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INTERNACIONAL
El alto costo de la eficiencia japonesa
difícilmente lo hace un ejemplo para Latinoamérica
Metódicos, eficientes, ordenados y con una
organización envidiable... ¿por qué no podemos ser
como los japoneses? Un asomo a lo que rara vez
escuchamos en esas conferencias que ensalzan a una
sociedad que, por lo visto, vive impune de toda
crítica en el resto del mundo
Versión impresión
ENERO, 2018.
Con frecuencia los latinoamericanos recibimos
reprimendas por no ser como los japoneses.
Simposios, conferencias, documentales y artículos
periodísticos dan cuenta de cómo Japón, tras haber
sido devastado en la segunda guerra mundial, se
levantó con toda dignidad para convertirse en un
país de primer orden que no solo exporta la mayoría
de los artículos electrónicos que existe en el mundo
sino que, como la sociedad metódica que es, obliga a
respetar las leyes so pena de recibir severos
castigos.
Entre los ejemplos que los latinoamericanos
deberíamos seguir de Japón: la gente entra
ordenadamente al transporte subterráneo, no hay
basura en las calles, los semáforos tienen tonos
para indicar a los invidentes si pueden cruzar las
calles; la delincuencia en las grandes ciudades es
bajísima, el rechazo a la comida chatarra es tal que
todos prefieren alimentos naturales y por ende están
más delgados, que durante las huelgas los empleados
no detienen la producción sino que se colocan una
banda roja en la frente en señal de protesta, que
los políticos han optado por suicidarse antes que
enfrentar la deshonra de un juicio político, etc.
Muchas de las cosas antes citadas son indudablemente
ciertas, pero todas ellas tienen un precio que, por
un lado, las sociedades latinoamericanas
difícilmente estarían dispuestas a pagar y, por el
otro, la sociedad japonesa mantiene actitudes
totalitarias con un machismo rampante el cual,
paradójicamente y como sucede con las sociedades
islámicas, no parece preocupar gran cosa a los
activistas políticamente correctos ni a las huestes
feministas.
"A diferencia de otros países, lo que mueve a Japón
es una mezcla de altísimo sentido del honor y un
profundo nacionalismo", refiere Tomás Aurelio Ponce,
quien vivió en Japón cuatro años durante un año
estudiando una maestría. "Lo que me tocó ver, además
de un innegable orden, fueron cosas que el resto del
mundo considera inaceptables, como el que a una
mujer la obliguen a levantarse de su asiento en un
restaurante si hay un varón de pie esperando".
Otra notable diferencia: mientras en Alemania se
machaca incesantemente en las escuelas y los libros
de historia sobre las innegables atrocidades
cometidas por los nazis, en Japón los profesores
enseñan a sus alumnos que, si bien hubo excesos
cometidos por algunos soldados en ese tiempo,
Japón había respondido a décadas de humillaciones
por parte de sus vecinos, en especial China y Corea,
y que por tanto su lucha era "justificada". Al
respecto escribió hace años el fallecido analista
norteamericano Lawrence Wright: "Cuando los
oficiales nazis señalaron en su defensa que su
movimiento había nacido como fruto de las
humillaciones impuestas por los aliados en el
Tratado de Versalles (las que a su vez trajeron
consigo un brutal deterioro en el nivel de vida en
Alemania), el argumento fue desechado totalmente. En
cambio Japón ha difundido el mismo argumento y es
aceptado completamente en el mundo occidental".
"Cuando llegué a Japón me asombraba cómo los
trabajadores en huelga no dejaban de laborar y se
ponían una banda en la cabeza en señal de protesta",
dice Ponce. "Luego me enteré que los sindicatos
están totalmente coludidos con las empresas por lo
que no se permite una sola baja en la producción, el
empleado que se niegue a trabajar es despedido, con
anuencia del sindicato. De nuevo, es el sentido del
honor. ¿Estaríamos los latinoamericanos a hacer lo
mismo? Creo que no".
En Japón el sentido de colectividad es esencial.
Toda actividad debe desarrollarse en grupo y quien
se niegue a hacerlo es excluido de cualquier
desarrollo social. Esto explicaría que no sepamos de
japoneses distinguidos por sus logros individuales,
ya sea en deportes, artes, música, literatura y
pintura. Quienes logran el reconocimiento son
aquellos que salen del Japón. "Buscar o promover la
individualidad es visto como un acto egoísta e
indigno", refiere Ponce.
Y aunque ha habido ciertos avances, las mujeres
siguen relegadas dentro de la sociedad japonesa. El
caso de la mujer obligada a ceder su asiento a un
hombre en un restaurante fue atestiguado
personalmente por Ponce. "Hay un contraste tremendo
en Japón donde ves a un país que hace rato entró al
siglo XXI, a la modernidad, donde todo está sujeto a
la puntualidad, donde todo parece funcionar, pero al
mismo tiempo se mantienen muchas costumbres
medievales y nadie parece dispuesto a cambiarlas.
Entre éstas se encuentra el ver a la mujer como mero
objeto reproductivo, para esparcimiento y siempre
debajo de la escala social", agrega.
Ponce también enfatiza el racismo de los japoneses:
"Cuando varios amigos latinoamericanos caminábamos
por una calle de Tokio claro sentíamos las miradas
de gente que parecía decir "'¿y esos tipos qué andan
haciendo aquí?'; incluso varios niños nos siguieron
por algunos metros, como si fuéramos ganado. Y es
que si no luces japonés, eres un extraño,
alguien que no pertenece ahí. Es un sentido del
honor, de que tu, como japonés, eres diferente, es
decir, superior. Si eso no es racismo, no sé qué
podrá serlo".
Las mujeres japonesas casi no asumen puestos
gerenciales ni ejecutivos, aun si les toque ese
derecho por antigüedad o por méritos. A eso debe
agregarse que, de acuerdo al periodista argentino
Andrés Oppenheimer, un 80 por ciento de las mujeres
japonesas no trabajan, son amas de casa dedicadas
por completo al cuidado de los hijos. Y a diferencia
de las amas de casa latinoamericanas que se reúnen
con sus amigas a tomar café o a contarse chismes, en
Japón ellas casi nunca salen de sus hogares aunque,
eso sí, los maridos llegan tardísimo a casa pues al
salir del trabajo van a tomarse una copita con sus
amigos.
"La verdad existe un machismo aberrante, inaceptable
incluso en México", dice Ponce. En la entrada a los
cines los hombres entran primero en la fila, en los
restaurantes, aunque en las franquicias de comida
rápida norteamericanas están han intentado romper
esa costumbre y atienden a hombres y mujeres por
igual conforme van llegando. Una mujer soltera ni de
chiste conseguirá un crédito bancario, tiene que
demostrar que la respalda un hombre con
solvencia económica, pero un varón soltero puede
conseguir ese crédito con más facilidad".
El machismo y la sumisión de la mujer se encuentran
en todos lados, recalca Ponce. "Cuando veamos
desfilar a la delegación japonesa en los juegos
olímpicos fijémonos cuántas mujeres y cuántos
hombres hay. Asimismo demos un vistazo a los cómics
manga, que para mí son de un gusto chocante.
Asimismo hay una serie de TV muy popular, una
especie de cámara escondida donde varios varones
hacen pesadas bromas exclusivamente a las mujeres y
enseguida comentan entre risas u burlas lo sucedido.
No creo que un programa así sería bien visto en
otros países".
Hay otros actos y actitudes que denotan el profundo
racismo nipón. El casarse con un japonés o una
japonesa no asegura, de ningún modo, el obtener la
ciudadanía como ocurre en otros países. Se necesita
que el aspirante tenga ancestros japoneses que hayan
emigrado del país los últimos 80 años, no antes. Eso
implica a los descendientes de quienes hayan salido
del Japón hasta 1941. (precisamente el año en
que el país entró en la segunda guerra) ¿La razón?
"El haberte ido del país cuando éste más te
necesitaba es considerado una cobardía y una falta
de honor"", refiere Ponce. "Me pregunto cuál sería
la reacción si el día de mañana el presidente Macron
dijera que para obtener la ciudadanía fuera
requisito insalvable tener antepasados de sangre
francesa. Lo habrían obligado a renunciar".
Igualmente, escribir o realizar actividades con la
mano izquierda es considerado sucio e impropio (es
la mano que los japoneses utilizan cuando van al
sanitario); y algo que no parece escandalizar al
resto del mundo: los gays son considerados
"enfermos" en la sociedad japonesa, de modo que
tener tendencias gay es punto suficiente para que
una empresa se abstenga de contratar al aspirante.
"Para el japonés promedio, si ser hombre es el mayor
de los privilegios ¿por qué rechazarlo? De nuevo,
ello es visto como una falta de honor. A los gays no
se les persigue pero sí se les margina. Y a la larga
eso es peor", dice Ponce.
Y falta
algo más: la Yakuza
Las aportaciones de
Japón al mundo han sido cuantiosas y valiosas, ya
sean el karate, los aparatos electrónicos Sony y los
automóviles compactos. Pero hay un producto muy
local, difícil de exportar y que explica porqué en
Japón las bandas de traficantes de droga de otros
países se abstienen de entrar a ese mercado, el
porqué se goza de una paz social envidiable, porqué
las ciudades son seguras y porqué el país parece
marchar aún mejor cronometrado que un reloj suizo.
"Por muchos años se pensó que la Yakuza era una
leyenda, algo así como los samuráis", dice Ponce,
"Sin embargo la Yakuza se encuentra en todos lados
de la vida en Japón, nada escapa a su influencia".
¿Y qué es la Yakuza? Una mafia cuyos miembros, en
señal de fidelidad, suelen amputarse el dedo meñique
izquierdo.
La Yakuza es la encargada de mantener el orden, y
suele actuar directamente cuando la fuerza policial
no es suficiente. También cada semana la Yakuza
visita a los comerciantes para solicitarles una
"cooperación" por lograr que nada ni nadie rompa la
tranquilidad que les permita prosperar lo cual, dice
Ponce, "es un virtual cobro de piso pero, obviamente
en en Japón nadie lo ve así. De nuevo, es una
cuestión de honor". Y dado que la Yakuza profesa
fidelidad absoluta al Emperador, el gobierno nipón,
sea de la tendencia que sea, necesita convivir con
los Yakuza.
"Éstos controlan en
su totalidad los centros nocturnos, las salas de
masaje, muy populares en Japón dado el tremendo
estrés que acumulan los trabajadores, los
prostíbulos y a sus empleadas, muchas de las cuales
son chicas malayas, filipinas y aun latinoamericanas
--muy codiciadas por los hombres japoneses que las
consideran "exóticas"-- a quienes se despoja de su
pasaporte para que no escapen y quienes llegaron al
país engañadas o en busca de un futuro mejor. "Viven
en condiciones de esclavitud pero eso no parece
importar gran cosa a quienes aún denuncian la
esclavitud que había en Estados Unidos en el siglo
XIX", dice Ponce.
En suma, finaliza Ponce, "el vivir como Japón tiene
un precio altísimo. Antes de admirar y envidiar a
los japoneses creo que también deberíamos asomarnos
a su lado oscuro, para darnos cuenta que está lejos
de ser un país ideal o ejemplo a seguir".
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