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Libertad de la voluntad y fatum
Friedrich Nietzsche
Traducci�n de Luis Fernando Moreno Claros, en NIETZSCHE, F., De mi vida. Escritos autobiogr�ficos de juventud (1856-1869), Valdemar, Madrid, 1997

 

La libertad de la voluntad, que en s� misma no es otra cosa que libertad del pensamiento, est� limitada de la misma manera que la libertad de pensar. El pensamiento no puede ir m�s all� del horizonte hasta el que se extienden las ideas; sin embargo, �ste se basa en las percepciones que se van adquiriendo y puede ampliarse conforme lo hace. Asimismo, la libertad de la voluntad puede expandirse tambi�n hasta ese mismo punto, si bien, dentro de tales confines, es ilimitada. Otra cosa distinta es el obrar de la voluntad; la facultad de hacerlo se nos impone de manera fatalista.

En la medida en que el fatum se le aparece al hombre en el espejo de su propia personalidad, la libre voluntad y el fatum individual son dos contrincantes de id�ntico valor. Nos encontramos con que los pueblos que creen en un fatum destacan por su fortaleza y el poder de su voluntad, y que, en cambio, hombres y mujeres que dejan fluir las cosas tal y como van, ya que �lo que Dios ha hecho bien hecho est�, se dejan llevar por las circunstancias de manera ignominiosa. En general, �la entrega a la voluntad de Dios� y la �humildad� no son m�s que las coberturas del temor de asumir con decisi�n el propio destino y enfrentarse a �l.

Ahora bien, por m�s que se nos aparezca el fatum en su condici�n de delimitador �ltimo como m�s potente que la libre voluntad, no debemos olvidar dos cosas: la primera, que fatum es tan s�lo un concepto abstracto, una fuerza sin materia, que para el individuo s�lo hay un fatum individual, que el fatum no es otra cosa que una concatenaci�n de acontecimientos, que el hombre determina su propio fatum en cuanto que act�a, creando con ello sus propios acontecimientos, y que �stos, tal y como conciernen al hombre, son provocados de manera consciente o inconsciente por �l mismo, y a �l deben adaptarse. Pero la actividad del hombre no comienza con el nacimiento, sino ya en el embri�n y quiz� tambi�n -quien sabe-, mucho antes en sus padres y sus antepasados. Todos vosotros, que cre�is en la inmortalidad del alma, tendr�is que creer primero en su preexistencia, si es que no dese�is hacer que algo inmortal surja de lo mortal; tambi�n habr�is de creer en esa especie de existencia del alma si es que no quer�is hacerla flotar por los espacios hasta que encuentre un cuerpo a su medida. Los hind�es dicen que el fatum no es otra cosa que los hechos que hemos llevado a cabo en una condici�n anterior de nuestro ser.

�C�mo podr� refutarse el argumento de que no se haya obrado ya con conciencia desde la eternidad? �Desde la conciencia a�n sin desarrollar del ni�o? A�n m�s, �no podremos afirmar que nuestra conciencia est� siempre en relaci�n con nuestras acciones? Tambi�n Emerson dice:

 

�El pensamiento siempre se halla unido
a la cosa que aparece como su expresi�n�

 

�Puede afectarnos una nota musical sin que exista en nosotros algo que le corresponda? O, dicho de otro modo: �podremos captar una impresi�n en nuestro cerebro si �ste no posee ya la capacidad de recibirla?

La voluntad libre tampoco es, a su vez, mucho m�s que una abstracci�n, y significa la capacidad de actuar conscientemente, mientras que, bajo el concepto de fatum, entendemos el principio que nos dirige al actuar inconscientemente. El actuar en s� y para s� conlleva siempre una actividad del alma, una direcci�n de la voluntad que nosotros mismos no tenemos por qu� tener ante nuestros ojos como un objeto. En el actuar consciente podemos dejarnos llevar tanto m�s por impresiones que en el actuar inconsciente, pero tambi�n tanto menos. Ante una acci�n favorable suele decirse: �me ha salido por casualidad�. Lo cual no necesita en absoluto ser verdadero. La actividad ps�quica prosigue su marcha siempre con la misma intensa actividad, aun cuando nosotros no la contemplamos con nuestros ojos espirituales.

Es como si, cerrando los ojos a la luz del sol, opin�semos que el astro ya no sigue brillando. Sin embargo, no cesan ni su luz vivificante ni su calor, que contin�an ejerciendo sus efectos sobre nosotros, aunque no los percibamos con el sentido de la vista.

As� pues, si no asumimos el concepto de acci�n inconsciente como un mero dejarse llevar por impresiones anteriores, desaparece para nosotros la contraposici�n estricta entre fatum y libre voluntad y ambos conceptos se funden y desaparecen en la idea de individualidad.

Cuanto m�s se alejan las cosas de lo inorg�nico y m�s se ampl�a la formaci�n y la cultura, tanto m�s sobresaliente se hace la individualidad y tanto m�s ricas y diversas son sus caracter�sticas. �Qu� son la fuerza interior y la autodeterminaci�n para el actuar y las manifestaciones exteriores -su palanca evolutiva-, sino voluntad libre y fatum ?

En la voluntad libre se cifra para el individuo el principio de la singularizaci�n, de la separaci�n respecto del todo, de lo ilimitado; el fatum, sin embargo, pone otra vez al hombre en estrecha relaci�n org�nica con la evoluci�n general y le obliga, en cuanto que �sta busca dominarle, a poner en marcha fuerzas reactivas; una voluntad absoluta y libre, carente de fatum, har�a del hombre un dios; el principio fatalista, en cambio, un aut�mata.

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