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Obra Maestra: Versalles

Su imponencia actual es apenas un bosquejo de lo que llegó a ser la casa de descanso de los Luises. Del esplendor a la indignación y luego a la guillotina, son parte del legado ambiguo de un Palacio propio de épocas idas

JUNIO, 2007. Así como el ego de los poderosos suele medirse a través de un auto deportivo último modelo, hace un par de siglos la realeza europea lo tasaba en sus palacios. En tal sentido la dinastía de los Luises, en eterna guerra con Inglaterra, fue demasiado lejos en ese culto a la ostentación, y al lujo desbordado y, como paso siguiente, a la insensibilidad social. Así como un diputado o un funcionario que ven resuelta su situación económica con un buen puesto, los reyes de Francia creían trabajar en bien de su país; era la "fatal arrogancia" de los gobernantes, como se le ha llamado.

La ostentación de Versalles, construido a unos 20 kilómetros de París --actualmente es parte de un suburbio de la capital-- fue sin duda un factor que acumularía el odio hacia la realeza. De hecho, en los días inmediatos a la Revolución de 1789, Versalles fue ocupado por las fuerzas insurgentes que saquearon o destruyeron buena parte de su mobiliario. Fue con Napoleón cuando inició la remodelación del Palacio aunque sin alcanzar el esplendor de sus años previos. Después de ello Versalles ha sido cuartel militar, set cinematográfico e imán turístico. También fue ahí donde en 1918 se firmó el Tratado de Versalles que puso fin a la Primera Guerra Mundial.

Esta obra maestra fue idea de Luis XIV, quien tenía en mente trasladar ahí la sede de su gobierno en unas tierras que habían sido propiedad de su padre, un sitio previamente dedicado a la caza. Luis XIV era lo que hoy llamaríamos un "ecologista", un amante y gran conocedor de las flores, las aves y los animales exóticos. Pero también era adicto al lujo: su ministro de Finanzas, Jean Baptiste Colbert, temía que el proyecto desestabilizaría las finanzas reales ya de por sí agobiadas por una burocracia repartida entre la tropa, empleados administrativos y en especial la nobleza, un ente parasitario que consumía casi la cuarta parte del presupuesto.

Pero como sólo se podía objetar al rey, pero nunca contradecirlo, los planes para Versalles comenzaron a tomar forma. La encomienda recayó en Louis de Vau, un arquitecto que diseñaría el Palacio, así como André Le Nôtre, quien había estado tras la preparación de los jardines de El Vaticano. Así pues, en 1661 comenzaron los trabajos de nivelación. El Soberano no pudo haber escogido peor sitio: se carecía de agua, abundaban las áreas arenosas y la calidad de la tierra no era muy apta para plantar árboles. Sin embargo y durante siete años los empleados al servicio de Le Nôtre cavaron lo que serían los lagos y los canales; se construyeron redes de drenaje y se niveló la tierra tras enormes esfuerzos.

Otro aspecto eran las fuentes, las cuales fueron diseñadas por Jules Mansart mientras que François Francini llevó a cabo los trabajos de ingeniería (fue él también quien creó la célebre Sala de los Espejos, donde se firmaría el Tratado de Versalles). Asimismo, miles de naranjos fueron plantados en los jardines así como flores escogidas personalmente por el Monarca. La majestuosidad de las fuentes aún sorprende hoy, como es el caso de la que representa al Dios Apolo, diseñada por Francini y que utilizaba cuatro millones de litros de agua por hora. Otra de ellas de la Fuente de Latona, ubicada frente al Palacio.

Una obra también notable era el Gran Canal, donde góndolas traídas de Venecia transportadas a los visitantes a través de los jardines. El canal se subdividía en otros canales que llevaban al paseante al relajamiento en medio del bosque y la vegetación. Esa vía también conduce al Petit Parc mientras otro llevaba al Gran Trianón donde Luis XVI solía reunirse con su amante Madame de Montespan. Al bajar de la góndola unos escalones de mármol llevaban a un jardín lleno de flores y naranjos, jazmines, tulipanes y lirios. Las flores que rodeaban al Trianón eran cambiadas dos veces al día para que no perdieran su frescura, labor a cargo de un jardinero de apellido Le Boteux, quien también era responsable del enorme jardín botánico que proveía las flores.

Más adelante se encontraba un área conocida como Saint Cyr donde había una enorme jaula con aves exóticas de todos tipos. A unos pasos del aviario estaba un pequeño zoológico exclusivo del Soberano donde había cebras, monos, leones y un par de elefantes. La alimentación de los animales era cuidadosamente supervisada por el veterinario real.

Otra área que quitaba el aliento a los visitantes era el Tapis Vert, o Camino Real, una enorme pasarela con jardines y estatuas de esculturas griegas o romanas, misma que lleva a la fuente de Apolo que parece emerger de las profundidades, misma que encantaba a Luis XIV.

La inauguración y la decadencia

El triunfo de Francia que culminó con la anexión de Flandes fue el motivo 'aea irganizar una fiesta frente al Palacio. Habían transcurrido siete años desde que arrancó el proyecto. El Rey preparó una grand fete en julio de 1668 donde tomaron parte Moliere y el compositor Jean Baptiste Lully. Debido a sus triunfos bélicos, Luis XVI era inmensamente popular; era el rey que llevara a Francia a un futuro de grandeza.

Poco después Luis XVI ordenó que las oficinas de Gobierno se trasladaran a Versalles. De esa manera, razonaba el soberano, sus ministros podrían tomar las mejores decisiones en medio de la naturaleza y un ambiente relajado.

El "Rey Sol" falleció en 1713 y en su lugar quedó Luis XV, "El Bienamado", más aficionado al buen vivir que a las decisiones políticas. Realizó varios cambios importantes al Palacio, entre ellos la desaparición del aviario y la construcción de otro Trianón. Para entonces Versalles contaba con más de 200 habitaciones, cinco comedores, seis estancias, dos capillas y 50 habitaciones para las caballerizas. Y en efecto, los temores de Monsieur Colbert comenzaron a manifestarse: el Palacio costaba bastante caro al erario; la belleza de sus fuentes y jardines tenía que ser compensada con mayores impuestos, algo que le restó popularidad a Luis XV.

Mientras tanto, las ideas de Rosseau y de los socialistas utópicos comenzaban a infiltrar el ambiente intelectual francés. En respuesta, la monarquía aplicó mano de acero contra los disidentes, algo que aumentó la irritación. Pero nada como lo que ocurrió luego de 1713, año en que falleció Luis XV y ascendió al trono Luis XVI, un individuo que tenía muchas cualidades excepto la de saber ser un monarca. Para colmo, el rey estaba casado con la austríaca María Antonieta, perteneciente a la Casa de los Habsburgo, de modo que la posibilidad de tener una reina extranjera horrorizaba a los súbditos. Tampoco ayudó mucho que María Antonieta no amara a su consorte y que se pasara todos los días encerrada en Versalles, aburrida, añorando su patria y alejada de un pueblo que jamás la aceptó. (1)

Con el paso de los meses la majestuosidad de Versalles se fue transformando en indignación. Los revolucionarios comenzaron a repartir panfletos en contra de la monarquía donde ridiculizaban al Rey. Finalmente, en julio de 1791 ocurrió la Toma de la Bastilla, la muchedumbre acorraló al monarca en Versalles. Más tarde fue esposado y condenado por un tribunal revolucionario. Meses después murió en la guillotina. María Antonieta fue apresada cuando intentaba escapar con sus hijos y también fue condenada a morir bajo la que también se conocía como "implacable navaja".

Increíblemente, las turbas no destruyeron el Palacio, Hubo pillaje y saqueos pero la construcción se mantuvo relativamente intacta. Por un tiempo sirvió de hogar para familias sin hogar aunque apenas en 1808, mientras los revolucionarios se hundían en la corrupción, un cadete aprovechó la confusión para hacerse del poder gracias a una serie de increíbles victorias bélicas boyantes en genialidad estratégica. Un par de años después Napoleón inició el remozamiento de Versalles, pero una vez que se autonombró emperador los trabajos se aceleraron. Menos de una década más tarde las cosas estaban como al principio: Luis XVII estaba en el trono si bien sería por poco tiempo.

Durante la guerra franco-prusiana las tropas alemanas tuvieron en Versalles su cuartel general. En las primeras décadas del siglo XX fue un sitio de descanso aunque debido a su alto costo de manutención se consideró su demolición. La noticia llegó a oídos del magnate norteamericano John D. Rockefeller II quien impidió aquello al donar 3 millones de dólares en 1928 para renovar no sólo el edificio sino a los árboles, los jardines y las fuentes. Los trabajos continuaron hasta antes que estallara la Segunda Guerra Mundial.

Gracias a ello Versalles recobró parte del esplendor que llegó a tener durante la época de los Luises. Sin embargo con los años volvió a manifestarse el descuido hasta que el gobierno de Mitterrand invirtió 21 millones de dólares para otro remozamiento el cual han seguido los mandatarios posteriores.

Quizá nunca se podrá reproducir en su totalidad la grandeza que Versalles ostentó cuando Luis XIV lo contempló terminado. Aparte de los cambios realizados por Napoleón a parte de los jardines y lagunas y que muchas veces llevaron a su desaparición, lo que hoy tenemos no deja de sorprender al visitante. La intención de los Luises por proyectarse en el tiempo ha sido, por tanto, vindicada.

(1) La frase "que coman pasteles" que se atribuye a María Antonieta en respuesta al comentario de un noble que le dijo "el pueblo no tiene nada qué comer" jamás ocurrió. Se da por un hecho que la inventó alguno de los revolucionarios. 

© copyright, Derechos Reservados, 2007

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1 comentario

josefina_esparza71 escribe 4.07.07

Tuve oportunidad de visitar Versalles en el 2003 y ya era notoria la remodelación que se le ha dado a este sitio histórico que aunque fue construido por una monarquía poco interesada en el bienestar de sus gobernados viene a ser una verdadera obra de arte, como ustedes dicen. Lo que más me gustó fue el Trianón, tan impresionante que esperaba ver de un momento a otro a los reyes o a María Antonieta caminando por los jardines. Versalles es un sitio que vale la pena visitar una o más veces.

 

 

 

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