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El último round de una leyenda del boxeo

El recientemente fallecido pugilista enseñó a los suyos que la disciplina y el esfuerzo eran la mejor herramienta para sobresalir en una sociedad que por décadas los había marginado. Ese fue el mejor ejemplo de una vida que, lejos de ser perfecta, pavimentó al camino para los atletas afroamericanos que le siguieron

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Mohammed/Mohammed Alí/el supermán negro/que flota como mariposa/y pica como avispa

Black Superman - Mohammad Ali
Johnny Wakelin & the Kinsasha Band, 1975

JUNIO, 2016. Al hablar de Mohammed Ali, lo primero que nos brota en la mente es una imagen que habría de inmortalizarlo. Tomada el 26 de mayo de 1965, Sonny Liston yace en el ring con los brazos extendidos mientras su contrincante, con el brazo derecho en actitud triunfalista pareciera estar reivindicando lo dicho en las conferencias de prensa donde aseguraba que mandaría a su rival al ring en el primer episodio.

Es cierto: esta imagen emblemática, que fue incluso portada en revistas como LIFE y Sports Illustrated, refleja lo que pasó en aquel combate durante el primer round. Pero Liston no estaba totalmente noqueado. Liston se reincorpora al mismo tiempo que el réferi JJ Walcott llega al conteo de diez. Liston y Ali continúan peleando hasta que el réferi anuncia que, de acuerdo al conteo, Liston había perdido la pelea. Pero esa fotografía ha resultado más poderosa que lo ocurrido realmente. Tal fue, paralelamante, un reflejo en la vida del recientemente fallecido Mohammed Ali.

Fue el primer deportista verdaderamente mediático. Después de él vendrían otros como Pelé, Jimmy Connors, Michael Jordan, Maradona y las hermanas Williams. Y había una razón de peso a juicio de la prensa: Ali se había rebelado contra el mundo de los blancos.

Nacido como Cassius Clay en Louisville, Kentucky (lugar donde la famosa cadena de pollo estableció su primera cadena y donde también yacen los restos del coronel Sanders), el entonces llamado Cassius Clay saltó a la fama mundial en 1960 al ganar una medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Roma. Luego vendría su brinco al profesionalismo y sus declaraciones, entre ellas el negarse a llevar "un nombre y apellido que me pusieron los esclavistas", el rechazar cumplir con su servicio militar ("esos tipos en Asia a mí no me han hecho nada") y sus fanfarronadas, cientos de ellas. La diferencia con otros, es que muchas de sus fanfarronadas, Alí las demostró con fundamentos.

Como boxeador, Mohammed Alí no poseía la mejor de las técnicas y, en el fondo, la mayoría de los expertos en este deporte consideran que Joe Louis ha sido el mejor de todos los tiempos. Pero en su vida fuera del ring se ha polemizado poco en varios aspectos que no son precisamente plausibles. No porque haya tenido una vida disipada como muchos otros de sus colegas, o que fuera un tipo abusivo como Mike Tyson. Además de manifestar su apoyo a movimientos radicales como el de Malcom X --otro que también ya no quiso seguir portando un apellido de los "esclavistas blancos"-- con frecuencia olvidamos que el pugilista con gusto asistió no solo a pelear sino a disfrutar banquetes con dos de los peores dictadores de la época, primero el célebre Thrilla in Manila donde fue agasajado por Ferdinando Marcos y más tarde el Rumble in the Jungle en la entonces llamada Zaïre donde lo recibió Mobutu Sese Sekko, un tipo cuyo gorrito de piel de leopardo contrastaba con haber mandado a su país a inimaginables niveles de miseria mientras él se enriquecía brutalmente.

Ambas peleas son incluso celebradas hoy pese a haber sido auspiciadas por dos dictadores que nunca fueron juzgados. Nos preguntamos si se mantendría la misma admiración en caso que la pelea se hubiera llamado, por ejemplo, "Agarrón en Santiago" en tiempos de Pinochet.

Hay que enfatizar que Mohammed Alí suavizó su posición en los años siguientes y que para mediados de los setenta ya estaba jugando con todas las reglas del showbizz.

Y es que a diferencia de muchos activistas negros en la actualidad, hipersensibles y con cero sentido del humor, Mohammad Alí comprendió que no había que tomarse las cosas tan en serio al momento de convertirse en showman. Grabó su propia versión de "Stand By Me", apareció en innumerables comerciales y supo que autonombrarse "El Mejor que ha habido" era parte de lo que el público esperaba de él. Vamos, incluso él dijo con orgullo "ser el Elvis negro"; incluso una canción muy famosa allá en 1975 lo nombraba "el Supermán negro".

El público norteamericano terminó aceptándolo como un héroe, alguien que con millones de dólares embolsados, adorado no solo por la comunidad afroamericana y casi todos los blancos estadounidenses, había reivindicado a sus ancestros. Efectivamente, cuando Mohammed Alí inició su carrera aún se veía a los negros desde arriba, pero al acercarse los ochenta el público a él lo veía desde abajo.

Es patético que Barack Obama haya querido sacar raja política por la muerte de Mohammed Alí. Con todo el radicalismo que llegó a tener, en especial a mitad de los sesenta, Mohammed Alí promovió más la dignidad de los suyos que el actual presidente norteamericano. Les enseñó que sí es posible para un afroamericano que nace pobre sobresalir en una sociedad donde las leyes las escribieron los blancos. En vez de la cultura de la autoflagelación, Mohammed Alí acudió a la cultura de enfrentar ese mundo.

Eso es mejor ejemplo para la población afroamericana que tener colgados unos guantes en algún lugar de la Casa Blanca. Por ello (y pese a los errores que haya cometido), los negros norteamericanos tuvieron en Mohammed Alí a un hombre inteligente que --ningún obituario ha reparado en este dato, por cierto-- era políticamente incorrecto hasta el tuétano.

Recordamos a Mohammed Alí. Fue uno de los verdaderamente grandes. Por ello el artículo que escribió Barack Obama ha provocado tanta vergüenza ajena.

 

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