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Y DEMÁS/Hipocresías

La hipocresía cada día más aberrante del capitalismo woke

Durante décadas se les consideraba parte esencial en una economía de mercado, pero hoy muchas megaempresas han comenzado a difundir propaganda alejadas de las cualidades de sus productos y con un tono claramente marxista. Al revisar el asunto vemos que la razón está, bueno, en chino...

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JULIO, 2021. En apariencia se trata de una relación contranatura: ¿cómo es posible que estos gigantes que producen millones de bienes de consumo, florecen y prosperan dentro de una economía de mercado súbitamente se hayan vuelto promotores de políticas no solo socialistas sino abiertamente marxistas?

Durante los últimos tres años, los megacorporativos, anteriormente llamados trasnacionales, han dejado de enfocarse en las virtudes de los productos que quieren vender; ahora se obstinan en aplicar, por la fuerza si es necesario , sus propias posturas que, según ellos, se basan en el "combate al racismo", "promover la multiculturalización" y, muy especialmente, hacer al mundo "menos blanco", es decir, menos intolerante.

Entre estos monstruos corporativos que se han sumado a "la causa" se encuentran Procter and Gamble, la cual monopoliza a nivel mundial la venta de detergentes, jabones, pastas dentales y champúes; Gillette, que hace lo mismo en el área de rastrillos y cremas de afeitar, Nike, que posee en un monopolio de todo el calzado deportivo que se vende en el planeta; Coca-Cola, por mucho la mayor vendedora de gaseosas en esta galaxia y las circunvecinas; Good Year Oxxo, empresa a la cual ya no le satisface tener tres cuartas partes del mercado en la venta de llantas sino que siente la urgencia de exigir a sus clientes que se deshagan de sus prejuicios racistas... la lista sigue creciendo cada día.

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Esta repentina conversión woke --promoción de políticas relacionadas con la "justicia social", la "equidad" y el "combate al racismo"-- no solo va dirigida hacia los consumidores: todas estas empresas están forzando a sus empleados a tomar cursos de "tolerancia racial" que denuncian el "privilegio blanco" o, peor aún, los atosigan con largas secciones de "Teoría Racial Crítica" donde se les tacha de racistas por el solo hecho de haber nacido con la piel blanca. Quien se niegue a tomar estos "cursos" es suspendido o simplemente despedido, aun si ello violenta las leyes laborales norteamericanas.

(Ya en otro artículo vimos cómo esta ominosa oleada woke también ha infiltrado los deportes. La Major League Baseball acaba de anunciar que promoverá la "inclusividad" de más jugadores negros en los clubes y la NFL determinó que también se interpretará el "himno negro" de los Estados Unidos (y antes del Himno Oficial" al comenzar cada juego).

¿A qué se debe ese cambio de postura que no duda en insultar a los consumidores blancos llamándoles racistas e intolerantes? En primer lugar, a su condición de monopolios. Empresas como Wal Mart y Target, cuyos ingresos son superiores al PIB de varios países centroamericanos, pueden promover estas políticas woke sin que ello afecte gran cosas al mercado cautivo que poseen; por el contrario, una empresa de regular tamaño consideraría suicida promover este tipo de posturas que alejarían a sus clientes, ello sin olvidar que miles de ellas se encuentran en la cuerda floja tratando de salir adelante con un aumento al salario mínimo de 15 dólares la hora, un costo que Amazon, virtual monopolizador de ventas por Internet, puede costearse sin gran problema.

El segundo factor es la coacción: por ley, las empresas norteamericanas están obligadas a poner en venta al público una parte de sus acciones. De acuerdo al columnista Ron Dreher de la revista American Conservative, "cientos de activistas adquirieron esas acciones y con ello infiltraron esas empresas al punto de obligarlas a promover políticas 'progresistas'. No fue difícil para estos activistas contemporizar con los sindicatos de esas empresas, siempre a favor de promover la lucha de clases, ahora despojada de el afán de expropiarlas para ponerlas en manos de los trabajadores, que era su exigencia de otros tiempos".

Otro factor es el chantaje. Todas estas empresas transfieren millones de dólares a movimientos como Black Lives Matter bajo amenaza de armarles un escándalo mediático si se niegan a financiarlos. Eso fue precisamente lo que sucedió con Simply Straws, empresa fabricante de popotes (pajillas) establecida en Oregon, la cual en principio se negó a adherirse a estas políticas o a vender sus acciones a cualquiera por el solo hecho de tener los billetes en la mano.

Como respuesta, los activistas difundieron una nota de Milo Cress, por entonces un niño de 9 años, donde sin pruebas afirmaba que los popotes arrojados al Pacífico estaban causando la muerte de millones de peces. El escándalo creció en las redes al punto que Simply Straws comenzó a tener pérdidas gigantescas hasta que "dobló las manitas" y terminó por convertirse en otra empresa woke que hoy promueve entre sus empleados la "Teoría Racial Crítica" y otras vainas donde ser blanco es motivo para ser tratado peor que un leproso.

Y el tercero es el más ominoso de todos, muestra de la enfermiza hipocresía de estos gigantes: la búsqueda del mercado chino. Dreher reporta que las autoridades chinas han exigido, como requisito para que puedan entrar a ese lucrativo mercado (por lo menos mil millones de personas) que ataquen sistemáticamente a la economía de mercado de Estados Unidos a cambio de una actividad monopólica en territorio chino. La oferta incluye no solo a estos monstruos corporativos sino a la NFL, la MLB y la NBA. Por supuesto que cualquier crítica a la dictadura china les valdría ser expulsados del "club" y con ello perder millones de dólares.

Pocos norteamericanos saben que empresas como Procter and Gamble, a la que le compran jabones de tocador, enjuagues bucales y cepillos de dientes, es "socio comercial" de la dictadura china y que un miembro del Partido Comunista de ese país forma parte del Consejo de Administración, un personaje que incluso tiene más poder que el gerente de esa compañía en territorio chino, ni que los burócratas chinos son capaces de obligar a los grandes estudios de Hollywood a que "cambien" sus guiones si los consideran "inapropiados" para el espectador chino.

Seducidas por ese mercado, estas empresas no han dudado en traicionar los principios que les dieron origen así como atentar contra la estabilidad económica y cultural de sus propios países.

Esta vergonzosa sumisión a un gobierno extranjero ha hecho que esas empresas woke caigan en la más aberrante hipocresía. Un sonado caso es el de Apple, la fabricante de teléfonos celulares y computadoras móviles y una de las más "comprometidas" con la "justicia social" y el "combate al racismo". Esta empresa tiene una emsambladora de sus productos cerca de Shangai que emplea a casi 5 mil personas a las que se les paga en promedio el equivalente a un dólar diario. De tal manera, refiere Dreher, "un IPhone que cuesta ensamblarlo en China 50 dólares, Apple lo vende en Estados Unidos a seis veces su valor, incluso más".

Igualmente, a Tim Cook, el mandamás de Apple, no parece preocuparle gran cosa que los empleados en esa planta de Shangai laboren hasta 13 horas diarias y que carezcan de prestaciones sociales. Con esas ventajosas condiciones que dejan como chiste la explotación en los primeros años de la revolución industrial ¿a quien extraña que Apple y otras empresas abracen la causa woke para así ganarse el favor chino?

Vivek Ramaswamy, un emprendedor hijo de inmigrantes hindués y quien hizo una fortuna como inversionista en biotecnologías, señala que Nike "tiene 10 plantas en China donde ahorra costos de hasta un 70 por ciento que si tuviera esas plantas operando en Estados Unidos". Igualmente, Ramaswamy advierte que "la promoción woke que realizan estas empresas en Norteamérica y el resto del mundo no aplican en China, donde en ningún momento Nike ni la NFL se promocionan con la bandera LGBT, la cual está prohibida y restringida en ese país". ¿Se necesita mayor hipocresía?

Ramaswamy es autor de Woke.Inc, un libro que recientemente salió a la venta y qu expone al doble moral de esos conglomerados así como de la NBA y la NFL, que denuncian el "privilegio blanco" en Estados Unidos y que con la mayor miseria humana evitan hablar sobre la represión que sufren los manifestantes en Hong Kong.

Sin embargo la hipocresía rebasa toda racionalidad en el caso de Coca-Cola, la cual forzó a sus empelados a tomar un curso sobre el cacareado "Proyecto 1617", primero difundido por The New York Times y el cual se ha comprobado que carece de fundamento. Pese a ello y dado el desprecio absoluto de la verdad por parte de la izquierda, la refresquera estuvo impartiendo el "curso" hasta que un empleado filtró la información y se suspendió el "curso".

Sin embargo, la Coca-Cola anunció su apoyo al "boicot" contra el ayuntamiento de Atlanta luego de haber sido aprobada una ley que pedía identificación a los votantes.

Sin embargo esa indignación no parece reflejarse en otros asuntos igualmente ominosos por parte de la Coca-Cola, señala
Ramaswamy "entre ellos los altísimos índices de diabetes entre la población negra de Estados Unidos como consecuencia del consumo de Coca-Cola", Asimismo, agrega que "esa empresa ha realizado oscuras componendas con el gobierno chino para evitar que otras refresqueras entren al mercado de ese país y le representen una competencia". La hipocresía como "chispa de la vida".

Si bien no se descarta que este capitalismo woke busca coquetear con esa generación de jóvenes adoctrinados que se están graduando de la universidad y comienzan a tener poder adquisitivo, lo cierto es que esa supuesta preocupación por la equidad y la tolerancia hacia las minorías sexuales no se refleja en el mercado chino donde los logos de la NFL, de Seiko o Porsche jamás han aparecido con el logo multicultural del movimiento LGBT; de hacerlo, sus contratos con la tiranía comunista serían rescindidos de inmediato. De nuevo, hipocresía pura.

Una manera de detener esa oleada woke de las multinacionales sería dejar de comprar sus productos. Desafortunadamente y como ya se dijo, se trata de monopolios acostumbrados a aplastar todo asomo de competencia. "Pero a largo plazo puede funcionar si cambiamos nuestros hábitos de consumo. Hubo un momento en la historia que no necesitamos en lo mínimo a las multinacionales. Los resultados no serán inmediatos pero a mediano plazo obligarán a estas empresas a recordarles que tampoco requerimos de sus sermoneos".

 

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