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Lo importante era ser un Barón

Atletas vestidos de forma estrafalaria pero todos ellos miembros de la nobleza, fue algo que marcó a los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna, impulsados por Pierre de Coubertain alguien, que no casualmente, también se ostentaba como Barón

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AGOSTO, 2012. "Lo importante no es ganar sino competir" es la frase que de inmediato nos remite al espíritu olímpico y, en específico, al Barón Pierre de Coubertain, a quien se considera haber revivido unas competencias que se efectuaban hace más de dos mil años entre Grecia y Esparta, los archienemigos que sin embargo acordaban treguas para que sus atletas participaran mutuamente en varias justas en la ciudad de Olympía. Ese fue el "espíritu" que el Barón, sin duda un personaje influyente en la alta política, consiguió una vez que los Juegos de la Era Moderna se efectuaron en Atenas, Grecia en 1896, con la presencia de una veintena de países.

Interrumpidos solo en dos ocasiones por las guerras mundiales, los Juegos Olímpicos --que no Olimpiadas, ese el periodo de cuatro años en que la antorcha permanece apagada-- son el atractivo cuatrienal más importante del planeta, solo equiparable al Mundial de futbol. Se estima, por ejemplo, que la ceremonia de apertura en Beijing 2008 fue vista por 1,700 millones de personas, a la que se sumaron 50 millones más cuando se efectuó la clausura.

Sin embargo y a diferencia de un Mundial, los Juegos Olímpicos rara vez son autofinanciables debido a las estrictas normas que el Comité Olímpico Internacional establece en torno a la publicidad de modo que un atleta sí puede promocionar un producto excepto en su uniforme al momento de la competencia. Esto ha hecho que la organización suela caer en manos del Comité organizador, es decir, de la ciudad, o lo que es lo mismo, de las arcas públicas. De ahí que que ciudades como Montreal (1976), Munich (1974) y Atenas (2004) hayan terminado con números rojos (ya ni para qué agregamos a México 1968 donde por muchos años el gobierno federal siguió cobrando la tenencia por concepto de financiamiento de los juegos).

Los Juegos que concibió De Coubertain son radicalmente distintos a los que tenemos ahora, y mucho más a como fueron en su versión original. En la Grecia antigua únicamente competían hombres desnudos aunque se les permitía usar protección en sus partes íntimas para evitar que se lastimaran mientras corrían. Obviamente en la recatada sociedad de fines del siglo XIX se tuvieron que hacer cambios para arropar a los atletas con vestimentas griegas tradicionales, vendas en la cabeza y zapatillas para correr. Hoy día ese sería un espectáculo ridículo pero así se vistió a los atletas hasta los años veinte cuando los juegos dejaron de ser un entretenimiento de élites.

Y es aquí donde entra de lleno la figura del barón Pierre de Coubertain, nacido en una prominente familia de recursos, el barón poseía gustos sofisticados pero también le sobraba el tiempo libre. Un millonario de nuestros días está condenado a ver limitada su vida social pero en tiempos del barón los ricos solían reunirse por horas para platicar banalidades y a jugar cartas despreocupadamente. El aburrimiento era tal que el espiritismo y la actividad física se convirtieron en formas ideales de quemar tiempo. De Coubertain se inclinó más por la segunda, afición que compaginó con la lectura. El barón devoraba literatura clásica y en especial, de la cultura griega, que le atraía sobremanera. Fue ahí donde se enteró de unas competencias realizadas en honor al dios Zeus y que cuando se efectuaban eran motivo de tregua entre griegos, espartacos y troyanos. Los Juegos continuaron muchos años después de fragmentada Esparta aunque despojados de su espíritu original. 

El Comité propuso revivirlos y hacerlos una competencia cuatrianual. Al principio se pensó realizarlos en Grecia de forma permanente pero el Barón, finalmente francés, también quería efectuarlos en París. Pero como apunta un reciente artículo de Frank Deford, desde el siglo XVIII había habido intentos por revivir los Juegos, al menos informalmente. En Grecia y Tiurquía grupos de jóvenes realizaban competencias atléticas que luego fueron disueltas por la autoridad debido a los desórdenes que se daban en las calles. 

Pero el barón buscaba un elemento que compaginara la ética de los atletas y lo encontró en Inglaterra, país que que admiraba tras concluir que fue ahí donde se habían implantado las reglas del deporte moderno como el box, el futbol, el canotaje y otras disciplinas. Pero también lo hizo porque, a diferencia de su país natal, los títulos nobiliarios como Barón eran mucho más apreciados y valorados; asimismo en la Gran Bretaña victoriana el atleta que no buscara el lucro era bien visto, y ello se aplicaba al espíritu olímpico promovido por Monsieur De Coubertain.

Dicho de otro modo: el barón admiraba a otros barones que, como él, no precisaban de practicar un deporte con el fin de ganar dinero. Era el símbolo perfecto de amateurismo que por décadas sería condición inapelable impuesta por el COI.

Por ello no extraña que los primeros Juegos Olímpicos de la historia moderna efectuados en 1896 hayan tenido participación exclusiva masculina, y que en 1900 fueran incluidas mujeres, todas ellas poseedoras de un título nobiliario o de recursos económicos.

Los problemas comenzaron una vez que los barones, condes, vizcondes, príncipes y demás se vieron desplazados por los verdaderos atletas como Jim Thorpe, campeón olímpico en 1924 y a quien se despojó de sus medallas por haber jugado beisbol profesionalmente. Hubo muchos otros casos pero el "amateurismo" se mantuvo durante décadas lo mismo que la frase de De Coubertain, totalmente falsa pues para los países líderes en el medallero, ganar es lo único y un segundo lugar es tan malo como el último.

El "amateurismo" del COI impidió que grandes atletas, sobre todo de la posguerra, brillaran olímpicamente. Y es que ser amateur equivale a desempeñar una disciplina por mero amor al arte, y ese lujo solo podían concedérselo los atletas con algún título nobiliario a finales del siglo XIX.

Finalmente, en 1988 durante los Juegos de Seúl se aceptó el regreso del tenis, esta vez profesional, lo que permitió ver fantásticos duelos. (¿Por qué un deporte tan bello y tan preciso había estado fuera tantos años? Bueno, a que una vez que comenzaron a imperar los tenistas profesionales, esa disciplina fue excluida de los juegos en 1924). Al igual que el basquetbol en Barcelona 92, donde el Dream Team fue la medalla de oro más predecible en décadas.

Los Juegos Olímpicos como los concibió el barón Pierre de Coubertain hoy son irreconocibles. Y aunque algo que no ha cambiado son los tramposos que de dopan para ganar, es casi un milagro que los Juegos hayan sobrevivido a este siglo XXI. Y lo mejor de todo, que ya no están restringidos únicamente a barones... con "b", por favor.

 

Foto: Cortesía saturdayeveningpost.com

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1 comentarios

ulises mora escribe 08.08.12

En relación al artículo sobre el barón de Coubertain, quisiera comentar que el lema "Lo importante no es ganas sino competir" fue reemplazado en los juegos olímpicos de Atlanta por el de "Mas fuerte, más Alto, Más Duro" y es una frase más exacta pues retrata el verdadero espíritu olímpico, que es el de ganar el mayor número de medallas, pero las de oro, y no conformarse y decir que ya la hicimos porque nos llevamos dos de plata y dois de bronce. Los que siguen creyendo en la frase desgastada del barón son los países mediocres entre los cuales desafortunadamente está México.

 

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