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Escenas que nunca se repetirán...

El presidente enojón

En vez de guardar las formas, Felipe Calderón exigió a Obama que removiera a su embajador en México. Fue una muestra más de un presidente que muy seguido se altera en público, algo que no conviene al país ni a la imagen que se quiere presentar al exterior

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ABRIL, 2011. Poco antes que tomara posesión como presidente de la República, el periódico Reforma publicó un estudio que describía el comportamiento de Felipe Calderón: "Sus ideas con claras y concisas, aunque tiende a ser terriblemente indeciso", para más adelante puntualizar. "también suele alterarse con facilidad y pasar por momentos de mal humor". El diagnóstico, a cuatro años de distancia, ha sido parcialmente cierto: Calderón tomó la decisión de enfrentar al crimen organizado con resultados que hasta ahora están lejos de resultar visibles, pero también ha mostrado la veracidad del reporte, sobre todo este último año cuando Felipe Calderón no ha ocultado su ira, su desacuerdo y su irritación, lo cual equivale en política a abstenerse de guardar las formas. Y eso, como jefe de Estado, no suele ser bueno.

Hace una semanas Calderón se quejó con el presidente Barack Obama acerca del embajador Carlos Pascual, fúrico porque éste había enviado información que cuestionaba la estrategia del combate al narcotráfico del mandatario mexicano. El Departamento de Estado respondió, comprensiblemente, que Pascual se mantendría en su puesto pero el embajador se adelantó a los hechos y presentó su renuncia menos de 10 días después de la queja calderonista. Es difícil soportar la presión de ser personna non gratae en un país aun si continúa el apoyo de la nación que se representa. En todos esos días, Calderón aumentó el tono de su enojo cada vez que se refería al diplomático estadounidense aunque al final, con poco disimulado cinismo, la cancillería mexicana deseó "todo tipo de éxitos" a Pascual, como sucede cuando los empresas publican fotografías de empleados corridos de los cuales "no se reconocerá trato alguno" aunque al final les expresen "que eso no es óbice para el éxito en sus futuras actividades".

Las notas del enojo calderonista habían sido publicadas por Wikileaks, mismas que habían "balconeado" no solo a Pascual sino a todos los embajadores que Estados Unidos tiene repartidos por el mundo. Pero ninguno de ellos actuó como lo hizo el presidente mexicano. Un "cable" --en realidad mails, aunque se mantiene el lenguaje de hace tres o cuatro décadas-- cuestionaba la estabilidad mental de Cristina Kirtchner y otro prácticamente llamaba irresponsable y frívolo al primer ministro italiano Silvio Berlusconi. Pero ni uno solo de esos mandatarios acudió a Washington a exigirle a Obama a que removiera a sus funcionarios. Hay dos razones elementales en ello: La política es el arte del disimulo y el guardar las formas, una actividad donde el enojo es otra manera de mostrar debilidad. Hay otro motivo, y es que Pascual, como los demás colegas de su país diseminados por todo el mundo, simplemente estaba cumpliendo con su trabajo. Quizá Calderón cree que la labor de los diplomáticos debe limitarse a acudir a cócteles e inaugurar exposiciones.

Adicional a ello, al pedir directamente a Obama la remoción de Pascal, se estaba actuando desde la perspectiva del México totalitario priísta donde para cualquier problema se acudía a la máxima autoridad y donde se pensaba que con una orden del Señor Presidente bastaba incluso para cambiar el rumbo de los vientos. La designación o remoción de Pascal es un área que corresponde al Departamento de Estado, no al Poder Ejecutivo. Obama bien pudo hacerse el desentendido ante Calderón o bien haberle solicitado que mejor se dirigiera con Hillary Clinton, titular de esa dependencia.


Naturalmente, esta no es la primera muestra del enojo calderonista, El pasado septiembre se alteró visiblemente en una reunión cuando uno de los asistentes mencionó el término "guerra" al crimen organizado, y al tomar el micrófono, el mandatario negó haber empleado esa palabra cuando se refería al tema y retó a los medios a que lo refutaran. Al día siguiente los diarios capitalinos El Universal, Reforma, La Jornada y El Financiero reprodujeron una serie de notas pasadas donde Calderón utilizaba la palabra "guerra" incluso desde diciembre del 2007, a unas pocas semanas de arrancado su sexenio; Reforma señaló que un corresponsal de Times of London que lo entrevistó le hizo una pregunta donde usó la palabra "guerra" y Calderón, además de contestar, nunca le objetó al reportero el uso de ese término. Pero pese a las evidencias, el presidente no ha aceptado que se equivocó al acusar a los medios de poner palabras en su boca, y quizá no lo haga en lo que resta del sexenio.

Curiosamente, la "mecha corta" de Calderón no se percibió en su campaña. Cuando se celebró el último debate previo a las elecciones del 2006 y donde Andrés López arrojó la bomba de "cuñado incómodo" Calderón respondió, firme, que esas acusaciones eran falsas, aunque sin mostrar enojo e indignación por lo que claramente era una injuria, De haber perdido el control en ese momento habría sido visto como un político de piel sensible. Pero como se sabe, no es lo mismo buscar el poder que obtenerlo.

Esta "mecha corta" también puede llevar a decisiones totalitarias. Se sabe que Carmen Aristégui está lejos de ser la periodista favorita del presidente Calderón. Cuando un grupo de diputados perredistas mostraron una manta donde se leía que el presidente era un alcohólico, Aristégui editorializó la nota en su noticiero y al término de la emisión Televisa Radio la despidió "por faltar al código de ética" de la empresa. Jamás se supo en qué consistía semejante código ni cuáles puntos se habían roto. La decisión, se supo después, provenía del gobierno mexicano. ¿Acaso Calderón, fúrico por la acusación de los legisladores que lo acusaban de empínar el codo --y contra los cuales no puede hacer nada dado el fuero del que gozan-- optó por desquitarse con la periodista que nunca ha ocultado sus simpatías por López Obrador? 

Se trató de una decisión torpe: como conductora de un programa en CNN, el respaldo de esta cadena a Aristégui pesó para que se reconsiderara una decisión que dejó ver cómo un presidente perdió una oportunidad de guardarse su enojo en privado en vez de difundirlo a nivel internacional.

Por supuesto que los mandatarios anteriores también se han distinguido por sus accesos de mal humor. Uno de ellos era Carlos Salinas aunque durante su gobierno procuró que sus corajes no trascendieras más allá de su gabinete. Con sus ímpetus de gruñón, Calderón le quiere hacer competencia al presidente de Ecuador, Rafael Correa, quien también quiso ponerse a los puños hace algunos meses, desplante que por poco le cuesta la vida.

Es casi seguro que la oposición tratará de sacar de sus casillas al presidente Calderón conforme se acerquen las elecciones federales del 2012. Un presidente malhumorado y respondón no le conviene a nadie: es un pinto débil que, se verá, será aprovechado, como se dice comúnmente, bien y bonito.

 

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Fue el primer mandatario priísta que transfirió el poder federal a otro partido y alguien que entró como candidato emergente. A más de una década de haber terminado su sexenio, el balance es neutro, aunque muchas cosas buenas que hizo las deterioraron sus sucesores panistas  

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1 comentarios

juan_luis_bedoya escribe 27.04.11

Creo que los que debemos estar enojados somos los mexicanos pues este señor Calderón desató la violencia en México, lo único que nos había faltado luego de las corruptelas, la inflación y la burocracia priísta. Por eso yo estoy encabronado con Calderón pues en su campaña jamás prometió que iba a combatir al narco y eso es también mentirle al pueblo de México. Si tuviera un poquito de dignidad, que no la tiene con ese sueldazo que tiene debería largarse. este ha sido un presidente nefasto

 

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