él azuzó al dramaturgo a responderle, a enfrentársele y a "quitarle lo fanfarrón", un franco acto de cobardía cuando él bien pudo haberlo hecho por su cuenta.
Wilde escuchó a "Bosie" esperanzado en que así podría retenerlo luego que éste lo amenazara con dejarlo si no se enfrentaba al marqués, cosa que, por cierto, finalmente hizo una vez que al escritor se le acabó el dinero. "Wilde dio todo a cambio de un amor no correspondido", escribió la periodista española Rosa Montero.
Sin embargo algunos biógrafos han concedido que, si bien un enorme error de Wilde fue el haber sobrevalorado su facilidad de palabra para convencer a un juez más que
prejuiciado, hubo alguien más a quien la historia ha olvidado pero que fue parte clave en el ir enredando a Wilde durante el juicio hasta que éste cayó en abiertas contradicciones, dejando al descubierto todo aquello que Wilde temía saliera a la luz pública, esto es, sus escapadas en la comunidad
homosexual londinense, por entonces arrinconada a lugares underground.
Irlandés como Wilde, el abogado Edward Carson había conocido al escritor en el Trinity College de Dublín y se habían convertido en rivales. Al igual que el marqués de Quensberry, Carson sabía poco su literatura pero la consideraba "inmoral" y "dañina para las buenas costumbres". Era innegable que el marqués, que ya había enfrentado otros juicios, escogió bien a
su abogado.
La estocada definitiva en contra de Wilde la dio Carson al preguntarle si había besado a un criado llamado Walter Grainger y Wilde, con su ingenio sarcástico respondió: "De ninguna manera, jamás en la vida, era un muchacho poco agraciado". Fue el principio de la debacle. Se le condenó a dos años de trabajos forzados de donde saldría el 19 de mayo de 1897, ya sin ganas de escribir más.
Wilde murió el mismo año en falleció la reina Victoria y con la que se daba cerrojazo a un periodo en el cual era común hacer en privado aquellas cosas que se criticaban acremente en público. Su amigo Ross tuvo el buen tino de concluir que la obra de su amigo sería revalorada en el futuro y pasó las siguientes dos décadas recopilando sus escritos, recortando notas de periódicos, rescatando cuentos como
El Príncipe Feliz que de otro modo se habrían perdido para siempre.
Desde donde se encontrara, Óscar Wilde seguramente estaba complacido por ese gesto. Había logrado trascender a la sociedad que lo condenó.
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