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ANÁLISIS, COMENTARIO Y DEMÁS

   

Internacional

 

Humala: va por usted, General Velasco

 

                                El Príncipe Fuerte

Los recientes resultados cubrirán, casi en su totalidad, a Sudamérica bajo el manto de la izquierda por lo menos el siguiente lustro. Pero antes que se festeje esta tendencia progresista, analicemos el contradictorio espectro del Príncipe Fuerte en América latina

ABRIL, 2006. Con el resultado de las recientes elecciones realizadas en el Perú, los votantes deberán seleccionar de entre dos medicinas igualmente malas. Una, la del indigenismo-marxismo de Humala Ollanta y otra, la del socialismo-populismo, de Alan García, a quien por lo visto ya se le perdonaron las pifias que llevaron a ese país a la quiebra económica a fines de los ochenta. Es como si --al igual que en ocurre en México-- buena parte de la población aún hablara con la sangre caliente por hechos ocurridos hace medio milenio y le diera mínima importancia a lo que sucedió hace apenas 20 años.

A primer vistazo los resultados son descorazonadores: ¿por qué los votantes decidieron dejar fuera a Lourdes Flores, la más sensata de los candidatos, y en su lugar tendrán un presidente que, por el lado de García, es un convencido de impulsar a la economía imprimiendo billetes a lo bestia y otro que ha manifestado varias veces su admiración por Juan Velasco, el dictador que en sólo ocho años desbancó al Perú 16 escaños entre las economías más dinámicas del mundo?

Si tratamos de contestar esa pregunta lógica y fríamente nos perderíamos horas y horas metidos en vericuetos, hasta llegar a la ineludible razón: a un sector considerable de latinoamericanos les gusta y les atrae la idea de un "Hombre Fuerte" pese a que sus gobiernos sean desastrosos, aniquilen la planta productiva y arrojen comaladas de nuevos pobres. Y si a ello le agregáramos percepciones sicológicas, veríamos un grado alarmante de masoquismo entre millones de sus habitantes. Y si nos fuéramos más allá, encontraríamos una poderosa convicción popular totalitaria de imponer ideas, algo que choca frontalmente contra la democracia.

¿Suena muy duro? Claro, pero la historia lo respalda. Los "progresistas" que celebran este "avance" de la izquierda seguramente ignoran que los "hombres fuertes" no necesariamente logran triunfos por su tendencia ideológica pues la mayoría de ellos han llegado al poder mediante golpes de Estado quienes, con la excepción de Velasco, fueron déspotas de derecha, llámense Trujillo, Perón, Pinochet o Stroessner. 

Los "hombres fuertes" --o "Príncipes Fuertes", dada la idolización que se da hacia ellos como ocurre con el "Príncipe Azul" en los cuentos de hadas-- han encontrado en esta tendencia entre buena parte del pueblo latinoamericano a que se le someta (y al mismo tiempo sienta tener un "guía") un método para llegar al poder mediante vías democráticas, esas que, paradójicamente, buena parte de la ciudadanía, y naturalmente los Chávez, los Evo Morales y los Ollantas desdeñan en la práctica.

En algún momento de la historia alguien olvidó explicarnos el sentido completo de democracia. Esta es, quizá después de "revolución", la palabra más empleada entre los políticos latinoamericanos. Nuestros legisladores tienen un concepto tan pobre de lo que significa democracia, y entre ellos analistas serios, como el mexicano Sergio Aguayo, sostienen que pertenecer a la oposición significa necesariamente "oponerse" a toda iniciativa emitida por el contrario. 

En realidad oposición significa encontrarse en el lado opuesto, pero complementario, del ejercicio democrático; los hombres somos "oposición" de las mujeres pero eso no quiere decir que nos vayamos a oponer a lo que ellas quieran o propongan (¡por supuesto que no! ¿algún varón lo haría?). Ese es precisamente el uso correcto del término: razonar iniciativas con una representación del electorado que no votó por el otro --lo cual no obligatoriamente equivale a estar en desacuerdo-- y con el fin de discutir los puntos que convengan más al grueso de la sociedad. 

Si ser oposición fuera el rechazar automáticamente todo lo que viniera del contrario, países como Canadá, Estados Unidos, Gran Bretaña, España y aun Chile jamás podrían avanzar; estarían atorados en rebatingas inútiles y estúpidas, como ocurre hoy en México.

Quizá el anterior sea un asunto semántico, pero urgente de explicar a nuestros legisladores quienes también creen --como un gran sector de la población; después de todo los diputados y senadores también salieron de ahí-- que en un país democrático la opinión de uno debe prevalecer de entre los demás, y que cualquier desacuerdo debe ser visto como "represión" o "censura". Este es un claro ejemplo de democracia pervertida y que, desafortunadamente, padecemos hoy en México y que, infortunadamente también, pudiera llevar el próximo julio a la Presidencia a otro "Príncipe Fuerte" como los que ya abundan en el Cono Sur.

                                        Lo demás, mera decoración

La idea de tener en el poder a un "Príncipe Fuerte" es aún más seductora que la situación económica. En apariencia pudiera pensarse que unas finanzas estables pudieran servir como chaleco para evitar los cantos populistas, y si hablamos de otros países fuera de nuestra esfera latinoamericana la lógica actúa en ese sentido: el mejor aliado del ex presidente Clinton durante su affaire con Mónica Lewinsky fue ser el jefe de un gobierno que tenía tras de sí una prosperidad económica que no se veía desde los años cincuenta, con lo cual las acusaciones de sus enemigos progresaron muy poco; "it's the economy, stupid", se dio como --acertada-- explicación el porqué Clinton había salido prácticamente indemne, mientras un estudiante universitario respondió "mientras la economía marche bien, por mí que tenga sexo oral hasta con un cocodrilo".

Pero en América latina las cosas son más complejas. Si el axioma de "es la economía, estúpido" funcionara acá, Lourdes Flores, con un programa económico similar al del actual presidente Alejandro Toledo, habría ganado sin dificultades. Después de todo Toledo ha conseguido algo que en el 2002 se veía impensable para el Perú, esto es, que la economía haya tenido un crecimiento del 4 por ciento del PIB en un año y que la inflación registrara un índice de 3.4 por ciento durante el 2005, que en Bolivia la estabilidad financiera haya permitido un repunte reflejado en la apertura de nuevos negocios, franquicias y un moderno mall en La Paz apenas el año pasado y que en México el gobierno lograra hace poco la proeza de presentar al pasado mes de febrero con inflación cero, algo que no de veía desde 1963.

Si la economía dominara el espectro de los votantes Morales no sería hoy presidente en Bolivia ni tampoco se consideraría a Andrés López como contendiente serio para las elecciones mexicanas del próximo julio.

El "Príncipe Fuerte" es aún más seductor que el supuesto antiimperialismo que la izquierda local celebra con la llegada de estos gobiernos "progresistas". Al igual que ocurre en Medio Oriente --región que, si la analizamos con pinzas, tiene con América Latina muchas más similitudes que las que solemos conceder-- en América latina el odio al yanqui es lo que la sicología llama sublimación, esto es, la canalización inconsciente hacia un tercero de nuestra propia frustración, un modo bastante cómodo de sacudirnos la culpa y achacársela a quien sí ha prosperado.

No es casualidad que el antiyanquismo prospere, como coinciden Jean Francois Revel y Andrés Oppenheimer, en países ecónómicamente enproblemados. Por ello en Francia, donde un ultracionalismo trasnochado se mezcló desde hace rato con el antiimperialismo tradicional, el agravamiento de la situación económica y las tensiones raciales hayan exacerbado el antiyanquismo como no se veía ahí desde los años sesenta, época en la que, coincidentemente, la economía gala se encontraba bastante deteriorada.

Una vez que la economía mejora, y con éste se diluyen las frustraciones diarias que suelen traer la inflación, el desempleo y la marginación, el antiyanquismo desaparece o se suaviza notoriamente. En Irlanda, Chile y Singapur, si bien es innegable la existencia de antiimperialistas radicales, son menos ruidosos que los venezolanos, mexicanos, bolivianos y, naturalmente, cubanos.

La bandera antiyanquista es entonces felizmente enarbolada por los gobiernos incompetentes y frecuente discurso de nuestros "Príncipes Fuertes" quienes de antemano ya tienen señalado a su villano aun antes de poner a funcionar sus engendros y menjurjes. Aparte del antiimperialismo, otros frecuentes objetivos de la frustración son los comerciantes (como vuelve a ocurrir en la Argentina de Kirchner) los empresarios e, imposible dejarlo atrás, el neoliberalismo, que no es otra cosa que la aplicación de un sistema democrático al campo económico porque, ¿acaso la democracia no permite la libre participación e intercambio de ideas? ¿Por qué nuestros intelectuales, frecuentes cajas de asombrosas contradicciones, pugnan por la libertad de ideas pero se oponen a la libertad de comercio? ¿Que ambas no son parte de un sistema democrático? 

De nuevo, porque aún no entendemos por completo el concepto de democracia y porque creemos que hace falta un "Príncipe Fuerte" que envuelva semejantes contradicciones con discursos nacionalistas, xenófobos, antiimperialistas y antineoliberalistas; la situación económica no basta para explicar el resurgimiento de tanto caudillo en nuestra región.

En el pasado, los caudillos atacaban directamente a la democracia. Hoy llegan al poder mediante la democracia para luego destruirla

La razón (y que nos lleva de vuelta al punto referido casi al principio) es que sobre la economía, los electores quieren ver decisión y entereza en un gobernante, algo que superficialmente se ve bastante atractivo. Después de todo los "Príncipes Fuertes" son una consecuencia de tener, primero, partidos políticos pusilánimes, obsesionados en mantener sus propios privilegios y cada vez más divorciados de la sociedad civil. Pero si se sugiere que este "superhombre" también combata la corrupción, se le pide que cambie radicalmente las leyes actuales o que, al menos, "meta en cintura" a los políticos rateros.

Sólo que si hoy no se ha logrado todo ello se debe, precisamente, a gobiernos que se han mantenido dentro de la ley. Dicho como ejemplo, si el presidente Fox no ha logrado más de lo que se propuso es porque, precisamente, está limitado por las leyes, en especial las del Legislativo. Dicho de otro modo, para llegar a esa condición de "hombre fuerte" Fox tendría que haber pasado por encima de esas leyes que hoy lo tienen ubicado como un "débil" ante un sector de la sociedad civil.

Algo similar ocurrió en Venezuela, donde al aplicar la ley insospechadamente se fortaleció en su papel de víctima a Hugo Chávez cuando el entonces presidente Carlos Andrés Pérez lo mandó encerrar por sublevación, acto que amerita cárcel en prácticamente todas las constituciones latinoamericanas. Algo similar ocurrió con Morales en Bolivia: el líder cocalero tuvo que pasar unos días en prisión, sometido a la ley, para transformarse en mártir. Del mismo modo, el proceso de desafuero contra Andrés López en México se apegaba estrictamente a la ley, pero hubo otra ley, la de funcionarios del Distrito Federal, que se anteponía a la federal. 

Por eso López es bien visto entre muchos mexicanos, no porque quiera regresar al país al populismo socialista de los años setenta --algo que sin duda intentará si llega al poder-- sino porque demostró tener los requerimientos para ser "Príncipe Fuerte", esto es, la capacidad de doblegar las leyes y saltárselas para conseguir sus objetivos. La paradoja mayor es que el tabasqueño ganó popularidad con algo que hizo el ex presidente Salinas, y con el mismo propósito, en 1989, cuando mandó encarcelar al líder petrolero Joaquín "La Quina" Hernández en un proceso donde se violaron, de acuerdo a expertos, al menos 10 garantías individuales. Pero la opinión pública se acogió al adagio común de que el fin justificó los medios.

Curiosamente, esta percepción del "Príncipe Fuerte" también ayudó a Vicente Fox a ganar la presidencia en el 2001, sólo que entonces el fenómeno pasó a segundo sitio pues se consideraba más importante el haber sacado al PRI del poder luego de 71 años de dominio ininterrumpido. Sin sus "puntadas" y fuerte discurso contra el PRI (al cual por lo menos dos generaciones de mexicanos consideraban "la ley"), seguramente los resultados electorales habrían cambiado bastante. Cuando Fox se sometió a "la ley" es, precisamente, cuando empezó a ser percibido como "blando".

                                         La conclusión

Al pedir "Príncipes Fuertes", los latinoamericanos no estamos exigiendo precisamente el seguimiento democrático, que quizá hemos malinterpretado a nuestra conveniencia. Por ello individuos como Chávez, al llegar al poder, lo primero que hacen es cambiar esa ley que les permitió ocupar su puesto; han utilizado los procesos democráticos para luego destruirlos sistemáticamente. Es irónico: con las reglas actuales que existen en Venezuela, y que él se encargó de redactar, Hugo Chávez jamás se habría convertido en presidente de la República.

Por supuesto que los "Príncipes Fuertes" terminan mal, para desgracia de sus gobernados, pues al exterior sus países dejan la impresión de tener, como refirió Hernando de Soto, "leyes caprichosas", factor que inhibe la inversión foránea, tan indispensable hoy si se desea un desarrollo sostenido, como bien pueden atestiguarlo Irlanda y Chile, país éste último que --no coincidentemente-- ha manejado a la democracia dentro de sus esquemas racionales, algo reflejado en su robusta vida política y ecomómica.

Al igual que los "príncipes azules" de la Cenicienta o Blanca Nieves, los finales de cuentos de hadas no existen, son meros espejismos; sólo traen más pobreza, estancamiento y resentimiento. Por el bien de América latina, ojalá un día quede claro que los "Príncipes Fuertes" son nefastos, y que su idealización es, más que el imperialismo, la razón básica de nuestro subdesarrollo.

 

 

 

 

 

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