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NACIONAL
De IFE a INE, o
cómo un cambio de letra no sirve de nada
Como un paso
gigantesco para la consolidación democrático se nos ha vendido el
cambio de nombre de un organismo que hace rato dejó de ser ciudadano y
hoy está copado por los partidos. Lo costoso de esa letra no se
reflejará en mejor votación sino en más gasto a costa de los
contribuyentes
Por Roberto Rojas M.
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MAYO, 2013. Por lo visto no nos hemos dado cuenta de lo afortunados que somos en México, quizá por ello hace algunos meses se nos
incluyó entre las naciones más felices del planeta. Por eso es necesario que, a rajatabla, se nos recuerde que vivimos una robusta democracia y, más aún, que lo mejor está por venir: ¡el IFE se ha
transformado en INE! ¿Qué más podemos pedir para arañar la felicidad total?
Según los mensajes que los medios electrónicos están obligados a transmitir, ese cambio de letra es reflejo de una democracia de la que deberíamos estar satisfechos y emocionados. Por lo menos esa es la sensación que dan los actores contratados por el IFE, perdón, ahora INE, de que la participación ciudadana y el llevar a las cámaras a nuestros representantes será un acto virtuoso que celebraremos
el tiempo que esos legisladores duren en el puesto.
Poco importa que el cambio de "F" a "N" nos
representará los contribuyentes un gasto oneroso que incluye la pintura en todos los centros que ese
organismo tiene repartidos por todo el país: las camisetas de los empleados, la papelería, los pósters, los mensajes, los avisos, los logos en los vehículos oficiales, todos ellos nos costarán un "N" de la cara. Pero qué le hace: lo importante es que con ese monumental cambio, que el actual gobierno jamás prometió mientras estuvo en campaña, a todos se
nos bañará de democracia. A ver si así aprendemos los ciudadanos.
El gasto será multimillonario --aunado al exorbitante costo que ya nos
cuestan sus burócratas y sus funcionarios-- pero nadie debiera quejarse. Ese es el costo de la democracia, así que a callar.
Sin embargo, habría sido mejor que un
mero cambio de letra una modificación radical en la estructura electoral que desde su aprobación el 2007, sigue tratando a los ciudadanos como niños de teta, a los medios como súbditos que, como en tiempos de Mussolini o el matrimonio Perón, los forzaban a transmitir perorata tras perorata del organismo electoral. La diferencia, contradictoriamente, es que
en México se obliga a los medios a decir a todos que somos tan democráticos y tan libres como nunca en nuestra historia independiente.
La Constitución garantiza las candidaturas ciudadanas, pero desde hace rato éstas debían estar cobijadas en un partido político, una aberración mayúscula: ¿es creíble que entre 120 millones de mexicanos solo existan tres tendencias políticas --sin contar a los
igualmente inútiles y costosos partidos morralla-- y que para aspirar a un puesto se deba coincidir únicamente con los postulados panistas, priístas o perredistas? Pues bien, la nueva reforma electoral,
además de andar cambiando letras, tuvo que aceptar las candidaturas ciudadanas pero, igual que cuando la Cuba castrista autorizó la apertura de micronegocios, la llenó de requisitos prácticamente insalvables, que incluyen lindezas como el reunir mínimo 70 mil firmas para lanzar esa candidatura. Ello no garantiza que el INE abra la puerta al
aspirante independiente: desde el 2011 se juntaron 7 millones de firmas para eliminar a los diputados
plurinominales y los legisladores se han carcajeado de la propuesta.
Los sonrientes ciudadanos que aparecen en los mensajes de ese organismo elogiando las virtudes que representan el cambio de letra. Pero esos
entusiasmados votantes no se ven muy preocupados de que jamás se les haya consultado para elegir a los nuevos representantes supuestamente ciudadanos, enviados cortesía de los partidos políticos. Tampoco parece incomodarle gran cosa a tan alegres personas que la estructura del
antiguo IFE, tan llena de fallas, no fue alterada en lo mínimo, que el despilfarro de recursos que se da al interior no se verá alterado porque ahora el nombre lleve una "N" y que haya terminado siendo un rehén de los partidos políticos en vez de un órgano de representación ciudadana.
Entre las "novedades" del INE y de la reforma electoral está la imposición para que los partidos postulen un 50 por ciento de mujeres para los puestos senadores y diputados. La tendencia mundial --y en otros comicios realizados previamente en México-- demuestra que las mujeres suelen atraer menos votos que los hombres y, de acuerdo al periodista Eduardo Ruiz Healy, las mujeres no suelen votar por las candidatas,
razón por lo cual la abstención no será combatida mediante esta estrategia.
Y es que su credibilidad es cero al punto que pese a los millones de millones dilapidados en publicidad para que la gente sepa "lo importante que es votar", la cifra de quienes acuden a las casillas se mantiene estable en las elecciones presidenciales y para gobernador. Un simple cambio de letra no variará eso, más aún cuando los votantes ya están hartos del
napalm de mensajes del INE.
El quitar una "F" por una "N" no ayudará a fortalecer la democracia, como se nos quiere hacer creer. Si así fuera, con quitarle la "X"
o una "J" a MÉXICO se resolverían muchos de nuestros problemas. "Méjico" suena horrible, por supuesto. De IFE a INE quizá no tanto, aunque es un ejemplo prístino de gatopardismo electoral. Todo para que los partidos políticos
mantengan sus privilegios.
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