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El vergonzoso Pulitzer de Walter Duranty

Hace más de ocho décadas un corresponsal norteamericano en la URSS fue reconocido por lo que luego resultó era información tergiversada. Sin embargo el periódico para el que trabajo no le ha retirado el premio. ¿Ocurriría lo mismo si Walter Duranty hubiera sido simpatizante del nazismo?

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MAYO, 2013. Nicolas Werth Jean-Louis Panné y Andrzej Paczkowski escriben en The Black Book of Communism que tras la caída del Muro de Berlín le siguió una abrumadora oleada de impunidad dado que fueron muy pocos los dictadores y los sátrapas del bloque oriental que fueron castigados o sometidos a juicio. A Erich Honecker se le permitió exiliarse en Chile donde falleció y hasta donde se le mandaba un cheque por pensión de la Alemania unificada, del mismo modo en que ninguno de los altos dirigente soviéticos fue sometido a juicios como los aplicados a los capitostes nazis al término de la segunda guerra mundial. Solamente el tirano rumano Nicolae Ceceuscu fue fusilado tras un juicio sumario cuando intentaba escapar, pero de haberlo conseguido es casi seguro que nadie lo habría molestado y habría pasado sus últimos días en una residencia al lado de un lago.

Mucho se ha discutido sobre la brutalidad de los regímenes nazi y soviético, y el porqué al primero se le aplica todo el rigor de la justicia mientras con el segundo se suele ser más condescendiente. Como ejemplo, los autores refieren que se toma como un acto heroico el que Stalin hubiera obligado a 20 millones de rusos, incluidos a niños y discapacitados, a una muerte segura en el frente --los desertores eran ultimados ipso facto-- y se considere una aberración que Hitler haya hecho lo mismo en Alemania. La inequidad histórica hacia ambos regímenes queda clara con todo y que tan brutales fueron quienes tomaban las altas decisiones en Berlín como en Moscú. Otra muestra: hace algunos años se obligó al entonces secretario general de la ONU, el austriaco Kurt Waldheim, a renunciar tras revelarse su oscuro pasado como oficial nazi, y sin embargo un encumbrado agente de la KGB llamado Vladimir Putin es hoy presidente de Rusia. (¿Y cómo olvidar que el mundo con letargo levantó un cejo de sorpresa cuando Günther Grass, un escritor claramente izquierdista, confesara haber sido parte de las juventudes hitleristas en su adolescencia?)

La URSS apenas y es tomada como mero accidente histórico. Pero no debe creerse que el encubrimiento de la realidad del llamado "paraíso socialista" es cosa reciente. A Hollywood aun no se le paga la gana de filmar películas sobre la llamada revolución del terciopelo o acerca de la desaparición del bloque oriental. ¿Pero qué tal el vendaval de películas sobre la invasión a Irak, ninguna de ellas éxito taquillero, por cierto?

En 1932 le fue otorgado el Premio Pulitzer a Walter Duranty, corresponsal de The New York Times en Moscú. La presea se le entregó por un artículo donde daba cuenta de los avances de las reformas del gobierno soviético --"Plan Quinquenal", se le llamaba entonces-- sin que en ningún momento mencionara lo que realmente ocurría, esto es, que las "reformas agrarias" habían traído una hambruna sin precedentes a provincias que hasta entonces habían experimentado cierta prosperidad e independencia alimentaria. En vez de ello, Duranty escribió luego de una visita a Ucrania: "La gente luce más saludable y feliz de lo que pudiera esperarse aunque mencionaron que en los dos años anteriores había habido algunos problemas". Más adelante, y en contraposición a una investigación del periodista inglés Robert Conquest que concluía que tan solo ese año habían muerto de hambre 10 millones de personas, Duranty escribió "no tener duda de que ya se había encontrado en la URSS la solución al problema agrario".


Algo que Duranty nunca mencionó es que las "reformas" incluían, primero, la confiscación de las tierras --obviamente las más productivas-- para ser explotadas por personas afines al régimen que nada sabían de agricultura. Al oponerse, los dueños eran acusados sumariamente de "contrarrevolucionarios" y fusilados en el acto, no solo los dueños sino junto con sus familias y sirvientes. "Una vez que los bolcheviques asesinaron al Zar y a toda la familia imperial, le tomaron gusto a esa deleznable costumbre", escribió Conquest. Asimismo Duranty "olvidó" reportar que, sin experiencia alguna para cultivarlas, las tierras es echaron a perder con los nuevos dueños y la producción se desplomó. Llegó el racionamiento y, al aumentar las protestas, éstas fueron reprimidas a tiros; en vez de aceptar el fracaso de la "reforma agraria" y cegado por un dogmatismo mortal, Stalin optó por acallar a quienes protestaban los cuales, al quedarse asilenciados, finalmente también morirían de inanición.

Mientras tanto, a miles de kilómetros de distancia, los lectores de The New York Times, a su vez sumidos en una depresión económica, veían con esperanza los reportes de Walter Duranty: ¿Que no era mejor imitar a los soviéticos, quienes parecían estar combatiendo exitosamente el hambre y las enfermedades? El Premio Pulitzer que se le concedió ayudó decisivamente a consolidar la mentira.

Hasta 1937, cuando dejó la corresponsalía del New York Times en Moscú, Duranty siguió engañando a la opinión pública norteamericana. En ninguno de sus reportes se asoma una sola línea sobre la represión, las "purgas", la activación de los gúlags y los asesinatos en masa hacia los "contrarrevolucionarios" --en realidad, gente que utilizó el derecho a defender su patrimonio-- los cuales el periodista S.J. Taylor, autor de Duranty, el Apologista de Stalin, estima que la cifra llegó a los 7 millones de personas hacia 1938.

Lo increíble es que, tras la muerte del dictador, en 1953, comenzó un proceso de "desestalinización" del cual brotaron los crímenes cometidos durante ese brutal régimen, entre ellos los millones que murieron por las hambrunas ucranianas. Pero ni The New York Times ni la organización Pulitzer retiraron a Duranty de su lista de honor. Ha habido protestas por supuesto, pero mientras el rotativo, como es su costumbre, las ignora olímpicamente, el Comité del Pulizter repondió al respecto:

"El Comité está al tanto del resurgimiento de las quejas en torno al premio otorgado a Duranty. Sin embargo, hasta la fecha, el Comité no tiene planeado revertir la decisión otorgada previamente, hecha hace setenta años en una época diferente y en circunstancias distintas", explicaba el comunicado.

Supongamos por un momento que en vez de Moscú, Duranty fuera enviado a Berlín y desde allá reportara que a los judíos se le estaba llevando a "centros de recreación" donde al visitarlos le manifestaban estar contentos y donde "pese a las dificultades, todos lucían más felices y saludables de lo que pudiera esperarse". ¿Habría defendido el Comité Pulitzer el premio otorgado a Duranty con el argumento de que se trataba de "una época diferente y en circunstancias distintas"?

En el 2006 el diario izquierdista inglés The Guardian justificó a Duranty al señalar que "se encontraba amenazado por el gobierno de Stalin" y por eso escribió lo que escribió. ¿Pero que acaso no se trataba de un corresponsal extranjero que bien pudo haber denunciado la situación a sus jefes en Nueva York? Otros más, entre ellos el fallecido Norman Mailer, escribieron que Duranty, lejos de ser un apologista de Stalin, en realidad era un "severo crítico".

No parece indicarlo el discurso que Duranty dio al recibir el Pulitzer. De acuerdo al libro de Taylor, el corresponsal señaló que "Pese a sus actuales imperfecciones, me ha dado cuenta que hay algo bueno sobre el 'sistema de planificación estatal' de los soviéticos". Más adelante refirió en su discurso que "he aprendido algo, respetar a los líderes soviéticos, en especial a Stalin, quien realmente se está convirtiendo en un gran estadista".

El Pulitzer ha sido retirado anteriormente una vez que se sabe que eran historias ficticias. Fue el caso de "Jimmy", escrito por Janet Cooke, publicado en The Washington Post y que trataba sobre la tragedia de un niño pobre en una urbe norteamericana. Une investigación obligó a Cooke a aceptar que "Jimmy" era una invención El periódico la despidió y regresó el Pulitzer. De hecho el mismo New York Times hizo lo mismo cuando se supo que Jason Blair, uno de sus reporteros, había escrito textos desde su casa en Nueva York cuando se suponía que había ido a California a reportar los efectos de la sequía y la construcción de una presa, gastándose para sí mismo los viáticos proporcionados por el matutino. Blair fue corrido de ese diario. ¿Por qué, entonces. se obstina en mantener a Duranty en su lista de honrados por el Pulitzer pese a sus evidentes mentiras?

Para colmo, el mismo Duranty confesó, años después de su regreso de la URSS, que si bien se consideraba de izquierda, "el experimento soviético ha resultado en un tremendo fracaso". Obviamente Duranty dijo eso cuando ya había muerto Stalin, por lo que puede asumirse que, sin importarle que estaba engañando a la opinión pública, en vez de ello el corresponsal optó por que se le agasajara y se le consintiera, igual que como por años lo hizo el gobierno cubano cuando invitaba a la isla a los intelectuales latinoamericanos con todos los gastos pagados para que luego difundieran maravillas sobre el castrismo.

Razón de más, como se ve, para retirarle el Pulitzer. De nuevo. ¿de haber sido porrista oficial de Adolfo Hitler, seguiría Walter Duranty saliéndose con la suya post mortem?

 

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