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Introducción - Bibliograf&iacuute;a -
La alimentación en las historiografía - El Código alimentario bajomedieval
Las minorías religiosas - Hambre y consumos de crisis
Alimentación y enfermedad - Conclusiones


La Alimentación en la Castilla Bajomedieval: Mentalidad y Cultura Alimentaria
Teresa de Castro

CAPÍTULO SEGUNDO

Las Fuentes: La Cronística y la Biografía Bajomedievales


ÍNDICE
I. Los siglos XIV y XV en Castilla

II. La historiografía bajomedieval
** 1. La concepción de la Historia
** 2. La historiografía europea
* * 3. Las crónicas y biografías castellanas
**** A) La historiografía
**** B) La biografía medieval
III. El reflejo en la alimentación


Pasaron aquellos tiempos en que las crónicas, y las obras narrativas en su conjunto, eran una de las fuentes principales de los estudios históricos y, su información, una especie de verdad irrebatible. Pero, es igualmente cierto que a medida que se producía el abandono de una forma de hacer Historia de tipo positivista y evenemencial, se asistía, también, al abandono de unas fuentes que podían ofrecer información sobre muchos aspectos de la realidad hasta entonces no analizados. Se pasó de la aceptación sin reservas de este tipo de historiografía a su rechazo más absoluto. En la actualidad existe de nuevo un vivo interés por estas obras ya que, a pesar de todos los límites y condicionantes que presentan, son susceptibles de una utilización mucho más amplia que aquélla para la que tradicionalmente han sido usadas, siendo, en general, un punto de referencia inicial para cualquier tipo de trabajo.

Los límites que éstas ofrecen son muchos y, como veremos, derivan precisamente de las características intrínsecas que presentan, al resaltar cierto tipo de hechos y silenciar otros. La desventaja esencial reside, como cabía suponer, en la focalización social de la información. Son la alta aristocracia y la realeza las que vemos aparecer en la narración, mientras que las condiciones de vida de los grupos menos acomodados aparecen descritas de soslayo y, casi siempre, en el relato de episodios en los que se pone de manifiesto la superioridad o magnanimidad de los poderosos, o en comentarios de tipo general sobre el conjunto de la población. Se trata, por tanto, de una visión en negativo de su realidad. Visión que, evidentemente, responde al hecho de ser las crónicas y las biografías, como la mayor parte de las fuentes escritas, una emanación directa del poder.

Los datos sobre la alimentación de estos siglos varían dependiendo, en primer lugar, de la atención particular que cada una de las crónicas ofrece. Así, aquéllas señoriales o las que narran sucesos particulares son mucho más parcas que las reales. Tenemos que tener en cuenta, además, el contexto en el que aparece la información que nosotros estamos buscando. Así, si ésta está en segundo plano o tiene un carácter secundario respecto a la intención u objetivo de la obra será más fiable y, por ello, menos "subjetiva".

La lectura ideológica es, quizás, la más difícil de realizar, por la peligrosidad que un tipo de análisis como éste muestra y porque los datos directos -de primera mano- que hallamos son escasos. Más sencilla parece la descripción de algunos de los aspectos propiamente materiales del hecho alimentario, si bien no son tampoco fáciles de interpretar. A pesar del gran número de fuentes consultadas y de que ofrecen datos sobre gran cantidad de productos alimentarios, no existe, en gran parte de aquéllos, una secuencia temporal continua que pueda permitirnos hablar de cada uno de esos productos. Esto es, hay algunos que aparecen referidos sólo al siglo XIV, otros al XV y otros al XVI -lo cual no quiere decir que aquéllos que aparecen en el XIV no se consumiesen en el XVI sino, solamente, que no se dice nada-, por lo que no hemos creído conveniente hablar de ellos como si todo sucediese de manera lineal. Sólo el análisis de otro tipo de fuentes puede permitirnos afirmar que tal o cual producto o preparado alimenticio se consumía de igual forma a inicios del XV o a mediados del XVI. Además, estas crónicas recogen aquellos platos y productos de consumo propios y aquéllos característicos de otros grupos sociales en épocas concretas, por lo que no creemos adecuado ofrecer una lista homogénea, sin diferenciaciones.

Las obras utilizadas para realizar este trabajo han sido seleccionadas teniendo en cuenta dos principios. En primer lugar, se ha buscado un período lo más amplio posible pero que presente cierta homogeneidad histórica, y, al mismo tiempo, participe de las características de un período de transición. Por tanto, las fuentes escogidas corresponden, en su mayoría, a los siglos XIV y XV -a pesar de que cubren un arco cronológico mayor que va desde el siglo XIII hasta el XV- si bien hemos añadido un pequeño número de trabajos del siglo XVI para comprobar si existe o no continuidad, en lo referente a la alimentación, entre la época medieval y la moderna.

Por otra parte, dada la escasa diversificación del panorama social que se nos ofrece, hemos querido evitar el carácter unívoco de los datos obtenidos. Hemos seleccionado, pues, obras referidas al relato de diferentes reinados, crónicas de tipo señorial y obras biográficas, ya que, al ser diversos las intenciones y enfoques de los autores, la información que brindan es menos parcial. No hemos rechazado aquéllas que, centradas en el mismo reinado, fueron escritas por autores diversos, porque podían permitirnos encontrar datos complementarios o, en cualquier caso, hallar otros nuevos que se encontrasen en una obra y de los que no se tuviese noticias en la otra.

Antes de pasar a analizar las características propias de la historiografía de los siglos XIV y XV haremos un breve repaso de las características esenciales de este período histórico, ya que aquéllas no se explicarían sin insertarse en un marco socioeconómico concreto.


I. LOS SIGLOS XIV Y XV EN CASTILLA

Según la profesora Carlé, tres fueron los elementos caracterizadores y causantes de las transformaciones de estos siglos: la quiebra del principio de autoridad, las guerras y la difusión de las epidemias y calamidades de todo tipo. Las estructuras socioeconómicas parecen mantenerse, según ella, sin muchos cambios. Sin embargo, como señalaba a inicios de los años 70 el profesor Julio Valdeón, es indudable que en el siglo XIV se asiste a una importante crisis económica y social.

La ruptura del principio de autoridad consistió en el declive y cuestionamiento de aquellas "instituciones" que, hasta entonces, habían sido las que marcaban las directrices sociales, económicas y espirituales de la vida de aquellos tiempos. El primer pilar era, sin lugar a dudas, la Iglesia. Su poder económico y su prestigio social disminuyeron de forma evidente debido, en primer lugar, al descenso y cambio de orientación de las donaciones de la aristocracia y la realeza. De igual forma, la existencia del Cisma de Occidente y de una larga serie de conflictos internos, junto con la intromisión de las altas jerarquías eclesiásticas en los asuntos de gobierno de los diferentes reinos, se encargaron de minar su autoridad espiritual.

La monarquía vio aumentar el proceso de decadencia iniciado ya en el siglo XIII, debido a la prosecución de diversas luchas sucesorias y regencias discutidas cuyo punto culminante sería el reinado de Pedro I. A ello vino a sumarse el hecho de la subida al trono de los Trastámara, dinastía ilegítima y usurpadora del poder legal. No obstante, en el siglo XV, según Luis Suárez Fernández, el prestigio de la institución monárquica se mantuvo siempre, a pesar de la actuación de algunos de los miembros de la nueva dinastía, debido a que era el único elemento que podía hacer frente al poder creciente de la nobleza(3). El cambio de rumbo que se produjo con el reinado de los Reyes Católicos no supuso, en cualquier caso, una ruptura. Es cierto que se aprecian elementos del Estado Moderno como son, la centralización de las instituciones, la lucha contra el localismo y el planteamiento de algunos problemas teniendo como base la economía, si bien permanecieron otros típicamente medievales como fueron el conservar la tradición dinástica, el espíritu de cruzada o el fomento de las uniones políticas mediante los lazos de sangre. Pero, en lo esencial, el reinado de Isabel y Fernando nos ofrece la imagen de una monarquía que es más medieval que moderna.

La nobleza, en último lugar, fuese de rancio abolengo o de nuevo cuño -caracterizada esta última por su af&án de emulación de las formas de vida y de comportamiento de aquélla más antigua- destacó en estos siglos por su deslealtad hacia el régimen, siendo protagonista de múltiples intrigas y rebeliones políticas. En su conjunto puede decirse que ésta fue conservadora a ultranza en lo referente a la estructura económica, y siguió considerando, aun durante el reinado de los Reyes Católicos, que la base de su riqueza y poder económico se apoyaba en la ganadería. Y fue por el control de la riqueza personal por lo que se enfrentaron entre sí los linajes más importantes.

Monarquía y nobleza no pueden estudiarse separadamente en este período final de la Edad Media, al ser la contienda que los enfrentó uno de los elementos más decisivos del momento. Este enfrentamiento se produjo, entre otras cosas, porque la aristocracia castellana(5) tenía unos principios políticos diferentes de aquéllos de la realeza gobernante, principios a los que se unían su enorme riqueza económica y su deseo de "dar al Estado una estructura que ligase en forma en cierto modo contractual al monarca con los miembros de una poderosa aristocracia cuyos recursos crecían sin cesar". Al final, esta situación permitió un hecho paradójico, "el fortalecimiento económico y social de la nobleza de forma tal, que al fin de ella, el rey pudo recobrar su poder absoluto en el orden político pero no en el administrativo". La pugna acabó convirtiéndose en alianza gracias a la nueva política de los Reyes Católicos. Éstos, de forma consciente, y convencidos de que el orden social y político se apoyaban en la existencia de una sólida y sana nobleza, colocaron a ésta en la cúspide del Estado, favoreciéndola en todos los sentidos. El resultado final fue la identificación total entre ambas a la hora de gobernar y estructurar económicamente el país.

Otro de los grandes problemas que marcaron estos dos siglos fue, como podemos imaginar, la guerra. Los siglos XIV y XV, como también parte del XIII y del XVI, estuvieron marcados por la existencia de guerras de origen diverso: civiles, entre los diferentes reinos de la Península Ibérica, contra los musulmanes, entre las diversas facciones de la nobleza, con países extranjeros, etc. Con todo, en estos momentos, "el oficio de las armas" había perdido buena parte de su elitismo y había dejado de ser una actividad privativa de la alta aristocracia, si bien es verdad que seguía siendo una manera de conseguir prestigio social y, a veces, poder económico y político. Las consecuencias negativas de estas guerras fueron, aparte de las pérdidas humanas y los destrozos materiales que causaban, y que afectaban sobre todo a las gentes del común, los enormes gastos a los que tuvieron que hacer frente la Corona y la nobleza. La economía, al menos a nivel coyuntural, se vio afectada debido al abandono de las actividades cotidianas, especialmente la agricultura, al descenso del número de brazos para trabajar, a la falta de fondos públicos, etc.

El tercer gran elemento que caracterizó este período fue la difusión de "las pestes" y el aumento de las catástrofes, especialmente de tipo climático y terremotos. Éstas produjeron el empeoramiento de las condiciones de vida del conjunto de la población, ya que las crisis alimentarias de ellas derivadas vinieron a unirse a los factores de inestabilidad antes descritos. Por su parte, la peste y las "pestes", esto es, aquellas epidemias de tipo contagioso, que tan numerosas fueron en los siglos de la Edad Media y Moderna, aparecieron en un contexto socioeconómico ya de por sí débil por lo que los estragos que causaron tuvieron un impacto mayor: se habla de la muerte de un tercio de la población europea aunque, en realidad, no todas las regiones se vieron afectadas por igual ni en todas se presentaron con la misma intensidad. Junto a la disminución de la población, y como resultado de ella, se produjo una escasez de mano de obra y, en consecuencia, el encarecimiento de ésta, el descenso de la producción y de las rentas y el despoblamiento de algunos lugares.

Analizamos, por último, la situación de la economía. La profesora Carlé señala, en el trabajo que seguimos, que ésta se mantuvo sin grandes cambios, tanto en el ámbito rural como en el urbano, mientras que el comercio siguió funcionando prósperamente. El reflejo más directo de la crisis se hallaría, según ella, en las fluctuaciones monetarias que arrastraron consigo precios y salarios. Sin embargo, Julio Valdeón, en un artículo de principios de los años setenta, afirmaba que en los años finales del XIII se asiste a la inflexión del proceso de crecimiento iniciado en el siglo XI, que tuvo en los años centrales del siglo XIV su punto más álgido. La bases sobre las que se apoyó esta crisis fueron las sacudidas más o menos bruscas que provocó en la población la aparición de la Peste Negra, fuese en su forma de pandemía o de ramalazos tardíos y localizados. Las crisis agrarias golpearon duramente el reino debido a la conjunción de las malas condiciones climatológicas, las cuales provocaron la pérdida de cosechas y ganados, y la consiguiente carestía de alimentos y alza espectacular de los precios en torno a los años 1343-1346; con todo, la etapa más crítica se sitúa en el decenio 1341-1351. Un análisis somero de los precios del trigo, de la carne y del aceite muestra, igualmente, que los trastornos más profundos se produjeron en los años centrales del siglo. Si se afronta el examen de las alteraciones monetarias, lo primero que llama la atención es la abundancia de disposiciones relativas a la normalización de la vida económica del reino de Castilla, lo cual, por sí mismo, es un índice de los importantes cambios que se estaban produciendo; pues bien, los tres ordenamientos principales coinciden con el período mencionado: el de las Cortes de Jerez de Alfonso XI, del último tercio del XIII; el de "menestrales" de Pedro I, de 1351, y el de las Cortes de Toro de Enrique II, de 1369. Por otra parte, las devaluaciones monetarias -las principales se realizan con Alfonso XI, Pedro I, Enrique II y Juan I- son, al mismo tiempo, resultado de la regresión contra la que se intenta luchar y causa de la aceleración de éstas. Y todos estos fenómenos de crisis presentan una clara relación con las tensiones sociales que se observan en estos años.

Del análisis que del período realiza Luís Suárez en los trabajos ya citados, pueden extraerse conclusiones semejantes. La estructura económica se caracterizó por estar controlada por un grupo social concreto, la nobleza, y, ¿acaso no fue el control del poder económico el que llevó a los diferentes linajes castellanos a enfrentarse en una lucha sin cuartel? Por lo demás, la aparente prosperidad de la economía durante todo este período -especialmente durante el reinado de los Reyes Católicos- era frágil y ficticia, al basarse en la utilización de unas prácticas económicas que se apoyaban en un ejercicio político que estaba en crisis y que fue, a medio plazo, la causa del "atraso" económico del Estado moderno. Esta economía era esencialmente ganadera, por ser la lana el principal producto de exportación y la causante de la importancia que se dio a las tierras de pastos frente a las de cultivo, de la organización y protección dadas a la trashumancia y, también, de la política mercantilista seguida. Se trataba de una política que se apoyaba en el fomento de la exportación de materias primas, que impidió, por ello, el desarrollo de pequeñas "industrias" manufactureras nacionales competitivas, y la aparición de un grupo social de tipo burgués que pudiese oponerse o frenar a la nobleza. El sacrificio de la agricultura y la escasa diversificación de ésta eran el resultado de una política económica que no tenía en cuenta las necesidades reales de abastecimiento del conjunto de la población, y cuyos resultados se hicieron notar incluso a finales del reinado de los Reyes Católicos.

En resumen, fue la dialéctica entre estructura económica y actividad política la que favoreció la lucha por el control de la riqueza, que en aquellos tiempos tenía el nombre de tierras y/o ganados. Dialéctica que tuvo, indefectiblemente, que hacer mella en la cultura y mentalidades de la época y en la historiografía a la que éstas dieron lugar.
 


II. LA HISTORIOGRAFÍA BAJOMEDIEVAL

1. LA CONCEPCIÓN DE LA HISTORIA

Según Emilio Mitre la noción de Historia existente en la Europa de estos siglos, incluido el Reino de Castilla, no se caracteriza por su univocidad sino por poseer elementos típicos de un período de transición, esto es, de una época que ya no es medieval pero que todavía no es moderna al presentar características que pueden adscribirse a ambos períodos. De los siglos anteriores se mantiene el providencialismo a la hora de explicar el desarrollo histórico, la periodización clásica de la historia humana, la aplicación del principio de translatio para explicar, apologéticamente, la transmisión del dominio de Roma a los francos y teutones, y, finalmente, el sentido escatológico, e incluso catastrofista, de algunos de los sentimientos de este momento. Entre los elementos de modernidad, Este autor señala la secularización del pensamiento, incluido aquél político, y una aparente -porque es sólo formal- tendencia hummanista ya que, en realidad, las actitudes de fondo siguen estando ligadas a fórmulas ideológicas muy tradicionales.

2. LA HISTORIOGRAFÍA EUROPEA

El profesor Mitre ha realizado, en la obra anteriormente señalada, un estudio comparativo de algunas de las historiografías nacionales europeas de la baja Edad Media. Es interesante comprobar que las situaciones a las que responden todas ellas, incluido el reino castellano, son muy semejantes, lo cual nos indica que se trata de hechos que afectan al conjunto de la Europa Occidental.

La decadencia y declive de las instituciones secularmente sustentadoras del poder y de la ideología dominantes tiene su reflejo en el tono moralizante de toda la literatura de la época, pero también en la sátira de los grupos y valores en crisis. La existencia de la guerra, en sus más variadas formas, da a la Historiografía una de las características esenciales del período, pues, la Historia, se convierte en instrumento de interpretación y justificación moral de diversas acciones y actitudes políticas. Por otro lado, las transformaciones sociales que se estaban produciendo en estos siglos fueron interpretadas de una forma original. A primera vista, parece que existe un desfase entre la evolución histórica real y su reflejo en la Historiografía, hecho que puede explicarse porque, a medida que la sociedad cambiaba y se iban disolviendo las anteriores diferencias sociales "la actitud histórico social de algunos autores trata de revivir la obsoleta idea de la tripartición funcional del viejo orden feudal". El profesor Mitre afirma, asimismo, que algunos autores del bajo Medievo se mantienen "incluso ajenos al medio social del que proceden". Creemos, modestamente, que el desfase del que antes hablábamos es tan sólo aparente. Es innegable que se produce una especie de huida, consciente o inconsciente, de la realidad por parte de algunos historiadores, pero, ¿acaso ésta no viene provocada por la influencia directa que la realidad material y el desarrollo histórico provocaron en los hombres de esa época? Por lo demás, hace ya bastantes decenios, J. Huizinga, en su conocidísima obra sobre el final de la Edad Media, mostraba la variabilidad de respuestas que el hombre de estos siglos daba a su relación con la realidad circundante, siendo éstas incluso opuestas.

A estos mismos cambios sociales podemos atribuir la proliferación de obras históricas de tipo señorial o de aquéllas que relatan sucesos particulares, al igual que de las biografías, sean colectivas o individuales, en las que se narran y se exaltan las "aventuras" guerreras y caballerescas de determinados personajes. No es menos cierto, sin embargo, que la realidad se encargó de forzar la transformación, pausada pero paulatina, de estos puntos de vista.

Señalaremos, para finalizar, que la progresiva aparición de una conciencia nacional en los diferentes estados europeos se refleja en la Historiografía mediante la existencia de unos elementos comunes que son, según el profesor Mitre, la identificación del concepto de patria con el de lealismo político, la exaltación de una individualidad representativa de la "nación", y, finalmente, la defensa de la individualidad de cada reino, especialmente cuando existen conflictos entre estados.

3. LAS CRÓNICAS Y LA BIOGRAFÍA CASTELLANAS

En líneas generales, la evolución de la Historiografía en los siglos finales del Medievo se caracteriza porque, mientras que en el siglo XIV parece producirse el desenvolvimiento de la historiografía oficial y un escaso desarrollo de las obras de tipo señorial, el siglo XV es el del progreso de aquéllas no oficiales. Debemos, empero, distinguir la época anterior al reinado de los Reyes Católicos de aquélla posterior. En el primer período la historiografía no oficial está atenta a la apología social y política del noble y de la nobleza, mientras que la oficial se nos muestra más diversificada. Tenemos, así, las obras realizadas en las diferentes cancillerías sobre diversos reinados, historias universales en las que aparece enmarcada la historia nacional, historias nacionales de tipo general, refundiciones de crónicas compuestas en los siglos anteriores, relaciones de sucesos particulares, y biografías colectivas o individuales. La segunda fase se caracteriza por la transformación de la Historiografía y del historiador, ofreciéndonos compendios y sumarios organizados con el fin de justificar el auge histórico castellano, crónicas que revisan los últimos reinados y aseveran el carácter provisional de la subida al trono de los Reyes Católicos, relaciones de hechos particulares, relatos de frontera y biografías colectivas. Veamos la situación del reino de Castilla analizando el caso particular del que poseemos más información, el siglo XV.

A) LA HISTORIOGRAFÍA CASTELLANA DEL SIGLO XV.

El análisis realizado por Robert Tate sobre la historiografía de este siglo nos ofrece una imagen similar a la trazada por Emilio Mitre para el conjunto de Europa. Esto es, a nivel de valores, la manera de historiar parece vivir anclada en el mundo caballeresco, siguiendo una dirección inversa a la del desarrollo social y económico reales. Al mismo tiempo, y sobre todo a partir de los últimos años de esa centuria, la situación se irá transformando por la aparición de elementos nuevos.

El período inmediatamente anterior al de los Reyes Católicos aparece, aquí también, considerado de manera diversa a aquél posterior. En el primer caso surge una Historiografía caracterizada por la multiplicidad de visiones ofrecidas sobre un mismo hecho o personaje, culminando con la composición de obras opuestas referidas a un mismo reinado. Al contrario, con Isabel y Fernando la Historia ofrece de sí misma una imagen mucho más monolítica. Como quiera que sea, es indiscutible que en ambas épocas predominó una manera de historiar caracterizada por ser apologética y justificadora, cuyo fin último era resaltar la providencialidad del gobierno de los Trastámara, en el primer caso, y del de los Reyes Católicos en el segundo. No es de extrañar. En los dos casos se accedió al trono después de solventar, por medio de las armas, los problemas dinásticos. Por los mismos motivos se recurrió al desprestigio sistemático de algunos de los reinados anteriores: Pedro I, Juan II y Enrique IV.

Ahora bien, los elementos de "modernidad" de los que hemos hablado, ¿son aquéllos que por las mismas fechas ofrecía el Humanismo en otras regiones de Europa? Para responder a esta pregunta analizaremos la obra historiográfica del autor que, tradicionalmente, ha sido considerado el iniciador del humanismo español: Pedro López de Ayala. Un análisis atento y agudo como el que nos ofrece el hispanista Robert Tate nos pone en evidencia que, efectivamente, su obra supone un avance respecto a sus antecesores pero se debe, sobre todo, a su valoración de la función del historiador. Pese a ello, Ayala no puede considerarse humanista porque, en primer lugar, él era un defensor de los intereses de su clase en un momento histórico en el que éstos eran todavía feudales. Por lo demás, "repite las descripciones de Historia expresadas por la Primera Crónica General y emplea muchas de sus técnicas históricas menores. Su estilo deriva de la tradición de la literatura del exemplum o de los tratados teóricos del gobierno. Sus normas de actuación son las propias de una sociedad caballeresca y los personajes históricos que retrata carecen del significado arquetípico de las grandes figuras de la historia clásica". Podría aducirse que él fue el traductor, por ejemplo, de las Décadas de Tito Livio, las cuales, a veces, cita en sus trabajos, pero tenemos que tener en cuenta que veía en éstas ¡un manual de doctrina militar para nobles!, visión muy diferente de la que tenían los humanistas italianos sobre el autor clásico.

Como es de suponer, el resto de la historiografía peninsular permaneció anclada en un pasado, que a estas alturas, tenía ya pocas esperanzas de continuidad. Sólo a finales de este siglo y a inicios del siguiente, el XVI, podremos empezar a hablar de Humanismo, gracias a la obra panegírica elaborada sobre los Reyes Católicos. Su reinado quería inscribirse -con fines automitificadores- en un lejano yy mitológico pasado histórico, y, para ello, se apoyó en dos pilares: la historia imperial romana y la historia de los primitivos pueblos ibéricos, a los que se unieron, después, las hazañas de los godos. Se acabó, pues, presentando este reinado como el de la recuperación de la unidad española arrebatada por la invasión musulmana(22). Podemos comprobar que también este incipiente Humanismo recurre a la creación de mitos justificadores, pero basados en un pasado histórico diferente y que, en el caso preciso que analizamos, presenta elementos diversos de aquéllos que podemos encontrar en otros países europeos.

B) LA BIOGRAFÍA MEDIEVAL

Este género ofrece un panorama de la sociedad de estos siglos semejante, en esencia, al de la cronística, como se comprueba tras considerar los máximos exponentes de este género en Castilla: las Generaciones y Semblanzas de Fernán Pérez de Guzmán, escrita entre 1440 y 1455, y Los Claros Varones de Castilla de Hernando del Pulgar, escrita en 1486, al igual que las crónicas biográficas -o biografías redactadas en forma de crónica- como las dedicadas a Pero Niño, Álvaro de Luna o al Condestable Lucas de Iranzo.

La biografía española adquirió su forma definitiva y se desarrolló, sobre todo, durante los reinados de Juan II y Enrique IV, en una época de crisis en suma. Ahora bien, el género biográfico hunde sus raíces en la tradición clásica, en autores como César, Salustio, Valerio, Máximo y, sobre todo, Suetonio. Este último escribió su obra más importante, La Vida de los Doce Césares, en el siglo II d. C. En ella, sigue un procedimiento compositivo centrado básicamente en las figuras imperiales, cuya historia familiar, vida privada y actividad pública son descritas con un estilo breve y sumamente preciso. Este proceso lo utiliza, también, en su De Viris Illustribus, colección de biografías breves de poetas, dramáticos y retóricos latinos. Posteriormente, este género fue reelaborado por la cultura monástica y caballeresca, un ejemplo de lo cual lo tenemos en la conocida obra de Eginardo, Vita Karoli Imperatoris, escrita antes del año 821 y estructurada según la vida de Augusto de Suetonio.

Las características formales parecen haberse mantenido durante los restantes siglos del Medievo, también en Castilla. Así, por ejemplo, la descripción del personaje, que tenía por lo general fines moralizantes, se hace siguiendo un esquema ideal nada original. De ahí que se perpetúen toda una serie de tópicos, especialmente en lo referente a los vicios y las virtudes que debían poseer los diferentes personajes. El caso castellano es ejemplificador. Aquí, la Historia Roderici, a pesar de ser muy diferente de las obras que estamos considerando, usa una serie de elementos en la configuración del perfil psicológico del personaje que se encuentran también siglos más tarde. De época posterior es la obra de Juan Gil Zamora Liber Illustrium Personarum o Historia Canonica et Civilis, en la que se recogen biografías de santos, emperadores romanos, reyes españoles y otros personajes, escritas, al parecer, con fines didácticos, y de las cuales se habían publicado algunos extractos en la época en que Benito Sánchez Alonso escribía su Historia de la historiografía española.

No obstante, la biografía del siglo XV es, según el profesor Romero, formalmente deudora de aquélla italiana. Según él, ésta penetra en la Península a través del reino aragonés de Nápoles, pero, en Castilla, se desarrolla de manera diversa porque la ordenación medieval de la sociedad es la dominante, y ésta constriñe al individuo impidiendo el desarrollo de la "individualidad". En consecuencia, la biografía hispana incorpora ciertos aspectos formales, si bien en ella nunca aparecen reflejados ciertos ideales y formas de vida renacentistas: "Lejano retoño de la canción de gesta y de la leyenda santa, está todavía más cerca de éstos que no de la biografía italiana contemporánea pese a ser ese el modelo inmediato". Robert Tate, sin embargo, no está de acuerdo con la afirmación de la dependencia humanista, aunque sea en los aspectos formales, de la biografía española respecto a la italiana. Según él, el error de Romero se basa, por una parte, en considerar este género originario de Italia y, por otra, en dar por sentada la dependencia del supuesto humanismo español del italiano. No puede demostrarse, según Tate, que la biografía italiana tenga una influencia decisiva en España en una época en la que, en algunas bibliotecas, se podían encontrar ya ciertas obras clásicas. Afirma que, en el caso de las Generaciones, la estructura retórica no es ajena al modelo de las "artes poeticae" medievales y que, en el análisis fisionómico, pesa más el conocimiento de Suetonio y las lecturas directas o indirectas de diferentes autores clásicos que otra cosa. Interés que, según el mismo autor, se explica por el entusiasmo de algunos autores de la época por una erudición laica.

A pesar de todo lo dicho, lo que a nosotros nos interesa es la cuestión de los valores que aparecen atribuidos a los diferentes personajes. Del examen de éstos, según el profesor Romero, resulta evidente la permanencia de los esquemas y arquetipos medievales -y, por tanto, de los ideales caballerescos y estamentarios, aunque más acentuados en la obra de Pérez de Guzmán o Díaz de Games que en la de Pulgar- que, en los siglos del Medievo, eran los del caballero, el religioso y el santo, de los cuales, en el siglo XV, perviven sobre todo los dos primeros. Ahora bien, la herencia clásica en la descripción de los valores no puede entenderse, creemos, como una continuidad sino como una permanencia reelaborada.


III. EL REFLEJO EN LA ALIMENTACIÓN

Toda la descripción de la situación historiográfica castellana de los siglos XIV y XV nos ofrece una serie de características y elementos que resultan paradójicos a primera vista. Sin embargo, los valores dominantes y las formas de historiar son -sea a nivel formal o de contenido-, a nuestro parecer, los típicos de un proceso de transición, de una sociedad que se está trasformando. Dominan los "modos" medievales más que los modernos, aún en época de los Reyes Católicos, pero se van abriendo paso, no sin dificultad, los "modos" nuevos. El hecho de que los ideales preponderantes sean los de la sociedad caballeresca se explicaría por dos motivos. En primer lugar porque, como venimos repitiendo, la sociedad seguía siendo, en lo esencial, jerárquica, siendo la nobleza el grupo dominante. Y, no es menos cierto, que, a medida que las diferencias sociales y económicas se van difuminando las mentalidades, los ideales y maneras de vivir tienden a quedarse anclados, ya que éstos evolucionan mucho más lentamente que aquéllas.

El resultado, a nivel intelectual, de una situación de este tipo, esto es de una sociedad en transformación, presenta dos niveles de interpretación. Los grupos o élites de poder aceptan conscientemente los cambios que se están produciendo y, por tanto, van asumiendo las nuevas formas de vida y los nuevos valores que éstas conllevan. Al contrario, algunos miembros de estas élites, precisamente porque son conscientes de la transformaciones en curso y no las aceptan, prefieren seguir manteniendo aquellos antiguos principios con los que se sienten identificados: se trata de una huida consciente hacia el pasado y el rechazo de la novedad. Pese a todo, este proceso de aceptación-rechazo no es exclusivo de este período histórico.

Todo el largo ex cursus que venimos realizando nos sirve, pensamos, para entender, explicar y valorar adecuadamente la imagen que ofrecen la cronística y la biografía sobre la alimentación bajomedieval. En efecto, esta alimentación responde a los ideales predominantes en esta época, aunque son, también, en parte, aquéllos mismos que existían siglos antes. Y éstos se pueden asimilar, en muchos aspectos, a los existentes en otras partes de Europa, si bien la situación específica castellana determinaría la existencia de características específicas.


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