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Walt Disney y su batalla contra el totalitarismo sindical

El legendario cineasta construyó su emporio dentro de un ambiente de libertad de empresa inédito en otros países. Luego llegó el embate en su contra y una serie de huelgas que le bajaron la moral. Pero al fina, Walt Disney se llevó la última sonrisa

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JULIO, 2016. Junto con Henry Ford, Walt Disney fue uno de los grandes constructores del siglo XX norteamericano, el primero en la industria del automóvil y en segundo en la del entretenimiento. Antes de la incursión de Disney, los cortometrajes animados habían sido más una curiosidad empleaba para llenar el tiempo en los cines. Disney vio en este formato la posibilidad de adaptarlo en una cinta de larga duración (nótese, por ejemplo, cómo la Warner Brothers siguió apegada a los cortos animados de seis minutos). Disney también creó a un personaje emblemático al que le dio voz en momentos que se pensaba que con el cine mudo la industria había alcanzado su clímax.

Asimismo Walt Disney dio un impulso inusitado a los musicales, a las películas en color, al marketing y al rescate de los cuentos de los hermanos Grimm que en Europa ya llevaban tiempo olvidados. A muchos puristas no les parecerán esas adaptaciones, pero lo cierto es que todas ellas resucitaron la memoria de sus creadores. 

De ribete y ya multimillonario, Walt Disney creó el primer parque de diversiones del mundo dedicado a su obra. Muchas cosas que pensamos siempre han existido, eran rarezas o desconocidas antes que Walt Disney revolucionara la industria del cine norteamericano.

Y al igual que Ford, a Disney le han sobrado detractores. En el caso del magnate del automóvil, la acusación central se centra en su reprobable antisemitismo, del cual él mismo se retractó más tarde. En lo que toca a Walt Disney, pese a haber filmado varios cortos animados antinazis y de apoyo a las tropas norteamericanas, La razón era muy sencilla: al igual que Ford, Disney tuvo varios enfrentamientos con el presidente Franklin D. Roosevelt cuando éste logró aprobar una enmienda que obligaba a las empresas a la sindicalización de sus empleados.

Hasta entonces el conglomerado del llamado cariñosamente por su empleados "tío Walt" se había manejado como una empresa familiar. Solía jugar beisbol con todos ellos, ya fueran caricaturistas o intendentes. "Para sus trabajadores, él era más que el jefe, era un amigo", escribe Jonathan V. Last, de la revista Weekly Standard.

Disney escuchó que Ford solía ofrecer "premios por productividad" en efectivo a sus trabajadores y decidió hacer lo mismo. Como resultado, sus empleados se identificaron tanto con la empresa que solían rechazar ofertas de otros estudios. De 1930 a 1940, mientras el país se levantaba lentamente de la Gran Depresión, la empresa del "tío Walt" se manejó con números negros y tenía altísimos niveles de productividad. Sin embargo Disney había cometido un error al otorgarse en exclusiva la hechura de las películas sin darle crédito a quienes habían colaborado con ideas. Otro error fue confiar totalmente en dos proyectos altamente ambiciosos como Pinocho y Fantasía, ambas realizadas en 1940. Tras el descomunal éxito de Blanca Nieves, el tío Walt obtuvo una elevada línea de crédito que no pudo saldar cuando esas dos películas estuvieron lejos de recaudar lo esperado. Para colmo, la segunda guerra mundial le cerró el mercado europeo, que le estaba dando muchas más ganancias que el norteamericano.

En 1938 se creó el Gremio de Animadores el cual obligó a los estudios como MGM y Warner a aceptarlo en sus contratos colectivos. Disney fue receloso del gremio desde un principio y pensaba que representaba una filtración izquierdista la cual consideraba contraria al espíritu norteamericano. Pronto llegó la presión a las puertas del emporio Disney a través de Art Babbit --entre sus creaciones estaban la madrastra de Blancanieves, Tribilín y Geppeto-- quien organizó varias protestas para exigir mejoras salariales. Cuando Disney despidió a Babbit junto a otros 18 trabajadores, estalló la huelga en los estudios Disney.

Harto de lidiar con ellos, Disney cedió a la exigencia del gobierno norteamericano para intervenir en el conflicto y se fue de viaje a Sudamérica. A regresar, vio que su hermano Roy Disney había logrado un acuerdo que otorgaba a los empleados la sindicalización, la implantación del salario mínimo y la garantía de que no habría represalias contra los huelguistas. Sin embargo la confianza entre empresa y empleados se había perdido.

En los primeros años Disney solía prestar dinero a sus trabajadores con la mera garantía de un apretón de manos y rara vez le quedaban mal. Tras la entrada del sindicato los préstamos solo eran otorgados tras una serie de trámites y con altas tasas de interés. Se implantó el reloj checador y la administración de los permisos para ausentarse (antes se concedían sin mayor problema cuando el trabajo era poco) se dejó en manos del gremio. "El trabajar en Disney dejó de ser un placer para sus empleados y se convirtió en un simple empleo", refiere Last, "ahí acabó mucha de la magia que los estudios Walt Disney habían creado".

Ciertamente la llegada de los sindicatos era necesaria para corregir algunas injusticias laborales que se estaban cometiendo en la industria, pero también establecieron una línea que marcaba a la compañía y sus trabajadores como enemigos de clase. Para Disney aquello representaba una muestra de "totalitarismo procomunista" y actuó en consecuencia. Pensó cumplir su deber patriótico cuando "dio nombres", entre ellos el de su ex empleado Art Babbit acusándolos de ser "simpatizantes marxistas", pero para la prensa resultó que el traidor era él. "La sindicalización forzada no solo está limitando la creatividad de nuestros empleados sino también es una manera de infiltrar a Hollywood con ideas ajenas a su esencia", dijo Disney.

Como desquite, la prensa publicó que "el tío Walt" había colaborado secretamente con el FBI como "soplón" para detectar comunistas durante la ya trillada "cacería de brujas" del macartismo, sospechas que se daban por su amistad con Edgar Hoover, el director del FBI y furibundo anticomunista. Años después ese organismo desclasificó sus documentos y, efectivamente, revelaban la colaboración del legendario cineasta. Sin embargo, no dejaba de ser curioso cómo la prensa se escandalizara con esa cooperación y no viera nada de objetable que varios guionistas estuvieran colaborando, incluso a sueldo, de la KGB, una organización extranjera.

Disney había aprendido una lección: en adelante dejaría de apostar todos los huevos de una sola canasta por lo que decidió diversificarse sobre todo ante el temor, apunta Last, "de que un gobierno futuro quiera algún día apropiarse de los estudios". Adquirió un centenar de hectáreas donde había manzanares en Anaheim, un suburbio de Los Ángeles y construyó el parque de diversiones Disneylandia el cual fue inaugurado en 1957. Su éxito fue inmediato y en menos de dos años la inversión se había recuperado.

Disneylandia también simbolizó una revancha de Walt Disney contra los enemigos que lo habían retado en los años 40: dirigientes comunistas como Josip Broz Tito, Nicolae Ceaceuscu, las familias de Nikita Kruschev y Leonid Brezhnev, así como diversos dirigentes socialistas de la talla de Nehru de India, Nasser de Egipto y Willy Brandt de Alemania, han pagado boleto para entrar a Disneylandia.

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