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Los (hoy) impensables años de la historieta mexicana

Impulsados por el boom de la posguerra y el ánimo de crear historias ilustradas hechas en México, varias editoriales impulsaron a una oleada de caricaturistas que conquistaron a varias latitudes de América latina, lo que probaba que México sí era un país de lectores. Las huestes echeverristas, de Carlos Jongitud y de la maestra Gordillo terminaron por derruir ese proyecto, con los resultados que hoy padecemos

JUNIO, 2010. En momentos que la prensa estaba más metida en el caso Paulette, la detención de un candidato a gobernador de Quintana Roo, los huesitos que fueron sacados del Ángel y las posibilidades de la Selección Mexicana, uno de los dibujantes más representativos de la caricatura en México dejó de existir a los 95 años. Se trata de Gabriel Vargas, autor de La Familia Burrón, una historieta que retrató como pocas la vida urbana de la Ciuda de México. La Familia Burrón fue durante un tiempo la revista cómica con mayor tiraje en todo el país. Era, ante todo, un humor blanco que estimuló la lectura como jamás lo harían las huestes de Elba Esther Gordillo. La muerte de Vargas marca prácticamente el final de aquella era de grandes historietistas mexicanos, una generación brillante que difundió el in genio mexicano no sólo en todo el territorio sino a varias ciudades norteamericanas, Centro y Sudamérica.

Este boom vino acompañado de dos factores. Uno, el cambio de estrategia educativa llevada a cabo en los años veinte por José Vasconcelos, el primer secretario de Educación. Lector incansable y un convencido de que la lectura era el engrase indispensable para moldear ideas, Vasconcelos diseño una estrategia que incluía el hacer llegar el libro a los puntos más remotos del territorio nacional. Más tarde dejó ese puesto por diferencias con el gobierno aunque fue una táctica que se mantuvo durante buena parte de los años 30 y 40.

El segundo factor fue el término de la segunda guerra mundial. Por haberse alineado en el bando aliado, México recibió todas las prerrogativas para industrializarse; se redujeron notablemente los aranceles para importar maquinaria pesada, lo que incluía enormes máquinas impresoras que gradualmente fueron reemplazando a las que existían hasta entonces, la mayoría obsoletas en el resto del mundo. Ello permitió un boom editorial donde también contaba cierto factor patriotero por parte de los empresarios del ramo que buscaban contrarrestar la presencia del cómic norteamericano (los cuales, curiosamente, se mantuvieron en la sección de los "monitos" dominicales de los periódicos mientras que los cómic de revistas como Supermán y Batman fueron distribuidos años después por la Editorial Novaro, fundada en 1957 por un inmigrante español).

La primera historieta que vendió megatirajes fue Pepito, publicada por José García Valseca, un ex militar que incursionó en la industria atraído por las posibilidades económicas. Su tino fue tal que bien pronto nació Pepín, que vendió aún más ejemplares, lo que permitió a García Valseca fundar un periódico del cual más tarde se sumarían otros más hasta contabilizar 36 periódicos, incluido el Esto!, el primer periódico deportivo de América latina y que aún se encuentra en circulación. La revista Newsweek llegó a decir en 1960 que García Valseca era "el Rudolph Hearst mexicano", cuyo poder incluso le permitía hablar con presidentes sin hacer antesala. Los derechos de Pepín luego fueron comprados por una editorial mexicana, la que transformó al personaje y le puso Henry.

El boom continuó con la aparición de Los Supersabios, de Germán Butzé, una historia abiertamente inspirada en los cómics norteamericanos juveniles. Su tiraje también fue bastante alto y hasta se filmaron un par de películas en los años sesenta. Al fallecer Butzé el emporio terminó por desmoronarse.

Otro personaje fue Memín Pingüín, originalmente llamado "Pinguín" aunque casi nadie le llame así. Fue creado por Yolanda Vargas Dulché, una hiha de inmigrantes españoles y escritora de novelitas rosas. Las historias "del negrito", como le llamaban los fans, eran sobrecogedoras y rayaban en la tragedia pero fueron enormemente bien recibidas por los lectores mexicanos. Memín Pingüín fue también un fenómeno de ventas en varios países sudamericanos. Aquello permitió a Vargas Dulché crear su propia empresa, llamada Editorial Vid. (Como se recuerda, en el 2005 el gobierno norteamericano rechazó una estampilla del personaje por considerar que era denigrante resaltar los rasgos negroides, caso extraño cuando en México la población afroamericana es de apenas un 1.8 por ciento, de acuerdo al Inegi).

Por supuesto en este conteo resultaría imposible omitir a las historietas románticas como Historias del Corazón, El Libro Romántico, La Novela Semanal y la hoy legendaria Lágrimas y Risas. Eran historias predecibles y que mostraban cierta decadencia en la creatividad del cómic mexicano pero mostraban que la cantidad de lectores en México era capaz de mantener a flote a varias editoriales.

A mediados de los sesenta apareció la primera historieta con claros tintes políticos, llamada Los Agachados y cuyo autor era el michoacano Eduardo del Río, mayormente conocido como Rius. Con historias entre divertidas y sarcásticas, Rius manejaba ideas de izquierda que el ese entonces el gobierno mexicano consideraba "subversivas" por lo que el boom de las historietas mexicanas ya no la pareció tan positivo como para encomendar el estímulo de le lectura a la iniciativa privada. Como golpe indirecto, Rius enfrentó problemas con sus editores por lo que Los Agachados fueron luego dibujados por "esquiroles", perdiéndose el toque que le daba su autor. Durante los siguientes años el dibujante se dedicó a publicar libros dedicados a Marx, Lenín, la revolución cubana y todos los temas imaginables.

Lo que queda fuera de toda duda es que Rius moldeó como pocos caricaturistas la ideología de miles de jóvenes mexicanos durante los años setenta o ochenta. En una entrevista, el subcomandante Marcos lo alabó abiertamente y lo consideró una de sus más grandes influencias.

Los hechos de Tlatelolco marcaron el pretexto del gobierno federal para desarmar lentamente a la industria de la historieta mexicana; la lectura se había convertido en un elemento peligroso para la estabilidad revolucionaria, es decir, de un sistema que ya comenzaba a dar muestras de caducidad. Tenía varios aliados a favor de esa encomienda: el poder adquisitivo durante los años sesenta se había fortalecido como no se había visto antes, lo que permitió que los televisores fueran más accesibles para las clases medias y bajas, que que hizo que miles de personas fueran perdiendo el interés en las novelas impresas y prefirieran verlas en la pantalla. 

Al iniciar los setenta había dos televisoras importantes en México, la TIM y Telesistema Mexicano, las cuales competían en contenidos de telenovelas aunque su línea editorial fuera oficialista. Cuando ambas empresas se fusionaron en 1973 y se concretó el monopolio televisivo se garantizaba que no habría "desvaríos" como los hubo en la industria editorial, de modo que el Estado, discretamente, enviaba a la basura a la estrategia por fomentar la lectura entre los mexicanos y optaba por un medio mucho más pasivo como la televisión. (El año en que se fusionaron las televisoras, y en extraña casualidad, la cadena García Valseca se declaró en quiebra, víctima de varios embates fiscales y de sus acreedores para ser luego adquirida por Mario Vázquez Raña, un empresario mueblero con cero conocimiento en periodismo. Por muchos años se rumoró que la compañía, rebautizada como Organización Editorial Mexicana, era en realidad propiedad del ex presidente Echeverría).

Fue a lo largo de ese sexenio cuando se agudizó la decadencia de la historieta mexicana. La Familia Burrón, del ya mencionado Gabriel Vargas mantenía un tiraje considerable en especial por la fidelidad de sus lectores, muchos de ellos de segunda generación. Aparecieron otros títulos, como Hermelinda Linda, una bruja que hacía "trabajitos! que indefectiblemente salían mal, y poco después salió Aniceto, un brujo al que siempre le fallaban sus recetas. Su calidad era bastante inferior y rayana en lo pornográfico --las mujeres solían ser dibujadas con cuerpos fenomenales, vestidos apretados y asomando su ropa interior-- lo cual recalcaba el deterioro del género. Por su parte Rius emigró a Editorial Posada donde publicó buena parte de su obra mientras que esta empresa semanalmente ponía en circulación la revista semicientífica Duda, que luego pasaría a ser absorbida por temas de extraterrestres y asuntos de metafísica.

En esos años (finales de los setenta) Televisa incursionó en el ramo editorial (ya poseía Novedades Editores, la cual publicaba más de una decena de títulos, entre ellos El Libro Vaquero y La Novela Semanal), quizá resentida por los ataques en el sentido de que buscaba "estupidizar" al país con sus programas televisivos. El primer proyecto fue Cantinflas Show, una historieta que resumía los episodios transmitidos por televisión. La otra fue Historia del Hombre, 20 tomos en forma de historieta que narraban los periodos más importantes de la humanidad. Pero pese a su contenido que fue incluso elogiado por autoridades académicas, el proyecto perdió dinero por lo que Emilio Azcárraga Milmo se olvidó de nuevas incursiones. A manera de compensación y persuadido por su asesor Miguel Sabido, Azcárraga le dio un perfil "cultural" al canal 9, algo que duró hasta 1983.

La crisis económica de 1982 dio la puntilla a la industria de la historieta, que ya no pudo sobrevivir, entre ellos el cómic Chiss, dirigido a los adolescentes capitalinos de clase media-baja y que hace algunos años quiso ser resucitado, con poco éxito. Las ventas ya eran bajas tres años después cuando ocurrió el temblor y editoriales como Novaro desaparecieron al perder su maquinaria de impresión. Los siguientes años fueron aun menos alentadores.

Hoy se dice, y con razón, que en México no hay lectores, por lo que resulta increíble repasar la historia y ver que hace algunas décadas só los había, y en enorme cantidad. "Leer es avanzar", llegó a decir el mismo Vasconcelos. Cuánta razón tenía. Y cuánto le irritaría saber que al frente de la educación y al fomento de la lectura en México tenemos a una "profesora" que habla con imperdonables pifias ortográficas.

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