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Lo que nunca le perdonaron a Jacobo Zabludovsky

Fue en su momento el periodista más poderoso de México y siguió trabajando hasta el final en los medios. Tuvo muchos puntos oscuros, pero Jacobo Zabludovsky fue un periodista del sistema político mexicano. Pero sus críticos lo detestaban por otro supuesto pecado, aún peor, en su historial

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DICIEMBRE, 2014. Odiénlo, detéstenlo, digan hasta cansarse que fue un "hombre del sistema" (¿cuántos intelectuales mexicanos, Carlos Fuentes al frente, también lo fueron y ese negro punto no les ha sido cuestionado?) y acúsenlo de haber sido un promotor de las peores artes. Lo que debe quedar en claro es que Jacobo Zabluvsky fue un periodista de su tiempo.

En retrospectiva, pareciera que dentro el periodismo mexicano en los años del totalitarismo priísta, personajes como Julio Scherer eran la norma y que Jacobo Zabludovsky hubiera sido una anomalía. Fue todo lo contrario: hubo muchos Zabludovskys que ocultaban la información, la adecuaban al gusto de la Secretaría de Gobernación --que todavía a principios de los setenta "revisaba" los contenidos en los medios escritos y electrónicos-- la manipulaban, la escondían y la moldeaban como plastilina. Eso era, en aquel entonces, ejercer el periodismo. Y quien no quisiera someterse a esa regla tacita era: a) comedido a hacerlo b) se le ofrecían sobornos disfrazados de publicidad oficial y si esto fallaba, c) se le cerraban las puertas a cualquier otro medio. Scherer y Armando Ayala Anguiano, uno en espectro de la izquierda y el otro en la derecha, mantuvieron el punto heroico de no someterse al Ordenamiento del Señor Presidente. Fueron, por tanto, excepciones dentro de lo que Carlos Monsiváis llegó a llamar "¿no alabanzas? No comes".

Jacobo Zabludovsky fue uno de los periodistas, el espectro donde estaban el 99 por ciento de sus colegas, que se alineó con tal de garantizarse un empleo y un sustento.

¿Qué es lo que no se le perdona, pues? El haber sido vocero oficial, al mismo tiempo, de un gobierno y de la televisora privada más poderosa de México.

Según los críticos, pareciera que Jacobo Zabludovsky fue el único periodista "servil" que ha habido en este país. Nadie recrimina a los editores, a los directores de los principales e influyentes diarios como El Universal (donde Zabludovsky siguió colaborando hasta el final, por cierto) que hayan callado todas las tropelías en décadas de gobiernos priístas. Asimismo, intelectuales como Salvador Novo y Carlos Fuentes, incluso Gabriel García Márquez, fueron asiduos colaboradores de 24 Horas y hasta donde sabemos nunca se les echó en cara esa trasgresión. Contraste, por supuesto, cuando Octavio Paz también se convirtió en colaborador sin tardar en denunciar a la dictadura cubana y le tundieron hasta por debajo del corrector de estilo. (¿Ya mencionamos que Paz también era amigo cercano de Emilio Azcárraga? Simples coincidencias).

Curiosamente, Zabludovsky consiguió entrevistar (y sin que ninguno de ellos le echara en cara su oficialismo) a iconos de esa izquierda lo atacaban con saña. Ahí están filmadas las entrevistas con Fidel Castro, el Ché, Josip Broz Tito, Salvador Allende et al. Sesgadas y lo que se quiera, esas entrevistas fueron aceptadas en el entendido de quién era Jacobo Zabludovsky y lo que representaba.

Años después Jacobo Zabludosvky aceptó abiertamente que sí, que escondió información durante sus años en Televisa, que optó por no sacar al aire un segmento donde un grupo de jóvenes habían ido a Televicentro a denunciar frente a las cámaras la golpiza que recibieron en el Tlatelolco. Reconoció haber sido cómplice de un sistema y de haber sobrepuesto ese interés a su oficio periodístico. Lo dijo varias veces. Pero salvo Paz, Mario Vargas Llosa y Carlos Alberto Montaner y unos pocos más, la élite progresista que atacó ferozmente a Zabludovsky nunca reconoció haberse equivocado por haber apoyado al totalitarismo soviético o aplaudido a sátrapas como Erich Honecker o Nicolae Ceaceuscu.

Si no intentamos entender que Jacobo Zabludovsky fue un periodista dentro de un sistema totalitario, entonces lo veremos como una especie de Goebbels versión mexicana. El fue solo una pieza de ese sistema, no el sistema. Como muchos otros columnistas y directores de periódicos de aquellos tiempos que se hincaron frente Estado y que hoy son venerados. La diferencia es que el patrón de ellos no se apellidaba Azcárraga. Descanse en paz.

 

 

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