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Conferencia Episcopal Argentina
Actualización de Líneas
Pastorales para
la Nueva Evangelización
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Capitulo II: los desafíos
21. Con oído atento y sensibilidad pastoral queremos
mirar desde la fe la compleja realidad del mundo que nos toca
vivir para discernir los signos de los tiempos como reclamos
de evangelización. Guiados por la ayuda del Espíritu
Santo, anhelamos reconocer y alentar cuanto hay de bueno y
verdadero en las posibilidades de este momento histórico
y queremos denunciar con audacia profética todo lo
que atenta contra la dignidad de cada persona humana. Nada
nos apremia tanto como acercarnos al corazón de esta
realidad para transformarla desde sus raíces con la
novedad del Evangelio.
22. Al comenzar el nuevo milenio, la humanidad
entera se encuentra sumergida en grandes dificultades: la
alarmante extensión de la pobreza y la escandalosa
concentración de la riqueza, la corrupción de
las clases dirigentes, los conflictos armados de insospechables
consecuencias, los nuevos fundamentalismos, las formas inimaginables
de terrorismo y la crisis de las relaciones internacionales.
Son evidentes las contradicciones entre lo que se dice y lo
que se hace, el relativismo, el menosprecio de la vida, de
la paz, de la justicia, de algunos derechos humanos fundamentales,
de la preservación de la naturaleza, que desafían
a todos por igual y exigen respuestas comunes. Estos problemas
también inciden de manera acuciante en nuestra patria.
23. El desafío radical y englobante
que queremos asumir en la Argentina es la profunda crisis
de valores de la cultura y la civilización en la que
estamos inmersos. Otros desafíos están relacionados
con dicha crisis: diversas búsquedas de Dios, el escándalo
de la pobreza y la exclusión social, la crisis del
matrimonio y la familia, la necesidad de mayor comunión.
En la raíz misma del estado actual de la sociedad percibimos
la fragmentación que cuestiona y debilita los vínculos
del hombre con Dios, con la familia, con la sociedad y con
la Iglesia.
La crisis de la civilización
24. La ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna
el drama de nuestro tiempo. En efecto, nadie puede negar que
en estas últimas décadas la crisis se ha profundizado.
No estamos sólo en una época de cambios sino
ante un cambio de época que compromete seriamente la
identidad de nuestra nación. Y no obstante el contexto
negativo que ofrece la crisis mundial, asumimos el desafío
de reconstruir la nación desde el conjunto de valores
donde nuestra cultura hunde sus cimientos.
25. Es una constatación dolorosa que
las personas, las familias, las instituciones y la sociedad,
en general, no encuentran nuevos cauces para sostenerse y
creer. En nuestro país la pérdida de los valores
que fundan la identidad como pueblo nos sitúa ante
el riesgo de la descomposición del tejido social. Como
ejemplo, podemos mencionar que nos cuesta mantener la cultura
del trabajo y proyectarla con coherencia hacia el futuro.
Por el contrario, los argentinos nos dejamos tentar por el
éxito fácil y rápido, lo que fomenta
acciones corruptas en todos los niveles, particularmente en
los dirigentes. Aunque hay excepciones, sobre todo entre los
más humildes, lo común es que no nos integramos
con entusiasmo a emprendimientos comunitarios que suponen
trabajar en equipo, formular proyectos en común y superar
indivi-dualismos. En nuestras propias comunidades parroquiales
a veces vivimos esta dificultad. No es extraño, entonces,
que no se advierta convicción y compromiso en el ejercicio
de los deberes ciudadanos, y cada vez es más raro hallar
entre nosotros hombres y mujeres con pasión por el
bien común.
26. En este cuadro desalentador, los grandes
medios de comunicación tienen una gran cuota de responsabilidad.
Capaces de ser instrumentos privilegiados para la transmisión
de valores, no han logrado ser eficaces para la formación
de una nueva sociedad. En manos de grupos de poder y al servicio
de intereses económicos, a veces violan la intimidad,
favorecen la anarquía y publicitan la violencia. Es
aún más grave cuando se erigen en jueces que
condenan, confunden y banalizan hasta lo más sagrado.
En desmedro de la verdad, relativizan todo y destruyen valores
claves para la familia, la educación y el pueblo.
27. En medio de esta crisis mundial, es justo
reconocer elementos positivos: muchos avances en la ciencia,
que inciden en la salud y en la educación; el aumento
de la conciencia social y de iniciativas en la sociedad; una
creciente sensibilidad por la ecología que aviva el
compromiso de ser responsables de la tierra como casa común;
los medios de comunicación que facilitan el encuentro
a pesar de las distancias; la formación de comunidades
regionales y otros organismos de integración que, como
el Mercosur, favorecen el progreso, el intercambio cultural
y la fraternidad entre vecinos; la posibilidad de reconocernos
parte de un mundo más amplio que nuestra propia tierra.
Bien orientados, estos y otros valores pueden facilitar una
cultura más humana, potenciando el aporte de los mejores
talentos de personas y comunidades.
28. Mirando al futuro con la esperanza que
nos infunde el Espíritu Santo, esta crisis es una ocasión
providencial para escuchar la llamada de Jesús a crecer
como nación. En nuestra patria subsisten, a pesar del
desgaste social, algunas reservas de valores fundamentales:
la lucha por la vida y la defensa de la dignidad humana, el
aprecio por la libertad, la constancia y preocupación
por los reclamos ante la justicia; el esfuerzo por educar
bien a los hijos; el aprecio por la familia, la amistad y
los afectos; el sentido de la fiesta y el ingenio popular
que no baja los brazos para resolver solidariamente situaciones
difíciles en la vida cotidiana. Todos ellos son signos
de esperanza y nos alientan a proclamar una vez más
el estilo de vida que inspira y propone el Evangelio de Jesucristo.
La búsqueda
de Dios
29. El secularismo actual concibe la vida humana, personal
y social, al margen de Dios y se constata incluso una creciente
indiferencia religiosa. No obstante se percibe una difusa
exigencia de espiritualidad que requiere canales adecuados
para promover el auténtico encuentro con Dios.
30. El hambre de Dios que tiene nuestro pueblo
se ve tentado por una oferta masiva de algunas sectas que
presentan la religión como un mero artículo
de consumo, y con acciones proselitistas ganan adeptos al
proponer una fe individualista, carente de compromisos sociales,
estables y solidarios, proclamando una mágica intervención
de lo alto que hace prosperar y sana. Sin embargo, reconocemos
que a veces los fieles encuentran en ellas un cierto alivio,
acogida y escucha personal que no han hallado en nuestras
comunidades.
31. Además, existen grupos seudo religiosos
y programas televisivos que proponen una religión diluida,
sin trascendencia, hecha a la medida de cada uno, fuertemente
orientada a la búsqueda del bienestar y sin experiencia
de lo que significa adorar a Dios. Ocurre, por lo general,
que sorprendidos en la buena fe, y poco formados por la Iglesia,
algunos cristianos entran en círculos difíciles
de abandonar cuando la desilusión o la mentira quedan
en evidencia.
32. El pueblo sencillo, que no acepta fácilmente
cambiar de religión, se siente expuesto a que su fe
se debilite progresivamente y ceda a la seducción de
sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas
y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición.
33. Como un signo alentador la Consulta a
las Iglesias particulares y Comunidades cristianas puso de
relieve la fuerte presencia de la piedad popular en sus variadas
expresiones. El catolicismo popular hunde sus raíces
en una profunda devoción mariana, en el culto a los
santos y la oración por los difuntos. Casi con espontaneidad,
une la fe y la vida con sentido de fiesta. Si bien las inquietudes
espirituales de la gente no siempre encuentran respuestas
atractivas en la Iglesia, cada vez más personas, movidas
por una auténtica búsqueda de Dios, alimentan
su fe en los grupos bíblicos, de oración y en
diversos movimientos. Al mismo tiempo, muchos mantienen las
vivencias religiosas manifestadas en la frecuencia de los
sacramentos, la vida contemplativa y la espiritualidad vivida
en la cotidianeidad de los compromisos temporales.
El escándalo
de la pobreza y la exclusión social
34. Ante la grave situación actual, permanece el desafío
de una justicia demasiado largamente esperada, y se hace necesario
volver a reafirmar la opción preferencial por los pobres,
débiles y sufrientes. La crisis económico-social
y el consiguiente aumento de la pobreza tienen sus causas
en políticas inspiradas en formas de neoliberalismo
que consideran las ganancias y las leyes del mercado como
parámetros absolutos en detrimento de la dignidad y
del respeto por las personas y los pueblos. En este contexto,
reiteramos la convicción de que la pérdida del
sentido de justicia y la falta de respeto hacia los demás
se han agudizado y nos han llevado a una situación
de inequidad.
35. Se alza un silencioso y justo reclamo
de millones de personas en situación de miseria: hombres
y mujeres sin trabajo, niños y familias enteras en
la calle, mujeres abandonadas y explotadas, ancianos olvidados
y sin protección social. Hoy nos parece normal ver
a hermanos nuestros buscando comida entre los residuos. Hemos
visto crecer un amargo sentimiento de desamparo y el pueblo
sencillo ha quedado abandonado a su suerte. Mientras la desocupación
no se revierta, la pobreza seguirá creciendo y se profundizarán
todavía más sus consecuencias trágicas:
el colapso en los sistemas de seguridad, salud, educación
y previsión social.
36. Se ha hecho presente en nuestra patria
la destructiva gravedad de los pecados sociales que claman
al cielo: una corrupción que parece persistir por la
impunidad, el descaro de quienes transfieren sus capitales
al exterior sin ninguna regulación del Estado, el quiebre
del sistema jurídico unido a la inobservancia de las
leyes, la inseguridad y el aumento de la brecha que se abre
entre unos pocos privilegiados con grandes posibilidades y
la marginación de multitudes excluidas hasta de los
mínimos recursos para llevar una vida digna. Lo que
antes fue pobreza ahora es miseria.
37. En la hora presente particular responsabilidad
les toca a quienes detentan una dirigencia política,
económica, sindical, cultural y religiosa. Es cierto
que a veces falta laboriosidad, honestidad y empeño
en distintos niveles de la población. Pero más
preocupa que, ante la crisis que afecta a millones de argentinos,
haya personas y sectores que prosigan compitiendo por espacios
de poder y privilegios. Por otro lado, es evidente la insolidaridad
de algunos grupos que reivindican derechos en detrimento de
otros. Esta actitud inescrupulosa en una búsqueda desenfrenada
de beneficios particulares o corporativos, que multiplica
el número de los pobres y excluidos, manifiesta uno
de los peores vicios que anidan en nuestro sistema democrático.
38. En un país constituido mayoritariamente
por bautizados, resulta escandaloso el desconocimiento y,
por lo mismo, la falta de vigencia de la Doctrina Social de
la Iglesia. Esta ignorancia e indiferencia permiten que no
pocos hayan disociado la fe del modo de conducirse cristianamente
frente a los bienes materiales y a los contratos sociales
de justicia y solidaridad. La labor educativa de la Iglesia
no pudo hacer surgir una patria más justa, porque no
ha logrado que los valores evangélicos se traduzcan
en compromisos cotidianos.
39. No obstante, en el seno de la comunidad
cristiana siempre surgen talentos creativos que avivan el
fuego de una nueva imaginación de la caridad. Efectivamente,
afloran de modo espontáneo, particularmente desde los
sectores más pobres, muchas expresiones de solidaridad
con raíces humanitarias y evangélicas, las que
con un voluntariado audaz y sacrificado van extendiendo redes
solidarias, verdaderos puentes de ayuda y cercanía
entre los que pueden y se conmueven, y los que necesitan y
agradecen. Al mismo tiempo, han surgido asociaciones organizadas
u ocasionales de distinto tipo, en las que los ciudadanos
reclaman sus justos derechos. Frente a la inestabilidad e
incertidumbre social, tales coincidencias son una fuente generadora
y reparadora de vínculos sociales, de contención
y de esperanza de justicia.
La crisis del
matrimonio y la familia
40. La fragmentación presente en nuestra cultura llega
también a las familias. Con singulares agresiones se
encuentra amenazado el ideal de la vida en familia. En algunos
casos, este ideal ya no se valora ni se busca, por ignorancia,
desidia o indiferencia. Por otro lado, hace tiempo que en
la Argentina se percibe una creciente disolución de
la familia que, alentada por una legislación divorcista
y antinatalista, desnaturaliza y deja sin defensas a la institución
básica y más sólida de la sociedad. Todo
esto nos desafía a actuar sin ambigüedades ni
demoras, máxime en un país con escasa población.
41. Ha ganado terreno también entre
nosotros un modelo que quiere imponerse a través de
ideologías que relativizan el concepto del matrimonio
y de la familia, influyendo en vastos sectores de la sociedad.
Entre otras realidades podemos mencionar: ciertas perspectivas
de género, los nuevos modelos de relación entre
los sexos y roles de varón o de mujer. El creciente
número de uniones de hecho, las nuevas parejas de divorciados
y otros tipos de convivencia, requieren formas nuevas de acogida
y atención pastoral. Por otra parte, entre otros factores,
el acentuado individualismo provoca en las familias falta
de comunicación, superficialidad e intolerancia, cuando
no agresión y violencia. Sin protección a la
minoridad y a la intimidad familiar, los medios de comunicación
entran irrespetuosamente en los hogares contagiando frivolidad
y antivalores, que hieren de múltiples maneras a la
institución familiar.
42. El desempleo, la creciente pobreza y
la marginación compulsiva de vastos sectores a causa
de la crisis económica, generan desencuentros, pérdida
de los vínculos afectivos, distorsión de los
roles hasta llegar a disgregar el núcleo familiar.
Una familia en riesgo, como hoy se la llama, pierde la capacidad
de reacción para ayudar a sus miembros ante los peligros
del alcohol, la droga o cualquier vicio que comprometa su
integridad. Notamos las graves consecuencias de esta ruptura
en familias destrozadas, hijos desarraigados, ancianos abandonados,
niños huérfanos de padres vivos, adolescentes
y jóvenes desorientados y sin contención. Reconocemos
que no pudimos evangelizar adecuadamente a muchos sectores
de nuestro pueblo que carecen de un modelo claro y fuerte
de vida en familia como camino de santidad.
43. Pero a pesar de todo, percibimos que
la familia continúa siendo un valor apreciado por nuestro
pueblo. El hogar es un lugar de encuentro de personas y en
las pruebas cotidianas se recrea el sentido de pertenencia.
Gracias a los afectos auténticos de paternidad, filiación,
fraternidad y nupcialidad, aprendemos a sostenernos mutuamente
en las dificultades, a comprendernos y perdonarnos, a corregir
a los niños y a los jóvenes; a tener en cuenta,
valorar y querer a los abuelos y a las personas con capacidades
diferentes. Cuando hay familia, se expresan verdaderamente
el amor y la ternura, se comparten las alegrías haciendo
fiesta y sus miembros se solidarizan ante la angustia del
desempleo y ante el dolor que provoca la enfermedad y la muerte.
44. Por el sacramento del Matrimonio, el
varón y la mujer están llamados a vivir el misterio
de la comunión y relación Trinitaria; ellos
se aman en la totalidad de su cuerpo y espíritu y se
hacen una sola carne (Gn 2, 24). Los hijos, frutos de esta
relación, otorgan sentido de plenitud al proyecto matrimonial,
pues el concebir una nueva vida es el don más maravilloso
que Dios otorga a la pareja humana. La familia es el ámbito
cotidiano que permite el desarrollo integral de las personas.
Al asumir el desafío de fortalecer los vínculos
familiares, nos hacemos eco de lo indicado por Juan Pablo
II en Al comienzo del nuevo milenio: una atención particular
se ha de prestar también a la pastoral familiar, especialmente
necesaria en medio de la crisis generalizada y radical de
esta institución fundamental.
La necesidad
de mayor comunión
45. La Iglesia es comunión vital. Los bautizados en
el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,
creemos que Dios es comunión de tres Personas. Participando
de esa comunión de la Trinidad se sanan, afianzan y
promueven los vínculos y la comunión entre nosotros.
46. La Consulta a las Iglesias particulares
y comunidades cristianas nos advierte que, por momentos, se
vive en el seno de nuestras comunidades una cierta incapacidad
para trabajar unidos, que a veces se convierte en una verdadera
disgregación. Por consiguiente, se pierden tiempo y
esfuerzos en preocupaciones pequeñas que desgastan
las relaciones entre los agentes pas-torales y restan energías
a la causa de la evangelización. Del mismo modo, muchas
veces nos ha faltado imaginación y propuestas para
el crecimiento comunitario, paralizado por tentaciones que
promueven el individualismo, la competencia, el desinterés
entre las comunidades que, habituadas a pulseadas en el plano
de las ideas y palabras, no aciertan en concretar servicios
para el bien común. En este sentido, necesitamos evaluar
con sinceridad y transparencia nuestro modo de ser Iglesia.
Es urgente reconocer y corregir todo lo que nos ha impedido
y aún nos dificulta vivir el espíritu de comunión
que propone el Evangelio, con sus notas de valoración
recíproca, respeto de la diversidad, tolerancia, corrección
fraterna, sinceridad y ayuda mutua.
47. La sociedad argentina, tan dispersa y
dividida, no es ajena a esta fragmentación que daña
y destruye los vínculos entre las personas y grupos,
hasta afectar las relaciones sociales e institucionales. Las
viejas antinomias siempre vuelven a aparecer. El desencuentro
de los argentinos es una realidad pero, al mismo tiempo, se
perciben signos saludables que procuran retomar el camino
de la unidad perdida, facilitando espacios de diálogo
entre los diversos sectores que conviven en la pluralidad
de nuestra patria.
48. De la Consulta a las Iglesias particulares
y comunidades cristianas surge que hay un cierto crecimiento
de la unidad en muchas comunidades cristianas: mayor participación
laical, aumento de la actividad misionera, variados grupos
de reflexión y de servicio. Muchas diócesis
han hecho esfuerzos para lograr una planificación pastoral,
acompañada y animada por los Consejos Pastorales. Algunas
también han comenzado la implementación del
plan Compartir, que implica una profunda catequesis, para
suscitar la participación y generosidad de muchos en
el dar tiempo, talentos y dinero. Aquí encontramos
un precioso signo de esperanza.
Parroquia del Santísimo Calvario
y Nuestra Señora del Líbano
República del Líbano 4031 – Villa
Lynch
San Martín – Buenos Aires
Tel: 4755-3661 / 4754-9615
e-mail: [email protected] |
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