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As� habl� Zaratustra
Un libro para todos y para nadie

 

1

 

Voy a contar ahora la historia del Zaratustra. La concepci�n fundamental de la obra, el pensamiento del eterno retorno, esa f�rmula suprema de afirmaci�n a que puede llegarse en absoluto, - es de agosto del a�o 1881: se encuentra anotado en una hoja a cuyo final est� escrito: �A 6.000 pies m�s alla del hombre y del tiempo� Aquel d�a caminaba yo junto al lago de Silvaplana a trav�s de los bosques; junto a una imponente roca que se eleva en forma de pir�mide no lejos de Surlei, me detuve. Entonces me vino ese pensamiento. - Si a partir de aquel d�a vuelvo algunos meses hacia atr�s, encuentro como signo precursor un cambio s�bito y, en lo m�s hondo, decisivo de mi gusto, sobre todo en la m�sica. Acaso sea l�cito considerar el Zaratustra entero como m�sica; ciertamente una de sus condiciones previas fue un renacimiento en el arte de o�r. En una peque�a localidad termal de monta�a, no lejos de Vicenza, en Recoaro, donde pas� la primavera del a�o 1881, descubr� juntamente con mi maestro y amigo Peter Gast, tambi�n �l un �renacido�, que el f�nix M�sica pasaba volando a nuestro lado con un plumaje m�s ligero y m�s luminoso del que nunca hab�a exhibido. Si, por el contrario, cuento a partir de aquel d�a hacia delante, hasta el parto, que ocurri� de manera repentina y en las circunstancias m�s inveros�miles en febrero de 1883 -la parte final, esa misma de la que he citado algunas frases en el Pr�logo, fue concluida exactamente en la hora sagrada en que Richard Wagner mor�a en Venecia, resultan dieciocho meses de embarazo. Este n�mero de justamente dieciocho meses podr�a sugerir, al menos entre budistas, la idea de que en el fondo yo soy un elefante hembra. Al per�odo intermedio corresponde La gaya ciencia, que contiene cien indicios de la proximidad de algo incomparable; al final ella misma ofrece ya el comienzo del Zaratustra; en el pen�ltimo apartado de su libro cuarto ofrece el pensamiento fundamental del Zaratustra. Asimismo corresponde a este per�odo intermedio aquel Himno a la vida (para coro mixto y orquesta) cuya partitura ha aparecido hace dos a�os en E. W Fritzsch, de Leipzig, s�ntoma no insignificante tal vez de la situaci�n de ese a�o, en el cual el pathos afirmativo par excellence, llamado por m� el pathos tr�gico, moraba dentro de m� en grado sumo. Alguna vez en el futuro se cantar� ese himno en memoria m�a. - El texto, lo anoto expresamente, pues circula sobre esto un malentendido, no es m�o: es la asombrosa inspiraci�n de una joven rusa con quien entonces manten�a amistad, la se�orita Lou von Salom�. Quien sepa extraer un sentido a las �ltimas palabras del poema adivinar� la raz�n por la que yo lo prefer� y admir�: esas palabras poseen grandeza. El dolor no es considerado como una objeci�n contra la vida: �Si ya no te queda ninguna felicidad que darme, �bien!, a�n tienes tu sufrimiento...� Quiz� tambi�n mi m�sica posea grandeza en ese pasaje. (La nota final del oboe es un do bemol, no un do. Errata de imprenta.) El invierno siguiente lo viv� en aquella graciosa y tranquila bah�a de Rapallo, no lejos de G�nova, enclavada entre Chiavari y el promontorio de Portofino. Mi salud no era �ptima; el invierno, fr�o y sobremanera lluvioso; un peque�o albergo, situado directamente junto al mar, de modo que por la noche el oleaje imposibilitaba el sue�o, ofrec�a, casi en todo, lo contrario de lo deseable. A pesar de ello, y casi para demostrar mi tesis de que todo lo decisivo surge �a pesar de�, mi Zaratustra naci� en ese invierno y en esas desfavorables circunstancias. Por la ma�ana yo sub�a en direcci�n sur, hasta la cumbre, por la magn�fica carretera que va hacia Zoagli, pasando junto a los pinos y dominando ampliamente con la vista el mar; por la tarde, siempre que la salud me lo permit�a, rodeaba la bah�a entera de Santa Margherita, hasta llegar detr�s de Portofino. Este lugar y este paisaje se han vuelto a�n m�s pr�ximos a mi coraz�n por el gran amor que el inolvidable emperador alem�n Federico III sent�a por ellos; yo me hallaba de nuevo casualmente en esta costa en el oto�o de 1886 cuando �l visit� por �ltima vez este peque�o olvidado mundo de felicidad. - En estos dos caminos se me ocurri� todo el primer Zaratustra, sobre todo Zaratustra mismo en cuanto tipo: m�s exactamente, �ste me asalt�...

 

2

 

Para entender este tipo es necesario tener primero claridad acerca de su presupuesto fisiol�gico: �ste es lo que yo denomino la gran salud. No s� explicar este concepto mejor y de manera m�s personal que como ya lo tengo explicado en uno de los apartados finales del libro quinto de La gaya ciencia, �Nosotros los nuevos, los carentes de nombre, los dif�ciles de entender� -se dice all�-, �nosotros, partos prematuros de un futuro no verificado todav�a, necesitamos, para una finalidad nueva, tambi�n un medio nuevo, a saber, una salud nueva, una salud m�s vigorosa, m�s avisada, m�s tenaz, m�s temeraria, m�s alegre que cuanto lo ha sido hasta ahora cualquier salud. Aquel cuya alma siente sed de haber vivido directamente el �mbito entero de los valores y aspiraciones habidos hasta ahora y de haber recorrido todas las costas de este �Mediterr�neo� ideal, aquel que quiere conocer, por las aventuras de su experiencia m�s propia, qu� sentimientos experimenta un conquistador y descubridor del ideal, y asimismo los que experimentan un artista, un santo, un legislador, un sabio, un docto, un piadoso, un divino solitario de viejo estilo: �se necesita para ello, antes de nada, una cosa, la gran salud, - una salud que no s�lo se posea, sino que adem�s se conquiste y tenga que conquistarse continuamente, pues una y otra vez se la entrega, se la tiene que entregar... Y ahora, despu�s de que por largo tiempo hemos estado as� en camino, nosotros los argonautas del ideal, m�s valerosos acaso de lo que es prudente, habiendo naufragado y padecido da�o con mucha frecuencia, pero, como se ha dicho, m�s sanos que cuanto se nos querr�a permitir, peligrosamente sanos, permanentemente sanos, p�resenos como si, en recompensa de ello, tuvi�semos ante nosotros una tierra no descubierta todav�a, cuyos confines nadie ha abarcado a�n con su vista, un m�s all� de todas las anteriores tierras y rincones del ideal, un mundo tan sobremanera rico en cosas bellas, extra�as, problem�ticas, terribles y divinas, que tanto nuestra curiosidad como nuestra sed de poseer est�n fuera de s� �ay, que de ahora en adelante no haya nada capaz de saciarnos! �C�mo podr�amos nosotros, despu�s de tales espect�culos y teniendo tal voracidad de ciencia y de conciencia, contentarnos ya con el hombre actual? Resulta bastante molesto, pero es inevitable que nosotros miremos sus m�s dignas metas y esperanzas tan s�lo con una seriedad dif�cil de mantener, y acaso ni siquiera miremos ya. Un ideal distinto corre delante de nosotros, un ideal prodigioso, seductor, lleno de peligros, hacia el cual no quisi�ramos persuadir a nadie, pues a nadie concedemos f�cilmente el derecho a �l: el ideal de un esp�ritu que juega ingenuamente, es decir, sin quererlo y por una plenitud y potencialidad exuberantes, con todo lo que hasta ahora fue llamado santo, bueno, intocable, divino; un esp�ritu para quien lo supremo, aquello en que el pueblo encuentra con raz�n su medida del valor, no significa ya m�s que peligro, decadencia, rebajamiento, o, al menos, distracci�n, ceguera, olvido temporal de s� mismo; el ideal de un bienestar y de un bienquerer a la vez humanos y sobrehumanos, ideal que parecer� inhumano con bastante frecuencia, por ejemplo cuando se sit�a al lado de toda la seriedad terrena habida hasta ahora, al lado de toda la anterior solemnidad en gestos, palabras, sonidos, miradas, moral y deber, como su viviente parodia involuntaria y s�lo con el cual, a pesar de todo eso, se inicia quiz� la gran seriedad, se pone por vez primera el aut�ntico signo de interrogaci�n, da un giro el destino del alma, avanza la aguja, comienza la tragedia...�

 

3

 

- �Tiene alguien, a finales del siglo XIX un concepto claro de lo que los poetas de �pocas poderosas denominaron inspiraci�n? En caso contrario, voy a describirlo. - Si se conserva un m�nimo residuo de superstici�n, resultar�a dif�cil rechazar de hecho la idea de ser mera encarnaci�n, mero instrumento sonoro, mero medium de fuerzas poderos�simas. El concepto de revelaci�n, en el sentido de que de repente, con indecible seguridad y finura, se deja ver, se deja o�r algo, algo que lo conmueve y trastorna a uno en lo m�s hondo, describe sencillamente la realidad de los hechos. Se oye, no se busca; se toma, no se pregunta qui�n es el que da; como un rayo refulge un pensamiento, con necesidad, sin vacilaci�n en la forma - yo no he tenido jam�s que elegir. Un �xtasis cuya enorme tensi�n se desata a veces en un torrente de l�grimas, un �xtasis en el cual unas veces el paso se precipita involuntariamente y otras se torna lento; un completo estar-fuera-de-s�, con la clar�sima consciencia de un sinn�mero de delicados temblores y estremecimientos que llegan hasta los dedos de los pies; un abismo de felicidad en que lo m�s doloroso y sombr�o no act�a como ant�tesis, sino como algo condicionado, exigido, como un color necesario en medio de tal sobreabundancia de luz; un instinto de relaciones r�tmicas que abarca amplios espacios de formas - la longitud, la necesidad de un ritmo amplio son casi la medida de la violencia de la inspiraci�n, una especie de contrapeso a su presi�n y a su tensi�n... Todo acontece de manera sumamente involuntaria, pero como en una tempestad de sentimiento de libertad, de incondicionalidad, de poder, de divinidad. La involuntariedad de la imagen, del s�mbolo, es lo m�s digno de atenci�n; no se tiene ya concepto alguno; lo que es imagen, lo que es s�mbolo, todo se ofrece como la expresi�n m�s cercana, m�s exacta, m�s sencilla. Parece en realidad, para recordar una frase de Zaratustra, como si las cosas mismas se acercasen y se ofreciesen para s�mbolo (�Aqu� todas las cosas acuden acariciadoras a tu discurso y te halagan: pues quieren cabalgar sobre tu espalda. Sobre todos los s�mbolos cabalgas t� aqu� hacia todas las verdades. Aqu� se me abren de golpe las palabras y los armarios de palabras de todo ser: todo ser quiere hacerse aqu� palabra, todo devenir quiere aqu� aprender a hablar de m�.�) -

�sta es mi experiencia de la inspiraci�n; no tengo duda de que es preciso retroceder milenios atr�s para encontrar a alguien que tenga derecho a decir �es tambi�n la m�a�. -

 

4

 

Despu�s de esto estuve enfermo en G�nova algunas semanas. Sigui� luego una melanc�lica primavera en Roma, donde di mi aceptaci�n a la vida - no fue f�cil. En el fondo me disgustaba sobremanera aquel lugar, el m�s indecoroso de la Tierra para el poeta creador del Zaratustra, y que yo no hab�a escogido voluntariamente; intent� evadirme, quise ir a Aquila, ciudad ant�tesis de Roma, fundada por hostilidad contra Roma, como yo fundar� alg�n d�a un lugar, ciudad recuerdo de un ateo y enemigo de la Iglesia comme il faut, de uno de los seres m�s afines a m�, el gran emperador de la dinast�a de Hohenstaufen, Federico II. Pero hab�a una fatalidad en todo esto: tuve que regresar. Finalmente me di por contento con la piazza Barberini, despu�s de que mi esfuerzo por encontrar un lugar anticristiano hubiera llegado a cansarme. Temo que en una ocasi�n, para escapar lo m�s posible a los malos olores, fui a preguntar en el propio palazzo del Quirinale si no ten�an una habitaci�n silenciosa para un fil�sofo. - En una loggia situada sobre la mencionada piazza, desde la cual se domina Roma con la vista y se oye all� abajo en el fondo murmurar la fontana, fue compuesta aquella canci�n, la m�s solitaria que jam�s se ha compuesto, La canci�n de la noche; por este tiempo rondaba siempre a mi alrededor una melod�a indeciblemente melanc�lica, cuyo estribillo reencontr� en las palabras �muerto de inmortalidad...� En el verano, habiendo vuelto al lugar sagrado en que hab�a refulgido para m� el primer rayo del pensamiento de Zaratustra, encontr� el segundo Zaratustra. Diez d�as bastaron; en ning�n caso, ni en el primero, ni en el tercero y ultimo, he empleado m�s tiempo. Al invierno siguiente, bajo el cielo alci�nico de Niza, que entonces resplandec�a por vez primera en mi vida, encontr� el tercer Zaratustra y hab�a concluido. Apenas un a�o, calculando en conjunto. Muchos escondidos rincones y alturas del paisaje de Niza se hallan santificados para m� por instantes inolvidables; aquel pasaje decisivo que lleva el t�tulo �De tablas viejas y nuevas� fue compuesto durante la fatigos�sima subida desde la estaci�n al maravilloso y morisco nido de �guilas que es Eza - la agilidad muscular era siempre m�xima en m� cuando la fuerza creadora flu�a de manera m�s abundante. El cuerpo est� entusiasmado: dejemos fuera el �alma.� A menudo la gente pod�a verme bailar; sin noci�n siquiera de cansancio pod�a yo entonces caminar siete, ocho horas por los montes. Dorm�a bien, re�a mucho -, pose�a una robustez y una paciencia perfectas.

 

5

 

Prescindiendo de estas obras de diez d�as, los a�os del Zaratustra y sobre todo los siguientes representaron un estado de miseria sin igual. Se paga caro el ser inmortal: se muere a causa de ello varias veces durante la vida. Hay algo que yo denomino la rancune de lo grande: todo lo grande, una obra, una acci�n, se vuelve, inmediatamente de acabada, contra quien la hizo. �ste se encuentra entonces d�bil justo por haberla hecho, . no soporta ya su acci�n, no la mira ya a la cara. Tener detr�s de s� algo que jam�s fue licito querer, algo a lo que est� atado el nudo del destino de la humanidad �y tenerlo ahora encima de s�! Casi aplasta. �La rancune de lo grande! - Una segunda cosa es el espantoso silencio que se oye alrededor. La soledad tiene siete pieles; nada pasa ya a trav�s de ellas. Se va a los hombres, se saluda a los amigos: nuevo desierto, ninguna mirada saluda ya. En el mejor de los casos, una especie de rebeli�n. Tal rebeli�n la advert� yo en grados muy diversos, pero en casi todo el mundo que se hallaba cerca de m�; parece que nada ofende m�s hondo que el hacer notar de repente una distancia, - las naturalezas nobles, que no saben vivir sin venerar, son escasas. - Una tercera cosa es la absurda irritabilidad de la piel a las peque�as picaduras, una especie de desamparo ante todo lo peque�o. Esto me parece estar condicionado por el inmenso derroche de todas las energ�as defensivas que cada acci�n creadora, cada acci�n nacida de lo m�s propio, de lo m�s �ntimo, de lo m�s profundo, tiene como presupuesto. Las peque�as capacidades defensivas quedan de este modo en suspenso, por as� decirlo: ya no afluye a ellas fuerza alguna. - Me atrevo a sugerir que uno digiere peor, se mueve a disgusto, est� demasiado expuesto a sentimientos de escalofr�o, incluso a la desconfianza, - a la desconfianza, que es en muchos casos un mero error etiol�gico. Hall�ndome en un estado semejante, yo advert� en una ocasi�n la proximidad de un reba�o de vacas, antes de haberlo visto, por el retorno de pensamientos m�s suaves, m�s humanitarios: aquello tiene en s� calor...

 

6

 

Esta obra ocupa un lugar absolutamente aparte. Dejemos de lado a los poetas: acaso nunca se haya hecho nada desde una sobreabundancia igual de fuerzas. Mi concepto de lo �dionisiaco� se volvi� aqu� acci�n suprema; medido por ella, todo el resto del obrar humano aparece pobre y condicionado. Decir que un Goethe, un Shakespeare no podr�an respirar un solo instante en esta pasi�n y esta altura gigantescas, decir que Dante, comparado con Zaratustra, es meramente un creyente y no alguien que crea por vez primera la verdad, un esp�ritu que gobierna el mundo, un destino - , decir que los poetas del Veda son sacerdotes y ni siquiera dignos de desatar las sandalias de un Zaratustra, todo eso es lo m�nimo que puede decirse y no da idea de la distancia, de la soledad azul en que esta obra vive. Zaratustra tiene eterno derecho a decir: �Yo trazo en torno a m� c�rculos y fronteras sagradas; cada vez es menor el n�mero de quienes conmigo suben hacia monta�as cada vez m�s altas, - yo construyo una cordillera con monta�as m�s santas cada vez.� S�mense el esp�ritu y la bondad de todas las almas grandes: todas juntas no estar�an en condiciones de producir un discurso de Zaratustra. Inmensa es la escala por la que �l asciende y desciende; ha visto m�s, ha querido m�s, ha podido m�s que cualquier otro hombre. Este esp�ritu, el m�s afirmativo de todos, contradice con cada una de sus palabras; en �l todos los opuestos se han juntado en una unidad nueva. Las fuerzas m�s altas y m�s bajas de la naturaleza humana, lo m�s dulce, ligero y terrible brota de un manantial �nico con inmortal seguridad. Hasta ese momento no se sabe lo que es altura, lo que es profundidad, y menos todav�a se sabe lo que es verdad. No hay, en esta revelaci�n de la verdad, un solo instante que hubiera sido ya anticipado, adivinado por alguno de los m�s grandes. Antes del Zaratustra no existe ninguna sabidur�a, ninguna investigaci�n de las almas, ning�n arte de hablar: lo m�s pr�ximo, lo m�s cotidiano, habla aqu� de cosas inauditas. La sentencia temblando de pasi�n; la elocuencia hecha m�sica; rayos arrojados anticipadamente hacia futuros no adivinados antes. La m�s poderosa fuerza para el s�mbolo existida con anterioridad resulta pobre y un mero juego frente a este retorno del lenguaje a la naturaleza de la figuraci�n. - �Y c�mo desciende Zaratustra y dice a cada uno lo m�s benigno! �C�mo �l mismo toma con manos delicadas a sus contradictores, los sacerdotes, y sufre con ellos a causa de ellos! - Aqu� el hombre est� superado en todo momento, el concepto de �superhombre� se volvi� aqu� realidad suprema, - en una infinita lejan�a, por debajo de �l, yace todo aquello que hasta ahora se llam� grande en el hombre. Lo alci�nico, los pies ligeros, la omnipresencia de maldad y arrogancia, y todo lo dem�s que es t�pico del tipo Zaratustra, jam�s se so�� que eso fuera esencial a la grandeza. Justo en esa amplitud de espacio, en esa capacidad de acceder a lo contrapuesto, siente Zaratustra que �l es la especie m�s alta de todo lo existente, y cuando se oye c�mo la define, hay que renunciar a buscar algo semejante.

 

el alma que posee la escala m�s larga y que m�s profundo puede descender,

el alma m�s vasta, la que m�s lejos puede correr y errar y vagar dentro de s�,

la m�s necesaria, que por placer se precipita en el azar,

el alma que es, y se sumerge en el devenir, la que posee, y quiere sumergirse en el querer y desear,

la que huye de s� misma, que a s� misma se da alcance en los c�rculos m�s amplios,

el alma m�s sabia, a quien m�s dulcemente habla la necedad,

la que m�s se ama a s� misma, en la que todas las cosas tienen su corriente y su contracorriente, su flujo y su reflujo.

 

Pero esto es el concepto mismo de Dioniso. Otra consideraci�n conduce a id�ntico resultado. El problema psicol�gico del tipo de Zaratustra consiste en c�mo aquel que niega con palabras, que niega con hechos, en un grado inaudito, todo lo afirmado hasta ahora, puede ser a pesar de ello la ant�tesis de un esp�ritu de negaci�n; en c�mo el esp�ritu que porta el destino m�s pesado, una tarea fatal, puede ser, a pesar de ello, el m�s ligero y ultraterreno - Zaratustra es un danzar�n -: es c�mo aquel que posee la visi�n m�s dura, m�s terrible de la realidad, aquel que ha pensado el �pensamiento m�s abismal�, no encuentra en s�, a pesar de todo, ninguna objeci�n contra el existir y ni siquiera contra el eterno retorno de �ste, antes bien, una raz�n m�s para ser �l mismo el s� eterno dicho a todas las cosas, �el inmenso e ilimitado decir s� y am�n.� �A todos los abismos llevo yo entonces, como una bendici�n, mi decir s��...

Pero esto es, una vez m�s, el concepto de Dioniso.

 

7

 

- �Qu� lenguaje hablar� tal esp�ritu cuando hable �l solo consigo mismo? El lenguaje del ditirambo. Yo soy el inventor del ditirambo. �igase c�mo Zaratustra habla consigo mis�mo antes de la salida del sol (III,18): tal felicidad de esmeral�da, tal divina ternura no la posey� antes de m� lengua alguna. Aun la m�s honda melancol�a de este Dioniso se torna diti�rambo; tomo como signo La canci�n de la noche, el inmortal lamento de estar condenado, por la sobreabundancia de luz y de poder, por la propia naturaleza solar, a no amar.

 

Es de noche: ahora hablan m�s fuerte todos los surtidores. Y tambi�n mi alma es un surtidor.

Es de noche: s�lo ahora se despiertan todas las canciones de los amantes. Y tambi�n mi alma es la canci�n de un amante.

En m� hay algo insaciado, insaciable, que quiere hablar. En m� hay un ansia de amor que habla asimismo el lenguaje del amor.

Luz soy yo: �ay, si fuera noche! Pero �sta es mi soledad, el estar circundado de luz.

�Ay, si yo fuese oscuro y nocturno! �C�mo iba a sorber los pechos de la luz!

�Y aun a vosotras iba a bendec�os, a vosotras peque�as estrellas centelleantes y gusanos relucientes all� arriba! - y a ser dichoso por vuestros regalos de luz.

Pero yo vivo dentro de mi propia luz, yo reabsorbo en m� todas las llamas que de m� salen.

No conozco la felicidad del que toma; y a menudo he so�ado que robar tiene que ser a�n m�s dichoso que tomar.

�sta es mi pobreza, el que mi mano no descansa nunca de dar; �sta es mi envidia, el ver ojos expectantes y las despejadas noches del anhelo.

�Oh desventura de todos los que regalan! �Oh eclipse de mi sol! �Oh ansia de ansiar! �Oh hambre ardiente en la saciedad!

Ellos toman de m�: �pero toco yo siquiera su alma? Un abismo hay entre tomar y dar: el abismo m�s peque�o es el m�s dif�cil de salvar.

Un hambre brota de mi belleza: da�o quisiera causar a quienes ilumino, saquear quisiera a quienes colmo de regalos: - tanta es mi hambre de maldad.

Retirar la mano cuando ya otra mano se extiende hacia ella; semejante a la cascada, que sigue vacilando en su ca�da: tanta es mi hambre de maldad.

Tal venganza se imagina mi plenitud; tal perfidia mana de mi soledad.

�Mi felicidad en regalar ha muerto a fuerza de regalar, mi virtud se ha cansado de s� misma por su sobreabundancia!

Quien siempre regala corre peligro de perder el pudor; a quien siempre distribuye f�rmasele, a fuerza de distribuir, callos en las manos y en el coraz�n.

Mis ojos ya no se llenan de l�grimas ante la verg�enza de los que piden; mi mano se ha vuelto demasiado dura para el temblar de manos llenas.

�Ad�nde se fueron la l�grima de mi ojo y el plum�n de mi coraz�n? �Oh soledad de todos los que regalan! �Oh taciturnidad de todos los que brillan!

Muchos soles giran en el espacio desierto: a todo lo que es oscuro h�blanle con su luz, - para m� callan.

Oh, �sta es la enemistad de la luz contra lo que brilla, el recorrer despiadada sus �rbitas.

Injusto en lo m�s hondo de su coraz�n contra lo que brilla: fr�o para con los soles, - as� camina cada sol.

Semejantes a una tempestad recorren los soles sus �rbitas, �se es su caminar, siguen su voluntad inexorable, �sa es su frialdad.

�Oh, s�lo vosotros los oscuros, los nocturnos, sac�is calor de lo que brilla! �Oh, s�lo vosotros beb�is leche y consuelo de las ubres de la luz!

�Ay, hielo hay a mi alrededor, mi mano se abrasa al tocar lo helado! �Ay, en m� hay sed, que desfallece por vuestra sed!

Es de noche: �ay, que yo tenga que ser luz! �Y sed de lo nocturno! �Y soledad!

Es de noche: ahora, cual una fuente, brota de m� mi deseo, - hablar es lo que deseo.

Es de noche: ahora hablan m�s fuerte todos los surtidores. Y tambi�n mi alma es un surtidor.

Es de noche: ahora se despiertan todas las canciones de los amantes. Y tambi�n mi alma es la canci�n de un amante.

 

8

 

Nada igual se ha compuesto nunca, ni sentido nunca, ni sufrido nunca: as� sufre un dios, un Dioniso. La respuesta a este ditirambo del aislamiento solar en la luz ser�a Ariadna... �Qui�n sabe, excepto yo, qu� es Ariadna! De todos estos enigmas nadie tuvo hasta ahora la soluci�n, dudo que alguien viera siquiera aqu� nunca enigmas. - Zaratustra define en una ocasi�n su tarea -es tambi�n la m�a- con tal rigor que no podemos equivocarnos sobre el sentido: dice s� hasta llegar a la justificaci�n, hasta llegar incluso a la redenci�n de todo lo pasado.

 

Yo camino entre los hombres como entre los fragmentos del futuro: de aquel futuro que yo contemplo.

Y todos mis pensamientos y deseos tienden a pensar y reunir en unidad lo que es fragmento y enigma y espantoso azar.

�Y c�mo soportar�a yo ser hombre si el hombre no fuese tambi�n poeta y adivinador de enigmas y el redentor del azar!

Redimir a los que han pasado, y transformar todo �Fue� en un �As� lo quise yo� �s�lo eso ser�a para m� redenci�n!

 

En otro pasaje define con el m�ximo rigor posible lo �nico que para �l puede ser el hombre -no un objeto de amor y mucho menos de compasi�n- tambi�n la gran n�usea producida por el hombre lleg� Zaratustra a dominarla: el hombre es para �l algo informe, un simple material, una deforme piedra que necesita del escultor.

 

�No-querer-ya y no-estimar-ya y no-crear-ya! �Ay, que ese gran cansancio permanezca siempre alejado de m�!

Tambi�n en el conocer yo siento �nicamente el placer de mi voluntad de engendrar y devenir; y si hay inocencia en mi conocimiento, eso ocurre porque en �l hay voluntad de engendrar.

Lejos de Dios y de los dioses me ha atra�do esa voluntad; �qu� habr�a que crear si los dioses - existiesen!

Pero hacia el hombre vuelve siempre a empujarme mi ardiente voluntad de crear; as� se siente impulsado el martillo hacia la piedra.

�Ay, hombres, en la piedra dormita para m� una imagen, la imagen de mis im�genes! �Ay, que ella tenga que dormir en la piedra m�s dura, m�s fea!

Ahora mi martillo se enfurece cruelmente contra su prisi�n. De la piedra saltan pedazos: �qu� me importa?

Quiero acabarlo: pues una sombra ha llegado hasta m� �la m�s silenciosa y m�s ligera de todas las cosas vino una vez a m�!

La belleza del superhombre lleg� hasta m� como una sombra. �Ay, hermanos m�os! �Qu� me importan ya - los dioses!

 

Destaco un �ltimo punto de vista: el verso subrayado da pretexto a ello. Para una tarea dionisiaca la dureza del martillo, el placer mismo de aniquilar forman parte de manera decisiva de las condiciones previas. El imperativo ��Endureceos!�, la m�s honda certeza de que todos los creadores son duros, es el aut�ntico indicio de una naturaleza dionisiaca.-

Friedrich Nietzsche

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