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Bill di Blasio, entre lo peorcito de los demócratas, lo cual ya es decir

¿Qué pasa cuando un completo fracasado y cínico patológico llega a un puesto de importancia vital como el ayuntamiento de Nueva York? La respuesta la acaba de dar quién pasará a la historia como un pésimo alcalde, una desgracia que ha causado un daño irreparable, descomunal, a la legendaria urbe. Pero, como Chávez, hubo oportunidad de echar a Bill di Blasio, y no lo hicieron

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MAYO, 2020. El último mejor momento que tuvo Nueva York los últimos 12 meses fue detectado casi de casualidad por los habitantes la megaurbe. Los servicios públicos empeoraban, los impuestos no dejaban de subir y los índices delictivos, que habían llegado a ser de una cifra apenas a principios de este siglo, volvían a preocupar en estadísticas. Pero de entre todo quedaba una buena noticia: Bill di Blasio había abandonado su puesto en busca de la nominación presidencial del Partido Demócrata. En efecto, el ayuntamiento de la ciudad más importante del planeta quedó acéfala por ese tiempo y, sin embargo, muchos habitantes, con pleno cinismo, afirmaban que la ciudad funcionaba mejor sin un alcalde como Di Blasio.

Desafortunadamente para Nueva York, Di Blasio no alcanzó siquiera el 1 por ciento de las preferencias electorales en las elecciones primarias. (Otro neoyorquino, el ex alcalde Michael Bloomberg también quiso buscar el boleto pero finalmente fue echado de la contienda pese a que se estima gastó unos 800 millones de dólares en su frustrada aventura). Con una derrota más a cuestas, Di Blasio retomó su puesto de alcalde. Y entonces llegó el COVID-19 a la ciudad.

Quienes pensaban que la ciudad con Di Blasio ya no podía empeorar recibieron un mentís gigantesco. Nueva York, la urbe símbolo, legendaria, admirada y para muchos un modelo a seguir,  está sumida en el infierno. Las cosas han llegado al punto que el gobernador Andrew Cuomo ha acusado a Di Blasio de "irresponsable" ante los recientes desmanes en  Nueva York atizados por la muerte de George Floyd en Minneapolis.

Y si bien Cuomo estaba tratando él mismo de desviar la atención por su desempeño igualmente pésimo como gobernador --las últimas semanas ha participado en "diálogos" inanes al aire con su hermano Chris "Fredo" Cuomo, quien es "periodista" de CNN-- la mala leche que existe entre ambos personajes ha comenzado a derramarse, lo que se traducirá en terribles consecuencias tanto para el estado como para la cuidad más cosmopolita del mundo.

¿Cómo se llegó a este punto, cómo fue que Nueva York, luego que su prestigio fuera rescatado por Rudy Giuliani (un legado que mantuvo su sucesor Michael  Bloomberg, aunque ahora se desdiga totalmente de ese blasón) esté sumida en uno de los peores momentos de su historia?

El extinto William F. Buckley, fundador de The National Review y considerada una de las voces más respetadas del conservadurismo norteamericano, escribió cómo le provocaba frustración que el ciudadano común votara por políticos cuyos antecedentes eran cuestionables y potencialmente dañinos. "Cuando una empresa o negocio selecciona a su personal difícilmente contratará a alguien con referencias de mal comportamiento, doble o triple discurso o oscuro manejo adecuado y poco transparente de los recursos económicos, ni tampoco abrirá la puerta a alguien que le pudiera representar desestabilización interna. Desde antes de alcanzar puestos realmente importantes, muchos políticos ya han sido cuestionados por su calidad moral ¡y sin embargo seguimos votando por ellos!"

(La teoría de Buckley, por supuesto, se confirma en el hecho de que uno de los políticos que describe ocupa hoy la Presidencia de México).

Graduado de la Columbia University --igual que Alejandra Ocasio Cortez, algo que, como vemos, no parece ser mera coincidencia-- Di Blasio fue un alumno entre regular y malo pero que logró graduarse como abogado. Ante la ausencia de casos, Di Blasio, quien adoptó el apellido materno, hizo lo que muchos jóvenes norteamericanos de mediados de los 80 emborrachados de idealismo revolucionario y visitó varias veces Nicaragua donde conoció personalmente a Daniel Ortega. Al mismo tiempo siguió escalando posiciones políticas dentro del Partido Demócrata en Nueva York con ayuda del legislador radical Charles Rangel, Di Blasio logró que se le manejara entre los primeros probables a la alcaldía de Nueva York a fines dél 2011. (Por supuesto, a ningún periodista se le ha ocurrido investigar los nexos de Di Blasio con Ortega, sobre quien caen fuertes acusaciones de abuso sexual por parte de su hijastra).

Como se pudiera uno imaginar, y algo que de nuevo refrenda la tesis de Buckley, Di Blasio tachó de "racistas" las tácticas de Giuliani de combate al crimen, en especial la modalidad llamada Search and Frisk y a la cual llamó "un remanente de la Alemania nazi" (para de paso comparar a Giuliani con Hitler, un extraordinario gesto de originalidad por parte de Di Blasio). Pero pese  a la andanada del alcalde y sus colegas demócratas, hacia el año 2000 Nueva York era nuevamente un foco de turistas al tiempo que el índice de delitos se había desplomado hasta un 12 por ciento, el más bajo en 60 años.

¿Pero por qué, luego del extraordinario trabajo de Giuliani y otro, menos exitoso pero igual de efectivo, de Michael Bloomberg, buena parte de los neoyorquinos decidieron darle la confianza a un político cuya reputación de elemento destructor y divisorio logró llegar al ayuntamiento de la llamada urbe de hierro?

"Hay dos factores básicos", escribió el columnista Kyle Smith. "Uno, el uso de recursos públicos y de varias ONGs por parte de los demócratas para condicionar el voto de los inmigrantes pobres que han llegado a Nueva York a cambio de despensas y dinero en efectivo". Como se ve, Di Blasio le aprendió algo a Daniel Ortega: la compra del voto para eternizarse en el poder.

El otro factor, agrega Smith, "es la llegada de Barack Obama al poder, lo que trajo consigo una oleada de políticos progresistas, como Di Blasio y Alejandra Ocasio Cortez y quienes se pensaba corregirían las fallas cometidas por los gobiernos republicanos". Pero luego de que existen pruebas de que Obama cometió actos de sedición y sabotaje contra el presidente Trump aun antes que asumiera el cargo (acusaciones que la prensa liberal no ha desmentido y prefiere desdeñarla mediante una lluvia de adjetivaciones anti Trump), el terrible daño que Di Blasio ha propinado a su ciudad más bien parece que fue hecho a propósito.

Existen pocas dudas que, sin Di Blasio, la pandemia no se habría expandido por Nueva York como lo hizo desde mediados de febrero. Cuando era inminente que el COVID-19 era una amenaza para la ciudad, Di Blasio desoyó las advertencias y pidió a la ciudadanía "seguir con sus vidas y sus actividades diarias" para ordenar apenas días más tarde el cierre de todas las actividades "no esenciales". Pero eso sí, Di Blasio ha rehusado dar facilidades fiscales a los negocios emproblemados por los cierres forzados.  Ya anteriormente Di Blasio había dado una estocada letal a muchos pequeños comercios cuando obligó a sus dueños a pagar el mínimo a 15 dólares, pero evidentemente no estaba satisfecho en su afán por matar al pequeño y al mediano comercio de la Gran Manzana.

"Nueva York ya estaba emproblemada económicamente desde antes de la pandemia pero en ningún momento Di Blasio se ha mostrado flexible ante la desesperada situación del sector productivo de la ciudad", escribió Steve Cuosos, columnista del New York Post. "El ayuntamiento sigue haciéndoles llegar puntualmente sus requerimientos y exigencias fiscales como si la economía estuviera en bonanza".

Quienes han podido huir de Nueva York no han dudado en hacerlo, entre ellos los millonarios. Se estima que un 24 por ciento de ellos han vendido sus propiedades, cifra que quizá haya saltado a un 30 por ciento desde la pandemia. Muchos habitantes quienes ingenuamente se tragan la demagogia demócrata, aplauden que "los privilegiados" se vayan de Nueva York cuando son éstos los que invierten sus capitales en la apertura de nuevas fuentes de trabajo. "Nueva York está a punto de convertirse en una ciudad donde la mayoría de sus habitantes son de clase media baja, como si se tratara de otra ciudad de América latina. Esto habla de hasta dónde ha llegado nuestro deterioro económico", escribe Cuosos.

Dado que hasta antes de la pandemia buena parte del país estaba experimentando una bonanza --a excepción de las urbes y los estados gobernados por los demócratas-- ni Di Blasio ni sus lamebotas pueden culpar a Trump de la lamentable condición de la megaurbe. En vez de ello, como pudiera suponerse, achacan todo al "racismo" de sus enemigos políticos. Dado que la esposa de Di Blasio es afroamericana, éste suele responder a cualquier crítica a su horripilante desempeño como alcalde a que no lo quieren "porque estoy casado con una mujer que no es blanca".

Otra de las voces que más ha manifestado su indignación  por el pésimo desempeño ha sido el ex alcalde Giuliani. Además de llamarlo "intelectualmente incapacitado", Giuliani afirmó que "Di Blasio ha sido peor alcalde que David Dinkins", dijo, esto en referencia a su predecesor David Dinkins, un alcalde que hablaba mucho pero no hacía nada y en cuyo primer año se registraron 2000 asesinatos. "Pero por lo menos Dinkins nunca perdió el respeto del Departamento de Policía... él nunca llegó al enfrentamiento  ni a una guerra abierta con los policías" y recalcó la culpa del alcalde en el manejo de los desmanes ocurridos en la protesta por la muerte de George Floyd. "Si alguien te arroja una roca, eres arrestado, si alguien le escupe a un policía es arrestado... llámenme nazi o Hitler. No me importa..."

Pese a haber sido el peor alcalde de la historia, es dudoso que los demócratas pierdan Nueva York en las próximas elecciones locales. Un enramado de activistas de ese partido promotores del voto cautivo en Nueva York se han enquistado a tal punto que lo ha hecho invencibles en las grandes ciudades, llámense Los Ángeles, Chicago o Filadelfia. Esa es la peor tragedia del show progresista de sujetos como Di Blasio y que tiene hoy a Estados Unidos a centímetros de una guerra civil.

"Ser un idiota no descalifica a un aspirante a político. Por el contrario, puede sumarle puntos a favor", escribió el humorista español Enrique Jardiel Poncella. El caso de Bill di Blasio confirma, con escalofriante certeza, esa aseveración.

 

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