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Noruega y un pretexto ideal para coartar su libertad individual

La tragedia que enlutó a todo un pueblo fue obra de un fanático racista. Ahora lo importante es evitar que el shock sirva, como ocurrió en Norteamérica, de pretexto para limitar las libertades individuales. Va ser difícil, pero no imposible, en un país donde el Estado paternalista goza de cabalísima salud

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AGOSTO, 2011. Debajo de lo apacible suelen esconderse los ataques más feroces. A mediodía del viernes 22 de julio un artefacto estalló en un edificio público en Oslo, Noriega, país que una reciente encuesta realizada por la Associated Press ubicaba como el sexto más seguro del mundo. Tres horas después un sujeto comenzó a disparar en una isla donde se preparaba una convivencia juvenil organizada por el partido en el poder. Ambos ataques arrojaron 85 muertos en lo que fue la peor tragedia ocurrida en Noruega desde la segunda guerra mundial

Mientras el país seguía conmocionado surgieron todas las teorías imaginables en torno a los responsables: ¿se trataba de un ataque organizado por un grupo islámico en represalia por la presencia noruega en Afganistán? Casi de inmediato se descartó la posibilidad pues las tropas de ese país son más bien simbólicas pues llegan apenas a 280 elementos y no han participado en labores bélicas como sí lo han hecho norteamericanos y británicos. Al final se supo que el presunto responsable había sido un tal Anders Behring Breivik, un fanático de ultraderecha, neonazi radical y autor de un "manifiesto" sospechosamente parecido al redactado por el Unabomber; la diferencia es que el primero venía atizado por epítetos racistas y antiislámicos. Se había encontrado al autor intelectual favorito de los medios, un Timothy McVeigh noruego.

En efecto, Behring Breivik reúne el perfil del tradicional racista europeo, alguien procedente de un hogar desecho, un tipo desempleado la mayor parte de su tiempo y un obsesionado con las armas y los explosivos, un tipo ordinario, mediocre que pensaba pasar como el "nazi más conocido de la historia". Tenga el lector por seguro que la película viene en camino, y esta vez no se considerará la susceptibilidad de los noruegos como se ha argumentado para negarse a filmar una cinta que narre lo acontecido el 11 de septiembre del 2011 en Nueva York y Washington.

Lo que queda sin asimo de duda es que tal sujeto es un desequilibrado y que su acto logrará un efecto contrario al que hubiera deseado. Desafortunadamente ello también dará motivo, como ocurrió en Estados Unidos, a que se expanda la intervención del Estado en la vida de los ciudadanos.

Noruega está lejos ser un país con economía de mercado; de hecho y al igual que su vecina Suecia, se considera a sí mismos nación socialista. Si bien es una nación que pertenece a la Unión Europea, Noruega aplica un IVA del 23 por ciento, entre los más altos de su membresía. El Estado dirige la economía y aplica fuertes cargas impositivas al sector productivo mientras su fuerza de trabajo se encuentra entre las más débiles del continente. Es un país con índice de desempleo cercano al 2.3 por ciento, según Wikipedia, pero ello se debe a que muchos encuestados reciben cheques del Estado mientras consiguen empleo, a lo que se añade el hecho de que de cada 100 ciudadanos 43 trabajan para el gobierno (en México, donde nos sentimos asfixiados por la burocracia, la cantidad es de 32 por cada 100). Se han hecho débiles intentos para revertir esta situación dado el déficit fiscal que sufre Noruega, algo que, no por mera coincidencia, también ocurre en Suecia. Pero los sindicatos y la opinión pública han reaccionado con furia.

¿Por qué, entonces, en Noruega no han ocurrido los mítines y protestas de Grecia, el miembro más irresponsable de la Comunidad Europea? Primero, porque su economía es más pequeña y por ende más controlable; segundo, el déficit es consumido por el gasto corriente y no por la corrupción que impera en el gobierno griego y, tercero, como buenos escandinavos, los noruegos prefieren aplicar la diplomacia antes que salir a la calle a mostrar su furia. Y cuarto: la bomba del déficit aún está relativamente lejos de estallarle en la cara a los gobernantes.

Otro factor que con frecuencia se omite de Noruega es su antiyanquismo. Una encuesta realizada en el 2006 arrojó que los noruegos se ubicaban en tercer lugar, por debajo de Francia y España y un escalón arriba de Gran Bretaña, como países que "repudiaban" a Estados Unidos. En algo influyó que en aquel entonces el presidente fuera George W. Bush, pero una encuesta actual daría resultados ligeramente distintos. A diferencia de Suecia, donde la cultura estadounidense es consumida a borbotones --y muchas series de televisión de ese país se transmiten en su idioma original sin subtítulos, según constata Andrés Oppenheimer en su libro Basta de Mentiras-- en Noruega existen fuertes corrientes que buscan "erradicar toda influencia extranjera", que para muchos ciudadanos equivale a decir yanqui dado que pocos se oponen a que se apliquen limitaciones similares a todo lo que provenga de Francia o Alemania. Incluso Behring Breivik, el autor de los atentados, denuncia en su "manifiesto" a la "decadencia norteamericana".

Paradójicamente, Noruega ha dado trato de "héroes" a los representantes más conocidos de la izquierda norteamericana. El filme Fahrenheit 2001 de Michael Moore arrasó en taquillas en Oslo y con frecuencia se invita al cineasta a dar conferencias con llenos a toda su capacidad. No Logo, el libro escrito por la canadiense Naoimi Klein (y cuyos padres nacieron en Estados Unidos) se mantuvo por casi un año en la lista de los más vendidos en ese país e igualmente la autora es asidua visitante y donde tiene un ejército de seguidores. Es inevitable señalar que fue Noruega y no Suecia el país que otorga el Nobel de la Paz y que éste fue concedido en menos de tres años a dos norteamericanos "progresistas", Al Gore y Barack Obama. 

Lo que es innegable es que, y de acuerdo a una larga tradición escandinava, las libertades individuales de los noruegos son muy amplias; después de todo esta área es considerada cuna de la revolución sexual; asimismo y pese a su historial socialista, el respeto a la propiedad privada es asunto incuestionable en Noruega. Pero ello se debe más a su historia como país que por los gobiernos que ha tenido recientemente.

El asunto aquí es si los noruegos están dispuestos a perder esas libertades luego es los atentados. Con el pretexto del terrorismo, los norteamericanos son menos libres hoy que hace 10 años y no se sienten más seguros. Por el contrario, el viajar por avión, que antes era una experiencia placentera y relajante se ha convertido en un martirio ante la excesiva vigilancia, revisiones y reglamentos, buena parte de ellos absurdos, que fueron aplicados poco después del ataque a las Torres Gemelas.

 

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