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El costoso mito de la gratuidad educativa

Como ráfaga que vuelve cuando aún estamos padeciendo sus consecuencias, se asume que la educación es un derecho gratuito cuando lo cierto es que todos los contribuyentes terminamos pagándola. El país más exitoso de América latina acaba de dar un paso en tal sentido que repercutirá su futuro, una muestra de demagogia contra lo que mejor conviene a una nación

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ABRIL, 2015. Las universidades comunitarias (Community Colleges), son planteles subsidiados por el gobierno norteamericano y los estados y las cuales representan una oportunidad para aquellos que no concluyeron sus estudios o por razones de trabajo solo pueden atender horarios nocturnos dadas sus colegiaturas accesibles. Pues bien, una iniciativa de Barack Obama propone no solo eliminar las cuotas prácticamente simbólicas de estas universidades sino de crear otras "totalmente gratuitas", según señala la iniciativa presidencial. (Con la mayoría republicana, esa iniciativa difícilmente va a pasar, por lo que Obama entonces aprovechará para exhibir a sus rivales como "insensibles". Ya se verá).

De Chile tampoco llegan buenas noticias; a partir del 2017 toda la educación superior pública será gratuita sin importar el nivel socioeconómico de los alumnos, con lo cual de tajo quedarían invalidadas las becas por aprovechamiento. "Esto representa un avance en la democratización educativa en Chile", anunció el ministro de Educación quien ya anteriormente había llamado "inoperante y obsoleto" al actual sistema educativo chileno el cual, irónicamente, suele arrojar el mejor nivel educativo entre todos los países latinoamericanos, inclusive por encima de Cuba, el verdadero poseedor de un "inoperante y obsoleto" sistema educativo.

Son dos ejemplos aterradores. ¿Que acaso Barack Obama ni Michelle Bachelet son capaces de ver el desastre que la "gratuidad" educativa ha traído no solo en Latinoamérica sino en Europa donde en sus aulas, al igual que acá, abundan estudiantes fósiles de hasta 40 años de edad que pagan cuotas ridículas? ¿Por qué el ministro chileno no se asomó a los caóticos casos de la educación gratuita en Perú, Argentina, Colombia y México donde los contribuyentes están subsidiando la deficiente educación de un margen de alumnos en su mayoría clasemedieros que bien podrían costearse su educación con lo que gastan mensualmente en cerveza y cigarrillos?

Bueno sí lo saben, como tampoco desconocen el hecho de que las universidades más prestigiadas del mundo se encuentran en Estados Unidos y son, en su mayoría, de capital privado. En México tenemos casos de sobra: un egresado del Tecnológico de Monterrey, la Universidad Iberoamericana o el ITESO tendrá más oportunidad de encontrar empleo que los egresados de los planteles públicos. Y no por discriminación, como tontamente se ha hecho creer, sino por los resultados. (Adicional al hecho, como apuntó en cierta ocasión Andrés Oppenheimer, que en caso que el graduado deficiente provenga de un plantel privado hay un responsable directo ¿pero a dónde reclamar cuando el graduado proviene de una universidad financiada por un ente abstracto como es el Estado?)

Por otro lado, la "gratuidad educativa" es una falsedad absoluta. Todo servicio que se ofrece tiene un costo y alguien debe pagarlo. A menos que asumamos que los maestros, los intendentes, las secretarias, los proveedores, los electricistas, los pintores y los técnicos que contrate una universidad pública no cobren nada por su trabajo, se concluiría que la educación que reciben los estudiantes es gratuita. Obviamente no es así: todos reciben pagos o sueldos de los miles de millones de pesos que el Estado eroga mensualmente para financiar esos planteles, dinero que proviene de lo que ese Estado le quita a usted y a mí vía impuestos.

El hecho de que al alumno su carrera le salga prácticamente gratis no quiere decir que alguien no haya pagado por ella. Cuando usted recibe un regalo en su cumpleaños o en Navidad, alguien erogó una cantidad monetaria para adquirirlo. Cuando un niño recibe su "domingo" o mesada, ese dinero tuvo un costo por parte del papá que lo devengó.

Por esta razón el caos chileno es triste, y representará en breve un enorme escollo para que este país alcance el primer mundo: la educación totalmente gratuita a nivel universitario --y peor aún, se planea ampliarla a nivel secundaria-- le quitará dinamismo a su economía y le representará una carga fiscal cada vez más onerosa a los contribuyentes, esto en un país que hasta los recientes tiempos de Ricardo Lagos y Sebastían Piñeira ofrecía tasas fiscales relativamente racionales. De hecho, universidades como Yale y MIT, que tienen convenios de colaboración con planteles privados chilenos, prácticamente han abandonado la idea de abrir sus universidades en ese país (escribe Oppenheimer en Basta de Historias que en Singapur y en Corea del Sur es posible ser graduarse en Yale o en Princeton sin poner un pie en Estados Unidos) luego que la gratuidad universitaria haría incosteable todo proyecto.

Esto marcará una competencia desleal contra los planteles privados chilenos, por supuesto. Pero al igual que en México, quienes puedan costearle a sus hijos una carrera en un plantel privado preferirán invertir en ese gasto en vez de enviarlos a una universidad pública gratuita. El problema vendría a ser con aquellos alumnos cuyas familias han llegado con muchos sacrificios al escalón de la clase media. Estas optarán por mantenerlos ahí no solo para ahorrarse un gasto sino porque no les queda otra opción. Dicho de otro modo, la "gratuidad" cortará a estos alumnos la oportunidad de ir ascendiendo en la escala social. Jean Francois Besquiat lo dijo claramente hace más de 150 años: "¿Quiere usted matar la ambición de una persona? Regálele todo y la condenará a la mediocridad".

Al ensalzar la "gratuidad" como dogma inamovible, las universidades públicas de nuestros países preparan a futuros burócratas pobremente instruidos en vez de generaciones innovadoras y emprendedoras que tanta falta nos hacen. De ahí que se condene igualmente el "lucro" en la educación cuando éste es precisamente el lubricante de las grandes ideas. Ello explicaría que la revolución cibernética del último cuarto de siglo despegó y comenzó a crecer en los campus privados norteamericanos y que ni Francia, ni Alemania ni España, donde la educación pública gratuita ha aletargado toda creatividad, no existan los símiles de Mark Zuckerberg, Bill Gates o Steve Jobs.

La educación gratuita sale muy costosa en relación a sus beneficios, y cada país latinoamericano es prueba innegable de ello. Chile está a punto de atarse a una pesada roca rumbo a su desarrollo ante las duras consecuencias de algo que, aparentemente, es justo.

 

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