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Y DEMÁS/Traumas inventados

Anaquel de mitos: América latina y sus venas abiertas

Aunque por décadas los latinoamericanos habíamos culpado al imperio de todas nuestras desgracias, hubo un libro que condensó el asunto y se le pegó al colectivo regional como chicle petrificado. Es hora de dejar atrás ese mito que nos tiene atragantados

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NOVIEMBRE, 2016. Hace casi medio siglo, un afamado escritor uruguayo, ya fallecido, publicó lo que era una recopilación de varias ideas suyas vertidas en decenas de conferencias para explicar "por qué" los países "ricos", es decir, "capitalistas", eran los responsables que hubiera países "pobres", es decir, aquellos empeñados en aplicar la justicia social. Naturalmente que hablamos de Eduardo Galiano, por lo demás un brillante prosista y aficionado empedernido al futbol, sobre todo de su amado Peñarol. Para su sorpresa, Las Venas Abiertas de América Latina se convirtió en un libro de altísimas ventas no solo en el área sino incluso en Estados Unidos y Europa, donde sus universidades lo adoptaron como una especie de manual de texto en sus anaqueles de estudios latinoamericanos.

La declaración por parte de Galiano pocos meses antes de su muerte en el sentido de que Las Venas "lo había escrito con una prosa aburrida y no entendía bien muchos conceptos de economía" no ha afectado, en lo mínimo, la popularidad del libraco (y Galiano, contra lo que se cree, no renegó totalmente de sus ideas: apoyaba con firmeza la "revolución bolivariana" y en una de sus últimas apariciones públicas se echó un discurso antiimperialista junto a Nicolás Maduro).

Y en contraste con El Quijote de la Mancha, un libro que todo mundo conoce pero pocos han leído, Las Venas es una edición que no hace falta leer para intuir su contenido. Lo hemos escuchado en nuestros países cientos, miles, de veces, quizá millones. Los partidos que están en la oposición, los que detentan el poder, los sindicatos, los profesores universitarios, los burócratas y aun grupos empresariales están  bien versados sobre el tema central que abordó Eduardo Galiano. A las preguntas mencionadas el párrafo anterior, el uruguayo sostenía: somos pobres porque, como un planetario salón de clases donde reina el bullying, los grandes y los poderosos saquean a los débiles y pequeños en su provecho, les arrancan sus riquezas, no les permiten avanzar, desarrollarse, explotar cabalmente sus riquezas y su potencial humano. Los ricos han creado un sistema tal, escribió, "donde unos se especializan en ganar y otros en perder".

Y en lo que hoy suena a absoluta broma de humor negro, Galiano proponía como néctar cuasimágico contra esa explotación inmisericorde ¡seguir el ejemplo cubano! En este último punto, afortunadamente, solo unos pocos ilusionados proponen hoy en nuestros países emular, bien lo ha dicho Jaime Bayly, al "gerontocastrismo" cubano, si bien en Hollywood aún se sigue creyendo en éste que ha sido de uno de los fracasos más grandes en la historia latinoamericana.

Por esas razones, Las Venas Abiertas nunca ha sido inhumado o echado al cesto como sería el caso, por ejemplo, de ediciones donde Eduardo del Río, Rius, daba porras desmedidas a la hoy extinta Alemania "Democrática". Cuando falleció Galiano, el presidente Peña Nieto incluso publicó su pésame en su cuenta de twitter: poco importa que el mandatario haya leído sus libros o no: hasta hoy, Peña Nieto no ha expresado sus condolencias por la muerte, hace unas semanas, de Luis González de Alba, uno de los ensayistas más brillantes que ha dado este país.

De hecho, el libro de Galiano estaba destinado a convertirse en éxito editorial, en primer lugar, porque su tesis de "somos pobres, la culpa es de ellos --como atinadamente se titula un capítulo del Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano-- prácticamente nos exculpa a los habitantes del Bravo para abajo de todas nuestras irresponsabilidades: nunca hicimos mal; la corrupción, las prebendas, el clientelismo, el dispendio y sus consecuencias, todo ello es culpa del imperialismo, el cual no solo saquea ventajosamente nuestros recursos sino que, de ribete, nos idiotiza con sus programas televisivos, sus ídolos falsos, sus ocurrencias como el Halloween, creadas únicamente para destruir a las tradiciones locales.

En segundo lugar, la de Galiano era una tesis bastante manida para el año que su libraco salió a la venta. Ya desde el siglo XIX, un caudillete como Antonio López de Santa Anna mandó erigirse una estatua que apuntaba amenazadoramente al norte poco después que lo gringos lo regresaron a México tras haberlo capturado, a él y a su ejército, en calzoncillos y mientras dormían. Los peronistas aún siguen culpando a Washington del desastre en que el dúo de Evita y Juan Domingo Perón sumió a un país anteriormente próspero, como la Argentina. Cuando Galiano publicó su libro, la revolución cubana llevaba 11 años achacando al imperio todos sus fracasos y, a modo de ejemplo prístino, las mismas sandeces está hoy profiriendo Nicolás Maduro ante el desastre provocado por el chavismo en Venezuela.

A nadie le gusta recibir críticas, mucho menos por ser torpe, inepto o irresponsable, de ahí que la tesis de las venas abiertas latinoamericanas siga siendo tan extendida y aceptada: Siempre alguien más será el causante de nuestras jodidencias, jamás nosotros mismos.

Solo que hay un problema. Si el capitalismo ha sido el virtual cómplice para que América latina esté sumida en la mediocridad, la corrupción y el saqueo, ¿cómo es que este sistema infame jamás ha sido aplicado en nuestros países?

Parece broma, pero no lo es. Cualquier repaso histórico deja en claro que, ni en la era colonial ni mucho menos tras la independencia, nuestros países han adoptado a fondo las políticas de libre mercado, y que cuando ha habido intentos por aplicarlas, la mano interventora del Estado ha sido predominante. Chile es uno de los pocos países donde la libre empresa ha podido prosperar, pero aun así el Estado no ha perdido, en lo mínimo, su esencia dominante.

Ni siquiera el porfiriato en México, que frecuentemente es tildado como un periodo donde la perfidia capitalista actuó a sus anchas, podría haber sido llamado capitalista. El dictador impulsó y encomendó la creación de fuentes de trabajo a los particulares, es cierto, pero con frecuencia éstos necesitaban tener los contactos adecuados con el régimen para poder entrar al mercado; si no se era compadre, amigo o familiar del burócrata porfirista que otorgaba los permisos, la posibilidad de abrir un negocio se tornaba remota, algo que hoy sucede lo mismo en Quito que en Rosario, que en Bogotá que en la ciudad de México. La diferencia de entonces como ahora es que el tamaño del Estado era mucho menor que el actual, y por tanto mucho más manejable.

Cualquier asomo a países con pobreza sempiterna, como Nicaragua, El Salvador, Nicaragua y Guatemala tampoco registra un previo boom capitalista, ni siquiera con las gorilocracias, algunas con el respaldo de Washington. Lo que hubo, eso sí, fue la presencia ventajosa de empresas hambreadores como la United Fruit pero, de nuevo, todas ellas actuaron con la complicidad de políticos locales. Y es aquí donde se detecta el punto que ya mencionaba Ian Vásquez, del Instituto Cato: los países que no estimulan la creación de empleos privados, y por ende de más riqueza, son más vulnerables al acecho del exterior. ¿Qué país depende hoy más de Estados Unidos para no hundirse, Singapur o Venezuela?

Parte del problema radica en los conceptos distorsionados que la opinión pública tiene respecto a la libre empresa, entre ellos uno muy extendido, el de que por el simple hecho que, Cuba incluida, nuestras constituciones reconozcan la existencia de la propiedad privada, ya se es un país es capitalista, visión tan ridícula como aseverar que en Cuba existe la libertad de expresión solo porque el castrismo ha liberado a algunos presos políticos.

Si entendemos por libre mercado la entrada de varios competidores a un sector productivo para abrir fuentes de empleo y promover la creación de riqueza, en el caso latinoamericano nos toparemos con una cantidad exagerada de valladares y regulaciones así como cotos de exclusividad para uno o varios empresarios o, peor aún, la administración exclusiva de algunas áreas de la economía por parte del Estado. Lo que tenemos es un mercantilismo, esto es, la colusión entre empresarios y burócratas que se benefician mutualmente, unos al disfrutar de canonjías para explotar el mercado con poca o nula competencia, y otros al crear leyes que frenan la entrada de nuevos competidores que pudieran afectar las ganancias de los primeros.

Tristemente, el mercantilismo ha seguido expandiéndose en economías que hasta no hace mucho eran consideradas capitalistas, y Estados Unidos es un claro ejemplo: a cambio de canonjías y tratos preferenciales, empresas como Google y Facebook han aplicado políticas de censura y espionaje hacia sus usuarios.

Si se supone que la ampliación de políticas de libre mercado van de la mano con la explotación y el empobrecimiento de nuestros países, ¿cómo es posible entonces que en América latina se hayan llevado a cabo tímidamente y supuestamente provocan daños devastadores, pero en latitudes donde se han aplicado más a fondo como Singapur, Corea del Sur y Australia, hayan mejorado el nivel de vida de sus habitantes?

De ser cierta la teoría de Galiano y sus adláteres, países como Venezuela, Argentina y Ecuador, cuyos gobernantes intentan o han intentado asfixiar el desarrollo de la libre empresa, serían hoy más prósperos que Chile y Panamá. Sin embargo ocurre lo contrario; el resultado, invariable, ha traído escasez, pobreza, inflación, explosión burocrática y pérdida del poder adquisitivo. Y en ese proceso no ha intervenido el imperialismo sino la incompetencia y el populismo de nuestros gobernantes.

Quizá suene a necedad recordarlo, pero qué remedio: tras salir de una espantosa guerra que dejó al país partido en dos, Corea del Sur tenía un nivel de vida ligeramente superior al de Bolivia y un poquito más debajo del de México. Medio siglo después, el PIB por habitante de ese país es de $25,976.95 dólares contra los 10,307 dólares de México y los 2.867 mil dólares de Bolivia.

Los amigos de las fantasías esparcidas por Galiano suelen hacerse tontos al comparar lo que pasó con la vecina Corea del Norte, que tras la división era igualmente pobre que el Sur. Pues bien, tras aplicar a fondo toda política que impide y mata el desarrollo de la libre empresa, Corea del Norte tiene, si nos fiamos de las cifras del Banco Mundial, un PIB de 655 dólares, esto es ¡inferior al PIB de Haití, que es de 819 dólares!

Cabe recordar que el PIB está ligado directamente a la producción de bienes y servicios de cada país, y no a sus recursos naturales, que en el caso de otras latitudes donde la libre empresa ha triunfado, como Singapur y Taiwán, son escasos o apenas existentes. Por eso el economista Paul Hayek escribió: "La principal virtud del capitalismo no es su capacidad para crear riqueza, sino su capacidad para estimular el ingenio humano".

Naturalmente, el asunto de culpar al imperialismo por nuestras desgracias busca encubrir a los verdaderos responsables: no son los empresarios ni los capitalistas los que impiden la creación de empleo con trámites inútiles, tampoco los que mandan aumentar el gasto público, los que imprimen papel moneda indiscriminadamente para financiarse, los que con decretos prohíben o restringen una actividad comercial, propiciando así el surgimiento del mercado negro, no son tampoco quienes aumentan impuestos con lo que promueven la economía subterránea. Tampoco son los empresarios los que mandan abrir cientos de miles de empleos burocráticos que nada aportan a la sociedad pero sí consumen del erario cantidades alucinantes de dinero que luego deben ser cubiertas con más alzas de precios.

En momentos que las alucinaciones de acólitos de Galiano, léase Nicolás Maduro, Oliver Stone y Bernie Sanders siguen tomando fuerza, es conveniente recalcarlo: las venas abiertas son un mito. Y mientras no las enterremos o las suturemos jamás podremos aspirar a un verdadero desarrollo.

 

 


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