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  No me ayudes, compadre occidental

Una economista escribe un libro que remarca el secreto más estruendoso del activismo políticamente correcto: la ayuda internacional sólo ha empobrecido más al África. A la izquierda caviar europea no le ha hecho gracia el detalle. Pero el cuestionamiento está ahí; a ver qué valiente se atreve a refutarla con hechos, y no ataques personales

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ABRIL, 2009. Algo que ha irritado sobremanera a Bono las últimas semanas no han sido las inesperadamente bajas ventas de su último disco. "La caridad internacional ha reducido los casos de Malaria en Etiopía y Ruanda, y esto es algo que no se puede subestimar", escribió el cantante, fundador de One, organización filantrópica cuyo fin es recolectar fondos de ayuda al África. El centro de su indignación es Dead Aid, libro aparecido recientemente y que fue escrito por la economista Dambisa Moyo. Su argumento central es que la transferencia de recursos que Occidente ha enviado al continente africano desde los años cincuenta --y que Moyo estima un monto cercano a los 7 mil trillones de dólares-- lejos de solucionar la pobreza en África, la han agravado.

Parece asunto de pura lógica. Nadie duda que África sea el continente más pobre del mundo, pero mientras el resto de los países han logrado cierto avance desde su independencia, lo que ahí se ha registrado ha sido una combinación de guerras civiles, rapiñas, traiciones, asesinatos y una miseria que se antoja sempiterna. Aun Sudáfrica, el que muchos ubican como la nación "menos peor" del área, tiene el mayor número de seropositivos en el orbe y niveles de delincuencia que raramente reporta la prensa internacional. Sin embargo, aparentemente referir que los africanos no saben gobernarse a sí mismos resulta en asunto políticamente incorrecto.

Un comentario por demás irónico de quienes han criticado a Moyo provino de un crítico quien le exigió que "se asomara a la África real", cuando la autora nació en Zambia, una pobrísima nación a la que nadie tiene que darle lecciones de marginación. Para Moyo, la ayuda internacional únicamente debe enviarse, como se hace en el resto del planeta, en casos de desastres naturales, pero no para solventar el principio keynesiano de que el dinero per se resolverá la pobreza regional, un principio también aplicado por déspotas locales de otrora como Idi Amin, y el más patéticamente reciente, Robert Mugabe, de Zimbabwe, donde hace unos días dejaron de imprimirse billetes (denominación más fresca: tres trillones) pues el costo de la tinta y el papel ya resultaban astronómicos. Sin embargo a fines de marzo Mugabe exigió a los países de Occidente a que ayuden a aligerar la pobreza que él mismo tan alegremente ha propiciado en su país.

Hay otras razones esgrimidas por Moyo: desde su independencia, estos países buscaron hacerse a alguna potencia occidental como benefactor a condición de brindarle votos incondicionales en las decisiones importantes en las Naciones Unidas y cuyo ejemplo prístino se tiene con Julius Nyerere; la necesidad de seguir haciendo "negocios" con sus antiguas colonias, aun a costa de pasar por alto las políticas racistas, como fue el caso de Sudáfrica; el chantaje aplicado por los gobernantes africanos, quienes en plena Guerra Fría amenazaban con pasarse el bando soviético si no veían satisfechas sus demandas, como fue el caso del general Nasser y de Idi Amin. Lo curioso es que los países que optaron por la vía de la "liberación revolucionaria", como Angola, Etiopía, Zaire, Liberia y Ruanda, entre otros, quedaron mucho peor que al principio.

Las dos peores plagas que ha padecido el África postcolonial han sido dos. Por un lado los flamantes economistas procedentes de universidades europeas e imbuidos de políticas keynesianas radiantes en crecimiento del PIB mediante la impresión de papel moneda. Por el otro están los regímenes militares. Ambos mostraron absoluta incompetencia política pero con éstos últimos era peor pues abundó una cruel represión y asesinatos en masa de tribus contrarias. No hay que olvidar que, en medio de este caos, el dinero de Occidente nunca dejó de caer sobre el continente; desde 1965 una ley en Dinamarca obliga al Estado a destinar el 2 por ciento de su presupuesto al África.

¿Y dónde ha quedado todo ese dinero? Nyerere poseía un par de Rolls Royce y mantenía un ejército de sirvientes, empleados domésticos y hasta concubinas, Bokassa, quien gobernaba a República Centroafricana, se hizo erigir un trono de oro de 40 millones para su "coronación", que costó 150 millones de dólares, las tropelías y los excesos de Idi Amín ya se han documentado mucho y se estima que la fortuna de Mugabe y su esposa --y que conservan en Suiza-- asciende a unos 450 millones de dólares. Los casos son innumerables, por supuesto. ¿Pero de dónde surgió todo este dinero si el continente es incapaz de producir su propia riqueza? Es la pregunta que Bono, el guitarrista de Pink Floyd Dave Gilmour y Bob Geldof suelen contestar con argumentos relativos.

La tesis de Moyo pudiera sintetizarse en lo siguiente: su vecino cae en desgracia y usted decide ayudarle mensualmente. Con el tiempo usted percibe que su vecino se gasta el dinero en bebidas, un auto nuevo, francachelas y viajes, pero cuando el gasto no le alcanza, su vecino empieza a exigirle más y usted se lo da gustosamente. El dispendio se agudizara y luego su vecino comenzará a culparlo a usted de ser "insolidario" y de tener la culpa de que él no consiga empleo ni sea productivo. El problema es que usted siempre le regaló el dinero sin aval alguno ni lo obligó a que se pusiera a trabajar. Pero otro vecino suyo, un millonario que es muy bueno para recolectar dinero para el vecino gastalón pero que él mismo no le presta una sola moneda, lo regaña a usted de ser "poco dadivoso". A ese punto del absurdo alcanza la catástrofe africana producto de la ayuda internacional.

Moyo propone algo que muchos consideran pecado mortal cuando se habla de África, esto es, obligar a sus gobernantes a que fomenten un ambiente productivo, garanticen los derechos de propiedad y capaciten a su mano de obra. Esta es la receta aplicada a otras ex colonias europeas, como Singapur y Hong Kong; la primera tiene hoy un PIB superior al de todo país africano y el segundo, antes de regresar a poder de China, casi duplicaba en ese rubro a la Gran Bretaña, su antiguo "explotador". La diferencia es que, con excepción de esos alucinados que aún hoy defienden a la dictadura cubana, nadie objetó esas políticas, nadie objetó su instrumentación. En cambio, cuando se habla del África cualquier sugerencia en ese sentido provoca escozor, rechazo y críticas por parte de la "izquierda caviar" europea que cree ser dueña exclusiva del destino africano.

Difícilmente Bono habría llegado hasta donde está de no haber sido por su propio esfuerzo y desarrollo de sus capacidades, excepcionales por los demás. Quizá debería preguntarse si él mismo habría salido de pobre viviendo de la caridad. De hacerlo respondería con un "no". Extraña entonces porqué piensa que las cosas son distintas cuando se habla de países.



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 2 comentarios

re_jose_erro escribe 23.04.09

muy bueno el texto y muy sensual la economista Moyo ojalá sus consejos no caigan en saco roto

luis_angel_aguilar escribe 16.04.09

Con frecuencia no nos damos cuenta de todo el mal que el resto del mundo le hace al Africa con esas dádivas que son acaparadas por sus gobernantes corruptos, unos parásitos que tienen a la población sumida en la miseria más absoluta. Por cierto, la economista Moyo se ve muy guapa en la foto, si se hubiera dedicado al modelaje Bono hoy le estaría echando los perros...

 

 

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