LA
HISTORIA DEL FERROCARRIL EN ESPAÑA
Parte de esta información
es de la web
oficial del Ministerio de Fomento, titular de RENFE
Cuando
a comienzos del siglo XIX empiezan a aparecer los primeros ferrocarriles
en Europa, España disponía de un sistema de transporte
muy rudimentario de apenas 4.000 kilómetros de carreteras, la mayoría
rurales. A pesar de ello, el novedoso transporte, que fue pieza
clave de la revolución industrial, encontró en sus primeros años
de existencia en España serias dificultades. El desconocimiento
técnico, la complejidad orográfica, la falta de capital, y el atraso
económico en general, fueron las principales causas de este retraso.
Fue
en el año 1829, cuatro años después de que se inaugurara el primer
ferrocarril del mundo entre las ciudades mineras de Stockton
y Darlington, en el Reino Unido, cuando se presentó
la primera solicitud de construcción de una línea ferroviaria en
España. El objetivo era enlazar Jerez de la Frontera
con el Muelle del Portal para transportar vino pero, al igual
que otros muchos de los proyectos iniciales, no llegaría a construirse.
EL PRIMER FERROCARRIL ESPAÑOL
El primer ferrocarril español no entró en funcionamiento hasta 1837
y además lo hizo fuera de la Península, en territorio de
ultramar. El 10 de noviembre de ese año se inauguró oficialmente
y en la isla de Cuba el ferrocarril que unía la localidad
de Güines con la ciudad de La Habana. Su trazado era
de aproximadamente unas 16 leguas (unos 90 km) y el ferrocarril
enlazaba los campos y tierras del interior con el principal puerto
de la isla: La Habana. Nótese que los primeros ferrocarriles
siempre unían importantes zonas comerciales con los principales
puertos marítimos de exportación.
A finales de 1843 y nada más comenzar el reinado de Isabel II, una
comisión de ingenieros elaboró el Real Decreto de 1844 donde,
entre otras cosas, se estableció para España un ancho de
vía innovador: los seis pies castellanos, iguales a 1.668
mm y que derivaron en el ancho actual ibérico. El ancho de
vía que se utilizaba en el resto de Europa (y en algunos
otros países del mundo) era de tan sólo 1.435 mm. Al contrario
de lo que se introduce desde algunas fuentes, no fueron los políticos
sino los ingenieros Subercase y Santa Cruz quienes
tomaron tal decisión, justificándola ante las autoridades
que la aprobaron en base a las peculiaridades orográficas nacionales,
que requerirían máquinas de mayor potencia para mover las mercancías
por la difícil orografía nacional.
Cabe aclarar que en los inicios de la era del ferrocarril la única
manera de generar el movimiento de los trenes era el vapor generado
por unas rudimentarias "máquinas de vapor" adaptadas
a las necesidades propias de este medio de transporte. Como todos
sabemos, la "máquina de vapor" fue el elemento
que revolucionó la industria y el que propició la
revolución industrial, y que posteriormente se fue adaptando
a los diferentes medios según sus características
para optimizar su funcionamiento. Los barcos adaptaron esas máquinas
de una forma, las industrias lo hicieron de otra, y por supuesto,
en los incipientes trenes que aparecían, la máquina
de vapor se instauró específicamente como mejor se
creyó para este medio. Más adelante, el carbón
tomaría un mayor protagonismo.
Es por tanto evidente que la propulsión y la generación
del movimiento de los trenes antiguos no se producía mediante
energía eléctrica tomada desde una catenaria, sino
que la propiciaba una máquina locomotora pertrechada con
una máquina de vapor en su interior. En los primeros ferrocarriles
no existían catenarias, ni cables, ni postes destinados al
cable eléctrico que contemplamos ahora en las vías,
sino que el único elemento generador del movimiento del tren
consistía en la locomotora de vapor. No había más.
Con lo cual, el elegir un determinado ancho de vía respecto
a otro, en la mayoría de los casos, dependía de aspectos
como el terreno y la orografía por la que tendrían
que pasar los trenes y el peso que deberían soportar esos
raíles. Por lo demás, daba lo mismo la anchura. Así
que, precisamente por ese solo motivo y no por otros, por esa única
razón y no por otras, fueron no los políticos ni las
administraciones sino los ingenieros Subercase y Santa
Cruz quienes únicamente en base a criterios de la ingeniería
de la época, escogieron la medida de los seis pies castellanos,
es decir, el ancho ibérico de 1.668 mm como la estándar
para la península ibérica. Y se escogió de
este modo porque la accidentada geografía peninsular, a diferencia
del llano terreno inglés donde apareció por primera
vez el ferrocarril, y las tierras de centroeuropa donde se instauraba
mejor el ancho de 1.435 mm, contaba con numerosas dificultades en
muchos puntos, lo cual obligaría a utilizar locomotoras más
pesadas y que deberían salvar esos obstáculos y pendientes.
Es obvio, por tanto, que en base a esos conceptos se estipulase
como ancho de vía peninsular el de 1.668 mm en detrimento
de otros tipos de ancho de vía inferiores también
existentes en Europa. Lo que no es tan comprensible, es que después
de este periodo inicial y tras la aparición de la energía
eléctrica, así como la electrificación de las
líneas férreas y los nuevos automotores que ya no
dependían para nada del ancho de vía, no se haya ido
sustituyendo paulatina y progresivamente ese ancho de vía
de 1.668 mm por el ancho de vía estándar del continente
europeo de 1.435 mm que ahora mismo nos permitiría relacionarnos
mucho mejor y mucho más cómodamente con el resto de
países de la Unión Europea. El ancho de vía
ibérico fue necesario inicialmente, pero hoy día ya
no tiene razón de ser. El cambio del ancho de vía
de la red española simplemente consistiría, ya que
sólo es pasar de mayor a menor, en cambiar las traviesas
actuales y en reducir el espacio de separación entre raíles
para implementar en todo el territorio el ancho de 1.435 mm. Los
terrenos sobre los que se actuaría ya son propiedad de RENFE,
luego no habría que expropiar, no habría que actuar
y simplemente habría que retirar el material actual y colocar
el nuevo más reducido, por lo que el espacio disponible serviría
más que de sobra, ya que lo que se estaría realizando
es una reducción del ancho y no una ampliación (para
lo que seguramente faltaría terreno). Electrificar las líneas
o no hacerlo sería algo opcional, y así, o bien se
podría electrificar toda la red (sería más
que conveniente), o bien la situación podría darse
de manera que el panorama actual permaneciese como está:
donde hubiese líneas electrificadas, que siguiese así,
y donde no las hubiese, pues también, pero implementando
en todos los casos el ancho de vía europeo. Y esto ya se
podría empezar a ir haciendo sin problema alguno puesto que
ya no dependemos de rudimentarias máquinas de vapor en los
ferrocarriles españoles, ya que la evolución de la
tecnología a lo largo de los tiempos nos permite disponer
ya de material rodante para el que ese ancho de vía continental
de 1.435 mm ya no supone problema alguno con las pendientes, la
orografía, etc.
EL
PRIMER FERROCARRIL PENINSULAR
La burguesía liberal española, que veía al tren como el mejor vehículo
del progreso y la modernización, hubo de esperar hasta el 28 de
octubre de 1848 para asistir a la inauguración del primer ferrocarril
peninsular: la línea de Barcelona a Mataró. Las obras
fueron realizadas por ingenieros ingleses, quienes también
se encargaron de traer de su país las locomotoras y todo el material
necesario. Tres años después, en 1851, entraba en funcionamiento
el segundo camino de hierro de la Península, que unía Madrid
y Aranjuez. Promovido por el Marqués de Salamanca,
este ferrocarril no se limitaba simplemente al tramo inaugural,
sino que su misión era abrir una vía que conectara la capital con
las costas mediterráneas en Alicante. De esa actuación
se derivó la empresa M.Z.A. (Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza
y a Alicante).
LAS
GRANDES COMPAÑÍAS NACIONALES DE FERROCARRIL
En la siguiente década, poco a poco, el ferrocarril fue extendiéndose
al resto del país gracias al esfuerzo de pequeñas compañías independientes.
En 1855 se habían construido ya más de 400 kilómetros de ferrocarril.
Ese mismo año, tras la revolución liberal y bajo el gobierno de
Espartero, se promulgó la primera Ley General de Ferrocarriles.
La Ley daba grandes facilidades y subvenciones para que el capital
extranjero comenzara a invertir en España. Los grandes grupos
no quisieron desaprovechar la oportunidad y muy pronto surgirían
las grandes compañías ferroviarias que darían el impulso definitivo
al ferrocarril nacional.
Las dos principales compañías que se crearon fueron de capital
mayoritario francés. La Madrid-Zaragoza-Alicante (M.Z.A.) se
constituyó en 1856 auspiciada por los Rothschield, la sociedad
de crédito francesa Gran Central y el Marqués de Salamanca.
En 1858 nació la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte
de España de la mano de la familia, también francesa, Pereire.
Gracias a este impulso se construyeron las líneas que unían Madrid
con Irún, Alicante, Zaragoza y Barcelona,
y la red básica quedó prácticamente completa. Pero el escaso desarrollo
económico nacional hizo que las expectativas que se habían fijado
las compañías no se cumplieran y éstas se vieran en la necesidad
de pedir subvenciones al Estado. El desarrollo de la red ferroviaria
se vio frenado de nuevo.
En 1877, cuando ya el carbón empezaba a tomar mayor protagonismo,
se promulgó una nueva Ley General de Ferrocarriles que dio
fuerzas renovadas al tren. Su objetivo era la construcción de 3.300
kilómetros de líneas y compensar la red radial con líneas transversales
de vía estrecha. En este caso y gracias al carbón, el
ancho de vía métrico inferior al de los seis pies
castellanos, se consolidó en muchos lugares de España
y el protagonismo en lo concerniente a la ampliación de la
red ferroviaria corrió a cargo de las pequeñas compañías, sobre
todo en la cornisa cantábrica y en la zona de Valencia.
CRISIS FERROVIARIA EN EL SIGLO XX
A comienzos del siglo XX la red ferroviaria cuenta ya con 15.000
kilómetros, más de 10.000 en vía de ancho ibérico y en resto en
vía estrecha. A partir de ese momento, el ritmo de crecimiento se
ralentizó y surgieron nuevas dificultades económicas, que la subida
del precio del carbón a consecuencia de la I Guerra Mundial acrecentó.
El Estatuto Ferroviario aprobado en 1924 vino a paliar un
poco el problema. Se concedieron ayudas financieras a las compañías
para la renovación de infraestructuras y materiales, y se formalizó
el aporte de capital público. Pero la crisis económica de los años
30 y la Guerra Civil provocarían la ruina total de las compañías.
CREACIÓN
DE LA EMPRESA PÚBLICA RENFE
En 1941, como consecuencia de la intervención estatal de las grandes
compañías ferroviarias de vía ancha, nace la Red Nacional de
Ferrocarriles Españoles (RENFE).
Bajo su control se pusieron 12.401 kilómetros de vías cuyo
ancho era el de 1.668 mm, es decir, todas las líneas de vía
ancha existentes en la Península. Sus objetivos prioritarios
fueron la reconstrucción de las infraestructuras ferroviarias dañadas
en la guerra civil española y establecer el modelo de gestión
de la nueva organización.
En los años 60 destaca el nuevo Plan de Modernización que,
entre otros logros, cuenta con la inauguración del túnel de la Castellana
que cruza Madrid de norte a sur, o las estaciones de Chamartín,
también en Madrid, y la central de Sants, en Barcelona.
Pero, a pesar del esfuerzo realizado, el tren siguió perdiendo protagonismo
como consecuencia del auge de otros medios de transporte como el
coche o el avión y el déficit de las empresas que gestionaban infraestructuras
ferroviarias siguió aumentando.
En paralelo se constituye la empresa FEVE
(Ferrocarriles Españoles de Vía Estrecha),
que sería el organismo, también estatal que se hizo
con el control de todas las infraestructuras de vía estrecha
existentes en España, a excepción de aquellas
cuyas empresas privadas continuaban explotando sus respectivas infraestructuras
propias. En cualquier caso, la crisis ferroviaria que surgió
y que hizo que el ferrocarril perdiese adeptos ya que sus ventajas
no superaban a las ofrecidas por el coche o el avión, afectó
a esas diversas empresas que gestionaban todas esas redes ferroviarias
menores y localizadas en diferentes puntos de la Península,
con lo cual sus propietarios y los empresarios que las gestionaban,
debieron abandonarlas. Después de esas quiebras sucesivas,
todas esas líneas que comprendían tramos tanto de
ancho métrico como de ancho de 1.435 mm, fueron traspasadas
a FEVE, que ofreció
sus servicios en todas esas líneas hasta que traspasó
algunas de ellas a los diferentes gobiernos autonómicos que
así lo solicitaron.
ACTUALIDAD
FERROVIARIA
En la década de los 80, la administración cambió de actitud y decidió
dar un nuevo impulso al ferrocarril. En 1981 se aprobó el Plan
de Transporte Ferroviario, que supuso grandes inversiones en
la mejora de los servicios de cercanías además de la creación
de la línea de Alta Velocidad Madrid-Sevilla, inaugurada en 1992.
Los servicios de cercanías habían quedado en el olvido
puesto que el vehículo privado se bastaba por sí sólo
para esas distancias tan cortas, pero con la bonanza económica
experimentada por España, el incremento de población
en torno a las grandes ciudades se hacía cada vez mayor y
ello incentivó el uso del ferrocarril como el modo de transporte
más eficaz en el plano urbano e interurbano de las distancias
menores de las grandes áreas metropolitanas españolas.
Hoy la modernización del ferrocarril sigue siendo prioritaria, y
los grandes avances se han centrado básicamente en vertebrar
una nueva red ferroviaria de alta velocidad y de ancho europeo,
dejando sustancialmente de lado los servicios de cercanías
y las líneas convencionales existentes. Para ello, la alta
velocidad, el Plan
de Infraestructuras Ferroviarias 2000-2007
tiene prevista una inversión de más 4,7 billones de pesetas
que dotarán a España de una gran red de más de 7.200 Km.
de alta velocidad. Si a ello le añadimos la ampliación
a este Plan que supondrá el Plan Galicia, introducido
a raíz de la catástrofe del Prestige, podemos contemplar
cómo la red ferroviaria española dará un gran
paso adelante en cuanto a los servicios de largo recorrido, alta
velocidad y transporte de mercancías por vía ferroviaria.
PERSPECTIVAS DE FUTURO
El ferrocarril del siglo XXI se presenta como un medio de transporte
moderno, eficaz y competitivo, que totalmente recuperado ya de la
crisis que le supuso el abandonar el vapor y el carbón para
tomar la electricidad como fuente de energía, ahora presenta
unas credenciales inmejorables, y no solamente ha recuperado y adelantado
a otro tipo de medios de transporte en ventajas y comodidad, como
lo pueda ser el coche, sino que ahora está a la altura de
competir con éxito incluso con el mismísimo avión
en trayectos inter-peninsulares de máxima demanda.
No obstante... quizá se está abandonando con este
Plan de Infraestructuras Ferroviarias actual a las redes
de cercanías que sirven y abastecen a los principales núcleos
urbanos peninsulares más poblados. Un ejemplo claro de ello
es la situación en la que se encuentran muchísimas
estaciones e instalaciones de este estilo en todas las redes de
cercanías, aunque es el núcleo de cercanías
de Barcelona y sus alrededores, el que sirve como ejemplo
de clara muestra del desinterés por estas redes. Barcelona
es una de las dos áreas metropolitanas más pobladas
de España, pero que pese a contar con prácticamente
la misma población que Madrid (más de 4 millones
de personas), únicamente dispone de 4 líneas de cercanías
gestionadas por RENFE
frente a las 10 de Madrid.
Por ese motivo se propone desde esta web una unificación
de los sitemas de cercanías existentes en Barcelona
(los de RENFE y los de FGC) para así y sumándose
a la propuesta de unificación total de todo el ancho de vía
nacional a 1.435 mm, Barcelona pueda contar con una sustancial
mejora de la situación actual.
Todas esas propuestas se pueden consultar en la sección "propuestas".