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���� Otra vez se ha vuelto a confundir (zona de fumadores). Menos mal que, el vag�n va medio vac�o y los que est�n, no tienen pinta de gastar ducados (nunca soport� el olor masticable del tabaco negro). No es la primera vez que viaja en tren, ni la primera que le lleva hasta Granada, ni siquiera la primera que se confunde y aplasta el culo frente al s�mbolo de "prohibido no fumar". La maleta pesa demasiado; la indecisi�n de �ltima hora, despoj� el armario de todo lo innecesario y entre, caminar unos metros arrastrando el bulto o pegar la cara sobre la ventanilla, se decanta por lo segundo.� Abre un libro, "El mono desnudo" de Desmond Morris, desplaza la vista hacia el olivar y atrapa un bostezo dejando caer las p�ginas de forma inconsciente. La memoria en marcha recupera y clasifica, cristaliza el continuo fluir de sus pensamientos y se imagina debutando en un grandioso escenario con cortinajes de terciopelo azul. Mira sin ver las copas de los �rboles que pasan secuencialmente arrastrados por una corriente inversa a la del tren (imposible evitar la comparaci�n con la gran pantalla. Recuerda, entonces, aquella pel�cula de Mel Gibson que tanto la hizo llorar �c�mo se llamaba?)
- Buenos d�as, su billete, por favor -.
El revisor aguarda hasta que ella extiende su mano acercando el cart�n.
- Le recuerdo, se�ora, que este tren viaja directo a Granada -.
�Clip!. Suena, en seco, el tintineo met�lico del "picabilletes" y recupera, r�pido, el cart�n agujereado.
-Gracias- responde.
Ha vuelto a fijar la vista en el libro (El n�mero de pulsaciones, que normalmente es de 70 a 80 por minuto, se eleva a 90 � 100 durante las primeras fases de la actividad sexual, aumenta hasta 130 en el orgasmo.
La presi�n sangu�nea, que empieza aproximadamente en 120, se eleva a 200 e incluso a 250 en el momento del cl�max sexual). Empieza a notar un calor intenso en sus manos y, se pregunta, si alguien habr� intuido que tipo de guarrada est� leyendo. El tren se detiene en la estaci�n de Teba; cuatro muros blancos graffiteados aguardan el mordisco de dos j�venes amantes que se devoran a besos mientras, un viejo solitario, bast�n en mano, rompe la prisi�n del silencio y suspira con ojos de ni�o. El olor a ma�z tostado detiene la escena y consigue desconcentrarla, una apremiante necesidad infantil, construye en su est�mago un hormigueo que la llena de sabor a kikos. Reprime la tentaci�n de robar unos cuantos y engulle, un poco mosca, su s�ndwich de pan integral. Sigue leyendo (la respiraci�n se hace m�s profunda y m�s r�pida, y al acercarse el momento del orgasmo se convierte en un prolongado jadeo, a menudo acompa�ado de r�tmicos gemidos o gru�idos) �plaf!, un trozo de lechuga pringada de mayonesa resbala sobre el libro (cada vez m�s candente) y, en el intento de evitar el desastre, busca un pa�uelo, que llega demasiado tarde, justo cuando su falda roja tambi�n se pringa y la ley de Murphy toma el protagonismo. Suelta el s�ndwich en la bolsa y abandona el vag�n cruz�ndose con los ojos interrogantes del revisor que, se pregunta si ya habr� picado. Encuentra el ba�o, el piloto verde la invita a pasar y, una vez dentro, descubre que la cabina apesta y la cisterna no funciona, (pr�xima parada: Campillos) contiene la respiraci�n, abre el grifo y empapa con cuidado el pa�uelo, (el intercambio de pasajeros transcurre con rapidez y el tren retoma� el rumbo) frota insistente la mancha, extendiendo la franja para evitar el surco. "�Ya est�!- sentencia y, antes de espirar, perfila� sus labios frente al espejo.
Al mirarse, descubre que su rostro contra�do� provoca una concentraci�n muscular espasm�dica en las aletas de la nariz, pretende controlar el tic y acaba extrayendo una bocanada de vapores que le ara�an el olfato. "�Qu� asco!"- protesta e intenta escapar de all�, sin pausa. Click-clack, click-clack, el pomo gira, pero no abre. -�Vaya!-.� Vuelve a intentarlo conteniendo, una vez m�s, la respiraci�n, pero no hay forma. Escucha, al otro lado, el saludo amable del revisor, -"buenos d�as, su billete, por favor"-. Hace acopio de serenidad, pero no controla; siente el pulso en las sienes y la masa el�ctrica de su coraz�n agitado. La luz oblicua del techo empieza a parpadear y, ante el sobreesfuerzo que supone no perder el control, termina absorbiendo, de forma inconsciente, el hedor asfixiante -�mierda!- exclama aturdida. El tic vuelve y la situaci�n se complica, la sequedad de la boca da paso a una excesiva salivaci�n que se mezcla con el sabor �cido de la mayonesa. La luz se apaga.
-�Oiga! �alguien me escucha?- se atreve, al fin, mientras tamborilea en la puerta.
-S�, diga- responden como si lo hiciesen al otro lado del tel�fono.
-Disculpe, esque... No puedo salir...
-�Ha probado girando al contrario?- pregunta la rubia de los kikos, que espera su turno.
-S�, pero... No hay forma. Adem�s, se ha apagado la luz y.. Bueno, no me encuentro bien...
-No se preocupe se�ora, mantenga la calma -responde el siguiente reprimiendo sus necesidades, mientras apura el cigarro-, ahora mismo vuelvo -El joven, de piel moteada y pelo rojo, regresa junto al revisor quien plantea soluciones sin �xito.
-Bueno, no se me ocurre otra cosa que esperar hasta Granada e intentar...
-�Est� usted loco? �aqu� no hay quien respire! Adem�s, tengo una entrevista importante y necesito... �Tengo que salir! �por Dios! -grita aporreando la puerta con insistencia-.
-Se�ora, lo siento, no puedo hacer nada -responde el jefe con resignaci�n-.
-Necesito que me saquen de aqu�, �joder!, soy actriz y, esta misma tarde, estrenamos en� Granada. Es mi gran oportunidad, �joder! no me puede estar pasando esto... �Socorroooo!...
(Pr�xima parada: Bobadilla) la zona de espera est� cada vez m�s concurrida y el cotilleo vuela tergiversando la historia. (-Hay una actriz famosa en el ba�o.-�Una actriz?-S�, s�, es espa�ola; creo que sale en Plaza Alta.-�Qu� va! dicen que estudi� con Antonio Banderas-. �No ser�...?-�Qui�n?- �Hija, la de todo sobre mi madre!...-�Pen�lope Cruz?- �sa-.
�El rumor toma cuerpo y la prensa rosa se presencia en la estaci�n. La expectaci�n aumenta cuando el revisor, al tanto de los rumores, tranquiliza a la v�ctima por su nombre- Pen�lope, guapa, mant�n la calma, ya hemos llegado-. Ella, sin entender� que ocurre, seca sus l�grimas con el pa�uelo pringado de mayonesa. Un gordo corpulento se declara fan de la actriz y, abri�ndose paso entre la multitud, lanza sus kilos sobre la puerta aplastando el pomo. Carmen G�mez, de treinta y dos a�os, peluquera de profesi�n, en calidad de amateur con aspiraciones dram�ticas no reconocidas, recupera el aliento, e intenta escapar, empapada en sudor, mientras los flashes la bombardean y su p�blico le grita apasionado "�Guapa, guapa! �Te queremos!..."
Nota de prensa:
"La popular actriz, Carmen G�mez, es recibida calurosamente por su p�blico granadino."
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