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MEDIOS/Radio y TV

Para la publicidad oficial, los ciudadanos somos los corruptos del país

Un repaso a las anuncios del gobierno federal que los medios están obligados a transmitir da por sentado que se nos considera unos púberes que no sabemos como comportarnos civilmente y se nos regaña hasta por tener morralla en casa. Lo único que no veremos es un examen de autoconciencia del Estado mexicano

JULIO, 2016. Si un extranjero se topara súbitamente con la señal que transmiten los anuncios y mensajes televisivos del gobierno mexicanos pensaría que sus habitantes son unos púberes a los que constantemente deben recordárseles sus deberes cívicos porque ello perjudica al buen avance del Estado mexicano. También concluiría que quienes realizan toda esa labor son los legisladores, no su presidente, quien rara vez aparece echándose porras, como ocurre en otros países.

Igualmente concluiría que el responsable de que ese país trabaje tan bien es su organismo electoral, el cual suele felicitar a los ciudadanos por su responsabilidad cívica luego de las elecciones pero el resto del tiempo los regaña paternalmente haciéndoles ver lo importante que es votar.

La publicidad oficial ha sido tan omnipresente en la vida mexicana que solo los visitantes de otros países la perciben al sintonizar los medios locales. En un reciente texto publicado en el diario chileno El Mercurio, el autor daba cuenta cómo "el organismo electoral de México se jacta de la democracia que gozan los ciudadanos en sus mensajes televisivos. La paradoja es que ese organismo transmite hasta cuatro de esos mensajes en cadena, a veces repetidos, y que los medios deben difundir obligatoriamente. Cuando uno hace notar a los mexicanos este totalitarismo surrealista, tardan tiempo en darse cuenta de ello".

Este articulista podría incluir el cinismo en muchos de estos mensajes oficiales. Uno de ellos pide denunciar a los "empresarios que suben los precios" cuando el principal promotor de la inflación en este país es el gobierno federal; el comerciante que aumentara los precios a su antojo se expondría a quedar fuera del mercado a menos, como sucede en este país, en la que el empresario mantenga un monopolio.

Al INE no le basta atosigarnos con las bondades de una democracia mexicana cada vez más cuestionada. En uno de sus mensajes animados un personaje ve a alguien que no cumple la ley y al ver tal impunidad más tarde obliga a un taxista a pasarse el rojo. El mensaje es claro: los corruptos no son los policías que piden mordida, ni los gobernadores que roban demencialmente, ni las transas de la Casa Blanca ni la impunidad que goza el ex gobernador Moreira sino los ciudadanos víctimas de la corrupción gubernamental.

Difícilmente el culpar al pueblo por la corrupción gubernamental es asunto fresco. El lema de campaña de Miguel de la Madrid fue "Por la renovación moral de la sociedad" cuando el que debería haberse renovado moralmente era el Estado mexicano.

En otro mensaje  dle Senado se nos indica que en México 9 de cada 10 delitos no se denuncian. Pero en vez de preguntarse porqué (entre otras, la sensación de inutilidad al hacerlo, el temor a las represalias porque los delincuentes están coludidos con los agentes) se nos exige hacerlo "para combatir el delito". ¿Y dónde queda la responsabilidad y el compromiso del gobierno por realizar su propia limpieza interna? Silencio. "Si todos cambiamos, México cambia", cierto. Peor no se ve que el Senado ni el gobierno federal pongan mucho de su parte.

Otro mensaje oficial presenta a una chica claramente de clase alta quien dice que gracias al Instituto Nacional del Emprendedor, ella consiguió un crédito que le ha permitido deportar su producto a varios países de Asia. Sin embargo este tipo de microcréditos en poco o nada sirven para recuperar una economía si al mismo tiempo existe una política fiscal recaudatoria que afecta a los emprendedores y que, inevitablemente, también perjudicará a la muchacha de este anuncio una vez que quiera expandir su negocio. 

La Cámara de Diputados (y de Diputadas, que no se nos olvide) da la impresión de ser la máxima dadora de maravillas para los mexicanos en este sexenio. No solo nos presume en sus mensajes donde un par de trabajadores comentan entusiasmados que gracias al Congreso el salario mínimo ya no estará sujeto a las multas (¿alguien sería capaz de explicar en qué beneficia eso para fortalecer los salarios?) sino que a diario nos recuerda que está trabajando por nosotros cuando nuestro legislador no se ha parado en su distrito desde que ganó la elección y se la ha pasado aprobando leyes que solo convienen a sus partidos, no a la ciudadanía.

Progresa está transmitiendo unos mensajes donde las mujeres de un barrio periférico dicen orgullosas que el gobierno "sí las ayuda" con unas limosnas, perdón, despensas que les entregan para que no la pasen tan mal. El problema es que Progresa está presumiendo algo que constituye la razón que le dio origen, es decir, una obligación que le asigna la Constitución a través del gasto social; semejante tontería es equivalente a que, por ejemplo, Banamex difundiera comerciales donde recuerde a sus cuentahabientes que entre sus servicios están el hacer depósitos, cobro de cheques y uso de los cajeros automáticos o que Apple anunciara con orgullo que al comprar una de sus computadoras podrá conectarse a Internet.

(Por supuesto que lo mejor que, en vez de despensas, se cultivara entre sus beneficiarios la virtud de ser autosuficientes en vez de estar dependiendo del gobierno, pero ahí se estaría perdiendo un sabroso filón de votos).

El Banco de México nos aconseja ir a los bancos a cambiar la morralla que abunda en los cajones o en los bolsos de mano por billetes. ¿Para qué quiere el B de M tanta morralla que tanta falta hace para tener cambio en las misceláneas o al pagar el autobús? Misterio.

Casi todos los países tienen gobiernos que difunden propaganda oficial absurda y redundante. Sin embargo en México cualquier comparativo concluiría que sus gobernantes consideran niños a sus gobernados o, peor aún, unos idiotas que ni siquiera saben cómo reaccionar ante un regaño atizado de cinismo.

 

 

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