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MEDIOS/Conferencia

Sobre unas memorias provechosas

Si el avance de la tecnología convierte en obsoleto lo que era actual hace unos meses, imagínense el contraste con lo ocurrido hace cuatro décadas. En este texto, vemos la conveniencia de disfrutar todos estos cambios a nuestro favor, en vez de pasar a ser esclavos del progreso cibernético

SEPTIEMBRE, 2016. Hace muchos muchos años, en una galaxia conocida como los años setenta, los medios de comunicación con los que contábamos eran pocos comparados con los actuales. Ya sé que para ustedes los años setenta deben serles tan tan lejanos como el Windows 95; bueno, pues los setenta fueron mucho más atrás... para muchos de ustedes es la década cuando nacieron sus padres, así que echen cuentas...

En aquellos años, como hoy, buscábamos formas de entretenimiento pero éstas eran bastante escasas, más aún si se vivía en la provincia. En esos años de chavo recuerdo que me daba coraje cómo en el D.F., perdón, la CDMX, había hasta seis canales de televisión y por acá teníamos apenas tres, bueno dos, y uno que funcionaba a ratos. La programación de esos canales comenzaba más o menos a las tres de la tarde y cerraba poco después de la medianoche aunque, eso sí, los fines de semana nuestra felicidad era completa porque podíamos sintonizar esos canales a partir de las 10 de la mañana.

Otro medio era la radio, la cual comenzaba a transmitir a eso de las 6 de la mañana y terminaba también a la medianoche. Y las estaciones de radio constituían apenas un puñado, la mayoría de ellas en la banda AM. En esta ciudad tuvimos nuestra primera difusora de FM hasta 1975, y la segunda cuatro años después, imagínense. Pero ahora y gracias a unos cambios legislativos, la banda FM en nuestras ciudades se ha saturado gracias al brinco que las frecuencias AM han dado al FM. La calidad de su programación no es excelente pero, eso se los aseguro, es mucho menor que en los años de mi infancia, si bien la música, hoy que ya me estoy acercando al medio siglo de vida, era de más calidad que la actual.

Otra forma de diversión para los cincuentones de hoy era ir al cine. En aquellos tiempos aún no existían las videocaseteras ni los DVDs de modo que dependías totalmente de lo que estas salas de cine tenían para ofrecerte. Lo paradójico del asunto es que, primero, no existían las multiplex y las salas de cine estaban esparcidas por toda la ciudad. Sin embargo la oferta de películas era, por decir lo menos, gigantesca, a diferencia de hoy cuando hay multisalas pero todas presentan apenas el mismo puñado de películas. Anteriormente no era así porque, segundo, las películas de catálogo también eran parte de la cartelera, sobre todo en las matinés donde podías disfrutar nuevamente de cintas estrenadas hace muchos años. Lo repito, las salas de cine también hacían el rol de videoclubes (en ese entonces más bien serían cineclubes) y por la noche presentaban películas "para adultos", la mayoría de ellas procedentes de Francia e Italia.

Tendemos a idealizar el pasado, y creo que al contarles esta oferta de muchas películas en cartelera podrían pensar que habría sido maravilloso eso de ir a la sala sin toparte con la molesta noticia que ya has visto todas esas películas o de plano ninguna te atrae. Pero la calidad de las salas de cine era decididamente mala. Una paraestatal, llamada Compañía Operadora de Teatros (COTSA) era la encargada de distribuir las películas vía otro armatoste burocrático llamado PECIME. Y como el cine era considerado parte de la canasta básica (¡igual que los cigarrillos!) el Estado mexciano subsidiaba a los cines, lo cual hacia que el precio de la taquilla fuera bastante bajo, razón por lo cual sus dueños no se molestaban en invertir en el mejoramiento de sus locales. Era común que en una de salas vieras de repente a un ratón paseándose por las butacas o --y perdónenme aquí por ser tan gráfico-- visitar la dulcería y ver cucarachillas pavonéandose entre las palomitas de maíz. Hoy sería inconcebible toparnos con cosas así en las salas multiplex.

La principal forma de comunicación era el teléfono fijo. En ocasiones no podías salir de tu casa ni dejabas que nadie se acercara o tomara el aparato pues estabas esperando una llamada. El servicio telefónico también estaba en manos del Estado por lo cual, predeciblemente, su calidad era pésima. Para quienes piensan que Telmex de Carlos Slim es lo peor que la ha sucedido a este país, déjenme decirles que en los setenta tenías que esperar hasta cuatro meses para que la entonces paraestatal Telmex fuera a colocarte una línea en casa. Cualquier aguacerito o aironazo era suficiente para interrumpir la línea.

Recuerdo claramente como allá por 1978 hubo un terrible aguacero que interrumpió el servicio telefónico y nos dejó sin línea a todos los vecinos. Obviamente teníamos que reportar el desperfecto desde el teléfono de un amigo o un familiar. Finalmente, a las tres semanas llegaron a reparar el problema y al terminar los tipos nos pidieron una "propina". Un vecino se negó a hacerlo y los sujetos simplemente fueron al poste y desconectaron el cable telefónico que daba su casa. Así se las gastaban los empleados del Telmex entonces, en aquellos años preteléfonos celulares...

Lo que sí rememoro de aquellos años es que, ante la ausencia de modos de entretenimiento, acudiéramos a los libros y las revistas. Lo he dicho varias veces, el papel de la letra impresa nunca será superado por el de la letra virtual, la cual por supuesto no desdeño --tengo una página electrónica-- pero sigo encontrando más atractivo acompañarme de un libro impreso en papel.

También extraño de aquellos años que, ante la ausencia de modos de entretenimiento, acudíamos a los libros y las revistas. Lo he dicho varias veces, el papel de la letra impresa nunca será superado por el de la letra virtual, la cual por supuesto no desdeño --tengo una página electrónica-- pero sigo encontrando más atractivo acompañarme de un libro impreso en papel.

Lo que también echo mucho de menos es que la actual sobreproliferación de medios de comunicación está asfixiando la convivencia familiar, razón por la cual quizá hasta hoy me he abstenido de contar con whatsapp. Con frecuencia me ha tocado ver en los restaurantes a toda la familia sentada a la mesa pero todos están concentrados chateando en sus teléfonos celulares, más embebidos en sus amigos reales que las personas de carne y hueso que les rodean. Hasta hace unos años las salidas a comer eran para platicar, convivir, pero ahora solo son otra excusa para mantener cortada la comunicación entre una familia. Por eso aplaudo la decisión de algunos restaurantes que piden a los comensales no usar el whatsapp mientras están comiendo o les exigen dejar sus celulares a la entrada.

En conclusión y como han visto ustedes con esta breve plática, los tiempos han cambiado, y mucho. Siento que en la mayoría de los casos ha sido para bien, pero al mismo tiempo me parece que no hemos aprovechado a su totalidad esos gigantescos cambios. Qué más hubiera querido yo tener Youtube en aquellos años. Gracias a esa maravilla he tenido oportunidad de ver conciertos, documentales o programas de TV (ya sin contar música y audios) y que de otra manera se habrían perdido para siempre. Asómense ustedes a ese mundo de conocimiento disponible en Youtube en vez de tanta tarugada que también pulula en la red.

Y nunca se sientan viejos ante el avance de la tecnología. Tómenlo como experiencia. Cuando aprovechamos los cambios en vez de lamentarnos porque ya se dieron, es cuando realmente apreciamos que lo que antes de veía imposible (¡platicar con alguien directamente mediante una pantalla ya es cosa común cuando todavía en los 90 parecía ciencia ficción!). Pero aprovechémoslos también para acercarnos y conocer más a quienes nos rodean en la vida diaria, evitemos darle exclusividad de esa comunicación a gente que se encuentran en una galaxia muy lejana a la nuestra. Gracias.


(Conferencia ofrecida por Óscar Fernández en la UANE el pasado 23 de septiembre como parte del ciclo Comunicación y Análisis)

 

 

 

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