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Oportunidades perdidas de una solidaridad que no progresa

Este último cuarto de siglo hemos atestiguado como los sucesivos gobiernos federales reciclan programas de asistencia social que no combaten la pobreza pero sí acarrean votos, aunque no siempre a favor del dadivoso. Poco importa que se han comprobado hasta la saciedad sus nulos efectos, seguimos encerrados en ese costoso círculo populista

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NOVIEMBRE, 2015. Aunque parezca un chascarrillo, todo gobierno que asume el poder en México tiene la obligación constitucional de abatir la pobreza. La mayoría de ellos no han cumplido con ese mandato y aunque la Nación se los ha demandado, nuestros políticos siguen sin ver ni oír a sus gobernados. Esta es la razón por la cual cada sexenio aparecen esos organismos de asistencia social (o más bien, se reciclan) los cuales consumen millones de pesos sin que los índices de pobreza parezcan amainar.

En los años del suprapriísmo, estos programas tenían cierto sentido altruista combinado con una especie de paternal mea culpa generalmente representado en las Primeras Damas que daban el banderazo de inicio de esos programas ante la prensa y luego decían supervisar, entre otras cosas, los "desayunos escolares", reparto de material escolar y despensas para las familias más necesitadas.

Un mea culpa, sin embargo, similar al de ese padre de familia abusivo y autoritario que, eso sí, reconoce que obra mal pero igualmente no hace absolutamente nada para corregir su comportamiento.

En aquellos años todavía a principios del sexenio de De la Madrid, estos programas no necesitaban manejar motivos electoreros dado que el "Invencible" ganaba "de todas todas", generalmente con carro completo. Pero cierto día de ese sexenio Baja California quedó en manos de un panista y los programas de asistencia pasaron a ser oficinas indirectas de reclutamiento electos a favor del partidazo.

Y antes que ceder la presidencia, a la que por cierto llegó muy cuestionado, Carlos Salinas abrió una nueva etapa escudado en el supuesto compromiso de eliminar la pobreza. Es ahí donde nació Solidaridad.

Nombre obviamente influido por el sindicato de Lech Walesa, Salinas, el "oportunista genial", como lo llamó Luis González de Alba, adecuó la asistencia social como poderosa herramienta con el fin de evitar que los pobres de siempre pensaran en votar por otras opciones electorales. Entres las nuevas partidas de presupuesto se incluyó la entrega de tortibonos o tortivales, luego conocidos como tortivotos.

Solidaridad dio excelentes resultados pues en las elecciones intermedias el PRI reforzó su mayoría absoluta sin que el entonces nuevo PRD pudiera hacerle mella dados los cuantiosos recursos con lo que contaba Solidaridad. Pero no se trataba de una máquina perfecta, en primer lugar porque el programa jamás disminuyó la pobreza y, segundo, en entidades donde Solidaridad erogó gigantescos recursos, como Chiapas, al PRI le brotó un movimiento armado, en parte indirectamente financiado con dinero oficial.

Luego vendría Oportunidades, ya con los gobiernos panistas, y lo mismo: derroche y más derroche consumido por dos partes, la erogación costosa en programas hoy arrumbados y olvidados (¿recuerda usted qué pasó con la Enciclomedia?) y por una burocracia, en su mayor parte perteneciente a la clase media, que absorbió sueldos, prestaciones y aguinaldos que en nada beneficiaron a los más necesitados.

El gobierno de Peña Nieto le ha seguido al feliz reciclaje y ahora el esfuerzo se llama Progresa. Y sin querer hacerle al Nostradamus, le aseguramos que al finalizar est sexenio, quienes están recibiendo esas ayudas seguirán perteneciendo al margen de pobres de este país. 

Queda claro que no es con dadivas como la gente logrará abandonar la pobreza. Usted puede darle 100 pesos diarios a la persona que pide limosna en el centro de la ciudad y le aseguramos que, un año más tarde y 36 mil pesos después, esa persona habrá subido poco o nada en su nivel de vida. En uno de sus ensayos, el nuevo premio Nóbel de Economía Angus Deaton lo deja resume así: "la asistencia económica a los más pobres debe ayudar a que éstos se levanten, pero de ellos dependerá mantenerse en pie".

Pero obviamente, cuando la gente se siente productiva, útil e independiente, deja de votar con el estómago y lo hace con el cerebro... o con quien le cante más bonito al oído. Por eso las cuantiosas cantidades que el gobierno foxista destinó al combate a la pobreza estuvieron a un pelo de darle la Presidencia a López Obrador del mismo modo que cuando estos recursos se triplicaron con Felipe Calderón se le preparó el caldo al regreso del priísmo.

La fórmula no ha cambiado nada, como tampoco se ve que esté contemplado un plan serio de combate a la pobreza que no está contaminado con aspiraciones electorales, con frecuencia fallidas. ¿A quién beneficiará esta vez el derroche de Progresa cuando llegue al momento de elegir a un nuevo presidente? Hoy lo desconocemos, pero esperamos que las despensas a partir del 2018 no incluyan sopa de pejelagarto.

 

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