Kababelan 2005

Visita Número

 

 

 

 

EL CIRCULO DE LAS GUARDIANAS DEL GRIAL

SEGUNDO LIBRO

EL  VIAJE

(Cruzar el Puente II)

Para leer esta página con más comodidad sugiero bajes el brillo y el contraste.

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INTRODUCCIÓN:   EL MITO GRIALIANO.

 

PRIMER LIBRO:      LA PORTADORA DEL SECRETO.   

 

PRÓLOGO

 

SEGUNDO LIBRO:                   EL VIAJE. INTRODUCCIÓN  Y PRÓLOGO.

CRUZAR EL PUENTE

CRUZAR EL PUENTE II

CRUZAR EL PUENTE III        (sin incorporar  a la web)

 

TERCER  LIBRO: LAS REVELACIONES  DE LA GUARDIANA.

PRÓLOGO.

 

EL CÍRCULO  DE LAS GUARDIANAS DEL GRIAL

ÍNDICE GENERAL

SINOPSIS/ PRESENTACIÓN

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La mayor parte de los capítulos aún permanecen sin ilustrar. La Web se irá completando y perfeccionando con el tiempo.

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7. EL LUGAR DONDE EL MUNDO SE ACABA.

 

¿Por qué se había marchado Tanit sin explicación alguna? ¿Por qué me había abandonado de repente en esta solitaria montaña? ¿Acaso ya no me amaba? Las preguntas golpearon mi inseguro corazón. Quizás había desistido de seguir intentando mostrarme el mundo tal como ella lo percibía. Tal vez pensó que era inútil pretender enseñarme algo más, pues yo a veces no la tomaba en serio, o no daba la suficiente importancia a sus palabras y supuestos conocimientos.

O a lo mejor ella había llegado a la conclusión de que yo no me esforzaba todo lo necesario, de que me encontraba siempre en el mismo punto de percepción, de que no conseguía ningún cambio real en mí mismo, y por tanto, había decidido que no valía la pena continuar conmigo. ¿Y su amor? ¿Y mi amor? ¿Dónde iría entonces el amor que mutuamente compartíamos? Su hermoso amor era lo más valioso que yo poseía.

Pensaba angustiado todo esto, inmóvil junto al risco de la montaña donde había pasado los últimos instantes con Tanit. ¿Mi adorada amiga no me amaba ya? ¿Debía esperarla más tiempo en este agreste lugar? ¿Volvería acaso de forma tan inesperada como se había marchado? Dudaba entre levantarme o permanecer todavía allí.

De pronto me percaté de que el crepúsculo avanzaba de forma inexorable y, si no me daba verdadera prisa, pronto la oscuridad me impediría regresar al paraje dónde se hallaban nuestras provisiones, las mochilas de viaje y los sacos para dormir. Mi mente intentó ahora consolarme con nuevos interrogantes. ¿Estaría Tanit allí? ¿La encontraría tal vez aguardándome con una sencilla explicación? ¿Era esto tan sólo una prueba?

Al fin me incorporé, impulsado por el temor y la esperanza, y caminé deprisa hacia la zona arbolada que se extendía por la cumbre del monte. Intenté hallar y retomar la senda por la que horas antes habíamos llegado hasta aquí.

El bosque era denso y tenía que apartar las ramas bajas para poder avanzar. La noche llegaba veloz, como transportada por las alas de un pájaro negro. Las sombras cubrían con un manto de oscuridad los verdes y frondosos árboles. El cielo se tornó de un azul muy intenso y al instante surgieron las primeras estrellas. Recordé que tampoco esa noche habría luna alguna que aportara su tenue y benéfica luz.

A pesar de que apenas podía ver a unos pocos metros de distancia aún avanzaba sin demasiada dificultad, aunque enseguida comenzó a embargarme el temor. Me alegré cuando creí hallar la ruta por la que antes llegamos. Pero sabía también que a continuación vendría la parte peor, lo más difícil, el descenso por la pronunciada pendiente de la ladera hasta alcanzar de nuevo el valle, escondido entre las cumbres, donde habíamos acampado la noche anterior. Allí contaba con alimentos, agua y prendas de abrigo para soportar el frío nocturno de la alta montaña.

Y sin embargo, lo que en ese momento echaba más en falta era la presencia de Tanit, pues su marcha brusca e inesperada me había creado un hueco profundo que sentía dentro de mi pecho, una sensación de vacío que incluso era dolorosa.

De repente, en un claro de la arboleda, vi ante mí una resplandeciente esfera naranja, que flotaba en el grisáceo y penumbroso aire del ocaso. Se hallaba suspendida entre los troncos de los árboles, emanando un intenso brillo fantasmal. El corazón me dio un vuelco. Quise creer enseguida que esa luz era Tanit, que había cambiado su forma humana por ese otro tipo de energía. O al menos tenía la esperanza de que fuera ella, que prodigiosamente había alterado su modo de expresarse ante mis sentidos, y no que se tratara de quien sabe que otro ser.

La luminosa esfera naranja levitaba a poco más de un metro del suelo y a unos veinticinco o treinta metros de distancia de mí. Su diámetro era la mitad de la talla de una persona. Al observarla no aparentaba ser algo macizo y sólido, pero tampoco era sin duda una simple luz transparente. Parecía en sí misma algo vivo, una energía extraña, compacta y luminosa. Hipnotizado no conseguía apartar mis ojos, en ningún momento, de esa gran esfera naranja fluorescente, que parecía esperarme en la distancia, flotando en el aire crepuscular bajo un cielo azul muy oscuro.

Titubeé unos instantes, pero a continuación me aproximé con lentos pasos. Entonces, mientras yo me acercaba, la enigmática luz comenzó a oscilar verticalmente. Subía y bajaba muy suave como si fuera un yo-yo gigante surgido del más allá. No llegaba a tocar el suelo, deteniendo su acompasado movimiento unos centímetros antes de rozar la tierra, y al elevarse tampoco rebasaba la copa de los árboles. Cuando estuve a menos de diez metros de donde se hallaba situada, comenzó a desplazarse lentamente en sentido contrario a mi marcha, siguiendo una trayectoria similar al fluir de una onda, descendiendo y ascendiendo al unísono con su movimiento de huida. En ocasiones la esfera no esquivaba la fronda sino que la atravesaba al igual que una masa inmaterial.

Sin saber como había desaparecido mi previo temor, me percaté de que mi cuerpo corría tras la luz pretendiendo darle alcance. Los árboles de este paraje me permitían acelerar mi velocidad, pues ahora eran algo más grandes, estaban más separados entre ellos y las ramas nacían un poco más altas. Aún restaba la suficiente claridad para distinguir los contornos del bosque y los obstáculos del suelo, y además puse en práctica la técnica que había aprendido para correr en la oscuridad. Levantaba exageradamente las rodillas y me libraba así de tropezar con las piedras y los matorrales en mi loca carrera.

La esfera naranja se alejaba cadenciosamente de mí sin que se redujera ni aumentara la distancia de unos diez o doce metros que ahora nos separaba. Cuanto más veloz corría yo, más deprisa se alejaba ella. La llamé silenciosamente, hablándole desde el corazón, pero no hubo respuesta alguna. ¿Tal vez jugaba conmigo, como a veces traviesamente hacían también mis perros?

Me esforcé en correr todavía más rápido, ahora ya desplazándome a lo largo de la cumbre de la montaña, mientras la fascinante luz ámbar, siempre a la misma distancia delante de mí, contrastaba su cautivante brillo con la creciente negrura de la noche. Parecía una pequeña luna que hubiera descendido de un extraño cielo y jugara conmigo.

Si en aquellos momentos no hubiera pensado que esa "cosa resplandeciente" era en realidad Tanit, sin duda habría sentido verdadero pavor, pues desde luego se trataba de una escena totalmente fantasmagórica. La luz no iluminaba nada a su alrededor, sólo brillaba ella.

De repente me encontré en un corredor formado por altos árboles, que creaban una bóveda con sus ramas, impidiéndome ver cualquier porción de cielo. La bola luminosa parecía acelerar su movimiento de fuga, y yo intenté correr aún más, todo lo que pude, esprintando ya, sin saber porqué continuaba persiguiéndola en esta desenfrenada carrera. Pensé fugazmente que tal vez todo esto tenía un sentido que yo desconocía en ese momento.

En ese instante me surgió el miedo de chocar con alguna rama baja que no pudiera presentir a tiempo. ¿Dónde me conduciría esta alocada persecución? ¿Que pretendía realmente la esfera naranja no permitiendo que la alcanzara, pero no alejándose tampoco definitivamente de mí?

Durante unos instantes la oscuridad fue máxima. El bosque desapareció prácticamente de mi percepción y sólo distinguía nítida la luz, que en su flotar ondulante permanecía siempre ante mí.

Ya estaba completamente agotado cuando, de improviso, el túnel arbóreo finalizó, y salimos a una zona abierta donde se contemplaba el cielo nocturno con estrellas. Yo me detuve entonces, y la luz en el acto lo hizo también. O tal vez fue al revés. ¿Dónde me encontraba? La pregunta golpeó en mi mente. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, contrastando con mi ardiente piel. El aire era aquí distinto, mucho más húmedo y fresco, y, extrañamente, también salobre. Percibía claramente un olor a mar. Pero eso era imposible, pues me hallaba muy lejos de la costa, a varios cientos de kilómetros.

Instintivamente agucé el oído. Y entonces oí el rumor, el rumor de cientos de olas rompiendo. Un sonido que procedía de la oscuridad que se extendía delante de mí, muy próximo.

La ambarina esfera levitaba suspendida tan sólo a unos metros de distancia. Estaba ahora quieta, sin oscilar. Esperaba detenida, sin que yo adivinara el porqué. Di titubeante unos pasos en su dirección, y entonces ella volvió a arrancar su carrera durante unos breves segundos, para acto seguido descender bruscamente y desaparecer en el suelo. Llegué corriendo hasta ese lugar y me paré en seco. Una inesperada corriente de aire fresco y salado me dio en el rostro. La tierra sólida se acababa ahí. Estaba ante un acantilado enorme, y la luz naranja descendía en vertical, en dirección a un mar que apenas conseguía vislumbrar pero que bramaba a varios cientos de metros bajo mis pies.

Me detuve allí inmóvil, ante aquella sorprendente inmensidad marina escondida tras un velo de oscuridad. Contemplé como la luz ámbar, que hasta hacía unos momentos yo había perseguido en vano, llegaba lentamente a las negras aguas y se sumergía en ellas, brillando aún por un momento bajo la superficie, hasta desaparecer.

No supe que hacer entonces. Mi respiración aún era agitada. Levanté la vista al cielo, que aparecía sembrado de millones de estrellas. Por el ruido del mar y la energía que emanaba de él, deduje que no podía ser el Mediterráneo. Lo que tenía a mis pies, allá abajo, debía ser sin duda el océano. Pero sin embargo eso era imposible. ¿Cómo podía haber llegado a costa alguna, en todos los casos tan lejanas de la sierra donde me encontraba, en tan sólo unos minutos de carrera? Algo que yo no comprendía tenía que haber ocurrido. Y la única explicación racional era que estaba soñando. Esto debía ser una experiencia onírica, pues todo lo demás carecía de lógica.

Sólo me restaba una cosa muy sencilla: comprobarlo y despertar. Ya lo había hecho otras veces. Me agarré el dedo índice de la mano izquierda con mi mano derecha y estiré con fuerza. No ocurrió nada. El dedo que me servía de testigo no se estiraba ni un simple milímetro. Mi infalible prueba del sueño había fracasado totalmente. Esto debía ser por tanto algún tipo de realidad anómala.

Nunca me había fallado la vieja prueba del dedo. Cuando la mente duda si estás en la realidad o dentro de un sueño, no tienes más que sujetar firmemente uno de tus dedos y estirar hasta que éste comienza a alargarse, lo cual ocurre siempre en el acto. Es una prueba muy simple y efectiva para las primeras incursiones en la dimensión de los sueños. Pero en esta ocasión el balance de la prueba había resultado negativo. Por tanto estaba despierto. Así que ojo con lanzarme a ese acantilado para intentar volar. Eso estaba ya descartado.

La otra posibilidad es que estuviera sufriendo los efectos de un encantamiento. Si es que eso era posible. Alguna fuerza desconocida me debía haber desplazado en el espacio geográfico. ¿Cómo había llegado tan rápido hasta aquí? ¿Que había ocurrido mientras perseguía a la luz? ¿Era posible que hubiera sido arrastrado a través de un túnel en el espacio-tiempo, tal como Tanit me había mencionado que usaba ella en ocasiones y que yo, por ser algo descabellado, nunca la había creído?

Me hallaba absolutamente perplejo ante este dilema de mi racionalidad, pues las opciones que barajaba me introducían en un mundo extraño, que yo no podía comprender ni dominar. ¿Era esto una demostración de que podían violarse las leyes de la física convencional? ¿Qué se supone que debería hacer ahora?

No había notado ninguna sensación especial cuando seguía a la esfera de luz. Únicamente me había empleado a fondo en la carrera. ¿Que cambios se habrían producido en la materia de mi cuerpo para que ocurriera este supuesto fenómeno de trans-locación? Sólo recordaba mi intensa obsesión por alcanzar la bola ámbar y la cada vez más creciente oscuridad. También me había llamado la atención la apariencia de los últimos árboles, que habían formado un túnel extraño y repetitivo durante la fase final de la persecución.

Me senté en una piedra plana, cerca del acantilado, para poder descansar y recapacitar. Había algo extraño en aquel lugar. Por una parte tenía la vaga sensación de que me encontraba en un sitio conocido, pero por otra presentía que algo indefinible y muy misterioso me rodeaba. Quizá no debía intentar continuar buscando una explicación racional a la forma enigmática en la que había llegado hasta allí. Tal vez era mejor hacer caso a Tanit y admitir que el universo tiene más caminos, más opciones, que las ofrecidas por las leyes físicas que conocemos. A lo mejor debía dejarme llevar por mi olvidada intuición para entender el significado oculto de haber llegado hasta este lugar.

Me dí cuenta entonces que mis ojos se habían acostumbrado ya a la total oscuridad y percibía las siluetas de los árboles que parecían cubrir toda la montaña. Había muchísima humedad, y todo el bosque parecía sumamente exuberante y frondoso. También distinguía un denso sotobosque de grandes helechos, lo que me confirmó mi sospecha de que probablemente me encontraba en algún punto de la costa atlántica o cantábrica.

¿Cómo debía pasar la noche en este lugar desconocido y aparentemente deshabitado? ¿Caminando, sentado en meditación o durmiendo en algún lugar al abrigo del viento? Por fin me levanté y comprobé que no tenía dificultad para caminar en la oscuridad, pero tampoco podía vislumbrar nada a lo lejos, ni orientarme en el conjunto del paisaje donde me hallaba. Sólo sabía con seguridad que unos metros delante de mí estaba el océano, del que sin embargo me separaba un acantilado de grandísima altura. Estaba por ello sin duda en la cima de una sierra que se cortaba en vertical hasta el mar.

Me planteé también regresar siguiendo la misma ruta por la que había venido. Eso suponiendo que la encontrara en la oscuridad. ¿Pero qué ocurriría entonces, si realmente mi verdadero punto de procedencia estaba en otras montañas situadas muchos cientos de kilómetros hacia el interior? Había experimentado, por increíble que fuera, un fenómeno de traslación en el espacio. El camino de retorno era por tanto algo inverosímil.

Al fin me decidí a caminar y tratar de buscar algún tipo de refugio, pues si me quedaba más tiempo junto a aquel acantilado, donde soplaba un aire tan frío, cogería inevitablemente un buen resfriado. Anduve hacia el interior de la sierra, con la pretensión de encontrar un sitio resguardado del helor nocturno. Podía distinguir alrededor las siluetas de la vegetación y el relieve del suelo, hasta una distancia de cinco o seis metros. A partir de ahí todo era prácticamente oscuridad absoluta, sombras negras sobre un fondo negro.

Tras adentrarme unas docenas de metros en la espesura del bosque, descubrí entre los helechos unas piedras grandes y planas que formaban una especie de cueva de reducido tamaño. Aquello sin duda no parecía obra del azar de la naturaleza, sino que posiblemente alguien había debido disponer así las rocas, hasta configurar una especie de dolmen incrustado en el terreno y casi cubierto por la vegetación.

Me instalé cómodamente dentro, pues en aquel reducido espacio cabían perfectamente dos personas, aunque no me permitía plantarme ni estirarme completamente, ya que yo era algo más alto que el habitáculo interior. La precaria construcción consistía en tres piedras planas verticales, con bordes casi rectos, que sellaban muy bien las unas con las otras, y cubiertas a su vez por una enorme cuarta piedra plana en forma de techo. Ya había visto otros dólmenes así en algunas de mis excursiones campestres por la zona noroccidental del país, abandonados desde tiempos pretéritos, y conservados casi por azar en zonas poco habitadas.

En aquel lugar estaba a resguardo del aire y del relente nocturno. Me pregunté si este dolmen no sería una antigua tumba, y ahora estaría descansando sobre los huesos enterrados de una persona que existió hace miles de años. Pero no pensaba averiguarlo en ese preciso momento, pues este sitio era lo suficientemente acogedor como para disponerme a pasar allí la noche.

Dudaba entre meditar acallando la mente, reflexionar sobre mi situación o simplemente tratar de dormir. Al final opté cómodamente por esto último. Escuchaba el silencio nocturno, tan sólo roto ocasionalmente por el ulular de alguna ave de la noche.

Pronto sentí cierto calor y tibieza dentro del dolmen. ¿Esconderían algún secreto estas antiguas piedras? ¿Poseería esta construcción una carga especial de energía magnética o telúrica, como mencionan algunos libros?. No llevaba ahora mi brújula, para comprobarlo mediante alteraciones en la dirección de la aguja.

Reinaba suma tranquilidad y total oscuridad en ese reducido espacio. Entre esas piedras que me protegían, incrustadas parcialmente en el desnivel del terreno y selladas por la alta vegetación que las cubría, parecía encontrarme en el interior de un sarcófago pétreo, que se hallaba semi introducido ya en la tierra.

¿Que hombres habrían levantado este dolmen? ¿Con qué finalidad? ¿Cuánto tiempo haría de eso? Pensando en esas cosas debí dormirme. En algún momento comenzó un sueño extraño. Me encontraba en un paraje campestre donde lucía un cielo azul y despejado. Yo subía corriendo por una colina verde. Ascendía con desesperación y dolor en el corazón. Lo que apresuradamente iba buscando era lo que me producía ese dolor. Llegué a un lugar donde había un grupo de personas dispuestas en círculo, todas vestidas con ropajes extraños y antiguos. Rodeaban y miraban con tristeza a una mujer que se hallaba echada en el suelo. La figura femenina descansaba sobre la hierba como si durmiera, vestida completamente de blanco.

Era una mujer joven, con largos cabellos dorados y ondulados, que brillaban con los rayos del sol. Sentía en el sueño que ella estaba muerta y que un amor muy grande me destrozaba el corazón. Atravesé el círculo de personas, que enseguida se apartaron para abrirme paso, y abracé el cadáver de la bella mujer. Mi pecho parecía desgarrarse y no podía impedir que las lágrimas anegaran totalmente mis ojos. Era una emoción muy intensa. La rubia joven iba vestida con unas finas y largas vestiduras, una especie de hermosa túnica muy antigua, con adornos dorados. Esa triste escena parecía pertenecer a un pasado muy remoto, como si surgiera de una antigüedad milenaria.

Me desperté en ese instante, sintiendo palpitar mi corazón, y embargado por la pena profunda que el sueño me había producido. Comprobé que seguía dentro del dolmen y que me hallaba echado en una posición fetal. No pude volver a dormir a continuación, pues el extraño sueño no se apartaba de mi mente. ¿Tendría algún significado? ¿Quién sería la joven rubia que aparecía muerta en esa verde colina? ¿Por qué había sentido tanto amor por ella si no la reconocía? ¿Era tal vez el recuerdo de una vida pasada, que ahora brotaba desde las profundidades de mi inconsciente?

Barajando estos interrogantes percibí el primer clarear del alba. Entre el follaje de los helechos que me rodeaban se dibujaron los colores rojos intensos del amanecer. Impaciente, con el cuerpo algo dolorido por el frío y el suelo duro, salí al exterior de mi cubil pétreo y contemplé extasiado el paisaje exterior.

¡Era maravilloso! Hasta donde alcanzaba la vista, desde la considerable altura a la que me hallaba, se contemplaba un frondoso e interminable bosque, que se extendía por el accidentado litoral costero, llegando, donde las grandes peñas no lo impedían, hasta el mismo borde del mar. La serranía descendía hasta las aguas a veces casi verticalmente, aunque en otros lugares lo hacía con suaves pendientes. Pero todas las montañas, todo el paisaje, se hallaba densamente poblado de enormes árboles, casi todos ejemplares adultos de gran tamaño. No eran pinos ni eucaliptos, sino que podía identificar abedules, hayas, robles, .... y otras especies que no era capaz de reconocer. Muchos miles de ejemplares de cada variedad estaban distribuidos formando bandas o núcleos, pero en ocasiones se mezclaban todos en una abigarrada selva.

Anduve buscando el punto más elevado de aquella sierra. La distancia hasta el mar desde los acantilados era impresionante. Ascendí hasta una cresta sobresaliente y contemplé con detalle todo lo que me rodeaba. El paisaje era en algunos puntos sumamente escarpado y abrupto, pero en otras zonas se divisaban colinas y suaves lomas. Lo que ya sin duda alguna era el océano, rompía con terrible fuerza en las rocas, llegandome claramente el resonar de los fuertes embates de las aguas, incluso a la considerable altitud en que me encontraba.

Manchas de pesada niebla se extendían por las áreas bajas, ocultando fragmentos de lo que me rodeaba. A lo lejos distinguí un área boscosa más oscura, árboles de un verde tan intenso que a la distancia el color se aproximaba casi al negro. Esa floresta sombría y densa resaltaba frente a las hojas multicolores del resto de aquella inmensa selva. Decidí dirigirme hacia allí.

Presentía continuamente que me hallaba en un sitio conocido, pero sin embargo eso estaba fuera de la razón porque jamás había visto nada tan frondoso. Me interné por el hermoso paisaje de variados árboles, todos de considerable tamaño, especialmente las bellas y majestuosas hayas. Era sin duda un bosque adulto, incluso parecía un bosque muy viejo, diferente a los bosques corrientes que yo conocía, donde la mayor parte de los árboles son ejemplares jóvenes. Aquí los árboles parecían centenarios, lo que era evidente por su altura, el enorme grosor de sus troncos y la gran colonización de plantas que convivían con ellos en simbiosis. Aunque la conclusión me resultara bastante increíble, la verdad es que esta hermosa selva parecía un verdadero bosque primario.

¿Qué lugar era este? ¿Dónde me hallaba en realidad? Anhelaba que Tanit estuviera a mi lado. Pensaba y deseaba eso continuamente. Ella conocía mucho de plantas y seguro que me hubiera ofrecido alguna explicación. Simplemente disfrutar de su compañía ya me habría colmado de satisfacción, y todo cobraría con su presencia un nuevo sentido. Cuando estaba con ella casi me parecía comprender el lenguaje secreto del mundo.

Después de media hora de caminata, asombrándome continuamente de la riqueza de plantas y pequeña fauna de aquel enigmático lugar, llegué por fin al primero de los oscuros árboles. Y era sin duda lo que yo suponía: un magnífico y centenario tejo. Había allí miles de tejos adultos de gran envergadura, cada uno tan grande como una casa de varias plantas. Tejos tan numerosos y tan enormes como yo jamás habría imaginado que pudieran todavía existir. Tejos multicentenarios, incluso quizá multimilenarios, con troncos centrales de más de dos metros de diámetro.

Me adentré en aquel bosque increíble. Extasiado contemplé sus bellas y finas hojas verdinegras, y sus pequeños frutos rojos, que ya estaban maduros, extrañamente maduros, pues aún faltaban meses para el otoño.

Muchos de aquellos soberbios ejemplares tenían brazos laterales que nacían desde el suelo, aumentando aún más así el grosor de su base. Numerosas ramas cubiertas de espesas enredaderas, descendían hasta rozar la misma tierra. Además las plantas trepadoras rodeaban gran parte de la corteza de los árboles, ascendiendo hasta casi alcanzar las copas. El verde musgo crecía también abundante por todas partes, debido a la alta humedad que se respiraba en el ambiente.

Cada árbol en sí mismo parecía una pequeña catedral arbórea. Pero además los tejos estaban tan juntos que apenas podían pasar algunos rayos de sol entre ellos. Introducirse en ese bosque tan frondoso era penetrar en una selva sumamente oscura. Continuamente tenía que apartar con las manos ramas y enredaderas para poder avanzar. Era evidente que nadie se había preocupado de limpiar este bosque, que se hallaba en un estado absolutamente salvaje. ¿Qué parque natural sería este que parecía tan abandonado? Todo era muy misterioso.

La gran abundancia de pájaros y aves también me sorprendía, pues cantos de lo más diversos surgían de todas partes. Asimismo, podía presentir la abundancia de muchos pequeños seres vivos, que oía corretear alrededor ocultos en la espesura del follaje.

De pronto me dí cuenta que tenía sed, y el hambre comenzaba asimismo a reclamar desde mi vacío estómago. Si no encontraba pronto agua dulce lo iba a pasar mal, pues la cantimplora que llevaba al cinto hacía unas horas que estaba vacía. Había acabado las últimas gotas de su contenido al amanecer. Y la única agua que por allí se veía era la embravecida agua del mar.

Pensé que con suerte quizá hallaría alguna fuente o tal vez un riachuelo. Incluso era posible que hubiera próximo algún pequeño lugar habitado. Pero sin embargo, absolutamente todo lo que había a la vista parecía completamente salvaje y abandonado de la mano del hombre. Si no encontraba en unas horas agua dulce, este inmenso bosque de tejos podía ser también el lugar de mi muerte. Esas ideas pesimistas de desánimo cruzaron libremente por mi mente, y las creía justificadas, pues al fin y al cabo, según me parecía haber leído, el tejo simbolizaba eso, tanto para los celtas como para otros pueblos paganos antiguos: la puerta de tránsito a la muerte.

¿Qué sentido tenía que yo estuviera aquí ahora? ¿De que forma había llegado a este salvaje y desconcertante lugar? ¿Cómo podía salir de este perdido paraje y regresar a lo conocido? ¿Lo conocido ...? A lo mejor ahí estaba la clave. Efectivamente, me encontraba en un terreno desconocido. Este sitio era algo que escapaba a mi mundo cotidiano. Tal vez debía seguir ahora las enseñanzas de Tanit, que tan difícil me resultaba poner en práctica, e intentar que mi "otra parte", esa otra parte no usada de nuestra conciencia, y que es por donde fluye el espíritu, despertara y se activara en estos momentos. Así tal vez encontraría una respuesta, o una luz que me indicara como salir de aquí.

Me senté cómodamente en el suelo, apoyando mi espalda en el ancho tronco de un tejo, y comencé una introspección que me permitiera comunicarme con esa "otra parte" oculta y profunda de mí mismo. Debía acallar primero los diálogos superficiales de la mente, para así tener la posibilidad de abrir una vía hacia mi interior, una abertura por donde pudiera fluir la luz y me permitiera comprender el sentido de la experiencia que estaba viviendo.

Intenté ver a los árboles que me rodeaban como a seres amigos, al bosque como si fuera un paradisiaco y acogedor lugar, y esta extraña situación en que me hallaba como una especie de iniciación al misterio. Al poco dejé de estar preocupado. Abandoné los pensamientos de reproche hacia Tanit por haberme abandonado sin ninguna explicación. Me relajé escuchando el trinar de innumerables aves que cantaban en la floresta. De pronto estaba en el Paraíso. ¿Pero donde estaba Eva?.

Abrí los ojos. Me sorprendió la luz intensa y el color. Y Eva estaba allí. Ante mi vista. Sentada en el suelo, sobre el verde y mullido suelo, delante de un arbusto de hojas rojas. No la había oído llegar, no había sentido ningún sonido. Me sonreía deliciosamente, con el candor de una niña pequeña. Le brillaban sus ojos azules. Le resplandecía su largo cabello. Tenía coloradas las mejillas. Increíblemente Tanit estaba delante de mí. Había regresado tan de improviso y tan misteriosa como cuando se marchó.

Exclamé su nombre. Me levanté deprisa y cogí su rostro con mis manos.

- ¿Dónde estabas mi amor? ¿Por qué te fuiste sin explicarme nada? He estado muy preocupado. Me he sentido abandonado. -le aseguré, controlando el fuerte pálpito de mi corazón.

Sin dejar de sonreír me respondió con calma, mientras acariciaba con sus dedos mi mentón y mis labios.

- Nunca he estado demasiado lejos de ti. Aunque no me hayas visto. Además, ya es hora de que aprendas a desarrollar tus capacidades sin mi ayuda. Debes buscar y utilizar todas las potencialidades que posees, pues no sabrás que existen si no las usas.

Nos besamos con ternura durante algunos minutos, y luego la avasallé de nuevo con preguntas.

- ¿Dónde estamos? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Que lugar salvaje es este?

- ¿Pero no lo conoces? -me respondió exagerando la sorpresa con su encantador rostro- Has estado aquí muchas veces.

- Sería en otra vida. -le aseguré escéptico, pero guardando una pequeña duda- No recuerdo haber estado jamás en este increíble bosque, ni en ninguno que se le parezca. Todos los árboles son sumamente grandes y antiguos. ¿Se trata de un Parque Natural? Semeja la reliquia de un bosque primario, de los que creía no quedaba ninguno en este país. Me parece que te equivocas cuando dices que lo conozco. No habría olvidado nunca un sitio así.

Tanit se rió. Me cogió de la mano y caminamos.

- Ven -me dijo- subamos hasta la cumbre. Es posible que entonces reconozcas el lugar.

Anduvimos despacio un rato. Nos cruzamos con un grupo de cérvidos extraños, que nos miraban a los lejos con profundos ojos negros, pero sin que iniciaran huida alguna. Salimos después a una zona abierta, tapizada de pequeñas praderas entre las rocas. Surgió a la distancia una pequeña manada de caballos sin montura, que retozaban y trotaban, pero no nos acercamos para evitar ahuyentarlos.

- Hay osos aquí. -me advirtió Tanit, tratando en broma de asustarme.

- Pues ojalá veamos alguno. -repuse, ocultando una pizca de temor- Aún no me has dicho como hemos llegado a este lugar, si ayer mismo estábamos en otra sierra a cientos de kilómetros de la costa más cercana.

- Te lo expliqué en nuestra última conversación, aunque tú no me creíste.

- ¿Que quieres decir? -repuse, al no comprender en ese instante sus palabras.

- El agujero en el espacio-tiempo. ¿Recuerdas? -respondió con un brillo pícaro en sus bellos ojos. Sus palabras me sobresaltaron.

- ¿Dónde estamos? -insistí cada vez más alarmado- ¿Cómo ocurrió? No noté nada, ninguna sensación física ni mental. Si mi cuerpo se ha trasladado alterando las leyes de la física debería haber sentido algo especial: un dolor, una presión, un calor o un frío. -dije por razonar algo- Pero no he sentido nada en ningún momento. Sólo recuerdo que perseguí con todas mis fuerzas una extraña luz naranja que surgió de pronto, y luego ya estaba aquí. ¿Eras tú esa luz, verdad?

- Claro que era yo. Cuando corrías tratando de alcanzarme te olvidaste de atender a tu mundo ordinario. La oscuridad de la noche facilitó las cosas, pues dejaste de ver lo que te rodeaba y tu atención se centró sólo en la luz y en el deseo de alcanzarla. Entraste sin darte cuenta en un estado de conciencia similar al que hay en las puertas del sueño. No había pensamientos racionales en tu mente, sólo una intensa ansia de conseguir algo. Aproveché ese momento para absorber toda la energía de tu cuerpo y trasladarte a este lugar distante, muy distante de donde nos hallábamos antes. -me explicó con calma, intentando que la comprendiera.

- ¿Pero y la materia? ¿Cómo puede hacerse eso con la materia de una persona? -le pregunté aturdido- Es imposible aparecer en otro lugar lejano, en tan sólo unos momentos, y sin que medie traslado físico alguno.

- No te preocupes tanto por la materia, cielo. -respondió con tranquilidad- La materia no es tal como tú la imaginas. La solidez de la materia es algo únicamente aparente. En realidad es sólo energía dotada de un tipo de información. Los códigos de esa información se pueden cambiar ... si alguien sabe el secreto de como hacerlo. Y entonces también se altera la ubicación en el espacio-tiempo. -concluyó, acompañando de nuevo su increíble explicación con una de sus traviesas sonrisas.

- ¿Y como se ve afectada la materia si se cambian esos códigos? ¿Que proceso se necesita para realizarlo? Resulta difícil comprenderlo y admitirlo dentro de la lógica. -protesté, abusando como siempre de mi raciocinio.

- No es necesario que lo comprendas para que ocurra. Simplemente ocurre. Además tú ya lo habías experimentado en otra ocasión. Vamos, no te hagas el tonto. -me respondió mientras se alejaba para recrearse con la sensación de sentir en la piel los suaves rayos del sol, que ya comenzaban a calentar el aire. Se quitó la camiseta y se quedó con el torso desnudo.

Era cierto. Hacía tiempo le había contado un incidente extraño que para mí no tenía explicación pero que me había maravillado. Una vez, sin buscarlo ni saber como ocurrió, había experimentado una bilocación, trasladándome de forma involuntaria a una distancia de unos setecientos metros, sin que yo hubiera recorrido ese trayecto. Nunca supe mediante qué mecanismo sucedió ni encontré ninguna respuesta convencional que solucionara ese enigma. El recuerdo lo tenía guardado en un rincón de mi memoria.

Tanit continuó hablándome.

- A ciertas personas les pasa eso alguna vez en su vida, aunque prefieren olvidarlo, pues les supone un problema para su razón que no puede ser resuelto. Ese fenómeno insólito no cuadra con lo que les han enseñado en la escuela. -me explicó mientras seguíamos con nuestro paseo en busca de la cumbre.

El sol y el pequeño esfuerzo de la subida propiciaron que también a mí comenzara a sobrarme la ropa. Desde luego tenía que admitir la existencia indudable del fenómeno, pues yo mismo lo había sufrido ya con ésta dos veces, pero seguía sorprendiendome la carencia de sensaciones corporales. Aún tendría que pasar mucho tiempo hasta que un día Tanit me revelara que en realidad en una teleportación no había ningún viaje real.

Proseguí interrogándola sobre el punto que entonces más me desconcertaba.

- Es posible que tengas razón, pero no entiendo cómo no hay ninguna sensación orgánica. -le reiteré.

- No es necesario que la haya si no te resistes. -repuso enigmáticamente otra vez- Tú estabas tan concentrado persiguiendome ..., mejor dicho, persiguiendo una brillante bola de luz naranja, que me fue muy fácil absorberte por el agujero del espacio-tiempo y trasladarte hasta este lugar.

- Pero yo no penetré en ningún agujero del espacio-tiempo.-protesté.

- Si penetraste, pero no lo recuerdas.

- Además yo no transformé la forma de mi cuerpo en absoluto, tal como hiciste tú. -repliqué.

Tanit se rió.

- ¿Cómo puedes estar seguro de eso? ¿De verdad pondrías tu mano en el fuego? -me desafió bromeando.

Luego añadió:

- Durante un instante tu cuerpo sí se transfiguró, pero tú no te diste cuenta. Fue como entrar en un sueño. La mente y la materia tienen muchos misterios que aún desconoces.

Ella me había explicado varias veces que podía cambiar mentalmente la vibración de la energía de su cuerpo, y entonces yo la percibía como una esfera luminosa. Aseguraba que poseía la capacidad de llevar la energía que constituía la materia visible de su cuerpo hasta un umbral vibratorio que la colocaba en el límite de lo que percibe el mundo de los sentidos. Decía que en todo momento era el mismo campo de energía, sólo que configurado de distinta forma. Varias veces había podido comprobar su transformación, haciendome dudar siempre si soñaba o estaba despierto. Pero por muy imposible e irracional que me pareciera, tenía que reconocer ahora que Tanit poseía un poder asombroso que la asemejaba con las brujas o las hadas de la antigüedad. Muchas veces me había planteado con inquietud lo que en realidad era Tanit.

Mientras mi mente divagaba ligeramente, ella curioseaba o jugaba con las plantas que brotaban en gran abundancia por todas partes. El brezo estaba en flor, también prematuramente pensé. La niebla había desaparecido ya por completo, al menos a la altura en que ahora nos encontrábamos.

Por fin alcanzamos la cima más elevada y contemplamos el paisaje de arboledas sin fin a uno y otro lado de la sierra. El verdoso mar se extendía majestuoso hasta el horizonte, y algunas brumas bajas adornaban todavía con su nívea presencia gran parte del rocoso litoral.

- ¿Es el océano, verdad? - pregunté infantilmente ante lo que era obvio- ¿El Cantábrico o el Atlántico?

- Ninguno de los dos y los dos al mismo tiempo. -me respondió, bromeando con otro de sus habituales enigmas.

Le sonreí y pregunté de nuevo.

- ¿Qué lugar es éste, tan bello y a la vez tan salvaje e inhóspito?

- El fin del mundo. -respondió, mientras reía con el brillo de sus ojos.

- Bien podría serlo de verdad.-concedí- ¿Pero dónde estamos? Sigo sin reconocer este sitio.

- Míralo bien. -repuso seria.

Observé de nuevo con detenimiento, a izquierda y a derecha. Contemplé con detalle la orografía de la costa, y, de repente, ... lo reconocí. Seguramente llegué a abrir de forma desmesurada los ojos, porque Tanit festejó mi iluminación levantando los brazos y dando grititos en broma. Ahora sí lo identificaba, aunque el lugar estaba increíblemente cambiado. Estos bosques tan frondosos... no debían de estar aquí. ¿De donde habían salido?

Pensé que tal vez mis neuronas se habían vuelto locas. Quizá algo no funcionaba bien en mi cerebro. Sabía que estaba despierto, pero lo que veían mis ojos no era posible para la lógica. Si mi razón y mis sentidos no se equivocaban, la conclusión era entonces inverosímil.

Miré a mi inquietante amiga a los ojos, y, con el vello erizado por la emoción de presentir un suceso irracional, le pregunté:

- ¿En qué época estamos?

Ella se limitó a mantener mi mirada y a esbozar una sonrisa intrigante.

Examiné una vez más el litoral. No había duda alguna. Yo había estado aquí muchas veces.

Mi garganta, en un impulso irrefrenable, arrancó a hablar.

- Esta es la Sierra de la Capelada, -declaré en voz alta- que se encuentra entre Punta Candelaria y ...

Pero no pude continuar, porque Tanit puso sus dedos en mis labios para que guardara silencio.

- No pronuncies nombres modernos. -dijo- Ahora estamos fuera del tiempo.

Contemplé maravillado toda la flora que nos rodeaba: bosques infinitos de hayas, de robles y de tejos, ... entre otras muchísimas variedades de árboles. Y ninguna población humana se distinguía a la vista. Ahora ya sabía con seguridad que estábamos a seiscientos metros sobre el nivel del mar y que éstos eran los acantilados más altos de Europa. Aquí se unen imaginariamente el mar Cantábrico y el océano Atlántico.

Las brumas, que desde el amanecer había visto, eran las brumas eternas del Cabo do Mundo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

8. EL CÍRCULO DE PIEDRAS.

 

 

 

- ¿En qué año estamos exactamente? -le pregunté con ingenuidad.

Tanit se dobló de risa.

- ¿Que és lo que te hace tanta gracia? -le reproché, desconcertado por su hilaridad.

Cuando dejó de reírse me lo explicó.

- ¡En qué año! ¿nos encontramos? En ninguno. En esta época los seres humanos aún no habían inventado el tiempo tal como lo conoces. Sólo lo usaban para algunas cosas muy concretas, pero no poseían un calendario de años que fuera una línea continua. Eso ocurrió en el futuro, cuando se desarrollaron las civilizaciones urbanas, con todas sus complejidades.

- Además, aquí no hay tiempo. -continuó- Estamos en una época fuera del tiempo, donde cada año es igual al anterior, como círculos que se superponen los unos a los otros.

Recordé que las culturas primitivas tenían un concepto circular del tiempo, imitando los ciclos repetitivos de la naturaleza, y sólo cuando la civilización se desarrolló se alcanzó también una nueva visión del tiempo, que es la que rige en la actualidad: un tiempo conceptuado como una flecha en una sola dirección y en línea recta.

- Bien -le concedí- pero aún así. ¿No podrías calcular en qué momento de la historia nos encontramos, tomando como referencia el calendario moderno actual?. Esos círculos superpuestos que mencionas, deben ser en realidad una espiral. ¿No es así?

- Estamos en una época anterior a la cultura de los celtas en Europa. -respondió simplemente, sin intención de añadir nada más, pues inmediatamente me dio la espalda y caminó hacia el círculo de grandes piedras que se hallaba ante nosotros.

- No le des más importancia a eso, cielo. -me dijo a la distancia.

Hacía una hora, más o menos, -mi reloj estaba guardado en la lejana mochila perdida y mi amiga nunca llevaba ninguno-, cuando nos encontrábamos en la cumbre de la sierra, que le había expresado a Tanit la necesidad imperiosa que mi cuerpo tenía de beber.

Ella me respondió que había una fuente cercana, situada en el corazón del bosque de tejos, donde podría saciar mi sed. Descendimos la escarpada montaña en su busca, hasta que llegamos a una ladera suave, y luego nos internamos de nuevo entre los bellos y oscuros árboles de hoja verdinegra. Las frondosas copas se unían en muchos lugares, apenas permitiendo que se filtraran algunos rayos de sol. Todos los troncos eran increíblemente gruesos, y estaban parcialmente cubiertos de plantas enredaderas, que colonizaban la mitad inferior de cada árbol. En muchas ramas se veía también el muérdago, con sus frutos transparentes aún sin madurar. Había musgo verde por todas partes, y también algunos helechos en los lugares donde penetraba un poco de luz. Pero lo más bello de todo eran los millones de bayas rojas maduras que mostraban las ramas de los tejos.

La mayoría de estos árboles debían tener una edad incalculable, pues algunos de sus troncos alcanzaban los dos metros de diámetro y una altura sin duda muy superior a los veinte metros. Sólo las viejas hayas de la otra zona de la sierra eran aún más altas, probablemente el doble.

Nos internamos a través de la gigantesca y espectacular tejeda. Tanit parecía saber bien donde me conducía. Estos árboles que nos rodeaban, de pequeñas hojas oscuras y bien alineadas, eran quizás los seres más antiguos del mundo. Había leído que esta especie existía desde hace 160 millones de años y cada ejemplar puede vivir más de tres milenios. Se les conocía en el pasado como los árboles de la muerte. Aunque en la actualidad están casi extinguidos. Los celtas los veneraban y hacían con la sustancia tóxica de sus hojas poderosos brebajes para exaltarse en los combates, o bien un veneno para suicidarse, algo que muchos practicaban antes que rendirse a sus enemigos. Las cualidades del secreto brebaje dependían de la forma y la cantidad en que se preparara el zumo o el caldo que se extraía de la hoja.

Por fin llegamos a una zona totalmente descubierta, donde la ladera se suavizaba hasta allanarse por completo, y que permanecía rodeada a la distancia por el anillo boscoso de la gran tejeda.

Superamos un pequeño desnivel y unos arbustos que formaban un seto y, de repente, vi algo que me impresionó: Un círculo enorme formado por grandes piedras, que cada varios metros se alzaban en vertical. Eran monolitos algo irregulares, menhires que doblaban la altura de una persona, dispuestos en circunferencia y separados por una distancia igual unos de otros.

Me recordaba lejanamente el monumento megalítico de Stonehenge, sólo que aquí no eran trilitos tallados sino menhires individuales acabados en punta.

- ¿Que es eso? -le pregunté sorprendido a Tanit.

- Lo que tú ves - me respondió impasible- Sabes muy bien lo que es.

Nos acercamos y comprobé que en cada piedra había una cara semiplana en la que estaban tallados multitud de petroglifos. La estructura de las piedras era bastante natural, apenas trabajadas por la mano de los hombres que las habían trasladado y plantado allí. Sólo la cara que daba al interior del círculo estaba alisada quizá de forma artificial, aunque tampoco lo podría asegurar. Era en esa cara interior dónde se veían grabadas toda una gama de inscripciones extrañas: dibujos abstractos y símbolos desconocidos para mí.

Pasé mi mano por las piedras. Acaricié con los dedos aquellos surcos con inquietantes y atrayentes formas geométricas: espirales, laberintos, extraños signos y hermosas figuras curvas de todo tipo. Se mezclaban y entretejían abigarrando la superficie pétrea. Pero, de entre todos aquellos petroglifos, destacaba uno en especial, fácilmente reconocible, la inconfundible figura de una serpiente. Siguiendo el eje central de cada una de las verticales piedras ascendía una enorme serpiente, que parecía surgir de la tierra y dirigirse hacia el cielo.

Había treinta y tres grandes monolitos, que configuraban un círculo de unos cuarenta metros de diámetro. Tanto la altura como la anchura de cada uno de ellos era visiblemente diferente. Algunos tenían la talla de una persona y otros la duplicaban. Había piedras más esbeltas y otras más rechonchas. Los constructores de este círculo sin duda no buscaron la igualdad total. Era evidente que prefirieron recolectar piedras ya seleccionadas como monolitos por la naturaleza, en vez de extraerlas de alguna cantera.

¿Que significaba todo aquello? ¿Quién habría erigido estas piedras conformando un círculo? ¿Con qué fin? Y sobre todo: ¿Cuándo? Todo parecía limpio y en perfecto estado de conservación. Incluso parecía casi nuevo. De ahí que hiciera esa pregunta a Tanit, aunque a ella le pareciera tan graciosa.

- ¿En qué año exactamente estamos?

Y ella se había echado a reír. Tal vez no era para menos. Desde luego no podía ser ningún año que fuera posible incluir en la actual cronología de la Era Cristiana, y que en nuestros días es la Era Común planetaria. Sin embargo sabía que, desde hacía muchos siglos, aquí mismo había una antigua ermita consagrada a un famoso santo cristiano, de mucha devoción en estas tierras.

Si Tanit había logrado traerme, de una forma aún inexplicable, a un tiempo pasado, era desde luego a una época muy lejana. Ni el bosque ni el círculo de piedras estaban aquí cuando, hace sólo unos pocos años, yo visitaba este perdido e insólito lugar. Ni siquiera quedaba su memoria. En la actualidad era también un paraje bello, verde y romántico, pero las arboledas eran ahora sólo de pinos y eucaliptos. Los demás tipos de árboles eran casi inexistentes.

Y entonces, me acordé. ¡La fuente! Había olvidado mi imperiosa sed. Llevaba seguramente más de seis horas sin beber ni un sorbo. Salí corriendo del círculo y bajé una pequeña pendiente buscándola. Debía estar en algún lugar cerca de allí. Enseguida la oí, a tan sólo unas decenas de metros. La fuente sí se hallaba aproximadamente en el mismo sitio, aunque el lugar estaba también algo cambiado. Ahora manaba por una grieta entre unas rocas, con un caudal grueso como dos brazos de un hombre. Formaba allí mismo un pequeño estanque, de unos cinco o seis metros de diámetro. Luego el agua discurría siguiendo su curso montaña abajo, buscando el mar.

Bebí con avidez, pero intentando controlarme, para que no me sentara mal. El agua estaba sumamente fresca y me supo maravillosamente bien. Tanit llegó sonriendo y también bebió en abundancia.

- El agua de esta fuente sabe riquísima. Y además ... es milagrosa. -me aseguró en tono de humor.

- Sí. Realmente está deliciosa.-le respondí también contento-. ¿Pero qué quieres decir con que és milagrosa?

- Concede deseos, muestra el futuro, otorga fertilidad, ... -recitó siguiendo la tradición.

- Eso ya lo sabía. Ya había estado aquí antes. ¿O mejor tendría que decir ... después?.

Ambos nos reímos.

Era curioso. Si esto era un tiempo pasado, yo había estado aquí antes en el futuro. Tanit había hecho que siguiéramos una línea del tiempo inversa. ¿Realmente nos hallábamos en un tiempo pretérito? Racionalmente me parecía algo imposible.

- ¿En qué año estamos exactamente?

Mi pregunta había quedado aún sin contestación, y Tanit estaba de nuevo en el círculo de piedras. Se situó en el punto central de la circunferencia. Miró lentamente, uno a uno, todos los menhires grabados. Y comenzó a dar vueltas. Giraba sobre sí misma, levantando progresivamente los brazos hasta situarlos en horizontal.

Se movía despacio, sin adquirir la velocidad que me había mostrado en otras ocasiones. Empecé a sospechar que en cualquier momento aparecería una luz sobrenatural, quizá un querubín o cualquier otra cosa extraña. El escenario se prestaba a ello. Esos inquietantes y bellos monolitos parecían los guardianes silenciosos de algo indescifrable, los testigos pétreos de un rito secreto, los custodios de algún viejo misterio oculto en sus herméticos grabados.

Pero en esa ocasión nada ocurrió.

- ¡Tengo un hambre atroz! -exclamé cuando dejó de dar vueltas.

- Este es un sitio sagrado. Olvida el hambre. Aquí debes ayunar. -me contestó severa.

Me quedé sin palabras. Pero enseguida ella se rió de nuevo. Sólo había hablado en broma.

- Creo que no trajimos las mochilas, -dijo con aire desenfadado- pero podemos comer ... frutos del bosque.

- ¿Que frutos? ¿Castañas, bellotas, endrinas, moras, ...?

- No. Yo había pensado ... en las "cereciñas". -me contestó en tono juguetón.

Sabía a lo que se refería. Estaba denominando así a los pequeños frutos de los tejos: las bayas rojas con la semilla negra. Mucha gente no las come porque erróneamente creen que son venenosas, pero desde luego que no es así. Las hojas sí contienen un alcaloide que puede ser tóxico tomado en cierta cantidad, pero los frutos de color carmesí son inocuos, muy dulces y algo pastosos.

- Por mí de acuerdo -le respondí- En este bosque deben de haber toneladas de esas bayas.

Nos dirigimos a los tejos más próximos y recogimos un buen puñado de bolitas rojas. Serían el desayuno, aunque ya estábamos casi en el mediodía. Comimos los diminutos frutos con deleite. Tanit en esta ocasión casi tantos como yo.

Y de repente la vi. Estaba a unos veinte metros de distancia. Nos miraba inmóvil. Era una niña de unos nueve o diez años. Esbelta y de cabello muy rubio. A su lado se encontraba un perro grande y totalmente blanco, pero que sin duda era aún sólo un cachorro. La niña lo llevaba bien sujeto con una correa, que agarraba con ambas manos, sin darle margen para que el animal se separara.

Nos miraba muy fijamente, sin apartar en ningún momento su intensa mirada infantil de nosotros. Mientras, el cachorro, bien pegado a su lado, caracoleaba juguetón.

Ambos la observamos. Tanit le sonrió, y la niña enseguida le devolvió una cálida y transparente sonrisa. Luego se dio media vuelta y se internó con el perro entre los árboles. Desapareció tan rápidamente como había surgido.

La enigmática niña iba vestida con una ligera túnica blanca sin mangas, que le caía suelta hasta cubrirle las rodillas. A pesar de la distancia me dí cuenta que no llevaba sandalias ni calzado alguno. Le pregunté a Tanit si sabía quien era.

- Sí. -repuso con naturalidad- Ella es la guardiana de este lugar.

- ¿Una simple niña? -exclamé extrañado.

- No te dejes engañar por las apariencias. Eso ya deberías de saberlo. -me advirtió.

Tanit tenía razón. Ella misma era el mejor ejemplo. Parecía una inocente chica, pero ... para mi seguía siendo un verdadero enigma.

Regresamos al círculo de piedras, y le pregunté a Tanit cual era la finalidad de esta construcción megalítica.

- Aquí se realizan rituales para comunicarse con los dioses.

- ¿Se hacen? ¿Quién los hace?

Por un momento había olvidado que no nos encontrábamos ante los restos de una cultura perdida, sino que, en este "tiempo fuera del tiempo" como decía Tanit, las extrañas piedras del círculo podían estar siendo utilizadas por "alguien". Quizá incluso por los mismos que las dispusieron así y tallaron los petroglifos.

¿Dónde nos hallábamos? ¿Habíamos realizado de verdad un viaje imposible hasta el pasado? ¿Qué significaba eso de estar "fuera del tiempo"?. De repente tuve una iluminación. Era algo fuera del convencionalismo racional cotidiano, pero me pareció una hipótesis posible.

- ¿Estamos en otra dimensión? -le pregunté a mi amiga, a pesar de que la denominación "otra dimensión" es un término abstracto que es difícil de clarificar.

- Estamos en un universo paralelo. -respondió escuetamente.

- ¿Qué es un universo paralelo? -la interrogué como un niño.

- Es otro universo que discurre por un espacio-tiempo distinto. Imagina un árbol que conforme crece le van naciendo ramas. Así es el Cosmos también: un Árbol gigantesco e infinito, del que van surgiendo ramas que constituyen universos, diferentes espacio-tiempos, imperceptibles entre ellos.

- ¿Y cuando se separó este universo, en el que dices que estamos, del que yo conozco? ¿Fueron alguna vez el mismo?

- Hace unos treinta siglos fueron el mismo. Estamos en una rama gemela que surgió poco antes de la llegada de la cultura celta en Europa. Aquí permanecen muchas cosas que en tu mundo hace bastante tiempo que desaparecieron. -me explicó.

¿Estaba hablando Tanit en serio?

- ¿Y como puede suceder eso? -le pregunté perplejo.

- Se pacta con los dioses, y se acuerda qué y quienes pasarán al otro universo, que es casi un duplicado exacto del anterior. El espacio-tiempo se bifurca, se divide, arrastrando tras sí también a los seres vivos.

- ¡Pero eso es imposible! -reclamé.

- No es imposible para ciertos dioses, que pueden hacer que la materia se duplique por dos espacio-tiempos distintos. Este planeta es en realidad un confín de universos superpuestos, y los seres vivos están repartidos entre todos ellos. Existen puertas que los intercomunican, como ésta misma en la que ahora nos encontramos. -me explicó.

Luego sonrió y añadió:

- Aunque también se pueden crear múltiples pequeños agujeros por donde pasar de un mundo a otro. Tú habitas sólo en uno de estos universos, pero yo puedo cruzar a través de varios. Y además de mí hay muchos más seres que pueden hacerlo. Los antiguos los denominaban "los dioses" (aquí Tanit no mencionó a los ángeles o los demonios del cristianismo, pues estos términos aún tienen una mayor connotación religiosa que el primero y ella perseguía darme una visión diferente). Estos dioses tienen acceso libre a todos los mundos (esto último luego comprobé que no era cierto, pero ella lo explicó así en aquel momento, pues sus aclaraciones eran incompletas como les pasa muchas veces a los adultos con los niños).

Yo sabía por lecturas que la materia del universo, que los físicos y los astrónomos han detectado, es menos del uno por ciento de lo que ellos suponen es el total. Y que el resto de la materia del universo está escondida, es materia indetectable, materia oscura, materia que a lo mejor no es materia tal como la conocemos, quizá es antimateria o cualquier otra explicación científica. Pero no sabía si todo eso tendría algo que ver con la posibilidad de múltiples espacio-tiempo.

Tanit hablaba de universos paralelos. Pensé que a los físicos y a los astrónomos no se les pasaría por la cabeza creer que la materia perdida del universo pudiera contener también vida.

Era inútil preguntar a mi querida y enigmática amiga por el proceso concreto mediante el cual se creaba un universo paralelo, así que desistí de la pregunta.

-¿Qué son los dioses? O quizá ¿quienes son? -continué mis pesquisas por una nueva ruta, pues cada vez se abrían puertas a más interrogantes.

- ¿Tú quienes crees que son? -me devolvió la pregunta.

- Pues ... extraterrestres de una civilización muy avanzada. -me atreví a aventurar- O algún tipo de ángeles creadores. O tal vez una forma de vida que ni siquiera podemos comprender. -conjeturé finalmente, esperando, eso si, sus aclaraciones.

- Pues con esas respuestas te vale por el momento. -concluyó tan tranquila, abandonándome en la incertidumbre.

Acepté suspender temporalmente la cuestión en ese punto, por otro lado tan intrigante, y continué con el tema de las piedras del círculo.

- ¿Cómo eran los rituales que aquí se realizaban? -inquirí, usando equivocadamente el tiempo verbal en pasado.

- Son de diverso tipo, según sea la finalidad pretendida o los individuos que lo realicen. ¿Te gustaría ver uno?

- Desde luego. -respondí temerariamente, sin pensar que no se trataría de una representación o una imitación, sino que mi amiga se estaba refiriendo sin duda a un ritual verdadero y auténtico.

Había olvidado que el lugar donde nos encontrábamos era otro universo, pero tan real como el universo del que yo procedía. Me estiré de nuevo el dedo y siguió sin alargarse.

Un repentino estremecimiento recorrió todo mi cuerpo, pues cruzó por mi mente la pregunta de cómo serían los seres que vendrían a realizar un ritual aquí. ¿Y quienes serían esos dioses?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

9. EL TEMPLO.

 

 

 

Contemplaba en silencio las delgadas y pequeñas hojitas de los tejos. Se las veía verdinegras con el sol de la tarde. Todas estaban dispuestas paralelamente, en hileras casi perfectas, cada una junto a su hermana, como si hubieran sido peinadas en sus ramitas.

Sabía que cuando el sol se hundiera en el mar, y no diera ya la luz directa, los oscuros tejos se volverían negros, tan negros como la noche, de la que eran los señores.

En nuestros días, estos árboles antiguos y sagrados para algunos pueblos paganos, ya no constituyen bosques, ni siquiera agrupaciones importantes. Tan sólo ocasionalmente forman pequeños grupos, aunque casi siempre aparecen solitarios. Y por tanto yo estaba disfrutando ahora de una experiencia privilegiada, rodeado de cientos o miles de estos viejos seres.

Me hallaba totalmente solo en el corazón del bosque de tejos, en un pequeño claro hasta el que penetraban brillantes rayos de sol. Descansaba sentado sobre una piedra plana y con la espalda apoyada en un grueso tronco.

Tanit me había propuesto que hiciera un ejercicio de relajación y meditación en solitario, en la profundidad de este bosque tan especial, para serenar mi mente, y así prepararme para percibir mejor las cosas y los acontecimientos que pudieran suceder mientras permanecíamos en este extraordinario lugar, apartados del tiempo.

- ¿Cómo hemos podido viajar al pasado? -le había preguntado erróneamente esa mañana- Si alguien retrocede hacia el pasado en el tiempo, podría encontrarse consigo mismo de niño. ¿Que ocurriría entonces?

- No hemos viajado al pasado, no te confundas. Estamos en un universo paralelo, donde no ha transcurrido el tiempo. Simplemente. -me aclaró.

- ¿Cómo no va a transcurrir el tiempo? -me reí, porque me parecía absurdo- El tiempo siempre transcurre de una forma u otra.

- Quiero decir que en este lugar no ha habido cambios desde hace miles de años. Por tanto es como si no hubiera transcurrido el tiempo.

- Sigo sin entenderlo. ¿Insinúas que las personas no nacen y mueren aquí?

- No. Me refiero que, a pesar del nacimiento y muerte de los seres vivos, apenas se han visto alteradas las formas externas, el paisaje, la cultura, las costumbres,... etc. Los años se han convertido en ciclos que retornan al mismo lugar, no ha habido evolución en espiral.

- ¿Y como puede ocurrir eso? La historia humana es siempre una línea que avanza. Admito que la naturaleza puede estar aparentemente estática durante miles o millones de años, pero las sociedades humanas cambian muy deprisa.

- A veces, sin embargo, cambian muy despacio.-me aseguró- Y pueden pasar siglos o milenios sin ninguna variación. Eso es lo que ha ocurrido aquí.

- Pero en el espacio-tiempo del que yo provengo no sucede eso.- le rebatí.

- Te equivocas. Allí también ha acontecido de manera repetida. La historia no siempre corre a la misma velocidad. A veces se estanca temporalmente, a veces se acelera. Y en ocasiones se detiene durante cientos e incluso miles de años.

Tal vez puse cara de intentar adivinar algo, y ella continuó.

- ¿Olvidas que en Australia hubo una cultura de aborígenes que permaneció prácticamente inalterada durante 50.000 años? Sólo cambió, para mal, cuando llegó el hombre blanco a esa isla apartada.

- Sí, es cierto lo reconozco.-tuve que admitir, pues en ese momento lo recordé.

- Los indios de Norteamérica vivieron en la cultura paleolítica hasta que fueron conquistados y casi exterminados. Su hábitat lo habían conservado inalterado durante cientos de generaciones.

- Es verdad.- volví a reconocer.

- Y lo mismo sucedió en algunos lugares de Europa con civilizaciones más desarrolladas. ¿Recuerdas Irlanda? Allí los celtas permanecieron durante más de mil años sin sufrir cambios significativos en su cultura, aislados en su hermosa isla, a salvo de invasiones y de las influencias de otros pueblos.

Era verdad, al menos por lo que yo sabía. Los celtas y los romanos estuvieron en casi permanente guerra durante cerca de 500 años, desde el saqueo de Roma por los galos hasta la derrota de Vercingetórix. Dos poderosas y aguerridas civilizaciones se enfrentaron durante centurias. Al final, los romanos vencieron definitivamente y conquistaron todo el extremo occidental del continente europeo. Aún tardaron otro siglo más en someter a los celtas de las islas británicas. Pero a los celtas de Irlanda no les llegó nunca la invasión romana, y permanecieron aún casi otros cinco siglos sin apenas cambios en su cultura, hasta la llegada del cristianismo ya muy tardíamente.

- Y podríamos poner muchos más ejemplos de otras partes del mundo -continuó Tanit- La historia a veces se detiene ¿Por qué sería entonces de extrañar que, en este universo paralelo que estamos, no haya evolucionado la historia?

Desde luego, si era sorprendente plantearse la posibilidad de un viaje al pasado, más sorprendente todavía resultaba admitir la existencia de universos paralelos. ¿No sería acaso todo esto un juego de Tanit, a los que era tan aficionada para así desafiar y entrenar mi mente? Ella nunca mentía para aprovecharse ni falseaba interesadamente, pero sí lo hacía como una práctica lúdica o como un ejercicio chamánico para desdibujar la realidad convencional que, decía, nos mantiene aprisionados. Por tanto persistía en mí cierta duda sobre si nos encontrábamos en el pasado o por el contrario en una supuesta dimensión paralela de la materia.

Tras mantener esta conversación nos desnudamos para bañarnos en el pequeño estanque que formaba la fuente. Fue un breve placer, pues enseguida tuvimos que salir del agua, ya que estaba sumamente fría. Con deleite nos expusimos al sol del mediodía para secarnos.

- El lugar donde ahora nos hallamos es un santuario sagrado de peregrinación.-dijo de repente mi extravagante compañera- Aquí vienen peregrinos periódicamente para conversar con sus dioses y pedirles orientación en sus vidas.

- Espero que no aparezca nadie hoy.-repuse al tiempo que contemplaba nuestra desnudez- Quizás se enfadarían si nos vieran aquí así.

Tanit se rió.

- No se enfadarán por vernos desnudos. -aseguró- En esta época la desnudez no estaba mal vista y menos en un lugar sagrado. ¿Que mejor que estar desnudos para hablar francamente con los dioses? -declaró.

- Además -continuó ante mi silencio- tampoco les molestará que nos encontremos aquí, pues no estamos profanando este lugar. Lo reverenciamos. ¿Verdad?

- Desde luego. -le respondí sincero- Para mí es un paraje muy hermoso y lleno de misterio. Incluso yo también siento que es un lugar sagrado.

- Sí -aseguró- estamos en el centro de un templo.

- ¿Que templo? Yo no veo ninguno. ¿Es acaso invisible? -le pregunté desconcertado.

- No. Es muy visible. El templo es ... ¡todo el bosque! Esto es un espacio natural sagrado, un bosque consagrado a los espíritus y a los dioses. Una puerta con los mundos invisibles, tanto superiores como inferiores. La palabra templo significa el lugar donde nos comunicamos con lo divino y con lo transcendente.

- Tienes razón, lo había olvidado. -reconocí sonriendo sinceramente.

- No hay necesidad de que un templo sea un edificio. -afirmó- Ni los que aquí utilizan este lugar, ni los celtas que aparecieron después en la historia, levantaron nunca edificios que les sirvieran de templos. Para ellos los espacios sagrados estaban en la naturaleza, en las montañas y en los bosques, en los lagos, en los ríos y en las fuentes cristalinas. Los árboles y las plantas, las aguas y los vientos, y la naturaleza en general eran medios e instrumentos de ayuda para comunicarse con el mundo invisible.

Sí, todo eso ya lo había leído en alguna parte. Tanit únicamente me estaba refrescando la memoria.

A continuación, en cuanto estuvimos bien secos, nos vestimos enseguida, pues el sol comenzaba a descender del cénit y la temperatura bajó ligeramente.

- Mañana llegará aquí un grupo de peregrinos, y podrás contemplar como eran estos rituales antes de que evolucionaran hasta convertirse en los que tú conoces del presente. -me reveló causándome cierta inquietud.

- ¿Cómo sabes que vendrán mañana?

- Simplemente lo sé. -respondió crípticamente.

- ¿Y podremos estar presentes? ¿Cómo sabes que lo permitirán? ¿Los conoces? -la acosé con mis preguntas, mientras sentía crecer un cierto temor, pues no tenía ni la más remota idea de cómo podrían ser esas personas que iban a venir, ni cuales eran sus costumbres y formas de pensar. ¿Serían violentos? ¿Nos considerarían intrusos?

- No te preocupes por nada de eso. Yo me encargaré de todo, cielo. Confía en mí. -exclamó Tanit como si hubiera leído claramente mi pensamiento.

A continuación me propuso que realizara el ejercicio de meditación en solitario en el interior del bosque. Me dijo que después nos encontraríamos de nuevo junto a la fuente a la puesta de sol. Así que, como estuve de acuerdo, me adentré en la espesura y busqué un lugar agradable y despejado, donde penetrara bien la luz, y allí me dispuse a contemplar los tejos en meditación. Sin embargo, continuamente acudían pensamientos a mi mente.

Rodeado ahora por estos bellos y venerables árboles, auténticos ancianos del reino arbóreo, rememoraba las palabras de algunos autores que habían recogido en sus libros las antiguas tradiciones y leyendas, apenas ya recordadas (milagrosamente conservadas), sobre los longevos, impresionantes y sombríos tejos.

Sin que lo pudiera evitar, acudían a mi memoria frases leídas en el pasado, donde se decía que el tejo es la puerta del sidh (1), un pozo oscuro que nos muestra la profundidad sin fondo de la muerte, la ausencia de tiempo, el vacío.

Me esforcé en acallar mi mente.

¿Se abrirán esta noche aquí las puertas del más allá? Brotó en mí ese pensamiento cargado de temor. Desde luego éste lugar parecía ajeno al tiempo, como decía Tanit. Los tejos eran sin duda árboles inquietantes, siempre me habían atraído por su serena belleza y su oscuro misterio. Pero para tranquilizarme supuse que todo dependía del significado que les diéramos a las cosas. Ahora me estaba influyendo una leyenda, simplemente -me dije-. Aunque toda leyenda puede contener algo de verdad.-pensé a continuación.

No podía apartar el flujo de dudas e inquietud. Así no había meditación alguna ni nada similar. Necesitaba paz y vacío interior. Debía silenciar de verdad mi mente, percibir tan sólo con el corazón, liberarme de los prejuicios.

- El tejo (2) es un dolmen viviente. El tejo es el dolmen de piedra no labrada.- Escuchaba con nitidez estas frases enigmáticas, rompiendo de nuevo el silencio interior de mi mente por más que intentaba impedirlo.

- El tejo es el mejor lugar para concertar una cita con el conocimiento.-oí una vez más.- Es un ser ajeno al tiempo. Es espacio inmóvil del centro del círculo.

Todas las frases leídas en el pasado volvían por sí solas a la superficie de mi memoria, de forma inevitable, quizás incluso propiciadas por mi pretensión vana de meditación. La voz era mi propio subconsciente, supuse. O tal vez era una fuerza o un ser que estaba hablando dentro de mí, utilizando una fracción de mi inconsciencia.

El tejo nos acompaña a través de las profundidades de la tierra, de las tinieblas. ¿Quien sino yo conoce los secretos del dolmen de piedra no labrada?.-continuaba la persistente voz en mi interior.

Por suerte no estábamos aún en la fase de la naturaleza que corresponde al uno de noviembre, el día y la noche que los celtas creían que se abren las puertas que dividen los mundos, el instante en que se detenía el tiempo y se resquebrajaba entonces la grieta que separa los reinos visibles e invisibles. Era ese el momento en el que realizaban sus rituales, mediante los que los druidas y otros iniciados, se decía, podían transitar a los otros mundos o recibían a los seres que de allí procedían. Ese día mágico estaba consagrado por supuesto al misterioso y también temido árbol que nosotros denominamos tejo.

- Estás a las puertas del dolmen, en el umbral del sidh, del reino del más allá, morada de los muertos, genios y dioses. El tejo facilita la entrada al reino subterráneo. -prosiguió la voz en mi interior, repitiendo las frases del folclore.

Debía hacer un último esfuerzo por silenciar mi mente. Intenté también apartar la sensación de temor que pretendía apoderarse de mí.

- El tejo es el árbol de la muerte. Consagrado a la reina de los infiernos. Es el vehículo de las almas. El tejo es noche, invierno, infierno, inconsciente, sueño; es la puerta que nos permite conocer lo más profundo y secreto de nosotros mismos. Su misterio es abrirnos a la muerte de tres días y tres noches. Es la senda estrecha, la grieta entre los mundos. El tejo es el lugar de poder, la encrucijada que nos abre el acceso.- percibí las palabras, ahora cada vez más lejanas.

Y la voz se calló de repente. Escuché entonces el silencio terrible del bosque. Ni un pájaro, ni un sonido, ni una hoja, ni el movimiento de un insecto, ni el reptar de un gusano. Ni la brisa se movía, ni las nubes siquiera. Se había detenido el tiempo.

Por fin se había parado mi mente y había entrado en estado de meditación.

Y entonces vinieron las imágenes. Primero fue la niña con el perro, que me miraba silenciosa. Luego apareció Tanit, que me sonreía. A continuación fue sustituida por la mujer muerta que yacía en la hierba, y de la que sólo podía distinguir su cabellera rubia y su vestido blanco. Vi luego unas luces flotar que pasaban cerca de mi rostro. Vi hombres que caminaban en silencio por lugares inhóspitos y agrestes, en hilera, descalzos.

Me dolía el corazón, sentía una tristeza muy profunda, como si hubiera perdido algo muy importante. Sentía el paso del tiempo. Sentía que el mundo se moría. Sentía que yo me moría. Sentía que debía hacer algo. Sentía que todos debíamos hacer algo para impedir que la muerte se extendiera por todas partes. Percibí entonces que una luz se hallaba escondida en un lugar recóndito de mí mismo. Sentí que mi interior era tan profundo y negro que daba vértigo mirarlo. Algo me atraía hacia la oscuridad de mi interior. Algo cálido, pero al mismo tiempo estremecedor. Me dio miedo, sentí como si mi conciencia fuera a ser absorbida, y rompí la meditación.

De repente, una brisa fuerte agitó las ramas de los árboles y el viento silbó por todas partes. Escuché el ulular de pájaros nocturnos, y me percaté de que ya había caído la noche, era noche cerrada.

 

 

(1): El sidh era para los celtas el mundo donde habitaban seres invisibles, un universo paralelo, un espacio-tiempo diferente al nuestro. Creían que los seres vivientes podían pasar de un mundo al otro, a través de la magia y de poderes especiales. Muchas viejas leyendas recogen en mayor o menor medida esta tradición, pero fueron los celtas los que aportaron mayor colorido a este mundo sobrenatural paralelo.

 

(2): El tejo posee una madera roja de extrema dureza, similar a la piedra, dificilísima de tallar cuando está seca. Por ese motivo y por su carácter de árbol sagrado, los antiguos llamaban al tejo el dolmen viviente o el dolmen de piedra no labrada.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

10. LA LUZ EN LAS TINIEBLAS.

 

 

 

Los tejos eran sólo sombras negras alrededor, que se confundían fantasmalmente con la negrura impenetrable de la noche. ¿Cómo iba a orientarme para regresar a la fuente de agua fresca donde me esperaba Tanit? ¿Estaría ella todavía allí? ¿Por qué no había venido a buscarme?

Me había atrapado la oscuridad nocturna en el bosque, y ahora ... ¿cómo localizaría la senda de regreso en esta inmensa espesura vegetal? Arboles enormes y matorrales cerrados formaban un laberinto viviente. ¿Se puede hallar el camino en una selva sin luz?.

Innumerables ramas golpeaban y arañaban mi rostro conforme avanzaba. Raíces y plantas enredaderas conspiraban para que tropezaran mis pies. Apenas encontraba espacio libre para moverme. El bosque era demasiado denso y terriblemente tenebroso. Me encontraba perdido en una maraña de hojas y arbustos sin fin. La fronda salvaje me había apresado dentro de su vientre misterioso. ¿Debía gritar para que me escuchara Tanit? No me atrevía, pues no conocía bien este enigmático lugar y quizá se escondían aquí moradores invisibles a los que importunarían mis gritos.

¿Habitarían espíritus en este viejo bosque? ¿Podrían surgir genios de la floresta o duendes malignos? ¿Aparecerían lobos agresivos u otros animales peligrosos? Mi imaginación se disparaba sin control. El corazón me latía deprisa. Estaba perdido. No podría hallar el camino de regreso hasta que amaneciera, y aún así resultaría difícil, pues posiblemente ahora avanzaba desorientado, dando vueltas sin rumbo, alejándome tal vez del círculo de piedras y de la fuente.

- No debo permitir que me arrastre el pesimismo -pensé, tratando con mi voluntad de darme ánimo a mí mismo.

Rememoré entonces conversaciones que había mantenido con Tanit, sobre cómo el pensamiento, de alguna forma misteriosa, induce, crea o modifica la realidad. Ella sostenía que si creemos con firmeza en algo, lo más seguro es que eso ocurra, sea bueno o malo.

- Si temes el suficiente tiempo cierta cosa, tu temor aumentará las posibilidades de que eso se cumpla. Si crees que no mereces lo que deseas, tu creencia pone barreras para que lo deseado no llegue a ti. En cambio si piensas sinceramente que eres digno de recibir un bien, lo más probable es que lo recibas. Realmente -aseguraba Tanit- las creencias, buenas o malas, determinan mágicamente lo que vivimos o viviremos. Nuestras creencias crean nuestro futuro.

- Es muy difícil poder controlar aquello que creemos. -respondía yo casi siempre.

- Ya sé que es difícil. Todo es difícil cuando no se sabe hacer, y más aún cuando pensamos que no nos alcanza nuestra capacidad.

- Mucha gente mantiene toda su vida un mismo deseo y éste no se cumple. -repuse.

- El deseo no es la creencia. Casi siempre nuestros deseos se enfrentan con nuestros temores, con nuestras culpas, o con deseos opuestos camuflados, y entonces nunca se cumplen. No se trata tanto de desear como de creer, creer firme y persistentemente. Hay que creer incluso sin desear. Nuestras creencias, si son profundas y auténticas, siempre acaban cumpliendose. El poder de lo que crees determina el futuro. Pero ese poder no está aún bien desarrollado en la mayoría de los seres humanos, que lo confunden con las expectativas de su ego. Entonces el poder de crear no madura con plenitud. Ese poder pertenece realmente a tu otra parte desconocida, y hay que ejercitarlo para que germine y crezca con belleza.

Recordaba esas palabras de Tanit, y pensé que yo albergaba ahora el temor de perderme definitivamente y de no lograr encontrar el camino hasta la fuente donde mi amiga me esperaba. Deseaba llegar, pero mantenía la creencia de que estaba irremediablemente perdido. Mis deseos no bastaban. Mis creencias negativas eran más poderosas. La oscuridad era mi enemiga, el bosque era mi enemigo, los genios y duendes invisibles eran mis enemigos, la hermosa noche era mi enemiga. Pero en realidad mi verdadero enemigo era yo mismo. El miedo moraba dentro de mí, la voz que negaba mi capacidad surgía de mi interior, mis limitaciones eran mis propias creencias. La mente esconde secretos que determinan nuestra vida y lo que nos acontece.

Reflexioné y llegué a la conclusión de que si había algún genio maléfico era mi propia forma equivocada de pensar, que abría la puerta a la influencia de fuerzas tenebrosas. Tenía que cambiar mis pensamientos, mis creencias y mis sentimientos del mundo. Debía al menos intentarlo, transformando el discurso de mi mente y de mis emociones, para reconducir mis expectativas y visualizar una nueva realidad que fuera positiva.

- Los oscuros tejos son una fuente de sabiduría. -comencé- Tienen el poder de llevarnos hasta las tinieblas de nuestro interior para que descubramos allí la pequeña luz que necesita crecer. El bosque no es un lugar maléfico, sino que es un paraje benéfico y bello. Los espíritus de los árboles son mis amigos. Los genios del bosque son mis amigos. Es hermosa la noche y también es mi amiga. El círculo de piedras me espera y mis pasos me conducen seguros hacia él. Tanit me aguarda en la fuente y pronto fundiremos nuestros cuerpos en un abrazo. Camino con seguridad hacia mi amada y creo en la felicidad de nuestro inminente reencuentro.

Me esforzaba en cambiar voluntariamente mis pensamientos agitados por el temor. Repetía las frases y al mismo tiempo avanzaba lentamente a través de la floresta oscura, confiando en la visión del rostro de Tanit unido al mío que se iba formando en mi mente.

Pero la oscuridad persistía, ramas invisibles arañaban mi cara y mis manos, y sin duda el bosque interminable me había tragado en su inmenso seno. Recordé a Jonás en el vientre de la ballena, atrapado durante tres días. ¿Era esto un bosque o era un monstruo compuesto de millones de árboles, que se habían integrado en un todo con la noche? Oía el ulular amenazante de las aves nocturnas, que para mí presagiaban mil terrores.

- Los tejos son mis amigos. Estos árboles son venerables maestros de sabiduría. El espíritu antiguo del tejo me conducirá hacia la luz. Los tiernos brazos de mi amada me esperan y siento ya el calor de su cuerpo. - repetía de nuevo.

De pronto el cansancio comenzó a apoderarse de mí. Agotado busqué aún fuerzas para no desmayar y continuar mi ciego avance en las tinieblas. Mi facultad para ver sin luz parecía no servirme de nada en este mar de plantas y árboles que se entrecruzaban en una densidad inconcebible. ¿Dónde me encontraba? ¿A donde había llegado? ¿Era realmente esto un bosque o me hallaba en un mundo tenebroso y subterráneo, tal vez en otro nuevo universo paralelo, ya irremediablemente alejado de Tanit?

- ¡Espíritus de los árboles! ¡Guiádme! ¡Genios del bosque! ¡Ayudádme! -invoqué e imploré en voz alta- ¡Creo firmemente en que sigo el camino correcto, que me llevará hasta donde se encuentra el ser que amo! ¡Creo en el amor de Tanit, que me espera, y que no me abandonará!

Pero de nuevo sólo escuché la voz tétrica y burlona de las aves nocturnas, que parecían reírse de mi temor, mi cansancio y mi desesperación. Sin embargo no lograron hacer mella ahora en mi ánimo.

Con el miedo sensiblemente reducido continué penetrando en la oscuridad, inmensa y poderosa, que parecía no tener fin. Entonces, de repente, a pesar de seguir perdido, desapareció el desaliento. Ya no tuve miedo, ni prisas, ni urgencia, y sentí que me hallaba en paz con el bosque, en paz conmigo, en armonía con la noche. Y una sensación de tibio calor y de plenitud me invadió. No me importaba llegar, no había dudas en mi mente, el camino y yo dejamos de ser enemigos. Cesó absolutamente todo pensamiento, todo deseo, toda incertidumbre o duda, todo temor.

De repente el suelo desapareció bajo mis pies y mi cuerpo fue tragado por la tierra. Lancé las manos instintivamente hacia la vegetación y me así a ramas que mis dedos apresaron con fuerza. Quedé suspendido en el vacío. Mantenía los brazos muy abiertos y estirados hacia arriba, como si estuviera crucificado. En un agarre desesperado sustentaba con mis músculos todo el peso del cuerpo atraído por la gravedad. Debía haber llegado hasta una sima o tal vez un desnivel de la montaña. No podía ver nada.

Mi reacción fue rápida. Mi vida dependía de mi autocontrol. Apoyé los talones de los pies en la tierra de la pared donde me hallaba colgado, y con la fuerza de todo los músculos del cuerpo, bien pegada la espalda contra el vertical terreno, conseguí ascender de nuevo, y recuperar los dos o tres metros que había descendido. Tuve suerte de que la vegetación fuera muy densa, pues las matas y las ramas me permitían encontrar puntos de apoyo y de agarre. Si me hubiera precipitado al oscuro vació me habría matado o roto las piernas, aunque era imposible calcular los metros que había de caída. Tal vez cinco o tal vez ciento cincuenta.

¿Qué és lo que debía hacer ahora? ¿Insistir en continuar de nuevo, pese al riesgo y la desorientación? ¿O tal vez tratar de pasar la noche entre la vegetación, hasta que el alba trajera luz y entonces pudiera volver a caminar con seguridad? Había andado durante años por las montañas, y sabía bien que algunas personas temerarias morían despeñadas por abismos que no vieron al quedar atrapadas por la noche y empeñarse en proseguir. Lo más sensato era esperar. Pero había observado esta sierra durante el día y no era demasiado alta, no podían haber grandes precipicios. Tampoco había un plano de inclinación muy acusado desde el lugar donde me había sentado a meditar hasta la ubicación de la fuente. El terreno no aparentaba ser peligroso. Aún así las simas siempre pueden surgir escondidas en cualquier lugar imprevisto.

Las dudas me impedían decidir. Esta montaña podía ocultar secretos que yo no conocía. Lo mejor era esperar. Pero de pronto una chispa de luz surgió de nuevo en mi interior. Renacieron mis fuerzas y mi fe en el poder misterioso de que creer es ver lo que llegará a ser. El creer está por encima del deseo.

Sin formular ya pensamiento alguno, con un indescriptible sentimiento de confianza que nacía en mi corazón, tuve la certeza y la visión de que saldría del bosque y llegaría junto a Tanit, a la que veía sonreír.

Avancé de nuevo, en paz con el bosque. Los árboles, las ramas y las hojas, parecían ahora acompañarme, observarme y acariciar mi piel. Sentí que yo también era una parte de esta selva, que no me hallaba perdido y que todo estaba bien y era perfecto. El tiempo se ausentó en ese instante.

De improviso, una mano blanca tocó mi brazo. Veloz, giré la vista hacia el lugar de la espesura desde donde habían brotado los fantasmales dedos. Se apartaron entonces las hojas y las ramas, y surgió ante mis ojos el hermosísimo rostro de Tanit.

- ¡Cuanto has tardado, cielo! He tenido que venir a buscarte. -exclamó mi amiga con dulce voz y una tierna mirada plena de calor.

Me eché a reír y la abracé.

- Te he visto -explicó- mover las ramas de los árboles que están próximos al claro del círculo de piedras. Acababa de decidir ir a tu encuentro cuando casualmente he advertido que tú llegabas. Estabas algo desorientado en este tramo final del camino de regreso. ¡Mira! -señaló en el sentido de donde ella procedía- Te encuentras ya en la linde donde acaba la frondosidad del bosque. -dijo para tranquilizarme.

Y entonces tomó mi mano y me condujo fuera de la espesura, de la que apenas restaban un par de metros.

- ¿Y por qué has esperado tanto en decidir ir a buscarme? -le reproché- Sin darme cuenta me atrapó la oscuridad de la noche y llevo horas tratando de regresar a través de esta selva tan densa. Debí alejarme más de lo que pensaba, o quizá desorientado he dado vueltas a ciegas sin saberlo.

- ¡Pero cielo! -repuso con ingenua sorpresa- Si apenas hace unos minutos que ha llegado la noche. Acaban de salir ahora las primeras estrellas.

Ambos observamos al unísono la bóveda celeste.

- Y contempla esa maravilla. La luna comienza a nacer en un nuevo ciclo. -añadió señalando la primera fase creciente del hermoso astro nocturno.

¿Que había ocurrido entonces? Mi sensación temporal era la de que habían transcurrido varias horas desde el momento que percibí la presencia de las tinieblas. Sin embargo Tanit aseguraba que tan sólo habían acontecido unos instantes. ¿Se trataba de una jugada de la dimensión del tiempo? Tal vez los tejos o los genios del bosque me habían sometido a una prueba. Quizá mediante algún fenómeno desconocido se había dilatado mi sensación de temporalidad. ¿Cuanta distancia había recorrido realmente en mi travesía de retorno? ¿Dónde había estado? Mi razón llegó a pensar que, simplemente, a lo mejor las compactas copas de los árboles y la enorme frondosidad habían adelantado la llegada de la oscuridad en el interior profundo del bosque.

En la bóveda celeste lucía el planeta Venus con belleza, sobresaliendo su brillo por encima de todas las estrellas. En este supuesto mundo paralelo el firmamento era en apariencia totalmente idéntico al que yo conocía.

Besé a mi amiga con gran deleite durante unos instantes. Me sentía sumamente feliz por nuestro reencuentro. La noche era ahora muy hermosa, y los pájaros nocturnos ululaban sin que eso me produjese ningún temor. El mundo era de nuevo perfecto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

11. EL DOLMEN VIVIENTE.

 

 

 

El cielo parecía un hermosísimo manto negro, salpicado de infinitas estrellas. Un manto ilimitado e interminablemente profundo. Aunque en realidad es una creación de nuestra mente, que elabora una bella imagen a través de la percepción de ondas de energía.

Fascinado por el encanto nocturno pensé: ¿Cuántos mundos con vida habrá en este firmamento ignoto? ¿Cuántos universos de espacio-tiempo diferentes constituirán el Cosmos? ¿Cuántos enigmas encierra la mente humana, que crea tanto la realidad exterior como las realidades de nuestro interior, y que es el nexo de unión entre nuestro cuerpo y nuestra alma?

La brisa marina llegaba hasta nosotros, salobre y perfumada, y embargaba los sentidos al igual que una delicada caricia.

- En tu ausencia he descubierto un lugar estupendo donde podemos pasar la noche. -anunció Tanit de pronto.

Tras beber agua fresca en la fuente y lavar las pequeñas heridas que laceraban mi piel, acompañé a mi amiga hasta un paraje medianamente alejado del círculo de piedras. Antes de marcharnos advertí que, por alguna misteriosa razón, los enigmáticos petroglifos grabados en los monolitos brillaban ligeramente en la oscuridad, tal vez al recibir la suavísima luz de la incipiente luna en fase creciente.

Con paso seguro Tanit me condujo por un sector de la ladera que pronto desembocó en un nuevo claro, desprovisto de vegetación arbórea. Tardamos tan sólo unos veinte minutos en llegar. Durante el trayecto rodeamos unas grandes rocas, peñascos enormes que se alzaban como farallones frente al mar, y tras ellos, sobre un suelo tapizado de hierba, vislumbré la silueta de un árbol gigante.

Se trataba de un tejo descomunal, desproporcionado en relación con todos los que había visto hasta ahora. Su tronco tendría en la base un diámetro de cuatro o cinco metros y su ancha copa, de forma cónica perfecta, se alzaría hasta una altura próxima a los cincuenta metros. Esa altitud podía ser alcanzada excepcionalmente por una haya o un roble de muchas centurias de edad, pero era impensable en un tejo, que difícilmente superan los veinte metros. Este debía ser el abuelo de todos los tejos del bosque, y así se lo expresé a Tanit.

Ella no estuvo de acuerdo y sonriendo me contradijo.

- No se trata del abuelo, es la abuela. -afirmó- Esta es la abuela de todos los tejos del bosque. És la más anciana, y todos los demás son sus hijos, nietos y bisnietos.

Daba lo mismo cual fuera el sexo del árbol. Este tejo hembra se diferenciaba de forma significativa y espectacular de cualquier otro por su desmesurado tamaño. Su envergadura era colosal con respecto a los de su misma especie. El perímetro abarcado por las ramas resultaba tan grande que sin duda podría cobijar bajo su sombra a varios cientos de personas, tal vez a un millar.

Nos acercamos hasta que pude tocar su corteza y asombrarme con su fantasmagórica silueta negra, iluminada tan sólo por la naciente luna y las innumerables estrellas de la noche despejada.

Observé que el tejo se hallaba solitario en una planicie extensa, donde no había ningún otro árbol, y quizás eso le había facilitado que creciera más que los demás. Era probable que los habitantes humanos de la región, o los cuidadores de este bosque sagrado, hubieran impedido desde antaño que crecieran otros árboles en torno a este prodigioso gigante, con el fin de que no le restaran alimento y fuerza para su crecimiento.

Desconcertado admiré a la venerable anciana del mundo vegetal que se encontraba ante nosotros. Por su asombroso grosor y tamaño se le podía otorgar con seguridad una edad como mínimo dos o tres veces milenaria, aunque quizá aún tuviera unos milenios más. Los tejos crecen muy despacio, siguiendo un ritmo de tiempo muy distinto al nuestro. No existen estudios definitivos que puedan avalar la edad total que pueden alcanzar estos ancestrales árboles, vestigios vivientes de la flora de un mundo pasado que casi ha desaparecido de la faz de la tierra. Algunos estudiosos de la especie aseguran que posiblemente lleguen a vivir tres mil años, aunque ya no quedan en nuestros días ejemplares que puedan corroborarlo. Ciertos autores, interpretando textos antiguos, que datan de cuando la especie se extendía en abundancia por Europa, consideran que el tejo podría alcanzar incluso la edad de nueve mil años.

Pensé que Tanit podía saber la verdadera antigüedad del fabuloso ejemplar que contemplábamos. Tal vez los misteriosos poderes que mi amiga demostraba poseer le permitían también comunicarse con los espíritus de los árboles. O quizás, si ya había estado aquí anteriormente, se lo podían haber transmitido los custodios de las tradiciones de este santuario. Cuando le pregunté si conocía exactamente la edad del tejo me respondió:

- La edad de este árbol es inimaginable. No podrías creerla. -concluyó sin más explicaciones.

Y ahí acabó mi intento de cálculo cronológico. Tanit siempre criticaba mi excesivo interés por las mediciones.

Sentí que una armoniosa energía emanaba de este lugar. Era como si el tejo transmitiera una aura poderosa que se podía percibir en la tranquilidad de la noche. Incluso parecía que algo brillara en sus ramas altas. Sin duda se trataba de un árbol especial, un ser viejísimo cargado tal vez de una sabiduría milenaria.

Tanit rodeó el grueso tronco y con cuidado apartó plantas trepadoras que ocultaban una secreta raja en la oscura corteza. Se introdujo por la grieta con facilidad y desapareció de mi vista. ¡El árbol debía tener un hueco grande en su interior! Escuché la suave voz de mi amiga llamándome desde dentro. Sin dudarlo me introduje también por la abertura y descubrí que, en la base del tejo, entre sus viejas y grandes raíces, había una oquedad lo suficientemente ancha y alta para albergar a dos personas. Recostados en el suelo podíamos estirar bien las piernas, aunque en posición vertical a mí no me permitía erguirme del todo. Nuestros cuerpos debían permanecer muy juntos, pero el espacio nos acomodaba perfectamente. Resultaba un lugar cálido para pasar la noche, que nos resguardaba por completo de la fresca brisa nocturna.

Recordé que para los pueblos antiguos el tejo era un dolmen viviente, así que ahora siguiendo esa creencia nos encontrábamos al cobijo del mayor dolmen de todos. ¿Fluirían energías especiales en esta cueva de materia vegetal?

Había una tibieza agradable y extraña allí adentro. El reducido espacio nos obligaba a estar bastante próximos. La ropa sobró enseguida y nos desnudamos parcialmente. Pronto me invadió un profundo sopor.

Pero antes de dejarme llevar por los dulces vapores del sueño, aún pude preguntarle a Tanit.

- ¿Cómo descubriste la existencia de este árbol y su escondido hueco interior? ¿Habías estado antes aquí? -indagué con curiosidad.

- Mientras tú te hallabas ausente encontré a la niña del vestido blanco y me mostró este lugar, sugiriendome que podíamos pasar aquí la noche.-respondió acariciandome la frente y las sienes.

- ¿Esa niña vive en este bosque?

- Esa niña es la guardiana del santuario, la cuidadora del templo. -oí su voz cada vez más lejana.

- ¿Qué templo? -pregunté casi dormido.

- El bosque. ¿Recuerdas? ... El bosque es el templo.

- Pero si es sólo una niña ... -dije en un débil susurro.

- Duermete cielo... Duermete y descansa. -repuso Tanit mientras pasaba suavemente sus dedos por mi rostro.

Entonces se inició un sueño. Me vi a mí mismo comiendo las cerezas pequeñas de los tejos. Era un día soleado y cálido. Una mujer de largo cabello rubio se hallaba a mi lado. Ella era joven y llevaba un largo y ligero vestido blanco, con mangas de exquisito brocado. Collares de gemas multicolores, anchas pulseras y artísticos brazaletes de plata adornaban su cuerpo, que era muy hermoso. Su bellísimo rostro irradiaba serenidad y alegría. Reíamos y disfrutábamos la felicidad que nos rodeaba.

Después el cielo se nubló, ocultandose deprisa el sol. Veloces sombras oscuras cayeron como pájaros negros sobre la tierra, y un aire frío y gélido surgió de repente agitando con furia las ramas de los árboles.

Sentí que una poderosa fuerza invisible me separaba de esa mujer amada. Nuestras manos intentaban mantenerse unidas, pero al final mis dedos sólo sujetaban el vacío.

Oí gritos, voces temerosas, sonidos de metales que chocaban. Una sensación de horror se apoderaba de mí. El corazón se estremecía violentamente en mi pecho. Deseaba retornar junto a la mujer desconocida que amaba, pero algo poderoso lo impedía.

Por fin logré regresar con gran esfuerzo a su lado, y la hallaba entonces tendida en la verde hierba, aún con su vestido blanco, pero descansando ya sin vida, muerta en mi ausencia. Sentía un dolor inmenso, y una amargura infinita. ¿Qué es lo que había ocurrido? ¿De dónde había surgido esta dramática escena que me poseía? ¿Cuál era el significado de este sueño inquietante que ahora vivía? ¿Quién era esta mujer que estrechaba muerta entre mis brazos, mientras lloraba con pena terrible su ausencia de vida?

De pronto desperté. Tanit me abrazaba y me acariciaba el rostro.

- ¿Qué soñabas? Cuentamelo. -me pidió con ternura, como una madre dirigiendose a su niño.

Le describí lo que había sentido y visto en el extraño sueño. Y le pregunté si sabía cual podía ser su significado.

Me respondió que prefería que intentara descifrarlo yo primero.

Ignoraba qué podían querer decirme las escenas tan vívidas e intensas del sueño, así que pronto desistí de comprenderlo. Aún así me esforcé en formular una hipótesis.

- Puede ser el recuerdo de la pérdida de un ser amado que ocurrió en una existencia pasada -dije con timidez-, y que ahora retorna a mi memoria, propiciado por la energía especial del tejo donde nos hemos guarecido. Quizás no estemos aquí por casualidad. -afirmé, aunque en realidad era una pregunta.

No distinguía el cercano rostro de Tanit, pues en la cueva de piedra viva donde nos hallábamos no penetraba ni un fino rayo de luna y la oscuridad era total y absoluta.

Su voz dulce me respondió.

- Mi amor, esa es una posible explicación que muy bien puede ser cierta. Pero también podrían haber otras, como por ejemplo que la mujer que aparece muerta en tu sueño fuese tu propia alma. Quizá una parte de ti muy amada está muerta y por eso lloras con desesperación su pérdida, pues desearías que viviera en ti y que juntos fueseis de nuevo uno.

- No entiendo lo que me quieres decir. -le respondí confuso- ¿Cómo puede estar muerta una parte de mi mismo?

La voz de Tanit emergió de nuevo de la oscuridad, hablando suave muy cerca de mi oído.

- Igual que el cuerpo físico se compone de una serie de órganos y de múltiples sustancias y estructuras, también el alma humana, nuestra identidad psicológica genuina, está formada por muchas partes con diferentes funciones, y asimismo por diversos niveles o capas hasta profundidades insospechadas. Esa mujer de tu sueño que muere y yace sobre la hierba puede representar, a un nivel simbólico, el alma espiritual que un día perdiste en una vida lejana.

- ¿Y por qué crees eso? ¿En qué te basas para hacer esa suposición? ¿Acaso conoces mi propio pasado, que yo mismo he olvidado? - pregunté, sospechando que sólo me revelaba una parte pequeña.

- La memoria de las otras vidas nunca se pierde, simplemente está escondida en un lugar fuera del tiempo, cuyo acceso volverás a poseer algún día. -respondió, de nuevo en su tono cariñoso.

- ¿Por qué no me cuentas algo de mis vidas pasadas? Si el sueño me ha traído su recuerdo será por algún motivo, y quisiera comprenderlo.

- Ese camino hacia tu memoria lo debes recorrer por ti mismo, cuando sea su momento. Por ahora sólo debes saber que hace mucho, verdaderamente mucho tiempo, abandonaste la senda que habías iniciado hacia el espíritu, y desandaste tus pasos para volver al mundo cotidiano, donde desde entonces permaneces atrapado de nuevo en la red que crea el ego. -respondió enigmáticamente, dejándome más confundido aún que antes y consiguiendo que surgieran en mi multitud de preguntas.

- ¿Por qué no me detallas más lo que aconteció? Quisiera saber que senda del espíritu abandoné y cual fue el motivo. -le respondí sinceramente interesado.

- Ahora no debo decirte nada más, cariño, pues es algo que no necesitas saber todavía. Confía en mi, hay otras cosas que tienes que conocer y experimentar primero.-respondió mientras me acariciaba.

De momento tuve que conformarme, continuando en la intriga. La abracé e intenté olvidar lo que hasta ahora me había revelado, pero durante un tiempo prolongado se mantuvieron los interrogantes en mi mente.

Después me venció el sueño de nuevo y me dejé llevar por él, mientras sentía dulcemente a mi lado el cuerpo amado de Tanit.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

12. LA NIÑA MISTERIOSA.

 

 

 

Me desperté escuchando el trinar matutino de las aves. La luz rojiza y tenue del alba se filtraba suave a través de las plantas trepadoras, cuyas pequeñas hojas cubrían la entrada a la cueva de piedra viva donde me hallaba. Tanit ya no estaba junto a mí. ¿Cuánto tiempo haría que me encontraba solo sin saberlo? ¿Por qué y a dónde se había marchado mi amiga?

Aparté la cortina de tupida vegetación y salí al exterior, abandonando la oscura y secreta cavidad ubicada en el interior de la gigantesca abuela del bosque. Las entrañas de aquel majestuoso árbol habían sido nuestro íntimo y tibio albergue a lo largo de la noche.

Presencié el plácido amanecer. El sol aún no había surgido tras las cumbres de los montes, a pesar de que éstos eran poco elevados. El aire se percibía fresco y húmedo, oloroso y fragante. Numerosas franjas de niebla blanca y púrpura, la bella bruma del alba, ocultaban todavía algunas zonas de la floresta, envolviendolo todo con un velo de misterio.

Contemplé a la luz del día el enorme e impresionante tejo, que nos había acogido en su seno durante las horas de oscuridad, protegiendonos con su calidez del frío nocturno. Me recreé observándolo con admiración. La parte inferior de su tronco estaba casi totalmente colonizada de plantas enredaderas, que se extendían asimismo por sus ramas bajas. Y a partir de la mitad de su copa me pareció distinguir también guirnaldas doradas de muérdago. Las bolitas rojas del fruto del tejo brotaban por millones en sus ramas. Todos esos adornos conferían a la abuela tejo el aspecto de un colosal Árbol de Navidad.

El paisaje que me rodeaba era sumamente bello, con grandes rocas dispersas por la ladera y los árboles del bosque que se mezclaban con la bruma. El suelo se veía completamente verde y salpicado de muchos grupos de florecillas silvestres y pequeños arbustos floridos. Miles de pájaros creaban una sinfonía suave, delicada y enigmática, con cantos que resonaban por toda la montaña.

Trepé a lo alto de una imponente y elevada roca de granito de unos siete u ocho metros de altura, cubierta parcialmente de musgo y enredaderas, que estaba situada sobre un otero de la agreste ladera. Vislumbré a los lejos la silueta de las grandes hayas, cuyas copas sobresalían por encima de los demás árboles, y un bosque mixto de variadas especies que, a cierta distancia, circunvalaba la oscura y frondosa Tejeda donde me hallaba. Miré en la dirección donde supuse se debía encontrar el gran calvero en el que habíamos permanecido el día anterior, pero quizá lo escondían las copas de los árboles o el desnivel del terreno, pues no pude distinguirlo.

Descendí de la alta roca a la que me había encaramado, e intenté orientarme para hallar la ruta que me llevase hasta la fuente y el círculo de piedras donde, pensé, estaría quizás ahora Tanit. Me adentré despacio en la espesura del bosque. En teoría la distancia a recorrer no debería ser importante, pues la noche pasada nos habíamos desplazado a este lugar en menos de media hora.

De improviso, apareció ante mí un perro joven, un cachorro blanco de alguna raza de gran tamaño, el mismo, tal vez, que acompañaba a la niña silenciosa que vimos el día precedente. La niña que luego surgió también en mis visiones de la tarde anterior, mientras meditaba en el bosque.

Moviendo la cola, el joven can se acercó hasta donde yo me encontraba, y en un gesto amigable me saludó lamiendo el dorso de la mano que le ofrecí. Acaricié su bonito y sedoso pelaje, y él jugueteó durante unos instantes conmigo. Luego giró y comenzó a corretear entre los árboles. Le seguí espontáneamente para averiguar a donde se dirigía, pues despertó en mi la curiosidad de saber quienes serían sus dueños.

El cachorro avanzaba decidido, pero de vez en cuando se paraba para mirarme y permitía que le alcanzara. Luego continuaba su alegre trote entre los helechos y los tejos. Pensé entonces que su intención era guiarme hacia algún lugar y que se sentía contento de que yo le acompañara.

Mientras caminaba tras el animal, pude observar que el cielo se avistaba ya muy azul entre las ramas altas de los árboles. La niebla comenzó a levantarse tímidamente, y de pronto ... vislumbré a escasa distancia una silueta humana, una pequeña silueta de largos cabellos rubios que surgía entre la vegetación. El perro aceleró entonces el paso y enseguida pude reconocer a la niña que, según refería Tanit, era la guardiana del templo natural que constituía en sí mismo el bosque.

Con una voz infantil la pequeña pronunció una extraña palabra que no entendí, seguramente para llamar, o quizás nombrar, al animal que me había conducido hasta aquel lugar.

Me aproximé hasta que apenas nos separaron unos metros. Observé entonces a la niña con detenimiento. El rostro era delicado y bello. Tenía ojos de un verde muy intenso, pero a la vez transparentes y brillantes. Su largo y ondulado cabello, sumamente rubio, similar a hilos de plata, le caía suelto por los hombros y la espalda. Iba totalmente descalza.

Llevaba un ligero vestido blanco sin mangas, que le llegaba hasta debajo de las rodillas y que estaba sujeto en sus hombros por unas delgadas cintas. Parecía una tela muy suave y hermosa, de algodón extremadamente fino o tal vez de lino, adornada con sutiles bandas de figuras geométricas en levísimo relieve, que daban al tejido distintos grados de intensidad y transparencia. Esa prenda no me recordaba a la cultura clásica griega o romana, pues mostraba demasiado la parte superior del torso, lo que le confería en cambio una cierta similitud con la estética egipcia. Era un vestido ancho y suelto, diseñado a base de delgados pliegues verticales, que caía ciñéndose prodigiosamente al cuerpo. La exquisita y perfecta confección me asombró para la época en la que se suponía nos hallábamos, pero resultaba evidente que ya sabían tejer de manera espléndida.

El pecho lo llevaba cubierto por un amplio y extenso collar, casi un peto, compuesto por cientos de diminutas y brillantes piedras preciosas de múltiples colores, talladas en vertical y unidas en hileras muy apretadas. Sus brazos estaban adornados con elegantes brazaletes artísticamente grabados y con bellas muñequeras de argéntea plata. Lucía sobre la parte alta de la frente una cinta blanca que irradiaba un extraño fulgor, como si poseyera imperceptibles incrustaciones de minúsculas gemas. Todo el atuendo semejaba pertenecer sin duda a una persona de elevado rango social y riqueza dentro de esta cultura antigua.

Caminé pausadamente hasta llegar delante de ella. Me agaché y le hablé.

- Hola. ¿Entiendes mi lenguaje? ¿Puedes comprender las palabras que te digo? -le pregunté en el tono tranquilo con el que se habla a los niños, pero desde luego con escasa expectativa de que conociera mi idioma moderno.

Durante unos segundos la pequeña me contempló fijamente en silencio. Sus ojos parecían autenticas esmeraldas. Me observaba sin sonreír ni hacer expresión amigable alguna, pero tampoco mostraba desconfianza ni timidez. Al contrario, parecía carecer de miedo alguno. Transmitía la sensación de encontrarse completamente segura, como una princesa en su palacio.

- ¿Cómo te llamas? ¿Quién eres? -volví a preguntar, también con nula esperanza de escuchar respuesta.

Y entonces, de forma asombrosa, oí la voz de la niña dentro de mi cabeza, sin que sus labios siquiera se movieran. Simplemente me miraba profundamente, con sus luminosos ojos verdes. Pronunció palabras que entendí muy claras en mi propia lengua, o al menos así las percibí yo en mi interior.

Pero lo que escuché me heló la sangre en las venas instantáneamente.

Con la modulación propia en la voz de una niña de unos nueve o diez años, pero con un tono firme y vehemente dijo:

- Soy la Guardiana que custodia las Puertas por las que se desciende al Infierno.

Sus bellos ojos brillaron entonces con más intensidad aún, mientras el perro blanco, a su lado, emitió secos ladridos de cachorro, pero que a mí, en ese instante, me parecieron terroríficos.

El bosque entero se quedó de pronto en total silencio. Los pájaros habían dejado de cantar. Y la pequeña volvió a hablar de nuevo, misteriosamente, sin abrir su boca. Únicamente me miraba, pero sin manifestar expresión alguna.

- Soy la que posee las Llaves del Mundo Subterráneo. -escuché estupefacto y sin saber como reaccionar- Soy la que conduce a los elegidos hasta las profundidades oscuras del Inframundo. Soy la Soberana y Señora del Infierno.- afirmó con voz delicada, lo que todavía producía mayor contraste con el contenido horrendo de sus palabras.

¿Estaría la niña representando un papel para asustarme? -pensé fugazmente-. No sabía nada de ella. ¿Debía creerla? ¿Se trataba de un ser sobrenatural? Su mirada era en principio inescrutable, pero al mismo tiempo ardiente como el fuego. ¿Quién era realmente? Entonces surgieron de mi boca las siguientes palabras:

- ¿Eres Lucifer? -le pregunté, mientras el corazón me latía deprisa, sin que pudiera hacer nada para impedirlo.

La niña abrió por fin los labios y se rió hermosa y ampliamente. Escuché su risa cantarina, que no me sonó sarcástica, sino inocente y sincera.

Volví entonces a oírla en mi mente, hablando de nuevo con absoluta seriedad infantil.

- No soy Lucifer. Ni Satán. Ni Hades. Ni tampoco soy Plutón. Soy la Señora Eterna del Mundo Subterráneo.

Entonces rememoré que muchas religiones de la Antigüedad habían tenido una Diosa de la Muerte y Regente de los Infiernos. Los antiguos griegos de la Era clásica le dieron varios nombres: Hécate, Perséfone o Selene. Los romanos la llamaban Proserpina. Los celtas Morrigan. Los sumerios Ereshkigal. Los hindúes la conocían como Kali. Y los antiguos pueblos nórdicos de Europa la denominaban Hel.

Recordé que también los egipcios hace miles de años tuvieron una diosa de la muerte, llamada Selkis, que habitaba en el extremo más occidental de la tierra.

Sin embargo había leído que las diosas de la muerte o del inframundo de las culturas paganas eran en realidad el alter ego (un desdoblamiento funcional) de las diosas celestiales o terrenales. Realmente la multiplicidad de dioses en la Antigüedad se explica como un intento de comprender y representar las fuerzas que rigen la vida psíquica profunda de los individuos, así como la pluralidad de energías misteriosas que gobiernan la naturaleza o el cosmos. Todo ello no invalida que aquellas gentes creyeran que existía una Fuente Divina Única de la que surgían todas las manifestaciones del mundo divino.

Según esas viejas religiones la función de las diosas del Inframundo es conducir a los iniciados o elegidos hasta una muerte transitoria (una transformación profunda radical) que permitiera la regeneración del cuerpo y del alma y el consiguiente renacimiento. Es quizá lo que los cristianos posteriormente denominaron como resurrección. Esta resurrección del elegido es una meta que ya existió muchos siglos y milenios antes del cristianismo. Se trataba de un requisito para retornar al cielo o al paraíso, un concepto completamente distinto de lo que luego sería el premio por el cumplimiento de los preceptos morales y religiosos. Al parecer la resurrección está más allá del bien o el mal, pues se trata de una reconversión total de los programas mentales que existen en el Subconsciente. Utilizando el lenguaje de la informática, la muerte del iniciado es algo similar a entrar en los archivos de nuestro disco duro y limpiarlos o renovarlos.

Esa mítica resurrección se produce cuando se han saneado totalmente los archivos de programas de nuestra mente subconsciente profunda (que dirigen también los procesos químicos y físicos de nuestros átomos y células). Cuando la regeneración es total y se han reorganizado y transmutado los programas de nuestro "disco duro" (instalado en el subconsciente) es posible acceder a la "realidad" de una manera totalmente nueva y diferente. El renacido o resucitado ya no se halla entonces sujeto a los "programas info-energéticos" que crean los parámetros del espacio-tiempo en el cual habitamos. Adquiere un nuevo poder que le permite el control sobre la energía lumínica que sustenta la arquitectura íntima de la materia y por tanto se evade de la destrucción y muerte del cuerpo orgánico. Se convierte así en un ser libre que tiene la facultar de alcanzar otras realidades y evadirse de las coordenadas espacio-temporales que constituyen la materia del mundo, el soporte de nuestra realidad. El renacido puede viajar a través de múltiples universos paralelos y contactar con formas de vida superiores, con seres que antiguamente se denominaban dioses o ángeles. Aunque esas fantásticas ideas aún no las conocía aquel día.

Ante la presencia de la enigmática pequeña me sentía perplejo. Parecía como si me hallara frente a una bifurcación o encrucijada. Numerosas incógnitas surcaron mi razón. ¿Estaba en este momento totalmente lúcido o sufría los efectos de un sueño o quizá una distorsión de la conciencia? ¿Me encontraba ahora delante de la auténtica Diosa de la Muerte? ¿Persistía todavía aquí, en este universo paralelo, la antigua tradición religiosa que precedió a las religiones actuales? ¿Son seres auténticos los dioses de las viejas creencias paganas o son arquetipos de nuestro subconsciente? Deseé tocar a la niña para comprobarlo, pero un cierto respeto y temor me contuvo.

La observaba asombrado e incrédulo. Sus ojos parecían ventanas abiertas a un espacio inexplorado infinito. Era como si el tiempo desapareciera tras sus misteriosas pupilas. El iris verde reflejaba todo el bosque pero también el profundo mar, similar a ver un abismo sin fondo. Percibí a mi alma como si fuera un pájaro posado en una rama dispuesto a emprender el vuelo. Un vértigo repentino me provocó un vació en el estómago.

De improviso la niña llamó de nuevo a su perro, que se había alejado jugando. Cuando el animal llegó a su lado, ella dio media vuelta y comenzó a caminar entre los árboles. Podía ver sus blancos y bellos pies desnudos, que contrastaban con el humus rojizo del suelo y con el intenso verdor del musgo. La contemplé mientras se alejaba. Pero entonces otra vez oí su clara voz en el silencio de mi mente.

- ¡Si quieres, sígueme! Si te sientes preparado para descender al Mundo Subterráneo, yo te abriré las Puertas.

- ¿Y por qué debo desear bajar al Infierno? Prefiero estar aquí en este mundo, que es muy hermoso y lleno de vida. - respondí manteniendome prevenido ante el hipnótico encanto de la niña.

La pequeña se detuvo al tiempo que se giraba. Me miró y volvió a resonar en mi cabeza su dulce y juvenil voz.

- Si crees que estás del todo vivo, entonces es que aún no ha llegado la hora de que tomes mi mano. Pero, para descubrir el sentido y la belleza auténtica del mundo, tienes que atravesar primero las Puertas de la Muerte. Yo te ofrezco esa posibilidad ahora, pero debes venir libremente.

La escuchaba y creía estar siendo sometido a una especie de prueba o tentación por un ser sobrenatural. O quizás sólo era una niña, aunque con extraños poderes psíquicos, que estaba jugando y divirtiendose conmigo. Pensamientos opuestos confundían mi razón. Tal vez ella sabía que este bosque impresionaba a los forasteros, y simplemente se aprovechaba de mi ignorancia para entretenerse. Pero en cualquier caso me abstuve de seguirla.

- De momento no me siento preparado.-le respondí excusándome, y rechazando también así la extravagante e insólita oferta que me había hecho. De lo que no cabía duda alguna era que la supuesta niña poseía la facultad de transmitir el pensamiento telepáticamente de forma muy poderosa.

Tanit me había dicho el día anterior que este ser de aspecto infantil era la Guardiana del Templo. ¿Debía o no creer a mi amiga?. Entonces ... ¿cual era la verdadera identidad de la enigmática y extraña criatura que se hallaba frente a mi?

- ¿Eres un hada con forma de niña? -le pregunté ingenuamente.- No creo que seas realmente una diosa de verdad, porque no puedo admitir ese concepto religioso con mi razón. -le aseguré desafiando temerariamente sus palabras.

Ella me miró muy seria.

Mientras sus verdes ojos volvían a brillar intensamente, oí de nuevo su voz, sumamente dulce, pero con un eco profundo.

- Algunos también me conocen como la Reina de las Brujas. ¿Crees ... en las brujas?

- Sí. -reconocí, pronunciando tal afirmación en espera de que ella continuara hablando y me aclarara lo que pretendía decirme. Pero sin embargo me confundió aún más.

- Los árboles que te rodean son los Árboles de la Muerte. Ellos crean el Umbral para descender al Inframundo. Este bosque es una de las Puertas de entrada al Infierno que existen en la faz de la tierra, y yo elijo a los que pueden atravesarlas estando aún vivos. Pero escojo entre los que se eligen a sí mismos. Es el alma la que debe pasar la prueba de morir voluntariamente, no el cuerpo. Tu alma regresará renovada y purificada, pero también tu cuerpo. Los dos volverán íntegros de la muerte que yo te ofrezco.

Si antes me encontraba un poco asustado, ahora comenzaba a recorrerme el cuerpo una sensación de calor y frío que interpreté como la llegada del terror. La niña había conseguido impresionarme de veras. Pero muy pronto dudé otra vez y me planteé si estaba despierto o aún dormido. Quizás todavía me hallaba realmente en el seno del tejo gigante, con mi cuerpo descansando junto a Tanit, y esto era sólo un sueño. Lo que me estaba sucediendo era demasiado extraño, y sentía que mi razón de repente no estaba funcionando del todo bien. Me estiré un dedo y comprobé la resistencia de este. No estaba dentro de un sueño.

La niña, observando mi inmovilidad y mis dudas, dijo entonces con su voz silenciosa:

- Nos volveremos a ver en futuras ocasiones. Siempre podrás encontrarme si me buscas de verdad. Algún día estarás preparado para comprenderme. Yo no desaparezco nunca del mundo y en realidad tengo mil rostros. El aspecto con el que me ves ahora es el más agradable que he podido crear para ti. Pero puedo mostrarme con otras formas muy distintas.

Esbozó una cálida sonrisa durante un instante breve. A continuación llamó al cachorro blanco y, volviéndose otra vez, emprendió sin más una grácil carrera a través del umbrío bosque. En unos segundos se alejó de mi vista. Lo último que contemplé fue su vaporoso vestido blanco y su melena dorada, perdiendose fantasmalmente entre la densa trama vegetal, mientras persistía aún en el aire una fina niebla.

Cuando la inquietante niña desapareció por completo, hizo por fin su presencia el sol, enviando sus tibios rayos a través de las copas frondosas de los árboles, e iluminando la húmeda penumbra del misterioso bosque. Todo cobró en ese instante un cromatismo y un brillo más intenso. Los pájaros retornaron por fin a cantar.

Saliendo de mi estupor, intenté entonces orientarme de nuevo. Otra vez emprendí el camino hacia el círculo de piedras, deseando encontrar allí a Tanit, pues ahora anhelaba más que nunca su preciada compañía.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

13. LA OTRA MUERTE.

 

 

 

Me encontraba nuevamente perdido en mitad del bosque de oscuros tejos. Debía orientarme para hallar el camino de regreso al círculo de piedras. Quizá Tanit estaba allí aguardándome. Pensé que lo mejor sería subir a la cima de la montaña para reconocer el paisaje, pero eso me llevaría una hora de ascenso al menos, y luego volver a bajar. Era lo más seguro, pero en cambio se me ocurrió otra cosa.

Realizaría un experimento. Podía intentar una transmisión telepática con mi mente. Dirigiría mis pensamientos a Tanit. Si ella era capaz de recibirlos, sabría entonces que me había extraviado, y vendría tal vez a buscarme. O quizá me indicaría de alguna forma donde podía localizarla y el modo de llegar a su lado.

Me senté en el suelo con las piernas cruzadas y me concentré en enviar mentalmente un mensaje a mi amiga. Le expresé con palabras silenciosas que necesitaba ayuda, pues estaba perdido y no sabía como localizarla. Después de haber formulado bien el contenido de las frases en mi mente, traté de enfocar la atención en el corazón, para proyectar desde allí, con toda mi energía, la demanda de auxilio.

Permanecí así, con los ojos cerrados, durante unos diez minutos, procurando implicar toda mi emoción para cargar los pensamientos con la fuerza psíquica necesaria. Pensé que si conseguía eso, tal vez salieran de mi interior con suficiente impulso o poder y lograrían llegar hasta Tanit. Sabía que ella poseía la capacidad misteriosa de leer en algunas ocasiones mi mente, pues había tenido oportunidad de comprobarlo repetidas veces, así que era muy posible que pudiera recibir las ondas emocionales o mentales que yo le enviaba ahora con intenso esfuerzo.

De repente escuché el ruido de ramas y hojas agitándose, y de pasos cautelosos sobre el suelo. Alguien se aproximaba con sigilo, no cabía duda. Abrí los ojos y observé alrededor. Era quizá demasiado pronto para que mi amiga se hubiera presentado. Me incorporé y agucé el oído y la vista. Enseguida fui capaz de localizar el foco de procedencia de los sonidos. Giré mi rostro y entonces ... los vi.

Eran tres y se habían detenido bastante próximos, a poco más de siete metros. Vi sus hechizantes ojos color de miel, muy fijos en mi, contrastando con la verde vegetación. Me sentí atravesado por miradas penetrantes, miradas intensas, pero al mismo tiempo también serenas, como si me escrutaran intentando explorar mi alma. Un repentino escalofrío recorrió mi cuerpo, pero mantuve la inmovilidad.

Había tres enormes lobos grises delante de mí (el más pequeño de aquellos ejemplares superaba seguro los cincuenta kilos). Estaban parados como tres estatuas en el bosque, contemplándome imperturbables, sin mover un músculo. Tan sólo su pelaje se agitaba levemente debido a la brisa.

¿Por qué habían aparecido así de improviso en este momento? ¿Tendrían quizá algo que ver con mi mensaje silencioso de auxilio? ¿Habían leído tal vez mi mente y eso hizo que llegaran hasta aquí, o sería una simple circunstancia casual? ¿Que querrían? ¿Serían amigables? ¿Me observaban por mera curiosidad? ¿Y si me atacaban? ¿Que podía hacer yo? ¿Qué debía hacer ahora? ¿Marcharme, o esperar que ellos se marcharan? ¿Debía moverme?

Todas estas preguntas se agolparon en mi mente en un instante.

El lobo que estaba en cabeza, con pasos lentos y cuidadosos, se aproximó entonces hacia mí. Ni siquiera pestañeé al verlo acercarse, y mi respiración creo que se detuvo. A un metro de distancia se paró. Me examinó con sus misteriosos ojos durante un momento en el que se congeló el tiempo. Quedé hipnotizado por su mirada profunda, en la que no descubrí ninguna agresividad. Parecían los ojos de un extraño ser humano. Poseían tal fuerza e intensidad que superaban en mucho a la mirada de la mayoría de las personas que había conocido. ¿Tenía frente a mí a un simple lobo o este animal era algo más?

De pronto dio media vuelta y regresó junto a sus dos compañeros. Los tres emprendieron entonces la marcha alejándose. Tras andar unos cuantos metros se detuvieron, giraron sus cabezas hacia mí y observaron mi reacción. Uno de ellos regresó sobre sus pasos, me miró y volvió con los otros

Me contemplaban con sus enigmáticos ojos, que parecían brillantes piedras de ámbar. Y entonces ... lo comprendí. Querían que los siguiera. Dejé que se marchara mi miedo y despacio caminé hacia ellos. De inmediato retomaron la marcha, volviendose de vez en cuando para comprobar que iba tras ellos, o tal vez para darme confianza en su extraño proceder.

Ajustaban su paso al mio, procurando mantener una separación constante conmigo, nunca demasiado grande. Por fin, tras unos quince minutos de seguirles a través del bosque, llegamos a una zona descubierta, un gran calvero, y enseguida vislumbré ... el círculo de monolitos que buscaba. El gran anillo de enigmáticas piedras grabadas estaba allí mismo, delante de mis ojos.

Los lobos habían leído mi pensamiento, asombrosa e increíblemente, y me habían conducido y acompañado hasta aquí. ¿Cuál sería la explicación? ¿Cómo podían unos animales salvajes entrar en la mente de un ser humano y conocer sus deseos? ¿Y por qué me habían guiado?

De repente ... la vi.

Tanit se encontraba allí, parada en la hierba. Emitió una especie de gemido o grito muy agudo, y los tres lobos corrieron a su encuentro. La rodearon como perros domesticados, y ella les regaló efusivamente sus caricias.

Me acerqué, aun cauteloso, y Tanit me miró con una luminosa sonrisa.

- ¿Son lobos amaestrados? -le pregunté antes de saludarla- Me han conducido hasta aquí, leyendo los deseos de encontrarte que embargaban mi corazón. -afirmé sin comprender aún la verdadera razón del suceso.

- No están amaestrados, han actuado libremente. -aseguró al tiempo que me besaba como dulce recibimiento- Estos lobos viven en el bosque, y saben quienes son amigos, o quienes en cambio vienen con malas intenciones. Captaron tu necesidad y acudieron en tu ayuda.

- ¿Pueden leer el pensamiento de las personas? -le pregunté mientras la abrazaba cálidamente.

- La mayoría de los animales pueden percibir las emociones y sentimientos de las personas. ¿Acaso no lo sabes? -repuso sin albergar dudas.

Tuve que reconocer que lo había observado algunas veces con mis propios perros, pero me sorprendía que unos lobos salvajes hubieran intervenido para ayudarme.

- ¿Como han podido conocer mis deseos y pensamientos a distancia? -interrogué perplejo.

- Estos lobos son especiales. -me explicó Tanit mientras los acariciaba suavemente- Ellos también son guardianes de este bosque sagrado.

Miró durante un instante a los ojos de los lobos grises y luego prosiguió.

- Ayudan a quienes lo necesitan si descubren que el resplandor de su alma es de carácter positivo. Y atemorizan, para alejarlos, a quienes poseen un alma con colores turbios y negativos- me explicó con simplicidad.

- ¿Son lobos videntes? -volví a inquirir sorprendido.

- Pueden ver la energía interna de todos los seres vivientes. -repuso Tanit sin darle importancia.

Al fin me decidí a acariciar tímidamente el pelaje hermoso de los lobos. Estaban increíblemente limpios. Su comportamiento, tranquilo e impasible, me dio confianza.

- ¿Por qué te marchaste del hueco del árbol donde dormimos, sin avisarme? -la interrogué mostrando mi desconcierto.

- Cariño, dormías tan profundamente que quise dejarte descansar y por eso no te desperté. Cuando despuntó el alba vine hasta aquí, para realizar en este lugar unos ejercicios a la salida del sol. -me explicó con mirada cálida.

- ¿Que ejercicios? -quise saber.

- Pues ... Quería bailar durante el crepúsculo del amanecer (1).

- ¿Bailar? ¿Por qué?

- Pues porque me parece bello hacerlo cuando sale el sol, o cuando cae la lluvia, o durante el ocaso, o bajo la luna llena.

- ¿Simplemente?

- También porque durante esos momentos la naturaleza transmite una energía especial, que penetra por todas las células del cuerpo, si sabes sentir y valorar el alma del mundo.

- ¿Que es el alma del mundo?

- Es algo que no se ve pero que se encuentra siempre presente. Algo que está pleno de energía. Algo que es más real que la realidad aparente que ordinariamente se percibe. No es posible explicarlo con palabras. ¿Puedes comprenderme?

Contemplé sus ojos bellos, tiernos y profundos, mirándome cálidamente, intentando tal vez conmover algún resorte secreto dentro de mí.

- Recuerdo una vez -le dije- que me encontraba frente a unas montañas semi-áridas, distantes varios kilómetros en el horizonte. De pronto las montañas sufrieron una transformación. Dejaron de ser simples formas de piedra muerta para convertirse en algo vivo que me miraba, y que yo podía percibir y observar. Mi mente se hallaba en silencio y pude captar toda la energía que había dentro de esas montañas. Por unos instantes vi sus almas, o lo que tal vez eran sus almas, algo que se introdujo hasta el interior de mi ser, una percepción indescriptible que me trastornó y nunca pude comprender. ¿Tuvo eso algo que ver con el alma del mundo?

- Sí. -afirmó- En ese instante se levantó para ti un extremo del velo, y echaste un vistazo rápido a otra realidad, que la gente ni siquiera imagina.

- ¿Que es esa otra realidad? Me gustaría de verdad comprenderlo.

- No se puede comprender con la razón. Al menos mientras la razón se sustente en una concepción tan limitada del mundo.

- ¿Y no puedo hacer nada para intentar cambiar esa concepción? ¿Puedes ayudarme? ¿Acaso no has dicho muchas veces que és eso lo que pretendes?

- Claro que sí cielo, pero antes tendrás que decidirte a emprender un camino dificultoso, el camino que te enfrentará con tu propia muerte.

Y entonces, de pronto, recordé a la niña. La niña hasta la que, casualmente, también me había guiado un animal, su joven perro. La misteriosa niña que aseguraba era ella la que abría las Puertas del Mundo Subterráneo. ¿Se trataba todo de una mera coincidencia?

Los lobos grises, que se habían echado a los pies de Tanit, se incorporaron de pronto, como impulsados por el requerimiento de una llamada inaudible. Deprisa se alejaron yendo hacia el bosque, perdiendose enseguida en la espesura. Cuando sus siluetas desaparecieron, mi amiga propuso que nos bañáramos en el estanque que se hallaba bajo la fuente.

Nos desnudamos y nos sumergimos en la fría y tonificante agua. Durante unos breves minutos permanecimos en el gélido fluido, estimulando el cuerpo, chapoteando y jugando. Ambos dábamos grititos y nos reíamos de puro gozo. Después salimos para secar nuestra piel con los tibios rayos del sol matutino. Le conté entonces mi encuentro con la niña, y le pregunté de nuevo cual era su opinión sobre la identidad de la pequeña.

- Ya te dije que esa niña es en realidad la guardiana auténtica de este bosque sagrado.

- ¿Pero de qué tipo de ser se trata? ¿Quién o qué es lo que se oculta tras esa dulce imagen? ¿Por qué mencionó ella la muerte igual que tú lo has hecho también hace un rato?

Tanit aguardó entonces para responderme. Aireó su pelo para que se fuera calentando mejor por el sol, que subía rápido en un cielo totalmente despejado. Pensé que debíamos secarnos y vestirnos pronto, pues aún desconfiaba de nuestra intimidad en este lugar.

- La muerte tiene un doble sentido -dijo al fin- Por un lado significa el término de un ciclo, pero por otro implica un cambio radical, un giro profundo y definitivo que genera una realidad distinta. La muerte da miedo a casi todos, pero hay muertes que consisten en una metamorfosis. La sencilla oruga muere para convertirse en mariposa. La oruga que lentamente camina por la tierra y por las ramas de los árboles no teme a esa muerte transformadora. La busca durante toda su vida y se prepara para ella, porque es el único medio de evolución verdadero. Esa muerte es el destino que da sentido a su propia existencia. Para conseguir las bellas alas de la mariposa es preciso una transmutación completa y profunda. Todo lo demás son engaños y cambios de fachada, nada más.

- ¿Pero acaso hay de verdad algo tras la muerte? -le pregunté desconcertado, pues aún no comprendía el sentido de sus enigmáticas palabras. El escepticismo se apoderó nuevamente de mí.

- Siempre hay algo tras la muerte, distinto según cada especie viviente, pero la muerte de la que te hablo ahora no es la muerte del cuerpo. Se trata de algo que implica un cambio radical en la estructura de la energía psíquica. Se la denomina desde muy antiguo como "la muerte segunda", y es un requisito imprescindible para cambiar la habitual percepción del mundo.

Había escuchado ese vocablo ya otras veces. La muerte primera es la muerte corriente, tras la cual el alma va al cielo o al infierno, o reencarna luego en el mundo, o desaparece en la nada, según las creencias de cada religión o las creencias personales de cada uno. Pero la muerte segunda era un concepto iniciático. Implicaba la destrucción del ego del aspirante a dicha transformación (según creía yo erróneamente en aquel entonces) (2), un proceso doloroso, intenso, profundo y devastador. Algo con lo que muy pocos se atrevían a enfrentarse. Una experiencia que iba más allá de las teorías o las simples creencias.

- La muerte segunda es tu descenso voluntario a los Infiernos. Es decir, un viaje hacia tu propio interior psíquico subterráneo, con el fin de descubrir todo lo que se esconde en la oscuridad tenebrosa de tu Subconsciente. Tendrás que librar allí una batalla para liberar y reunir tus partes separadas, para integrarlas en un único ser energético y consciente. -me explicó Tanit, mientras su largo cabello, prodigiosamente, parecía estar ya completamente seco y brillante bajo la cálida luz del sol.

- ¿Y la niña? ¿Que representa la niña?

- La niña viene en tu busca para abrirte las puertas a ese mundo interior oscuro y desconocido. Pero como aún no estás preparado, la percibes tan sólo como una niña. Cuando llegue el momento, ella se mostrará a tu visión tal como realmente es- aseguró Tanit, extendiendo aún más el manto de un misterio que yo no lograba todavía penetrar.

Reflexioné durante unos breves instantes, y después volví a preguntar para tranquilizarme y corroborar que mi proceder había sido el más adecuado y no el fruto del temor.

- Entonces hice bien en no seguirla. ¿Verdad?

- Ella te llama, como lo hace una amante. Si no tomas su mano es simplemente por miedo. Pero el momento de acompañarla está próximo. -repuso en forma inquietante.

- No me siento preparado. Aún no comprendo ese proceso. Si he de pasar por la prueba de descubrir los secretos profundos de mi Subconsciente necesito más seguridad en mí mismo.

- El secreto de la muerte y la resurrección no se le ofrece a cualquiera. Es preciso haber llegado a un nivel de maduración psíquica determinado. Cada oportunidad que te ofrece la Guardiana del Umbral es una ocasión de oro. -aseguró Tanit, generando en mí un nuevo caudal de dudas e incertidumbre.

- ¿Pero por qué no me acompañas tú?

- ¿Y qué crees que hago yo aquí? Camino a tu lado y te aproximo al Umbral. Te he traído a este inaccesible lugar desde otro espacio-tiempo. Te explico los secretos del universo y de la vida. Estoy contigo hasta que la Reina de todas las Brujas te ofrece su mano para que pases con ella al Otro Lado. ¿Cómo que no te acompaño? -repuso vehemente.

- ¿Y el conocimiento secreto del que me has hablado en algunas ocasiones y que todavía no me has revelado? ¿Aún no controlo mis energías? ¿Cómo voy a estar ya preparado para bajar a los Infiernos? -protesté.

Tanit guardó entonces silencio y luego sonrió con dulzura.

- Es cierto cariño. Es totalmente cierto que todavía no ha llegado el momento de enfrentarte a ese nivel de transformación. Pero debes ser consciente de tu destino.

- ¿Y cual es mi destino? ¿Tengo acaso un destino? ¿Sabes tú cual és? -inquirí con preocupación.

Miles de preguntas emergieron en mi mente.

¿Poseía Tanit una información sobre mí que yo desconocía? Me preocupaba este inquietante tema en el que yo me sentía un niño entre seres enigmáticos que parecían jugar conmigo. Sin embargo confiaba en el amor de mi extraña amiga.

- Todavía no ha llegado el momento de que te revele nada más. Será otra la que lo hará. Y ella aún no ha venido. -respondió sembrando un nuevo misterio.

- ¿Quien es ella?

- Alguien a quien amo tanto como a ti y que te ama tanto como yo. -repuso Tanit con brillo en sus ojos.

- ¿Cuando la conoceré?

- El día que menos te lo esperes, cielo.

- ¿Sabes donde se encuentra ahora ella?

Tanit me miró, dibujó con su boca una bella sonrisa y respondió:

- Se encuentra en el futuro. Llegará hasta nosotros a través de una grieta en el espacio-tiempo que ella misma creará. Será un momento maravilloso.

No pude sino reír ante su extraña e irracional respuesta. ¿Que és lo que trataba de decirme? ¿De quien estaba hablando?

- Cuando ella llegue -agregó Tanit- tendrás acceso a recuerdos que ahora están sellados en la profundidad de tu mente. A partir de entonces comenzará tu verdadera iniciación y la preparación de tu destino. Pero ahora estamos en un lugar sagrado donde tienes experiencias que vivir. Olvida durante un tiempo todo esto que hemos hablado. Vamos a vestirnos, porque debemos emprender sin más retraso ni demora una larga caminata.

Tuve que guardar todas esas incógnitas en mi interior, pues mi amiga parecía decidida a dejarlas en suspenso hasta que llegara el día en que se presentara esa otra enigmática persona. Alguien a quien decía querer igual que a mí. ¿Quién podía ser tan decisivo en mi vida como lo había sido ya Tanit?

 

 

(1) Crepúsculo: Momento de transición entre el día y la noche, o viceversa. Es el tiempo mágico en que la luz y la oscuridad se encuentran, y cuando la Naturaleza irradia mayor hechizo y belleza. Técnicamente es la fase en la que el sol no es visible, pues está oculto tras el horizonte, pero existe luz. Hay dos crepúsculos cada 24 horas: el matutino, llamado también alba o aurora, y el vespertino, denominado ocaso o simplemente puesta de sol. Vivir un crepúsculo en plena naturaleza revitaliza y vigoriza el cuerpo y la psique de quienes están abiertos a la percepción de las energías sutiles. Algunos chamanes utilizan estos instantes (el orto o momento cuando el sol cruza la línea del horizonte) para cargarse de energía mediante técnicas rituales antiquísimas. Las realizan al final del crepúsculo del amanecer, en el momento preciso que el sol emerge en el horizonte, o al principio del crepúsculo del anochecer, mientras el sol se oculta de nuestra vista.

 

(2) Destrucción del ego: En realidad no se destruye el ego, sino la cárcel energético-perceptiva en la que éste encierra permanentemente a la conciencia. A partir de la muerte segunda el ego pasa a integrarse dentro de un campo de conciencia de nivel superior.

 

 

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