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Chile no cacareó el huevo de su éxito económico y hoy ronda el abismo

El futuro de este país andino se está empañando por una serie de desmanes que buscan descarrilar su esquema económico, todo aunado a un presidente políticamente debilucho al que han devorado las manifestaciones. El momento por el que atraviesa Chile decidirá si pronto pasa a ser país desarrollado o se desbarranca, amenazado con repetir la época allendista

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ENERO, 2020. Parecería una ironía: el país con el mejor nivel económico de América latina, el que ha bajado los niveles de pobreza hasta un 80 por ciento en cuatro décadas y el más seguro para la inversión externa súbitamente se vio envuelto en una serie de revueltas que no dejaron un solo semáforo sano en la capital Santiago. De repente comenzaron a aparecer en los periódicos locales palabras que llevaban tiempo extirpadas del vocabulario chileno, entre ellas "fuga de capitales", "desestabilización" y "crisis económica".

Las protestas iniciaron de una manera relativamente inocua. El presidente Sebastián Piñera anunció un incremento importante en el precio del costo del transporte público, en especial el Transantiago, cuyas tarifas han subido más de 30 por ciento el último lustro. A las pocas horas decenas de terminales fueron destruidas por una turba de manifestantes quienes además saquearon varios supermercados y les prendieron  fuego a veces con sus dueños y personas adentro. Como respuesta timorata y pusilánime, el presidente Piñera respondió que "urgía realizar cambios" en el esquema económico de Chile". Como respuesta, la bolsa de valores se desplomó junto con sus índices de popularidad.

Y aunque el gobierno expulsó a decenas de ciudadanos bolivianos, argentinos y venezolanos acusados de haber incitado la violencia, desde el pasado octubre las protestas se han mantenido amenazantes, eso al tiempo que la cantante Mon Laferte denunció la existencia de "presos políticos" en Chile a lo que en realidad se trató el arresto de rijosos que fueron liberados a las pocas horas, algo que no evitó que el asunto se convirtiera en trending topic en las redes sociales.

¿Cómo fue que el país que hasta hace poco se antojaba una propuesta segura esté hoy en peligro de reunirse con las naciones atascadas en el subdesarrollo y la pobreza, como Bolivia y Venezuela?

Axel Kaiser, director de la Fundación para el Progreso, no duda en culpar en primer lugar a los dos gobiernos de la ex presidente Michelle Bachelet, en especial su segunda gestión. "Fue ahí cuando se hicieron las reformas que aumentaron el costo de vida y redujeron el crecimiento de la nación, logrando que hoy no aumenten los sueldos a la par de los costos", y agrega que "en los últimos 10 años el tamaño del estado chileno ha crecido en un 50 por ciento; los salarios no han subido".

Esencialmente Kaiser culpa a la reforma impositiva del 2014, esencialmente recaudatoria y que repercutió en un importante incremento al Impuesto Sobre la Renta el cual desestimuló el ritmo en los niveles de inversión así como nuevos gravámenes que, dice Kaiser "castigaban el ahorro (...) estos impuestos no solo los pagan en buena medida la gente de mayores ingresos, también las personas de clase media y los que tienen menores ingresos, para recibir a cambio servicios públicos deficientes por decirlo suave".

Algo que también deterioró los niveles de confianza fue la "reforma educativa" de Bachelet que incluyó la gratuidad de los planteles de educación superior. Lo que nadie dijo es que esa decisión fue consecuencia de un problema creado por ese mismo gobierno que rehusó escuchar cualquier propuesta para reestructurar y hacer menos pesado el pago de becas de los alumnos. Cuando ese sistema de becas ya no resistió más y comenzó a perjudicar a las familias de esos alumnos, el gobierno forzó a esos planteles a ofrecer la educación gratuita, lo que descapitalizó a los planteles. "El gobierno socialista de Bachelet dejó crecer --sospecho que a propósito-- el asunto de la asignación de becas y cuando todo estalló se culpó a las instituciones privadas", escribió Kaiser.

Con las elecciones del 2017 quedaba claro que los chilenos no querían volver ala pesadilla socialista: en la segunda vuelta, la diferencia de Piñera con su contendiente socialdemócrata Alejandro Gullier fue de 9 puntos, con el partido de Bachelet en un distante cuarto lugar. Paradójicamente, este triunfo inobjetable de Piñera hizo que las fuerzas "progresistas" chilenas se movieran más al radicalismo con la idea de que el camino electoral no es el adecuado para conseguir sus fines.

Otro factor pero que no menciona Kaiser es la incapacidad de los diferentes gobernantes chilenos para cacarear el huevo del éxito económico del libre mercado en ese país, algo que parece ser una omisión mundial. Pareciera que exaltar los logros de la economía de mercado sobre un socialismo ruinoso se considera políticamente incorrecto o insultante.  En el caso de Chile es comprensible esa omisión, con políticos temerosos de que la izquierda relacione esos logros con la dictadura pinochetista.

Pero como ha apuntado Carlos Alberto Montaner, solo hasta el último tramo de su gobierno, el dictador dio luz verde al libre mercado en varias áreas de la economía, aunque no todas: "La creencia de que Pinochet era partidario de los mercados abiertos es un mito más que otra cosa; él siempre fue un dirigista, un receloso de las reformas económicas que pudieran resultar una amenaza a su régimen".

Ante ello queda la interrogante de porqué los presidentes chilenos, en especial Piñera, hasta hace poco considerado el más pro mercado de todos ellos, se abstuvo de explicar en detalle a la opinión pública los beneficios que trae consigo la libertad económica y la creación de riqueza en vez de optar por una economía dirigista que inhibe la creación de riqueza y empobrece a un país repartiendo todo aquello que le ha sido confiscado a un sector de la sociedad.

Otra paradoja es que los manifestantes, en abrumadora mayoría pertenecientes a la clase media chilena, exigen como solución para "combatir las desigualdades", mayor intervención del Estado en la economía y "castigar" a los empresarios "hambreadores", repitiendo así la máxima de que el socialismo suele alimentarse de sus propias pifias para seguir creciendo.

"El resentimiento de buena parte de la sociedad chilena hacia sus orgullosos gobernantes que se creían infalibles ha resultado en que muchos ciudadanos piensen que es urgente realizar cambios profundos en la economía chilena que resulten en una mayor distribución de la riqueza", escribió Kaiser.

Sin embargo éste y Montaner coinciden en que el populismo, las decisiones que destruyen los incentivos y la inversión y el desarrollo resultarían en la receta ideal para matar a un paciente que hoy se encuentra en terapia intensiva.

Keiser propone "apoyar al presidente de la república, independientemente de las críticas que se puedan tener contra el presidente Piñera, se trata de apoyar a la institución y así proteger el orden democrático, respaldar a las fuerzas armadas y no ser ambiguos con la violencia, los desmanes y los saqueos. La imposición del orden está establecida en la ley y al Constitución y si no se cumple habrá un caos generalizado. Siempre toda clase política tiene que evaluar un conjunto de reformas que le permitan a Chile dar el salto a una mejor calidad de vida, prosperidad y progreso a sectores de la población que hoy se sienten estancados".

El objetivo claro de esta izquierda que hasta hace poco era considerada "vegetariana" y hoy se ha convertido en "carnívora" --según la definición que Montaner, Plinio Apuleyo Mendoza y Álvaro Vargas Llosa dieron en su Manual del Perfecto Idiota-- es destruir el experimento económico chileno antes que el país alcance su estatus de país desarrollado, algo que los analistas estimaban hasta hace uno meses que podría darse a mediados de los 20.

Si se consigue ese salto, el golpe resultaría mortal para la izquierda continental que por décadas ha satanizado al libre mercado y lo considera el causante de todos nuestros males.

De ahí la urgencia de estos grupos radicales por echar para abajo el actual esquema económico chileno. Es responsabilidad de los chilenos que vivieron o están al tanto de la pesadilla que sufrió ese país durante los años de Salvador Allende de advertir sobre la amenaza de echar vuelta atrás al reloj histórico y así quitar la venda de tremenda ignorancia que existe entre muchos jóvenes respecto a lo que realmente ocurrió en aquellos años, y también a modo de ver cómo el socialismo de entonces y de ahora persiguen los mismos objetivos totalitarios, empeñados en acabar con la prosperidad de un país ejemplar, amenazado hoy por los cangrejos empeñados en jalarlo hacia el fondo de la cubeta de países económicamente fracasados de América latina.

 

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