Nacional
Obituario: Miguel de
la Madrid
ABRIL, 2012. Hará como unos 25 años trabajaba
en un periódico local ubicado en una avenida por donde pasaría la comitiva del presidente Miguel de la Madrid cuando visitó la ciudad. Desde dos días antes podían verse unos tipos que apresuradamente pintaban los cordones de las banquetas, recortaban los árboles de los camellones y le daban otra repasada a las líneas que dividían las carreteras. Lo curioso es que unas cuadras más
adelente de donde la comitiva daría la vuelta los camellones se veían tan descuidados como siempre. Fue cuando supe por primera vez, en voz de un compañero de redacción, lo que era un "Potemkin", en alusión a ese ministro de la zarina que armaba y desarmaba villas relucientes por donde habría de pasar la
soberana.
Sin embargo lo que provocó risas e indignación a los empleados fue que en cada poste de luz se habían colocado unas banderas con el rostro del entonces presidente Miguel de la Madrid acompañadas de la frase "¡Gracias!". "¿Gracias de qué?", nos preguntábamos todos. Pero eran los tiempos del suprapresidencialismo priísta por lo que lo que realmente opinábamos los trabajadores del periódico no apareció en sus planas.
Meses después ocurrió el terremoto de septiembre de 1985 y lejos de "gracias", lo que recibió el gobierno federal fueron recriminaciones y el consenso casi generalizado de que el Estado mexicano, más que servir, era un estorbo. Nadie culpaba directamente a De la Madrid, pero sí se le echaba en cara que hubiera
optado por mantener las cosas como estaban para evitar fisuras en el sistema que hasta entonces aún parecía perfecto, y donde a la diligencia se le daba el nombre de institucional.
Y es que de todos los presidentes que ha habido en México, Miguel de la Madrid se distinguió por ser un burócrata diligente. Estudió en escuelas públicas, se graduó en la UNAM y casi de inmediato se integró a la burocracia federal. Incluso cuando dejó de ser presidente siguió recibiendo, aparte de su cheque de retiro como ex mandatario, otra cantidad
como titular del Fondo de Cultura Económica. Los burócratas diligentes no suelen rebelarse, procuran no hacer ruido para evitar la atención y cumplen su encomienda sin alterarle una sola coma. Es normal que, tras su muerte el domingo primero de marzo a los 77 años de edad, la opinión fue de que se trató de un gran presidente y que con él inició la transición democrática., Sin embargo, y si algo hay que reconocerle, es que supo apagar el incendio dejado por la irresponsabilidad lopezportillista y consiguió que
el país esquivara lo que parecía inminente en 1982, un conflicto social de inimaginables consecuencias.
Nada, excepto su diligencia, podría explicar que José López Portillo haya decidido que fuera
sucesor suyo. Nadie en el mundo político pensaba que aquel secretario de Programación y Presupuesto poseía los elementos necesarios para conducir un país que en 1982 tenía 72 millones de habitantes. La preocupación creció tras la devaluación en julio de ese año y ya cuando habían pasado las elecciones federales que ganó holgadamente. Los rumores se aceleraron: se decía que no estaba de acuerdo con la situación del país y que el primera día de su gobierno enviaría a la cárcel a todos los corruptos. Cuando López Portillo "nacionalizó" la Banca, las cámaras enfocaron a De la Madrid quien lucía serio y aplaudía de mala gana, lo cual dio lugar a que se dijera que echaría abajo ese decreto. Lo cierto es que la "nacionalización" fue un alacrán heredado a De la Madrid y al cual le dio tiempo al asegurar en su toma de protesta que era una decisión "irreversible". Y durante ciertamente lo
fue durante su sexenio.
El optimismo parecía confirmarse cuando De la Madrid envió una orden de arresto a la Interpol contra Arturo Durazo, el "pinche negro" como le decía López Portillo y quien había sido jefe de la policía
capitalina y quien alentó desde su puesto una cloaca de corrupción inaudita. Sin embargo
esa fue la última acción de un gobernante cuyo lema de campaña había sido "por la renovación moral de la sociedad" (¿por qué no del gobierno?).
De la Madrid tampoco hizo mucho para promover la democracia. Su secretario de Gobernación fue Manuel Bartlettl, el mismo que hoy se abraza gustoso con López Obrador. La consigna central es que no se cediera un solo centímetro a la oposición, sobre todo en el norte, donde se negaron los triunfos de Pancho Barrio en Chihuahua y de un candidato de Piedras Negras, sitio donde incluso fue incendiada la presidencia municipal.
En 1986 se realizó el Mundial de futbol y la silbatina contra De la Madrid, según quienes asistieron, fue estruendosa aunque los medios electrónicos le "bajaron" al volumen y aseguraron que todo "habían sido aplausos", los cuales curiosamente tampoco se escucharon. Fue también ese año cuando comenzó a percibirse un giro en el gobierno
delamadradista cuando el país logró entrar al GATT (la actual OCDE), algo que hasta hace poco era considerado pecado mortal por el sistema priísta. El GATT representaba una amenaza latente contra los empresarios que por décadas habían gozado del proteccionismo oficial, una jugada que nadie en el gabinete les había adelantado o prevenido.
Fue también el momento en que los "tecnócratas" entraron al gabinete económico. Eran invitados inesperados al "festín" del
presupuesto y ello desató el enojo de la "vieja guardia" la cual anunció su separación del PRI poco después de la Convención Nacional priísta. Encabezada por Porfirio Muñoz Ledo y Cuauhtémoc Cárdenas, la llamada "Corriente Democrática" estuvo a punto de disputarle la presidencia a su sucesor Carlos Salinas --hay quienes afirman todavía que la
ganó-- y De la Madrid se vio incapaz de contener esa ofensiva interna.
La devaluación fue la constante del sexenio delamadridista: cuando tomó posesión el dólar se encontraba a 102 por uno, y en 1988 la paridad se ubicaba en
1,200 por uno (de los pesos viejos, que tenían tres ceros más). En términos económicos, su sexenio fue un fracaso tirándole a lo mediocre, pero consiguió su cometido, que era llegar a la otra orilla sin que se le hundiera el barco.
A diferencia de su antecesor, a quien llegaron a ladrarle incluso en
España, y de su sucesor, odiado hasta la médula, De la Madrid podía pasearse por las calles sin que lo insultaran. Vivió durante varios años
semiretirado hasta que durante el sexenio de Zedillo asumió la dirección del FCE donde, de nuevo, su labor fue diligente, es decir, gris. Se retiró años después y se mantuvo al margen hasta el 2009 cuando en una entrevista con Carmen Aristegui dijo que Carlos Salinas "lo había decepcionado" y que Raúl Salinas efectivamente había tenido tratos con narcotraficantes. El ex mandatario respondió rápido y aludió a la situación mental de De la Madrid quien, aseguró, "se encontraba delicado de salud". Sin embargo en ningún momento desmintió con argumentos lo dicho por quien lo había "destapado" para la "grande".
Hace algunas semanas varios twitteros habían adelantado la "muerte" de De la Madrid, quien ciertamente desde hace un par de años tenía su salud ya bastante deteriorada. Con su desaparición física se pierde también un momento importante de la política mexicana. No fue el mejor, ni tampoco el peor de los presidentes en nuestra vida independiente. Afortunadamente para él, jamás apareció en la lista de los que sí fueron nefastos.
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