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A seis décadas que 1984 inmortalizó a George Orwell

Cuando sentía que su fin físico estaba cerca, este escritor inglés aportó una obra que retrató, con singularidad, lo que existía dentro del paraíso obrero soviético. 60 años después de haber aparecido 1984 muchos de sus temores, en sentido literal, ya no existen, aunque persisten dentro de otros nombres, entre ellos la etiqueta políticamente correcta

JUNIO, 2009. Encerrado en una solitaria casa al lado de la campiña escocesa, George Orwell pasó alrededor de tres meses tecleando furiosamente en su máquina de escribir hasta completar alrededor de 350 cuartillas a las que después agregó y editó pasajes. No había sido un proceso fácil pues sufría de fuertes accesos de tos y dolor en las articulaciones, al punto que cualquier pudiera pensar que las torturas inflingidas a Winston Smith, el protagonista de su novela, eran las suyas propias.

A fines de abril de 1949 Orwell entregó la obra a su editor. Su título eran solamente cuatro números que predecían una novela futurista, Y en cierto modo lo era aunque también pertenecía a ese presente, con una Unión Soviética fortalecida tras la Segunda Guerra, un Stalin imparable y el sentimiento de que la amenaza totalitaria aún persistía pese a la derrota del nazismo. El editor de Orwell dudaba que una novela así fuera a venderse y sin embargo aceptó publicarla. La primera edición de 1984 apareció en Gran Bretaña el 10 de junio de aquel año.

Al principio las ventas fueron escasas. Animal Farm, su libro anterior, por lo menos había sido comentado en los círculos literarios, la mayoría de las veces con animadversión por quienes consideraban se trataba de "propaganda antisoviética", algo que irónicamente Orwell nunca negó. En cambio, en tres meses 1984 apenas y figuraba en los estantes y sus regalías eran ínfimas. El escritor se deprimió aún más, lo que contribuiría a empeorar su salud hasta que falleció menos de seis meses después de publicada su novela.

Todo cambió con la muerte del dictador de Georgia, en 1953. Decenas de ediciones habían entrado de contrabando al bloque soviético y después se hicieron copias ilegales en mimeógrafo. Cuando se supo la verdad de aquél régimen de terror Orwell quedó reivindicado pues su novela retrataba, con exactitud espeluznante, lo que era vivir en un país donde el Estado tenía no sólo el control económico sino el mental y aun el sentimental de la sociedad. Más increíble aún era saber que Orwell jamás había estado en una nación comunista y sin embargo, como dijo alguna vez Solhenytzin, Premio Nobel de Literatura 1970, "conocía lo más recóndito del alma soviética, sus intenciones, su maldad, su enfermizo poder".

Pero si la disidencia dentro del bloque oriental celebraba 1984, la intelligentsia de Occidente veía con desdén la novela, la cual que había convertido en best-seller en varios países y pasaba a ser un jugoso legado económico para la familia de Orwell. Invariablemente, los críticos literarios la veían como una obra carente de valor; Sartre la llamó "basura", al igual que Norman Mailer mientras que Pablo Neruda se refirió a ella como "literatura fantástica". Hubo incluso quien quiso minimizar las referencias al autoritarismo soviético al afirmar que las telepantallas eran algo que no existía en Rusia, como si la KGB también fuera mero invento. 

La indignada reacción de la izquierda indicaba cómo Orwell había dado en el clavo: se le acusó de "derechista" cuando éste siempre se consideró socialista y afirmaba que sus críticas se debían "no a las ideas mismas sino a su ejecución" y agregaba que esos ideales habían sido abiertamente traicionados por Moscú. Sin embargo, y de acuerdo a una biografía que Christopher Hitchens escribió sobre Orwell, "en los últimos meses de su vida aceptó que la consecución de ese mundo justo por el que siempre luchó se veía más factible en un mundo donde existía la propiedad privada que en otro dónde ésta había sido abolida".

Predeciblemente, a Hollywood nunca interesó llevar al cine 1984. La consideraba "muy europea" y sin embargo filmó decenas de películas con temas "muy europeos" como la segunda guerra mundial, la guerra civil española y el bombardeo nazi a Londres, entre otras. El único proyecto fílmico serio de 1984 se llevó, precisamente, cuando ese año se convirtió en realidad, una cinta británica estelarizada por Daniel Day Lewis. Aun así los productores se cuidaron en quitarle toda intención antisoviética y apuntaron que la idea apuntaba más "a una Inglaterra futura donde el fascismo toma control de nuestras ideas y nuestras mentes", y donde el Hermano Mayor, al que Orwell describe como un personaje "bigotudo", aparece con un mostacho más que sospechosamente cortado a la usanza de Adolfo Hitler. (Justo es decir, por otro lado, que otros intentos de filmar 1984 se frustraron debido a la negativa de la viuda de Orwell a vender los derechos pues consideraba que su valor literario sería "vulgarizado" al pasar a la pantalla).

El cinismo y la burla hacia 1984 no han cesado desde el éxito post mortem de Orwell. En 1989, cuando se celebraban los 30 años de su primera edición, y que coincidieron con al caída del Muro de Berlín en inexplicable coincidencia de fechas, se consideró que el vaticinio "había fracasado" cuando la URSS vivía ya sus últimos meses de vida, cuando lo que en verdad había fracasado era ese sistema totalitario, corrupto y derrotado por su propia ineficiencia; contrario a semejante argumento absurdo, en forma póstuma Orwell había contribuido con su granito de ideas para que esa realidad no se produjera en el mundo occidental que por entonces admiraba a los capitostes del Kremlin.

La idea de que 1984 perdió su atractivo al morir la URSS suena coherente, aunque no tanto si recordamos cómo Orwell nos advertía contra todo autoritarismo. Cuando habla de la contradictoria relación entre Eurasia y Oceanía es fácil suponer que uno de esos bloques es el nazismo, con el cual Stalin firmó un pacto de no agresión en 1937. En el mundo de 1984 ya no hay escapatoria posible, todos han sido consumidos por varios entes que, al final, representan lo mismo; asumir que el disidente Goldstein representa la salida a la pesadilla orwelliana no deja de ser una quimera, y aun una trampa, como ocurre con Winston Smith, el protagonista, que cae en ella.

Las semillas de ese totalitarismo podrían ser fácilmente detectadas por Orwell si viviera hoy: la Policía del Pensamiento tiene su versión real en el lineamiento políticamente correcto que ya nos ha impuesto un código de lo que debe decirse o cuándo no, o hacia quien sí es válido hacerlo. La obsesión de nuestros gobiernos por limitar la libertad de elección o incluso atentar contra ella no fue un factor atenuado tras la caída del Muro berlinés como tampoco lo es la idea, que Orwell deja clara en 1984, de cómo estamos dispuestos a dejar que se nos arrebate la capacidad de elegir ante la promesa de un Estado que resuelva nuestros problemas.

Seis décadas después que 1984 inmortalizara la memoria de George Orwell conviene formularnos esas preguntas. Aún pululan en nuestro mundo varios aspirantes a Hermano Mayor.


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1 comentarios

guardado_esquivel escribe 16.06.09

george orwell fue un genio incomprendido de su tiempo al igual que su obra ojala que se leyera más en estos tiempos donde vemos como resurge el populismo hasta por debajo de las alcantarillas

 

 

 

 

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