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Suburbicon, una
historia para espectadores masoquistas
Los años
cincuenta, discriminación, racismo, doble moral, tema que
esta película vuelve a abordar y que, al coincidir con el
escándalo de Harvey Weinstein, exhibe a los verdaderos
hipócritas en la vida real. Sin embargo nada habría salvado
a este filme; es una mediocridad saturada de lugares comunes
hollywoodenses. Bien merecido tiene su fracaso en taquilla
Versión impresión
Suburbicon
Matt Damon, Steve Monroe, Julianne Moore, James Handy, Josh
Meyer
Dirigida por los hermanos Cohen
Black Bear Pictures-Dark Castle Entertainment/2017
NOVIEMBRE, 2017. Ahora que Hollywood
está sumido en una crisis de acoso sexual y exhibición
abierta de su doble moral, películas como Suburbicon,
enfocadas a desenmascarar la hipocresía norteamericana de
los años 50, nos dejan que el críticón está saliendo peor,
mucho peor, que el criticado. Este lamentable espectáculo se
manifiesta ampliamente con Suburbicon, película que
fue estrenada en el peor timing posible y que explica
sobradamente que haya juntado en taquilla menos de 5
millones de dólares, algo a lo que debe incluirse otro
hecho, que fue producida por George Clooney y fue dirigida
por los hermanos Coen, quienes tienen algo en común: se
trata de un actor y dos directores con un largo historial de
fracasos fílmicos.
El burlarse y tildar de racista a la clase media blanca
norteamericana, a la que estúpidamente se le ha puesto el
apelativo de white privilege, fue un negocio
constante de Hollywood durante los años de Barack Obama pero
ahora, cuando ya no puede ocultarse más la podredumbre de
Hollywood, es de desearse que este tipo de temáticas las
veamos cada vez menos en una sala de cine. Y es que en vez
de abordar temas con sus propios pervertidos, los estudios
siguen empeñados en sermonearnos sobre la maldad del senador
McCarthy y de cómo los años cincuenta fueron la época de
paranoia anticomunista y de rechazo a quienes eran
diferentes.
De eso se trata Suburbicon, por si hacía falta
recalcarlo. Una historia donde los prejuicios raciales se
mezclan con un thriller pasional y que se remonta a un guión
escrito por los hermanos Coen en los años 80, precisamente
en los años 80 cuando Ronald Reagan era el mandatario.
Simples coincidencias.
Nos encontramos en la recta final de los años 50 en un
suburbio blanco de los Estados Unidos, con sus calles
limpias, con la gente y los vecinos que se saludan con
amabilidad, una vida idílica para todos. O al menos en la
superficie (esto en sí mismo es un cliché de la izquierda
hollywoodense, valga el pleonasmo). Esa vida idealista se ve
alterada cuando una pareja de afroamericanos, el señor y la
señora Meyers (Leith M. Burke y Karumah Westbrook) y su hijo
Andy (Tony Espinosa) se mudan al vecindario. La tensión
surge de inmediato cuando los vecinos blancos ven con desdén
a los recién llegados y a través de una cerca se asoman a
insultar a la señora Meyers cuando ésta sale a colgar la
ropa en el jardín (ya ni digamos cómo le va a su hijo Andy,
quien más bien tiene rasgos latinos).
Ahí no termina el asunto, naturalmente. Gardner Lodge
(Damon) es un respetado líder su comunidad y quien
aparentemente está felizmente casado con una esposa que
cumple los requisitos de una ama de casa de los años
cincuenta. Sin embargo en realidad Gardner está enamorado de
su cuñada Margaret, gemela de su esposa (ambas
protagonizadas por Julianne Moore, aquí con peluca rubia).
El plan de ambos es asesinar a la esposa, haciéndola pasar
por la hermana gemela y así poder cobrar el seguro. El plan
se complica dado que Nicky (Noah Jupe), el hijo de la
pareja, no tarda en sospechar sobre todo cuando escucha a su
padre y a la cuñada haciendo cosas ahí en lo oscurito. Una
vez que se sabe la verdad, la forma en que se desarrolla la
historia quizá sea la parte donde la película cobra cierto
dinamismo, sobre todo cuando entra en escena el agente de
seguros.
Gardner no es el único villano, naturalmente. También lo son
los vecinos racistas, la policía, los familiares de los
Gardner. Los únicos buenazos, son, por supuesto, los
afroamericanos recién llegados al vecindario quienes
estoicamente aguantan los insultos cuando se forman en la
fila del supermercado o cuando se refugian en su hogar,
perseguidos por la turba a la que poco faltó para que los
hermanos Coen y Clooney les pusieran las ridículas capuchas
del Ku Klux Klan... ¡momento! Cuando un residente de
Suburbicon coloca una bandera confederada a las afueras
del hogar de los Meyers, una bandera que por cierto Al Gore
y Bill Clinton utilizaron en la campaña presidencial de 1992
(ver
foto aquí) Suburbicon cae, con todo el
peso de su mediocridad, en una parodia de doble moral e
hipocresía con el repugnante rostro de Harvey Weinstein como
fondo.
Y como cualquier bodrio izquierdista, Suburbicon
termina con un final sentimentaloide donde los vecinos
racistas se dan cuenta, avergonzados, de su error y de que
en lo futuro recibirán con gozo a más vecinos afroamericanos
--no se aborda por ningún lado lo que ocurre cuando un
blanco quiere mudarse a un barrio negro, por cierto-- y de
cualquier otra minoría racial.
El fracaso monumental de Suburbicon debe dejarnos una
lección: los misóginos, los racistas, los hipócritas, los
acosadores sexuales, no viven en Suburbicon, al final
un pueblo ficticio. Radican en Hollywood, el cual acaba de
eructar esta porquería, con todo y el talento de Damon y de
Moore. Y quien produce porquerías, al final, es porque ya
las lleva dentro de sí.
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