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Cuadro de texto: Política Fixión
Las decisiones más surrealistas e incoherentes de quienes mueven los hilos de la política pública, los deportes, los espectáculos, la cultura, la religión y hasta la ciencia de México y el mundo están en Política Fixión.  

Cuadro de texto:

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Cerebro

Ensayo

Dónde diablos quedó el Señor Presidente

El presidencialismo mexicano

por Hugo Salvatierra Arreguín

CeReBrO eNsAyOs CeReBrO eNsAyOs CeReBrO eNsAyOs CeReBrO eNsAyOs CeReBrO eNsAyOs

 

Durante más de 70 años, México estuvo gobernado por un partido oficial que tenía por eje o como punta de la pirámide al Ejecutivo, alrededor de quien se movían todos los hilos de la administración en turno. Con el tiempo el régimen presidencialista hizo que esta figura tomara dimensiones extraconstitucionales, e incluso un tanto divinas, pues el pueblo veía al mandatario como un ser omnipotente capaz de resolver cualquier problema.

Ante este hecho, la política tomaba el rumbo que decidía el mandatario, quien por cierto era el máximo dirigente moral del Partido Revolucionario Institucional (PRI). A pesar de este gran poderío, los gobernantes mexicanos provenientes de este sistema respetaron la no reelección, y como un hecho insólito, jamás optaron por implantar una dictadura.

Gracias a su investidura, con el paso del tiempo, el Ejecutivo devino en un ser lejano al individuo común y corriente, además de que su persona adquirió un carácter mítico, pues gracias a su omnipotencia y a las consecuencias de sus decisiones de él dependía en gran medida lo que sucediera al país, y por lo tanto a cada habitante.

Poseía las características de un todopoderoso, un erudito y un hombre capaz de hacer favores o modificar las circunstancias que vivía la nación, por esta razón la Presidencia se afianzó en un cargo sujeto a una sacralización, al que el pueblo debía rendir pleitesía y adoración, como producto de las tantas reglas no escritas del sistema.

Un ejemplo de las adulaciones está en una crónica que Vicente Leñero escribió con motivo de un mitin de recepción organizado al Presidente Luis Echeverría:

"Se pasa de cariñoso el locutor. Está sobrado leyendo salmos que seguramente le escribieron organizadores febriles que también se fueron de más en lo que a subrayar la trascendencia del viaje presidencial se refiere. ¡Ah caray, la de cosas que está diciendo el locutor sobre el señor Presidente!"

El periodista comenta que el hombre califica al mandatario como "Auténtico líder", "Revolucionario nacionalista", "Dirigente del tercer mundo", "Trabajador de la Paz", "Abanderado de la libertad de los pueblos del mundo" y "Patriota tercermundista".

Leñero continúa: "Otra vez abanderado de la República Mexicana, y otra vez todo lo que ya dijo, y aún más, con más retórica y más ganas de meterle entusiasmo al asunto para que se sienta, pero de veras, que esto sí que es escribir historia y que nunca antes, como hoy, habíamos tenido un paladín de la libertad de esta talla, que ha permitido a México, en este viaje —eso dice Martínez Carpintero, que conste—, 'exportar al mundo libertad, exportar justicia, exportar paz'".

El mandatario no actuaba como el "Siervo de la Nación" que obedecía la voluntad del pueblo, en cambio, era quien dictaba las órdenes, mismas que los demás funcionarios obedecían sin cuestionamientos. Pero su omnipotencia no era total, ya que sus actos y decisiones dependían tanto de las tradiciones históricas del país, como del contexto histórico del momento.

Un ser institucional

Dentro de la estructura política existía una alianza institucional entre diversos grupos, por lo que el presidente contaba con facultades extraordinarias y permanentes, las cuales lo hacían fungir como un árbitro supremo, poseedor de la responsabilidad de lidiar y acordar con las distintas corrientes y fuerzas.

En cierta forma, gracias a la no reelección, la supremacía del gobernante pertenecía al cargo y no a la persona. A causa de este hecho, el culto de las masas no fue cimentado en el individuo, sino en la investidura que éste representaba. De esta manera adquirió un carácter institucional.

Existía un fenómeno, en el que de la noche a la mañana, quien había sido el hombre más poderoso del país, tras dejar su cargo pasaba a ser uno más entre los millones de habitantes, guardando las proporciones, claro. Esto, debido al apoyo inmediato que los sindicatos, agrupaciones campesinas y populares, y el Ejército brindaban a quien como parte de un nuevo ciclo ocupaba la silla presidencial.

El mito prehispánico

El pensador mexicano Octavio Paz concluye que los españoles se fascinaron con la cultura del pueblo dominante del mundo prehispánico, a tal grado, que Hernán Cortés decidió fundar su ciudad sobre los restos del México-Tenochtitlan. Ante esto, el conquistador actuó como el heredero y sucesor del imperio azteca.

Supremacías como éstas han aparecido varias veces dentro de nuestra historia: Tal es el caso del mito de Quetzalcóatl, que obedece a la legitimación del poder —la obsesión de los aztecas—; la lucha de los criollos que buscaban gobernar a la Nueva España; y el mismo PRI, partido oficial que estuvo a la cabeza de la administración mexicana durante más de siete décadas consecutivas.

El Ejecutivo, sumo sacerdote, depositario de la verdad absoluta y piedra angular de las instituciones, devino en el heredero de Huitzilopostli, y en palabras de Francisco G. Piñón, quien llevaba esta investidura cumplía un ciclo similar al del dios prehispánico: "nace (en la burocracia política, sobre todo), combate (en la sucesión y en sus tres primeros años de gobierno) y muere (ya antes de que termine su periodo, para ser enterrado al terminar".

El régimen presidencialista surgió como un antídoto contra el caudillismo posrevolucionario, creador de un sin fin de luchas alrededor de la silla presidencial. Bajo estos lineamientos fue posible que la autoridad del mandatario no correspondiera a su portador en turno, sino al cargo, en este caso el de "El Señor Presidente".

Quien portaba esta investidura debía ser tratado de una manera diferente y distintiva, respetuosa, y en muchos casos, con servilismo. Jorge Carpizo anota que tras el nombramiento, "amigos cercanos al presidente, cambian el habitual 'tú' por el 'usted', y es que todo se modifica con respecto a quien ocupa la presidencia".

Por cierto, es preciso acotar que la fortaleza de un Ejecutivo como el que por más de 70 años gobernó a México, en gran medida obedece a países que no atraviesan por una situación de estabilidad y bonanza total. A esto hay que añadirle que detrás de la devoción por el mandatario había un pueblo paternalista que buscaba el cobijo de una familia, el núcleo por excelencia de la sociedad mexicana, en donde los habitantes reciben valores, creencias culturales y religiosos, así como elementos determinantes de lo bueno y lo malo, simbolismos que fueron transferidos al "Señor Presidente".
Los días del génesis

La Carta Magna de 1824 dio origen al sistema presidencialista mexicano. Resulta necesario mencionar que este conjunto de leyes estuvo inspirado en las constituciones estadounidense de 1787 y la española de 1812.

Durante la primera mitad del siglo XIX, México adoleció de un mandatario capaz de fungir como factor de unión, para así poder combatir la ingobernabilidad. No fue sino hasta el régimen de Benito Juárez cuando el máximo gobernante contó con facultades extraordinarias para afrontar las situaciones de contingencia. Sebastián Lerdo de Tejada gozó de las mismas concesiones.

Mediante el régimen del General Porfirio Díaz, a finales del siglo XIX y principios del XX, el dictador, gracias a su liderazgo y personalidad, tuvo la fuerza necesaria para imponer el peso de su figura y convertirla en el eje del sistema político. En esta etapa predominó un Estado autoritario en donde sólo la clase dominante tenía privilegios; este estrato social estaba constituido por una oligarquía terrateniente e improductiva, que consideraba al pueblo como una masa sin capacidad de decisión propia.

De caudillo a gobernante

A raíz de la Revolución y sus efervescencias políticas y armadas, México vivió un período de inestabilidad social que surgió de manera paralela a la remoción del dictador. Con la usurpación del poder efectuada por Victoriano Huerta, y las muertes de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez se pensó que la única solución para acabar con el sistema de Díaz y las pugnas suscitadas por su caída era la alianza con los campesinos y el proletariado, sin embargo este sueño no tuvo éxito y de nueva cuenta surgieron nuevas disputas entre los caudillos.

Ante la ineficiencia para unir al país, ningún presidente pudo gobernar durante más de cuatro años consecutivos. Tras las peleas surgió la Constitución de 1917, documento que aglomeró demandas de obreros y campesinos.

El ilimitado poder del Ejecutivo provenía en gran parte de las facultades que el Congreso Constituyente de 1917 le brindó al mandatario. Gracias a esto pudo realizar funciones como el libre nombramiento de secretarios de Estado, procuradores de justicia de la República y del Distrito Federal, ministros de la Suprema Corte de Justicia, altos mandos de la Armada y jerarcas del Ejército.

Después de la muerte de Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, quien gobernó de 1924 a 1928, en 1929 creó el Partido Nacional Revolucionario (PNR), antecedente del PRI, con la finalidad de agrupar a todos los caudillos y líderes, y así terminar con las luchas armadas. Con este método, las fuerzas políticas marcharon en una misma dirección, para de este modo asegurar la continuidad gubernamental; sin embargo, con estas medidas inició lo que a la postre terminaría como una dictadura institucional que duró hasta el año 2000.

Calles pudo acumular en su persona un gran poder, pues su partido le sirvió como un bastión que lo ayudó a mantener el gobierno, e incluso, establecer una influencia sobre los tres siguientes presidentes: Emilio Portes Gil —1928 a 1930—, Pascual Ortiz Rubio —1930 a 1932— y Abelardo L. Rodríguez —1932 a 1934.

El Tata, protector de masas

La primera ocasión en la que existió una ruptura entre el mandatario entrante y el de una administración pasado ocurrió en abril de 1936, cuando Lázaro Cárdenas del Río, quien gobernó de 1934 a 1940, expulsó del país a Plutarco Elías Calles. El general se dio a la tarea de limpiar el Gobierno de callistas; por este motivo, gobernadores, diputados, senadores, militares y dirigentes del PNR tuvieron que dejar sus cargos. Por cierto, esta depuración ocurrió fuera de la legalidad.

En 1938, el Ejecutivo cambió el nombre y estructura a la institución política que lo llevó al cargo. El nuevo Partido de la Revolución Mexicana (PRM) adquirió tintes más populistas, puesto que aglomeró una basta base social integrada por cuatro sectores: campesino, obrero, popular y militar, quienes fueron serviles a la política dictada por Cárdenas.

Su carácter de luchador social y crítico de las fuerzas reaccionarias, dentro y fuera del país, provocó que la gente le entregara su simpatía a la usanza de los viejos caudillos de la Revolución. Esta situación contribuyó al fortalecimiento y prestigio de la Presidencia.

Después de este momento, jamás un mandatario volvió a compartir el gobierno, como había sucedido en los tres mandatos anteriores. Así, el máximo cargo del país se afianzó como la cúspide de la pirámide política y administrativa de la Nación, sin alguien que tuviera mayor influencia. A partir de este instante el Ejecutivo, como una institución, tuvo en sus manos el poder absoluto.

Durante el período de Manuel Ávila Camacho, el PRM cambió de nombre por el de Partido Revolucionario Institucional (PRI), agrupación mediante la que el presidente podía hacer su voluntad. El partido oficial jamás fue un factor de crítica hacia las acciones de los mandatarios emanados de él, al contrario, manifestó su apoyo incondicional a las órdenes y medidas tomadas por el gobernante en turno.

El Ejecutivo proveniente del PRI tenía que ser un hombre perteneciente a la familia revolucionaria, al menos en un carácter superficial, pues en realidad las administraciones no gobernaban bajo los ideales de aquella lucha armada, por lo que esta filosofía únicamente fue empleada como un elemento del discurso.

¿Omnipotente o impotente?

A través de los más de 70 años de hegemonía priísta, la Presidencia y la investidura que la representaba sufrieron cambios sustanciales, al igual que la sociedad mexicana, que afrontó períodos autoritarios como el de Gustavo Díaz Ordaz, en el que ocurrió la Matanza de Tlatelolco aquel 2 de octubre de 1968, o la administración de Luis Echeverría Álvarez, época de guerrillas.

De igual manera, el país sobrevivió a las crisis de los ochentas bajo el mandato de Miguel de la Madrid Hurtado, al espejismo de bonanza de Carlos Salinas de Gortari y a la devaluación afrontada por Ernesto Zedillo Ponce de León.

Jesús Silva-Herzog Márquez concluye que "ese presidencialismo incontrastable se fue disolviendo por el desgaste de las tres columnas que lo levantaban. El partido del presidente dejó de seguirlo ciegamente y, sobre todo, dejó de alojar todo el país político. Las oposiciones dejaron de ser testimonios en los márgenes de la política para asumir responsabilidades de gobierno".

Durante este tiempo, el Ejecutivo y su simbolismo sufrieron los estragos del desgaste, hasta que en el último sexenio priísta, Ernesto Zedillo decidió mantenerse al margen de los procesos electorales y por ende del partido oficial, razón que lo sujetó a fuertes críticas por parte de los principales dirigentes del PRI.

Hoy, con la llegada de un gobernante proveniente de una agrupación distinta, el Partido Acción Nacional (PAN), el presidencialismo vive un proceso de reestructuración, pues ya no goza de la pleitesía del Congreso de la Unión, ni de los gobernadores, e incluso de los diputados y senadores de su propio partido.

Pese a la transición política de esta figura es innegable que las miradas de los mexicanos todavía están fijas en lo que haga o deje de hacer el presidente. Incluso, la oposición le exige que de la noche a la mañana, como por arte de magia, cambie la situación del país, tal y como había sucedido en los años mozos del priismo. Pero hay que recordar que ese mandatario todo poderoso de antaño ya no existe, como consecuencia del considerable avance que la Nación ha tenido en términos de democracia.

Dentro de este marco histórico se necesita que los diversos actores de la política asuman con responsabilidad su papel, sin exigir al Ejecutivo que como un ser omnipotente, sin ayuda alguna, transforme la situación del país, pues en los tiempos modernos y en una sociedad equilibrada, la responsabilidad es de todos: gobernadores, diputados, presidentes municipales, senadores, funcionarios menores, empresarios, jueces de la Suprema Corte de Justicia, y población en general.

Desde la perspectiva de Jesús Silva-Herzog Márquez, "del presidente omnipotente hemos pasado a un presidente, si no impotente, sin duda, endeble e ineficaz. Aclaro: no hablo del actual titular [Vicente Fox], sino de una institución que ha perdido instrumentos de decisión".

Así, hoy en día el presidencialismo hegemónico está sepultado en los recuerdos de la unilateralidad, por lo que la figura del Ejecutivo vive una etapa de transición y búsqueda que se dirige hacia un presidencialismo democrático, capaz de solucionar los problemas vía un consenso racional.

Sin embargo, para que esto ocurra requerimos de actores políticos abiertos al diálogo, pero sobre todo de un presidente que con poderes limitados pueda llevar a la Nación hacia esa bonanza económica que cada día está más lejos de la vida del mexicano.

Abril 2003

*Fragmento

 
 

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Cerebro

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Lágrimas de maguey

La sombra del auge pulquero

por Conny Aguirre Zaragoza y Hugo Salvatierra Arreguín

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En tiempos ancestrales fue el alimento de los dioses, luego el néctar que el pueblo consumía en las fiesta, y durante su época de oro, uno de los bastiones de la economía mexicana; pero hoy, ante el desprecio de los consumidores de bebidas alcohólicas, la venta del pulque está a punto de desaparecer.

Pese al desolador panorama hay quienes hoy en día, con la ayuda de la tecnología, intentan resucitarlo; y prueba de ello es que se ha dado un giro total a su industrialización, como sucede en la Hacienda de San Bartolomé del Monte, Apan, en el Estado de Hidalgo, donde el también llamado Tlapehue se envasa en vistosos y llamativos six packs de aluminio.

Estas modernas latas plateadas, parecidas a las que contienen cerveza, vodka con naranja y tequila con refresco de toronja, permiten que el pulque se conserve en buen estado durante muchos años, sin que sufra los estragos de la descomposición, con lo que su manejo y venta se vuelven más seguros y eficaces.

En contraste, la modernidad no ha llegado a todos lados, como ocurre a los pies del Iztlazíhuatl, en donde sacan el aguamiel —líquido que brota de los magueyes—, como si este privilegio fuera una ofrenda que "La Mujer Dormida" —el volcán— hubiera querido dar a los antiguos dioses prehispánicos.

Cuando la noche aún no se despide, José Cristóbal Aguilar camina entre la obscuridad, sin miedo a que los magueyes, que conoce desde niño, lo arañen. A cuestas lleva todos sus instrumentos de trabajo: un acocote, hecho de cuerno de buey terminado en fibra de vidrio, y una cuchara para raspar los adentros de la planta, para así extraer la materia prima del pulque.

Narra que la tarea es dura, ya que es necesario madrugar: "Yo de aquí me levanto a las cuatro de la mañana, para estar ahí a las cinco, y regresar a casa a las siete de la mañana. En la tarde también otra vuelta lo mismo".

Esta es la rutina diaria, ya que de lo contrario "si los dejamos de raspar un día, dejan de dar, y para que vuelvan a dar como antes, pasan unos 15 días".

El aguamiel se extrae mediante un acocote de plástico —que hace las funciones de un popote—, pero antes, los viejos utilizaban un instrumento compuesto por una calabaza seca, hueca, grande y alargada, que tenía un orificio en ambos extremos.

En el pueblo de Tlalpizahua, Estado de México, este oficio se transmite a través de las generaciones, por lo que es aprendido poco a poco conforme los niños crecen, narra la señora Guadalupe López, mujer que en su piel partida lleva las huellas que sólo el trabajo del campo puede dejar.

Néctar de dioses

La historia de este líquido viscoso se remonta a la época prehispánica, ya que uno de tantos relatos cuenta que el descubridor de la embriaguez producida por la fermentación del aguamiel fue el tlacuache, animal considerado como el primer borracho.

En este tiempo, únicamente los nobles podían ingerir la bebida, debido a que era algo sagrado, razón por la que quienes osaban tomarla sin permiso, en ocasiones pagaban hasta con sus vidas.

El pulque se saboreaba en fiestas, y quienes lo servían y fabricaban, tenían que abstenerse de las mujeres, ya que la presencia de una de ellas, según las creencias, podía hacer que se agriara o se amasara el líquido.

Los mitos aztecas narran que en una ocasión, el nigromántico Titlacuán llevó a Quetzalcóatl una medicina. El sabor le gustó tanto al dios, que bebió hasta emborracharse. Bajo los efectos del líquido, conocido como teómetl, comenzó a llorar con tristeza, por lo que decidió partir al oriente.

Era tal la importancia del tlapehue, que uno de los dioses del pulque, Tezcatzoncatl, tenía un templo en Tenochtitlán. Ésta deidad era adorada por los Tlahuicas del Estado de Morelos.

El mito de la muñeca

Con el paso de los años se han desarrollado diversos métodos para fermentar el aguamiel y así dar vida al pulque. Algunos pueden ser artificiales, mediante el uso de sacarina, mientras que otros tienen un origen natural, con el empleo de hojas de elote.

Marcelino Aguilar, productor de magueyes de Ixtapaluca explica a grandes rasgos el proceso:

"Se hace con la semilla, que es la misma aguamiel, nada más que se tiene en un lugar más limpio que  no tenga grasa. También se le echan magueyes especiales, o sea magueyes más viejos, para que salga mejor la semilla, para que fermente y salga mejor el pulque."

Alrededor de esto existen varios mitos, uno de ellos es el de la "muñeca", que consiste en agregar, durante el proceso de fermentación, un trozo de excremento envuelto en un trapo. Pero los vendedores del Distrito Federal, como el joven Bernardo Segura, encargado de "El Recreo de las Mañosas" desmienten la versión:

"Antes había una leyenda que decía que se le echaba algo al pulque, pero es mentira, porque siempre ha existido Salubridad. Lo que se le echa es una cáscara de piña o de plátano para que fermente, pero es mentira eso de la 'muñeca'".

Con una borrachera similar a la que hizo llorar al mismo Quetzalcóatl, Renato Luna, uno de los tlachiqueros del municipio de Tlalpizahua, con palabras entrecortadas y un evidente olor a alcohol que brota de su aliento, confiesa otro de los mitos que rodean al tlapehue. Según él, su oficio es comparado con el de los sacerdotes, porque ambos bautizan: "Es como todo, usted agarra y lo va bautizando —agregar agua— nomás poco a poco, pa' tener más ganancia".

La aristocracia pulquera

En la época de la Colonial, a la llegada de los españoles, la prohibición del consumo de esta bebida desapareció, por lo que los indígenas comenzaron a ingerirla en mayores cantidades. Fue tanto su auge, que los impuestos por vender y producir pulque se convirtieron en parte fundamental de la economía del país.

Todavía en el siglo diecinueve era consumido sólo por la gente del Altiplano, ya que su transportación era costosa, pero con la entrada del ferrocarril, los productores de este líquido blanco, pudieron llevarlo a regiones lejanas como la Ciudad de México, Puebla, Pachuca y Tlaxcala.

La señora Sara Padilla Ortiz describe la manera en que traían el tlapehue a su familia, dueña de la "Turqita", establecimiento que se encontraba en la colonia Aragón-la Villa, del Distrito Federal: "Del tren que venía de Veracruz, a mi papá le bajaban cueros de pulque. Como iba despacito se bajaban y le traían de los ranchos el pulque, aunque él vendía con barrilaje".

En los inicios del siglo XX creció tanto su demanda, que los productores exigieron a las compañías ferroviarias que disminuyeran las cuotas, y que les enviaran por lo menos tres trenes diarios, para así poder transportar su producto a la capital.

Era tal su importancia que la vida en comunidad también se transformó gracias a la bonanza, ya que surgió una nueva clase social a la que el pensador José Vasconcelos llamó "aristocracia pulquera". Incluso, algunas familias acaudaladas formaron la Compañía Expendedora de Pulque, con la que lograron controlar alrededor del 90 por ciento de los establecimientos del Distrito Federal.

Con poco más de 20 años de edad, detrás de la barra de "El Recreo de las mañosas", Bernardo Segura cuenta que su abuelo, Bernardo Hernández, perteneció a este estrato hoy extinto, por lo que tuvo el honor de convivir con grandes personalidades.

Entusiasmado, señala una serie de fotografías —color sepia— enmarcadas en los que su antecesor posa junto a gente como "Armillita" y "Cantinflas": "Mira, era tanto lo que vendía mi abuelo que él vivía en las Lomas, tenía casas en la del Valle. Mira ahí está con el presidente Adolfo López Mateos, allá está entrando a Palacio Nacional".

Don Bernardo Hernández poseía alrededor de 100 pulquerías en sitios como La Merced, Tepito y la colonia Panamericana. Por cierto, para abastecerlas traía el líquido desde sus 15 ranchos ubicados en el Estado de México, Tlaxcala e Hidalgo.

La señora Sara Padilla Ortiz recuerda esos años de bonanza, en el establecimiento de su abuelo, "La Turquita", sitio donde "daban unas tarjetas para checar, y por cada litro era una perforación, entonces cuando tú llenabas la tarjeta te regalaban cosas".

Platica que "el 24 de Diciembre, daban por cada tarjeta platos y vasos", mientras que "el Sábado de Gloria, mi abuelo mandaba a hacer un torito y un judas, y les colgaba premios, dinero y vales por litros de pulque. Entonces en el transcurso del día tronaban uno o dos".

El recreo de las mañosas

Hasta hace dos décadas, la colonia Panamericana, ubicada al norte de la Ciudad de México, contaba con poco más de 20 pulquerías, pero hoy, la única que sobrevive está en la esquina de las calles poniente 118 y norte 9: "El Recreo de las mañosas".

Pese al paso del tiempo y sus más de 50 años de existencia todavía reconstruye el ambiente de antaño, claro está, con la ayuda de una rocola, de la que se desprenden vetustas canciones de José Alfredo Jiménez, Pedro Infante, Javier Solís y Cuco Sánchez.

A la una de la tarde es la hora de la botana: hombres a pie o en bicicleta entran a este lugar para dejar atrás el par de puertecillas que se abanican cada que alguien ingresa al local.
En una pequeña mesa, el negro molcajete y su verde salsa martajada esperan a que el primer parroquiano extienda su tortilla y la unte para hacerse un picoso taco.

Como en todas las pulquerías no puede faltar la patrona, la Virgen de Guadalupe —quien es testiga de la plática que hacen los ahí presenten—, ni mucho menos un escupidero, que consiste en un canal que corre a los pies de la barra, en donde los parroquianos arrojan su saliva. Detrás está los barriles de madera, y dentro de ellos el pulque blanco que se vende a seis pesos el litro.

Entre los juegos que se practican en las también nombradas "pulcatas", están la brisca, el dominó, el conquián, la rayuela y la masita, la cual consiste en arrojar una bola de masa de maíz —lo más cerca posible— al centro de un círculo que se dibuja sobre la pared. Una de las tradiciones consiste en que quien pierde, paga la ronda.

Joaquín Alcaraz —mientras muestra las características del líquido contenido en su vaso— reconoce que el mejor tlapehue es el que está espeso, deja espuma en el recipiente y no tiene grandes cantidades de agua, "como éste que no tiene mucho 'pus' está bueno", sostiene, como si fuera todo un especialista.

Para gustos más delicados se encuentran los curados de jitomate o frutas —fresa, mamey, melón, piña y guanábana—,que son de a 13 pesos el litro o el especial de avena, espolvoreado con canela, de a 15.

En gustos se rompen géneros, asegura el señor Pedro Sánchez, obrero de profesión, quien opina que "el de jitomate 'pus' sabe riquísimo, o sea, el curado más que nada, yo casi nunca tomo del blanco".

A causa de las crisis económicas que han aquejado al país, al igual que el resto de los negocios de México, el comercio del pulque se vino abajo, y el establecimiento de Bernardo Segura no fue la excepción, sobre todo a partir del sexenio de Carlos Salinas de Gortari. El joven comenta que "antes hacíamos 10 ollas, ahora nada más hacemos cuatro, o sea que ha ido bajando, bajando".

Las luchas feministas han ganado batallas en todo terreno, incluso en este, pues antaño, una mujer que entraba a una pulquería no era muy bien vista, situación que ha cambiado, como narra Claudia González, estudiante del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) plantel Vallejo: "La primera vez que vine pensé que no me iban a dejar pasar, y dije ¡ay! puros hombres. Y no, es muy normal, ni te faltan al respeto ni nada".

Pero antes las cosas eran muy distintas, ya que una dama no podía beber junto con los varones, por lo que existía un lugar especial, con su propia entrada y una ventan hacia la barra: la "caseta de mujeres". Sin embargo, hoy en día las pocas que asisten a estos sitios pueden beber en el antes llamado "departamento de hombres".

La picardía

Alrededor del tlapehue existe toda una cultura en la que el pueblo y la barriada han creado su propio ambiente social:

"Por ti moderado soy", "Contigo hasta la muerte" y "El recreo de mis placeres" no son frases extraídas de algún libro de poesía, sólo constituyen palabras que responden a los nombres de algunas pulquerías. Otras fueron bautizadas como "Las precursoras de Dionisos", "El Triunfo del Me Estoy Riendo", "El Néctar Nacional", o "Aquí Es Donde le Sacaron la Muela al Gallo".

Estos motes pueden escucharse graciosos e inofensivos, pero en una ocasión, un establecimiento fue registrado como "Los caballeros de Colón", por lo que una organización religiosa que se llamaba de la misma manera protestó. Ante este hecho, los dueños del local tuvieron que cambiarle el nombre, y como muestra de indignación y enojo le pusieron el de "Las mulas de Don Cristóbal".

Las coplas también son parte de las palabras que salen de los labios de los parroquianos, como aquella que dice: "Licor de las verdes matas / Tú me tumbas tú me matas / Tú me haces andar a gatas".

Otra pregona: "Hoy es la canción del pulque / Hoy se las voy a cantar / Anoche yo la compuse / al salir del tinacal / Un tlachiquero me dijo / Aprende nuestras leyes / El pulque para los hombres / El agua para los bueyes".

Es preciso mencionar que algunas pulquerías tienen las paredes rayadas de versos anónimos que hablan de amor, decepción o situaciones chuscas. Pero no sólo la gente del pueblo ha creado la cultura del pulque; ejemplo de ello son algunas obras de la literatura mexicana, en las que autores de la talla de Manuel Payno, Calderón de la Barca y Guillermo Prieto han hecho alusión a esta bebida.

Elíxir y desgracia

Se dice que el aguamiel y el pulque tienen dones curativos, por lo que hay quienes lo toman como diurético, remedio contra diarreas, dolores de pecho, estómago y espalda.

Algunos diabéticos beben tlapehue para controlar sus niveles de azúcar, mientras que otros le han encontrado atributos milagrosos, como Felipe López, quien por cierto apenas y podía hablar debido a la borrachera: "Yo venía con una sed, y como estoy malo de una pierna, pues creo que hasta sentí que se me aflojó mejor la pierna".

Muchos consumidores de pulque comenzaron a beberlo gracias a sus padres, ya que en muchos pueblos se les daba en vez de leche. En otros sitios los niños lo probaron por vez primera, pues los mayores los mandaban a comprarlo y en el camino se les antojaba.

Pero como toda bebida etílica causa estragos y adicciones que pueden terminar con la vida de sus consumidores.

Bernardo Segura cuenta que en "El Recreo de las Mañosas" había una mujer "que le decíamos 'La Pelona'. Desde que abríamos llegaba y se iba hasta que cerrábamos. Todo el día, más aparte en la noche se llevaba tres o cuatro litros y 'duro y duro'. El último día de su vida, porque vino aquí, tomó su pulque, y ya de aquí la llevaron a un hospital y se desangró".

Historias como la de la pelona son las que se encuentran enterradas junto con las pulquerías hoy casi extintas, puesto que la cultura del pulque, que viene desde las raíces más profundas de los mexicanos, es desplazada poco a poco por la modernidad y sus nuevas bebidas industrializadas.

Pero aún le queda la esperanza de que la misma tecnología, junto con sus latas plateadas lleven a este néctar de dioses, que escurre de las lágrimas del maguey, tan lejos como al internacional tequila.

Mayo 2002

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Crónica

Las muertes del mercado de Sonora

Comercio de animales exóticos

por Hugo Salvatierra Arreguín

CeReBrO cRóNiCaS cErEbRo CrÓnIcAs CeReBrO cRóNiCaS cErEbRo CrÓnIcAs CeReBrO cRóNiCaS

 

La estatuilla de la Santa Muerte está ahí, en la zona de hierbas, remedios y brujerías del Mercado de Sonora. Con la mirada fija, brillosa, penetrante y malévola contempla a los compradores que con curiosidad observan los productos de los puestos. 

Ese famoso lugar parece otra dimensión, es como entrar a un mundo de ideas en el que se encuentra todo lo existente en el universo: magia, misterio, forma y especimenes raros.

Por fuera el mercado está rodeado de un sin fin de puestos ambulantes que hacen difícil el acceso a la nave comercial. Una vez dentro, comienza el desfile de colores del área de juguetes donde los marchantes pueden comprar pelotas azules, amarillas, rojas, moradas, con carita feliz, o en forma de balón de futbol.

Hay toda clase de muñequitos de plástico, reatas para saltar, carritos, canicas, juegos de té, trompos, valeros, yoyos y cháchara y media, por cierto, muy baratas debido a su precio de mayoreo. Faltaban ojos para admirar los objetos.

Ese laberinto borgiano cuenta con puestos de disfraces como el de china poblana. Por supuesto que no pueden faltar las máscaras del inolvidable Santo, Blue Demon, Rayo de Jalisco y cuanto luchador haya existido. Los compradores pueden observar el traje de Batman o el de apache, colgados de techos y paredes, al igual que los tradicionales atuendos de soldado español de la época de la conquista y los de Zapata o Pancho Villa. 

Entre tanta magia y fantasía posa la máscara del baile de los viejitos, junto con las clásicas muñequeras de huesos de fraile. Los instrumentos musicales penden de entre la variedad de objetos: ¡eh ahí el güiro¡. También cuelgan los escandalosos panderos.

Por los rincones se ven los tamborcitos, de esos que están en extinción, de los de madera, de los pintados de dorado, de los que a los lados tienen rombos verdes, blancos y rojos, iguales a los de los lunes de honores a la bandera.

Sigue el camino por el laberinto, quizás esperando encontrar algún minotauro chilango. El angosto pasillo da al área de artículos para fiestas, donde por cientos venden saleros, corazones de día de los novios, figurillas para adornar las mesas en las bodas y muchos recuerditos.

Dentro de ese pequeño mundo está la dimensión de los artículos de cocina. Ahí se aprecian jarros y comales de barro, por supuesto, decorados con gravados verdes en forma de plantas y flores. Brillan como si el sol los quemara.

"Pásele marchantita" dice por ahí un comerciante, "aquí le damos buen precio, vea que calidad, señito", continúa gritando con ese sonsonete sabor a barrio, mientras una mujer sostiene un plato con deseos de llevárselos.

Al igual que todo México, el Mercado de Sonora no escapa a la influencia norteamericana, y entre el barro y la cerámica, se distinguen un sin fin de portarretratos y tazas con imágenes de Mickey Mouse, Picachú y el resto de dibujos animados del gabacho.

Hablando de caricaturas estadounidenses, las piñatas de éste laberinto tenochtitlanesco ya no son como solían ser hace años, pues no tienen esas grandes estrellas plateadas y multicoloridas de las que cuelgan barbas de papel de china.

Sin embargo, por lo que más se conoce a este calidoscopio del comercio es por la sección de hierbas, remedios y brujerías. En esa selva de menjurjes los visitantes pueden encontrar un sin fin de plantas medicinales: que para la diabetes, los nervios, la artritis, el dolor de estómago y hasta para las olorosas flatulencias.

De entre toda la herbolaria destacan los puestos con ajos y pociones como la de Cacahuananche, para detener la caída del cabello, o en el caso de los enamorados, el Toloache —con el que cualquiera cae rendido a tus pies.

Hay puestos de esoterismo, en donde venden libros de tarot, brujería, magia negra, la estrella de David y demás temas místicos. Para las malas vibras están los cuarzos de múltiples tamaños, formas y tonos.

En esos pasillos es posible contemplar cráneos con forma humana y estatuillas de santería o esoterismo, entre ellas la de la Santa Muerte. No una, muchísimas y de bastantes colores, siempre lúgubres y tétricas. Quién sabe por qué, pero la temible figura está muy cerca del pasillo de los fetiches.

Animales y Muerte

En una de las esquinas hay un mundo colorido que bien podría competir con los jardines de Moctezuma, en donde vivían infinidad de animales, pero en contraste con la belleza de la fauna, en el Mercado de Sonora huele a todo: excremento de aves y roedores, perro mojado, y en pocas palabras... a caño.

Al seguir caminando por este lugar, uno se puede percatar de que más bien es el infierno, el reino del cautiverio, de la tortura y de la inhumanidad. El trayecto continúa y al estar entre tantos animales que se enciman unos sobre otros cualquiera siente escalofríos. 

En unas peceras hay un sin fin de roedores, todo es asqueroso y antihigiénico. Incluso, uno que otro concurrente va prevenido con un tapabocas. Los olores no cambian y al mezclarse unos con otros ya no se puede distinguir a qué huele.

Dentro de otro local es posible observar pájaros a granel: colibríes japoneses, cardenales y hasta cuervos. Afuera de las jaulas hay letreros que dicen más o menos así: "Macho cantador", "Pájaro con seis cantos", "20 sonidos diferentes".

Más allá están las gallinas, patos y guajolotes, y con ellos su olor característico, por lo que es necesario pasar rápidamente, pues en el aire vuela la borra de las aves, lo que complica la respiración. Dentro de las demás jaulas hay cotorros de Chiapas y la Huasteca Potosina, un pavo real de Hidalgo a sólo cinco mil pesos, gallinas de guinea y huevos de especies exóticos.

Un hombre, con una escoba, limpia la suciedad de las jaulas, mientras que con un recogedor tira a un guacal la mezcla de alimento y excremento, todo, todo..., sobre un perrito maltés muerto del que se ve su pequeña cabeza de la que resaltan unos brillosos ojos que miran a la nada.

La Santa Muerte sigue a unos patos recién nacidos, que asoman la cabeza por las rejas, sus picos cuelgan entre los barrotes, unos agonizan, otros ya no respiran. Más adelante yacen los cuerpos de unos zorrillos sin piel. Por ahí también brinca un par de monos enjaulados.

El color sigue, sí, el de unos pollitos pintados de amarillo, rojo, morado, rosa mexicano y verde fosforescente. Su costo es de dos pesos, con qué los pintaron, quién sabe, el vendedor no quiere hablar.

Dentro de esa sección del laberinto —la de la inquisición— también hay costales vivientes, bueno, eso es lo que parece, pero lo que en realidad se mueve son corderos y gallinas aplastadas, seguramente a punto de morir de asfixia.

Afuera, la basura y dentro de ella quién sabe cuántos animales muertos. Podría parecer un pasaje del cuento "El Pinto" de Ángel del Campo "Micros", pero no, esto es real. Dentro, en la zona de hierbas y recuerdos siguen las múltiples figurillas de esa Santa Muerte de ojos fijos. La estatuilla vigila y observa... las muertes del Mercado de Sonora.

Abril 2000

 
 

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Más que balas letales

Intelectuales y poder

por Hugo Salvatierra Arreguín

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Los intelectuales tienen el poder de abrir los ojos de la sociedad; sin embargo, cuando caen ante las seducciones y lisonjas de los poderosos se convierten en armas letales que terminan por confundir a los ciudadanos y coartar el camino de la democracia.

Filósofos, escritores, analistas políticos y la comunidad del arte son el puente entre el conocimiento y el pueblo. La gente confía su bagaje cultural y en la ética que precede a cada una de las declaraciones que hacen en una conferencia o en los medios de comunicación —libros, prensa, radio, televisión e Internet.

Por tal motivo, en búsqueda de legitimidad, los poderosos se rodean de las comunidades intelectuales, que de manera abierta o entre líneas, dan el espaldarazo a cada una de sus actos, sin cuestionar las repercusiones que tendrán en el desarrollo del país.

Así ha ocurrido desde siempre, lo mismo en tiempos del imperio romano, que en la edad media o el renacimiento. En los siglos XX y XXI sólo hay que recordar a quienes alabaron a Benito Mussolini, Francisco Franco y el mismísimo Fidel Castro, dictadores de Italia, España y Cuba en su momento. Tampoco pasemos por alto a los que negaron —y niegan— la existencia del holocausto de Adolfo Hitler.

Lo mismo ocurrió durante la época prehispánica, cuando los chamanes tenían un trato preferencial. La historia del México moderno tampoco escapa: basta recordar que los caudillos revolucionarios estaban rodeados del licenciado y demás “leidos”, cuya función radicaba en aconsejar a los iletrados generales y solapar los asesinatos de miles de “enemigos” en nombre de la causa.

En años más recientes hay que recordar a todos los reconocidos historiadores, poetas y analistas que vivieron a las costillas del régimen priísta y a cambio de fama, favores o algún cargo en una dirección de cultura o embajada vendían la libertad de sus ideas.

Tampoco dejemos de lado a los que asesoran candidatos, sonríen en las giras de gobernadores y presidentes e incluso, detrás del escritorio de una oficina de gobierno ajena a su especialidad o en algún spot de radio y televisión defienden con vehemencia las incoherentes decisiones y atrocidades de un político.

Pero hay que reconocer que los intelectuales son tan humanos como cualquiera y que no forzosamente venden su libertad a cambio de favores y reconocimiento. Muchos de ellos también lo hacen porque creen en el proyecto de un partido político o en el personaje que lo encabeza.

Como seres humanos e individuos con garantías constitucionales tienen el derecho de apoyar a quien sea; sin embargo, no hay que olvidar que escribir un libro, pintar un cuadro, crear música, hablar ante un micrófono, salir en televisión o redactar un comentario político lleva inmersa una gran responsabilidad social.

Quien quiera apoyar a un “caudillo” que deje su lugar, aunque sea de manera momentánea a otro. No es correcto ser juez y parte, pues el nivel de análisis termina por perder el equilibrio hasta que llena uno más de los tantos costales de propagandas que nublan los ojos de la sociedad.

La relación entre intelectuales y poder va a continuar, aunque seguramente, con el paso del tiempo, quienes comprometieron sus ideas con algún Gobierno o proyecto político se verán en la necesidad de negar su pasado o hacer todo lo posible por no hablar del tema, tal y como sucedió con los que hoy tienen que criticar a Carlos Salinas de Gortari sólo porque está de moda y no hacerlo significaría perder la credibilidad.

Un pensador vendido puede ser veneno, pero la sociedad tiene la solución a sus caprichos, intereses y debilidades por el poder:
El remedio está en no creer totalmente, cuestionar y desconfiar en las palabras del que escribe en diarios, revistas y portales, del que habla ante cámaras y micrófonos, pero sobre todo, del que defiende ciegamente a un empresario, político o cualquier personaje público.

Mayo 2006

 
 

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Punto Centro

El país de nunca jamás

La responsabilidad de la sociedad

por Hugo Salvatierra Arreguín

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El síndrome de Peter Pan pulula entre los mexicanos. La sociedad se resiste a crecer y a asumir las responsabilidades que implica la mayoría de edad. En vez de tomar las riendas prefiere delegar su futuro a funcionarios y políticos ineficientes que sólo asaltan las arcas del país.

México dejó de ser un niño. De hecho, está a punto de cumplir 200 años de independencia. Ya no es rehén de la Corona Española, pero ¿qué caso tiene?, si sigue a la merced de los caprichos de diputados, senadores, presidentes, alcaldes, gobernadores y funcionarios inútiles y sin escrúpulos.

Los políticos matan la vaca, pero los votantes son quienes la conducen al matadero. Por lo tanto, los ciudadanos son los verdaderos responsables del subdesarrollo. Todos. Desde los que viven en Chiapas, pasando por los del Distrito Federal (DF), las islas y el Río Bravo.

Con dos siglos de vida política autónoma —al menos en términos de la legalidad— las decisiones coyunturales dependen de unos cuantos. Ni la Revolución, las luchas cristeras, el movimiento estudiantil de 1968, las guerrillas de los setentas, los movimientos sindicales y campesinos o los tiempos de represión han servido de enseñanza.

La sociedad avanza tres pasos en materia de justicia, equidad y democracia, pero al dar el cuarto recula, sin pensar que arroja a la basura los esfuerzos de miles de personas que literalmente murieron cuando intentaron mejorar las condiciones sociales y económicas del país.

Es tiempo de que la gente marque la pauta y entienda que los políticos y funcionarios están al servicio de los mexicanos, porque los impuestos pagan por igual el salario del policía, el juez de la Suprema Corte de Justicia del la Nación (SCJN), el expendedor de licencias, el consejero del Instituto Federal Electoral (IFE), el director de la escuela primaria, el barrendero y el Presidente.

Como consecuencia, debe exigir a todo el que reciba dinero del erario que viva bajo la cultura del diálogo y la transparencia, así sea su político consentido. Es preciso que no cierre los ojos, que no defienda a capa y espada al líder sindical, alcalde, diputado o gobernador con el que simpatiza.

La sociedad tiene que ser dura con todos, no perdonar un solo error, pero sobre todo hacer uso de la memoria histórica. Sólo así bloqueará las puertas a los funcionarios que después de desfalcar los bolsillos de la gente dejan la vida política por algunos años y regresan por más.

Debe convertirse en una gran lupa que observe y sancione con rigor los actos ilícitos de quienes gobierna. Pero el papel de juez resulta muy sencillo; entonces, también será necesario que tome un rol relevante y de primer nivel mediante la presentación de ideas y soluciones.

Mientras los intereses personales y de partido —económicos y de poderes— marquen la agenda, las acciones prioritarias tendrán como destino los polvorientos archivos del Congreso de la Unión, la SCJN y las secretarías de estado, lo que aplazará todavía más el tan ansiado cambio.

Pero la sociedad ya despertó y para muestra están las marchas en contra de la inseguridad que hace algunos meses ocurrieron en las principales ciudades del país, los anuncios televisivos y espectaculares que denunciaron los secuestros o las protestas de los poblanos ante la impunidad del llamado “Gober Precioso”.

El gigante salió del letargo, pero cuidado, pues puede regresar al nocivo y largo sueño si la gente deja de cuestionar cada movimiento de la administración pública, idolatra a los políticos y líderes sindicales, justifica las administraciones corruptas, evita la cultura de la denuncia, ve a la burocracia como un hecho cotidiano, pero sobre todo, si no VOTA.

Abril 2006

 
 

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Si Juárez no hubiera muerto...

Claros y obscuros

por Hugo Salvatierra Arreguín

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¿Benito Juárez/ vendía tamales/ en los portales/de la Merced? No, pero tampoco es el Superman oaxaqueño que retratan los libros de las primarias. Oh decepción, el de San Pablo Guelatao dista de ser ese presidente opositor de las intervenciones, justo y misericordiosos.

“Si Juárez no hubiera muerto”, como dice la canción, sería un defensor del Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN) y el capitalismo, así como un férreo enemigo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y los movimientos campesinos.

Imagínenlo en la televisión diciendo: “Si seguimos por este camino, mañana México será mejor que durante Maximiliano y Carlota”. Pero no lo haría para apoyar la campaña de su candidato preferido, sino su propia reelección. Hay que recordar que permaneció más de 14 años en el poder y que sólo la muerte lo apartó de la silla presidencial.

Como buen liberal, creía en la libre empresa. Entonces, no sería descabellado pensar que si no hubiera abandonado el mundo de los vivos, en la actualidad estaría de acuerdo en la participación de la iniciativa privada (IP) en los proyectos de infraestructura.

Hoy sería neo-liberal, por lo que apoyaría los acuerdos comerciales y políticos con otros países del mundo, sobre todo con Estados Unidos de Norteamérica. Y quien no lo crea, que revise el Tratado McLane-Ocampo, que buscaba vivir bajo la protección de nuestro vecino del Norte. Por fortuna, la Cámara Alta gringa rechazó la propuesta.

Pese a su origen, el oaxaqueño y sus Leyes de Reforma propiciaron la división de la propiedad comunal indígena. Incluso, no dudó al reprimir las revueltas sociales que, por este motivo u otros, orquestaron las comunidades autóctonas.

Como consecuencia, el Benemérito versión 2006 no sería precisamente el mejor amigo del Sub Comandante Marcos. Nunca hubiera permitido la entrada a la capital de “los y las” “encuerados y encueradas” del Movimiento de los 400 Pueblos o los machetes de San Salvador Atenco.

El de San Pablo Guelatao estaba convencido de que, en parte, el atraso del país se debía al dinero que el erario público daba a los pensionados. Así que en nuestros días sería el primero en oponerse a las jubilaciones de 100% que tiene la burocracia o a los 800 y pico de pesos que da el Gobierno del Distrito Federal a los viejitos.

Solía decir: “A los amigos, justicia y gracia. A los enemigos, la ley a secas”. En nuestros días sus palabras serían más o menos así: “A los Bribiesca, Niño Verde, Bejarano, Amigos de Fox, Romero Deschamps — y muchos etcéteras—, justicia y gracia. Al pueblo de México, la ley a secas”.

Juárez, uno de los personajes históricos más queridos por los mexicanos es un hombre de carne y hueso, con aciertos, pero también errores. Basta de crear mitos, héroes, personajes indómitos y mártires. Es tiempo de ver las dos caras de la moneda. El Benemérito no es un redentor, tampoco un demonio, sólo un hombre al que debemos juzgar de acuerdo a su época, no a los intereses políticos personales.

¿Qué hubiera hecho el Juárez del siglo XXI? Nunca lo podremos saber. Liberal, pastorcillo, benefactor, enemigo de la iglesia, indígena, nacionalista, represor, antipopulista, o lo que sea, lo cierto es que fue capaz de dar estabilidad al país —injustas o no sus decisiones— en un momento crítico, además de que sentó las bases del sistema laico que dieron paso al México actual.

Marzo 200
6

 
 

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