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La alimentación en las historiografía - Las fuentes
El código alimentario bajomedieval - Las minorías religiosas
Alimentación y enfermedad - Conclusiones


La Alimentación en la Castilla Bajomedieval: Mentalidad y Cultura Alimentaria
Teresa de Castro

CAPÍTULO QUINTO 

Hambre y Consumos de Crisis


ÍNDICE
I. Las hambres y sus causas

** 1. La información disponible * 2. Tipos de hambre y consumos sustitutivos: A) El hambre general + B) La carestía + C) ¿Igual tipo de consumo sustitutivo?
II. Los alimentos inmundos
** 1. Los alimentos prohibidos * 2. Los alimentos malos y los no tan buenos: A) Los productos cárnicos + B) Los consumos vegetales + C) El canibalismo + D) El canibalismo de los objetos


I. LAS HAMBRES Y SUS CAUSAS


1. LA INFORMACIÓN DISPONIBLE

No es fácil hablar de los productos alimentarios consumidos en situaciones en que escasean los considerados habituales, dada la escasez de testimonios de la que disponemos. Ésta se explica de un lado porque las crónicas existentes sobre el período favorecen ciertos reinados -sobre todo el de los Reyes Católicos- , y, por otro, porque éstas, al igual que las biografías consideradas, son en su mayoría de carácter oficial. Los casos en los que se habla explícitamente de situaciones de sustitución alimentaria son en total 18, repartidos de la siguiente manera: 5 en el siglo XIV, 11 en el XV, y 2 en el XVI; número que se ve reducido si tenemos en cuenta que cinco de los episodios se refieren a dos asuntos idénticos del siglo XV. Además, existe el problema de cómo interpretar la excepcionalidad de los episodios relatados. Si consideramos los ejemplos disponibles como extraordinarios, entonces, por oposición, la situación alimentaria general debería ser bastante buena. Pero si los interpretamos como el punto más sobresaliente de un estado generalizado que, por ello, no viene puesto a la luz, entonces la situación sería totalmente opuesta. A estas consideraciones debemos unir el hecho de que estas citas no van referidas a una misma área geográfica, sino que estudian partes muy diferentes de la Península Ibérica -incluido el reino de Granada- y de la Europa medieval -sobre todo Francia e Italia-. Hecho éste que, al mismo tiempo, es indicador de que muchas situaciones o comportamientos alimentarios eran comunes a muchas partes del Occidente medieval.

2. TIPOS DE HAMBRES Y CONSUMOS SUSTITUTIVOS

Para entender cuál era la situación alimentaria de los siglos finales de la Edad Media debemos tener en cuenta que el desarrollo agrícola y la estructuración y mejora de los sistemas de abastecimiento y de las redes comerciales producidos después del siglo X permitirían una mejora, en todo Occidente, de las condiciones alimentarias de la población(1). Pese a ello, una rápida ojeada a nuestras crónicas nos da ya un indicio de que había otra serie de elementos que dificultarían el aprovisionamiento de la población a todos los niveles sociales: la guerra y la climatología.

El contexto en el se describen los episodios de sustitución alimentaria es el de la narración de las situaciones de hambre. En éstas aparecen dos tipos de crisis alimentarias: las hambres generalizadas y las carestías, las cuales no tienen un igual reflejo en la cronística. Tan sólo el 25% del total de los treinta casos con los que contamos nos habla de las primeras, mientras que las segundas suponen el 60% del total. El 15% restante se refiere a hambres de tipo general pero en las que no se indica la causa. Aunque podemos suponer que éstas serían de tipo climático, la primera categoría supondría, con todo, sólo el 40% del total de las menciones.

A) EL HAMBRE EN GENERAL.

Es aquélla extensible a toda una región o reino, incluso al conjunto de la Península. En los siglos que estudiamos estaba provocada, por lo general, por el efecto de la climatología sobre las cosechas: demasiada lluvia o falta de ésta, nevadas o granizadas fuertes, inundaciones o sequías, que causaban una serie de efectos que pasamos a describir en palabras de dos de los cronistas de la época. Se trata de dos ejemplos de crisis alimentarias que, con un siglo de diferencia, aparecen descritos en la Crónica del Halconero de Juan II y en las Memorias del Reinado de los Reyes Católicos. Empezamos con la crisis de los años 1434-1435:

"Dos días antes de Todos los Santos, en el año de 1434 años, començó vna fortuna de agoas e niebes en Castilla (...). E duró esta fortuna fasta syete días andados de henero del año de 1435 años; que en todos estos días nunca çesó, de noche ni de día, agoa o niebe. Salbo cinco días la primera vez fueron, e dende a veinte días (...) otros dos días, e dende a otros buenos dias vn día (...).
E lleuó molinos tantos en el reyno, que no se podrá auer farina nenguna. E tanta fué la fambre en la corte, que vn pan que valía vna blanca llegó a valer dieciseis marauedís; e tanto fué el aprieto, que los que a la sazón estauan en la corte enviaron su gente a buscar de comer por las aldeas (...).
E murieron muchos ganados e muchas vestias; (...).
Lo que guaresçió a muchos logares fué que en los arroyos que en verano no solían correr avía molinos para el ynbierno (...).
(...) quedó la tierra tan calada de agua, que duró grandes días que los labradores no podían arar ni sembrar (...). E después fizo buen tienpo fasta diecisiete días o dieciocho; e luego tornó otra fortuna de nieues e aguas e vientos, que duró fasta vn mes. E después fizo tienpo enxuto, que no llouió, fasta el día de Sancta Maria de março. E llegó el pan, así trigo como çeuada, e todas las otras cosas, en muy gran carestía (...).
(...) víspera de Todos Santos, año del Señor de 1434 años, començó a llouer en Seuilla, e llouió continuadamente asta sábado 11 días del mes de dezienbre seguiente, que fueron quarenta e dos días (...).
E este día (4 de diciembre de 1435) obo muy grande mengoa de pan e carne en la çibdad, e de todas las otras viandas, e la gente se vido en grande priesa por mengua de leña (...).
E tanta fué la mengua en este día (5 de diciembre) de gran cantidad en todas las cosas, especialmente de ver la fortuna de la agua, en la çibdad avía muy grande mengua de pan, en tanto grado que dauan tanto quanto demandauan por ello. E muchos honbres de pro e de manera andaban buscando quién les moliese por las acostunbradas ataonas trigo, o que lo trocasen o les vendiesen arina al presçio que quisiesen; e no fallauan (...).
E onbres ovo que ayer ni oy no comieron pan, muchos por necesidad, avnque no por fallescimiento de dineros (...).
E en este dia se molió el almud de trigo a tres blancas; e bien fuera que siquier a dos marauedís porque oviera avasto a la gente, non los dieran por mal empleados. A esso mesmo costó el pan en los fornos a çinco e a seys marauedís de cozer el arroba, por la grande mengua de la leña que avía a Seuilla por nenguna parte (...).
Este día (6 de diciembre) bino asaz pan de Alcalá de Guadayra e de los panaderos de la çibdad a las plazas. E vendióse asaz vuen presçio; e, (...) no pujó (...) más de lo que primero valía, conbiene a sauer, a trece e a catorce marauedís el trigo, e a diez marauedís e medio la çeuada".

Muy similar es la descripción de la carestía de los años 1502-1507 narrada por el cura de Los Palacios, Andrés Bernáldez:

"En el año de MDII no se cojó mucho pan en toda Castilla. El año de MDIII se cojó pan en toda Castilla. El año de MDIV se cojó menos, e en los meses prosteros dél se fizieron muy buenas sementeras y muchas. Y entrando el año de MDV, vinieron tantas de aguas en todos los meses del invierno, enero, febrero e março y abril, y tantas avenidas, unas en pos de otras, y tan espesas (...), en tal manera, que por la mayor parte se perdieron, e se cojó muy poco pan. Y desde el año de MDII estava puesto coto en el pan en toda Castilla (...), que no pasase una fanega de trigo de çiento e diez maravedis, e una de çevada sesenta maravedis, e una de çenteno setenta maravedis (...). Y por estas penas avía muchas cabtelas, y fazían amasar el pan los que lo tenían, y corría el pan de unas tiendas en otras; y los que lo conpravan davan por él el dicho prescio y más el acarreto, que acontesçió costar una fanega de trigo de sólo acarreto doçientos o treçientos maravedis, e aún más (...).
El dicho año de MDV, en cavo dél, en las sementeras, sembraron con muy pocas aguas que hizo, y hecha la sementera vinieron algunas aguas, con que se criaron los panes, e después nunca llovió, febrero ni março ni abril; e secarónse los panes sin granar, el año de MDVI, dellos en el çurrón, dellos antes, y dellos espigados (...). Este año no ovo yerba, e muriéronse las vacas, y en las ovejas ovo poco dapno. Encaresçióse el pan en demasiada manera, no se pudo tener el coto (...).
Este año de MDVI se cojó comunal pan en la Andaluzía (...). Y por contra, en Xerez, Lebrixa, Utrera, Alcalá, Sevilla, Carmona, Marchena, Osuna, Eçija, Córdova con sus tierras, y en el condado de Niebla e costa de la mar, ni en toda la sierra de Aroche, ni en la Sierra Morena, ni en el maestradgo de Santiago, de las provinçias de Llerena e Mérida ni en la tierra de Extremadura (...), no se cojó pan más ariba, por Castilla e en algunas partes se cojó algund pan, de donde algunas destas provinçias lo ovieron. E fue muy grand hambre (...), e despoblábanse los lugares e las villas (...).
El conçejo de la çibdad de Sevilla enbiaron por pan a Flandes a Seçilia (...); mandaron a pregonar que qualesquier personas que trugiesen pan a Sevilla por la mar, fuesen francos de alcavala de todo el pan que vendiesen (...). E ansí como este pan vino, abaxaron los preçios, la fanega de lo de Flandes a çinco reales, e de los de Seçilia e de las otras partidas de Africa e Levante a nueve reales la fanega, e poco más e poco menos. E basteçiose tanto la tierra deste pan, que duró hasta todo el año de MDVII (...)".

Como vemos, se trata casi siempre, de crisis de tipo circular, debido a la interrelación de los desastres sobre las cosechas de un año y los del sucesivo. En primer lugar se veían afectadas las cosechas, produciéndose la disminución o escasez de los productos cultivados -especialmente el grano-, que eran los que constituían la base de la alimentación. Éstos se encarecían, especialmente cuando los especuladores comenzaban su política de acaparamiento. De esta manera, la posibilidad de adquirir el escaso alimento disponible quedaba reducida a un grupo social que podía permitirse el lujo de obtener estos "mantenimientos" al precio que fuese. De todos modos, esto no era siempre así ya que, a veces, la propia penuria hacía tabla rasa de las diferencias sociales. Por otra parte, estas catástrofes dañaban de manera considerable al ganado y a la caza, con lo que se eliminaba un recurso alternativo de aprovisionamiento. El resultado inmediato era la transformación, a la baja, de la alimentación: menos cantidad y peor calidad. Con todo, sus efectos más destructivos se producían a medio o largo plazo, cuando el debilitamiento acumulado y la subalimentación dominante favorecían la extensión de ciertas enfermedades y la difusión y mayor gravedad de las epidemias.

Este tipo de carestía adquirió en la baja Edad Media una "peligrosidad" que no tenía en los siglos anteriores, debido a la "forzata adozione di un regime alimentare di base cerealicola sempre più monotona". Este régimen era menos flexible que el altomedieval, porque poseía un mayor grado de dependencia de los sistemas de abastecimiento y mercado, careciendo, como aquél, de la válvula de escape que suponía el disfrute mayoritario de los recursos silvo-pastoriles. En resumen, en el bajo Medievo las carestías incidían más y más catastróficamente que en los siglos anteriores, a pesar de los dispositivos de control del abastecimiento de los municipios bajomedievales. Otro factor a tener en cuenta, para finalizar, es que ciertas políticas económicas y comerciales "estatales" -como aquélla seguida por los Reyes Católicos- tuvieron también efectos negativos sobre la alimentación real de los hombres que habitaban la España de estos siglos.

B) LA CARESTÍA

Se trata de un hambre, por lo general, más corta -reducida en el espacio y en el tiempo- pero al mismo tiempo más violenta, por lo que conducía a extremos de consumo peligrosos. Tienen su origen en causas no naturales, en las luchas y guerras intestinas que desgarraron la Península en los siglos finales del Medievo. La guerra tenía en estos siglos unos mecanismos concretos de actuación para conseguir el debilitamiento del adversario, como eran la tala y quema de los cultivos, la sustracción de ganados, o la dificultación del aprovisionamiento mediante los recurridos "sitios". Mecanismos que no siempre eran efectivos, como reconoce el mismo Alonso de Palencia cuando afirma que los moros granadinos, objeto prioritario de los ataques de los reinos cristianos, recibían, de hecho, poco daño de las talas y emboscadas a no ser que el ejército invasor fuese realmente poderoso(17).

C) ¿ESTOS DOS TIPOS DE HAMBRES TRAEN CONSIGO UN MISMO TIPO DE CONSUMO SUSTITUTIVO?

Desgraciadamente, la exigüidad de los datos nos impide realizar un análisis comparativo detallado de la casuística. No obstante, a primera vista, aparece un hecho destacable: cuando faltaba el pan -desencadenante material y psicológico del hambre- el alimento de reemplazo que viene citado no es, como podría esperarse -en el caso de los cercos militares- otro producto vegetal, sino diferentes tipos de carne. Fenómeno que no se constata en el caso de las hambres generales. Ello podemos explicarlo por motivos de necesidad y de oportunidad. En un cerco, los productos sustitutivos, llegados a un cierto punto, no se pueden elegir y se consume sólo aquello que está a la mano o, por el contrario, se claudica ante la muerte. En una crisis alimentaria provocada por la existencia de malas cosechas, los productos que pueden suplir a aquéllos de los que se carece son mucho más amplios: hierbas y plantas silvestres, frutos del bosque, productos de la caza, etc., aunque la disponibilidad variará según la época del año. Pese a ello, a medida que empeora la situación esta norma empieza a cambiar, pudiendo decirse que la gravedad del hambre se puede medir por el tipo de productos de sustitución: más "repugnantes" a medida que empeora la situación. En palabras de Pierre Bonnassie "..., la chasse ne peut durablement nourrir les hommes privés de pain. Certes, lors les disettes de faible ampleur ou dans les périodes initiales des grandes famines, le recours qu'elle procure est appréciable. (...). Ses apports deviennent illusories, nous dit Raul Glaber, lorsque survient l'urgens fames acerrima. Les hommes n'ont plus (...) la force de se lancer dans les longues tragues. Ils se limitent à tuer les animaux qui vivent dans leur entourage ou ceux qui n'étant pas habituellement chassés (...) sont plus faciles à surprende. Ils se bornent plus encore à ramasser les bêtes mortes que le hasard place à portée de leur main. (...) la gamme des nourritures carnées consommées par les hommes en proie à la faim est la même que celle des aliments frappés d'interdit".


II. ALIMENTOS INMUNDOS

1. LOS ALIMENTOS PROHIBIDOS

Antes de pasar a analizar cuáles eran aquellos productos, vegetales o animales, consumidos en momentos de crisis alimentarias en la baja Edad Media, necesitamos saber qué era lo que aquellos hombres entendían por consumo inmundo. Si decimos que siempre ha habido alimentos tabú puede parecer una perogrullada, pero en realidad no lo es. Sabemos que en la Edad del Bronce se dejó de comer el perro, o que la prohibición de comer cerdo se remonta al año 2000 antes de Cristo. Ahora bien, nuestro interés estriba no sólo en describir cuáles eran los alimentos prohibidos en la Edad Media, sino también el porqué del mantenimiento o transformación de las consideraciones sobre ciertos productos a lo largo del tiempo. Las prescripciones alimentarias imperantes durante la Edad Media, en el conjunto del mundo occidental en general y en la Península en particular -incluido el mundo hispanomusulmán-, tienen su origen en los preceptos bíblicos, en concreto en aquéllos posteriores a la ley mosaica. La consideración esencial para la aceptación o no de un producto se basa en los conceptos de puro e impuro. Puro será todo aquello que más se acerque a los designios del Creador, mientras que impuro será lo que más se aleje: lo vegetariano será lo puro, lo carnívoro lo impuro. Dentro del mundo de los animales, puro es el producto animal que está físicamente íntegro y que se puede clasificar dentro de una categoría precisa de seres naturales, sean los de mar, tierra o aire; impuro es aquél que presenta elementos defectuosos o taras y que, por ser híbrido, no puede encajarse en uno de los grupos establecidos. A estos dos conceptos hay que unir el tabú de la sangre.

Con la aparición y difusión del Cristianismo se produjo una ruptura en el campo alimentario de valor similar a aquélla que supuso el cambio de la alimentación después del Pecado Original. La característica esencial de esta alimentación es la mezcla, el ser mixta; elemento, éste, que entrará a formar parte de las valoraciones alimentarias del alto Medievo. Durante este período histórico la Iglesia retomó, a través de los Libros Penitenciales, muchos de estos elementos del Antiguo Testamento, a los que se unieron, según Maria Giuseppina Muzzarelli, las sugerencias de los Padres de la Iglesia, de los sínodos y concilios más importantes, y, en manera bastante marginal, el conocimiento de la realidad de la época.

El historiador P. Bonnassie ha deducido la existencia de siete tipos de prohibiciones alimentarias después de examinar algunos de los Penitenciales del Norte de Europa, que, por lo demás, son idénticas a las encontradas en los libros italianos estudiados por la historiadora transalpina. Está vedada, la carne de especies calificadas de impuras por su propia naturaleza, valoración que evolucionará con el paso del tiempo: los perros, gatos, ratas, reptiles, caballos, etc; la de animales inmolados a divinidades paganas; o la de aquéllos mancillados por un contacto sexual con el hombre; o que hayan consumido carne o sangre humanas; los alimentos manchados por un contacto cualquiera con un animal impuro, o que hayan sido devorados parcialmente por otros. Por ejemplo, los productos en los que se descubre un pequeño animal vivo o muerto, o los que sufren el ataque de fieras salvajes; los alimentos que no hayan sido cocidos bien. Y, finalmente, la carroña, que incluiría, implícitamente, la humana. Todas estas normas conservan de aquéllas mosaicas "que lorsqu'ils ont été confirmés par le Nouveau Testament", es más, "la Bible ne fournit donc guère que des principes. L'Eglise du Haut Moyen Âge interprète, module et applique ceux-ci en fonction des circonstances dans lequelles elle se trouve placée, en fonction, en particulier, de la lutte qu'elle mène contre le paganisme".

Las conclusiones que podemos extraer al examinar este tipo de vetos son las siguientes: - Responden a las exigencias de un período histórico preciso. - Tienen un marcado carácter religioso -natural, si tenemos en cuenta el tipo de fuentes de las que disponemos- por lo que los motivos no religiosos de éstos habrá que deducirlos de los análisis de tipo antropológico. - La mayor parte de los existentes afectan a la carne, probablemente porque es el primer consumo post-paradisíaco. - El canibalismo, no viene mencionado. - Se trataría de normas poco respetadas ya que aparecen repetidas una y otra vez, signo evidente de su trasgresión. - Son, por último, prohibiciones que se excusan en casos de extrema necesidad. El peso de la realidad, de las circunstancias cotidianas, sería, pues, más fuerte que cualquier tipo de precepto, quedando ésta como ideal alimentario en los repliegues del subconsciente del hombre medieval.

Estas prescripciones dietéticas no son las mismas que las que existían en el mundo musulmán medieval, si bien tienen una serie de concomitancias con aquéllas. Dado que de ellas nos ocupamos ampliamente en otra parte de este trabajo, nos limitaremos a resumir lo allí dicho. La reglamentación alimentaria musulmana se apoya en tres pilares principales: el Corán, los hadits del profeta y los trabajos de jurisprudencia de las diversas escuelas. El Corán, al establecer una regulación concreta, tenía como objetivo fundamental acabar con las tradiciones paganas e idólatras y luchar contra los comportamientos basados en la superstición y la ignorancia, siendo los consumos ilícitos la sangre, el cerdo, los animales consagrados a otros dioses, y la carroña, que comprende a todos los animales muertos con fines no alimentarios. Los adts, que a veces son contrapuestos, añaden los caballos y los mulos, los animales carroñeros, los de presa, los de compañía y los reptiles. Para finalizar, las leyes alimentarias postuladas por las diferentes escuelas de jurisprudencia, que tenían en cuenta otras fuentes aparte de las ya indicadas, incorporan otras especies que engrosan la lista de prohibiciones y matizan algunos aspectos del consumo; sin embargo, las diferencias entre ellas eran en algunos puntos tan opuestas que sería imprudente generalizar demasiado.

2. LOS "ALIMENTOS MALOS" Y LOS "NO TAN BUENOS"

Si pasamos a la realidad descrita por la cronística castellana bajomedieval vemos que, de toda la normativa descrita anteriormente, sólo dos casos aparecen considerados cuando se hace referencia a episodios de crisis de subsistencias: el consumo de animales impuros y el de carroña humana.

A) LOS PRODUCTOS CÁRNICOS

El uso alimentario del caballo ha visto cambiar a lo largo de la Historia la valoración que sobre él existía. En efecto, éste era comido por muchos pueblos europeos altomedievales no cristianos (británicos, alemanes, polacos, etc.) por lo que la Iglesia del primer período del Medievo prohibió su uso para impedir la persistencia de elementos de paganismo entre los pueblos recién cristianizados, aunque era tolerado siempre que no se tratase de una costumbre. El rechazo habitual de este animal se debería, en parte, al hecho de la condena de las diferentes normativas religiosas pero también, y sobre todo, a una serie de factores extrarreligiosos. El más importante sería que el caballo era en la Edad Media, especialmente entre la cultura cristiana, un instrumento de guerra, una "máquina bélica", aparte de un elemento identificativo de un grupo social que se dedicaba a esta actividad y que ejercía el papel de dominador de la sociedad: la caballería. Por tanto, debía ser casi imposible que el animal que daba su "esencia" al caballero -con el cual, por otra parte, formaba una especie de prolongación- fuese consumido. Además, no era un animal muy abundante, por lo que tendría un alto precio, índice, a su vez, de la alta apreciación de éste. Esta alta consideración del caballo se traduce en nuestras crónicas en una postura aparentemente opuesta, si bien, de hecho, podemos comprobar que se trata de un caso más de consumo producido en una situación de mengua de abastecimientos:

"El Rey de Castilla, e don Álvaro de Luna, e los de dentro, llegaron a tanto estrecho e mengua de viandas, que mataron algunos caballos que dentro tenían, e comieron dellos el Rey, e don Álvaro de Luna, e el conde don Fadrique, e los otros (...). ¿Quál carne más preciosa que la de aquellos caballos? ¿Que manjar más suave que aquél? Qualquier que lo comía, no solamente fazía clara e limpia su sangre, mas la de su generaçión; examinaba su lealtad, e daba enxemplo de su virtud, e procuraba la libertad e soberana preeminencia de su Rey".

La asunción, aquí, de la carne del équido viene identificada con la asimilación de las virtudes que se atribuían normalmente al animal. En realidad, se trata del polo opuesto de una de las manifestaciones del aprecio que existía en estos siglos por este animal.

El resto de los équidos no tendría, desde luego, una valoración tan positiva como la del caballo, debido a que serían mucho más numerosos y a que jugarían un papel social significativo. Económicamente tenían gran importancia en el desenvolvimiento del trabajo de los grupos sociales inferiores. Parece que nunca existieron muchos problemas para consumir carne de asno o mulo, si bien su uso no estaría muy extendido. De hecho, nosotros sólo hemos podido rastrearlo en los momentos de crisis alimentarias, lo cual indica que su papel económico les tendría apartados del ámbito alimentario hasta que, por su vejez o pérdida de facultades, ya no fuesen útiles para el ciclo de trabajo. Sería, también, un indicio de un consumo no muy apreciado, de que en épocas normales se prefería otro tipo de producto cárnico.

B) LOS CONSUMOS VEGETALES

Como decíamos anteriormente, los productos de origen vegetal ocupan un lugar minoritario en la casuística de los alimentos sustitutivos analizados. No por ello debemos pensar que la importancia de éstos fuese despreciable. Al contrario. Ya hemos insistido bastante en señalar el peso que tenía el pan, el alimento vegetal por excelencia, en la baja Edad Media castellana cristiana -y en la no castellana, y en la no cristiana-. Su ausencia era sentida como la causante del desencadenamiento del hambre, aunque presentaba dos connotaciones bien diversas: si lo que escaseaba eran todos los productos panificables, el alimento sustitutorio debía ser, por fuerza, uno de origen animal; pero, si lo que faltaba era un tipo de pan concreto -que sería el caso más frecuente-, aquél consumido habitualmente, la situación era muy diferente.

¿Cuáles eran, pues, los productos vegetales a los que se recurría en período de necesidad? En primer lugar, lo eran toda una serie de cereales panificables usados tradicionalmente en épocas de escasez. Son los llamados cereales secundarios: centeno, sorgo, mijo, cebada, etc. Esta última sería, con casi toda seguridad, la más utilizada y la primera en serlo; fenómeno éste que se explicaría por su fácil accesibilidad, al ser alimento habitual de muchos animales, especialmente de los equinos. Así ocurrió en la carestía de 1470 en Castilla o en la existente en la Málaga musulmana en 1487. No obstante, también servirían todas las plantas gramíneas, entre ellas la grama, usada durante la crisis castellana del año 1301 o en la del año 1470.

Si, por el contrario, existía penuria de cereales se echaba mano, primero, de todos aquellos productos que pudiesen reducirse a harina y panificarse, especialmente las legumbres: habas, garbanzos, almortas, judías, lentejas, guisantes, etc., si bien nuestras crónicas mencionan solamente el pan de legumbres pero sin especificar. Con todo, podemos suponer que las tres primeras mencionadas, citadas como producto sustitutivo aunque no como pan, harían referencia precisamente a éste. Posteriormente, se recurría a cualquier producto, saludable o no, que permitiera saciar el apetito. Este fue el caso de los habitantes de Málaga que, empujados por la extrema necesidad del mencionado cerco cristiano, pasaron, cuando la situación empeoró, de consumir pan de cebada a comer pan de tronco de palma. Las consecuencias no se hicieron esperar y se produjo la muerte de muchas personas, debido a que "desque bevían el agua sobre ello, morían (...) ca se hinchavan con ello e morían (...)". Se trata del pan salvaje, del pan del miedo del que habla Camporesi.

La lista de productos vegetales a los que se acudía en caso de necesidad debió ser amplísima:"El triblo de agua, la bellota (...), el nabo, la nabiza, la grama, el altramuz, la chirivía, la achicoria silvestre, los piñones, la avellana, la sorba, la calabaza, las hojas de los olmos, el lupino, las habas, las diferentes legumbres (por no hablar de las mezclas de cereales inferiores...), y en general todas las raíces más inocentes y más sabrosas componían el increíble depósito de ingredientes impropios que, una vez hervidos, desecados, machacados, pasados por el cedazo, reducidos a harina y mezclados de formas variadas podían convertirse en un pan incierto y aproximado, vagamente afín al pan de trigo". Esta enumeración, si bien alude a los siglos del Antiguo Régimen, coincide en gran medida con los productos panificables de sustitución que se utilizarían en la España musulmana según Lucie Bolens. Ésta, tras estudiar toda una serie de tratados andalusíes, descubre cuatro fases en la panificación de épocas de crisis: 1/ panificación a base de plantas cultivadas, ya sean cereales (arroz, mijo negro o sorgo, panizo), leguminosas, plantas forrajeras u hortalizas (habas, lentejas, habichuelas verdes, judías, almortas, guisantes, arvejas o yero, altramuces, adormidera, mostaza verde y silvestre, puerro, cebolla, ajo, berenjena), frutas (pera, higo, membrillo, palma, agraz, cidra). 2/ Panes realizados a partir de la naturaleza silvestre: serbal, acerolo silvestre, verdolaga, achicoria silvestre, bellota, castaño, pino, nogales de montaña, avellanos silvestres, etc. 3/ O a partir del tratamiento de los huesos de diferentes productos: dátiles, azufaifa, serba, acerola, melocotón, uva o bayas diversas; o bien utilizando, después de reducirlos a harina, diversos frutos secos: pistacho, avellana, chufa, etc. 4/ Finalmente tenemos aquéllos elaborados partiendo de plantas medicinales experimentadas o reconocidas, o de raíces transformadas en comestibles mediante recetas medicinales: al-mrm, llantén, buglosa, zarza, ortiga, kris, abb al-faqad, alholva, yaro, cardos o alcachofas silvestres, nabo silvestre, jengibre sirio, ajo silvestre, hojas de viña, etc.

Se puede suponer, por tanto, que los productos sustitutivos utilizados en la Castilla bajomedieval no debieron ser muy diferentes de éstos. Pese a todo, nosotros podemos citar sólo aquéllos que aparecen explícitamente mencionados en las fuentes que estamos utilizando y que son, las castañas, las pasas, ambas panificables, o el trigo cocido. El grupo vegetal más utilizado estaría compuesto, sin embargo, por las, llamadas genéricamente, hierbas: plantas enteras, hojas, tallos, raíces, flores, frutas. El consumo de éstas, fuesen o no comestibles, traería consigo graves perjuicios para la salud, que iban desde la enfermedad (las cámaras de los soldados españoles en Cefalonia) hasta la muerte. Asistimos, pues, al desvanecimiento de los límites entre el mundo animal y el humano, hecho que no siempre era bien soportado. Precisamente el motivo que aducen los hombres del Condestable Álvaro de Luna para negarse a consumir yerbas en un momento de dificultades alimentarias es: "que no eran ellos bestias que avían de comer las yerbas...".

Cuando se producían situaciones en las que lo que fallaba no eran los abastecimientos sino los medios para transformarlos en productos de consumo habitual, como en el caso de la cochura del pan, se improvisaría sobre la marcha. De esta manera, el Gran Capitán suplió este problema durante su estancia en Italia de la forma siguiente:

"Mandó hacer algunos pequeños molinos de a brazo, los cuales en cada una galera eran movidos por los forzados. Faltando cedazos para sacar el salvado, quitó a las mujeres de las cabezas algunos velos muy delicados. Hicieron algunos hornos pequeños en la ribera para donde se cociese el pan".

C) EL CANIBALISMO
 
Ya hemos señalado en otro contexto que la antropofagia es uno de los tabúes alimentarios más fuertes y perdurables, pues llega a nuestros días y se remonta, al menos, hasta los tiempos bíblicos. De hecho, ni siquiera aparece mencionado en las normas de los Penitenciales ni en la mayor parte de las fuentes narrativas estudiadas por Pierre Bonnassie. Es más, este historiador atribuye su ausencia en la cronística -sobre todo en la oficial- precisamente al hhecho de ser un tabú muy fuerte.

En realidad, en todas las obras por nosotros consultadas, sólo hemos podido hallar tres referencias relacionadas con dos casos concretos, uno español y otro francés, de los siglos XIV y XV respectivamente. Ejemplos escasos, si tenemos en cuenta la abundancia de situaciones de guerra, asedio y hambres descritas, las cuales, en cualquier caso, no nos permiten por sí solas llegar a conclusiones fiables. En nuestra ayuda vienen, no obstante, dos trabajos que abarcan cronológicamente los siglos inmediatamente anteriores (VII-XII) y aquéllos posteriores (XVI-XVIII). Si éstos describen las mismas situaciones y con las mismas características que las narradas por las crónicas, podemos suponer, con cierto grado de fiabilidad, que, en la época que estudiamos, la información, por muy escasa que sea, no nos engaña.

Los casos que hemos encontrado son consecuencia del asedio a dos ciudades durante un largo período de tiempo: Toledo y Perpiñán. Esto es, se trata de "canibalismo de supervivencia", de aquél que aparece en situaciones desesperadas, de extrema necesidad. El tipo de canibalismo descrito en estos casos concretos tiene dos vertientes. En primer lugar se nos dice que las madres comen a sus hijos. Se trata, quizás, del punto culminante del efecto del hambre sobre el comportamiento humano, al traer consigo la ruptura de los lazos familiares y de sangre, y la superposición a éstos de uno de los instintos más básicos del ser humano. Es curioso que, en las dos ocasiones en que aparece este hecho, la coprofagía aparece al final de la enumeración: la descripción de los sustitutivos alimentarios empieza con aquellos consumos "menos malos", enumerándose de forma progresiva aquéllos más repulsivos hasta llegar precisamente al que nos ocupa ¿Casualidad?

Se menciona, de otro lado, que se consumen los enemigos, bien sea en forma de restos humanos que se encuentran a la mano, bien "sacrificando" a propósito a los prisioneros. Así, los participantes en la primera Cruzada, siguiendo los consejos de Pedro el Ermitaño, comieron los cadáveres de los turcos muertos en combate, según nos cuenta la Chanson d'Antioche. Pero, ¿por qué no viene señalado el consumo de cadáveres propios? O dicho de otra forma, ¿por qué se especifica que son los de los enemigos? Posiblemente, porque para los hombres de aquel tiempo debía tener un significado distinto. En primer lugar, primaría la necesidad material de alimentarse, y, llegados a ciertos extremos, la carne humana engrosaba las filas de los productos de crisis. Por lo demás, el historiador Michel Rouche y el antropólogo Piero Camporesi ven en este tipo de actitudes una serie de valores sagrados o místicos: comer la carne de un enemigo podía permitir la asimilación de sus virtudes o la neutralización de su poder, pero también podía tratarse de un acto para impedir la resurrección de los cuerpos de los enemigos, una especie de destrucción espiritual.

Sorprende a todas luces la ausencia de menciones de canibalismo referidas al mundo musulmán andalusí. A pesar de todo, los comportamientos descritos anteriormente se producirían también en el mundo musulmán y no sólo en el español. Así, por ejemplo, el físico de Bagdad Abd-al-Latf (1194-1204), en la descripción de una grave carestía que se produjo en Egipto entre los años 1200-1202, nos cuenta que "There were accounts of parents consumings children, phisicians consuming patients, and the sale of human flesh". Episodios de canibalismo pueden ser documentados asimismo en 22 períodos de hambre en el mundo islámico.

Concluiremos con Camporesi que aunque la antropofagia no aparezca explícitamente reflejada en las fuentes, debió estar bastante difundida no sólo en el Occidente medieval, del cual son reflejo nuestras crónicas, sino también en la Europa de la Edad Moderna, y no sólo en épocas de crisis. Las fábulas de los ogros devoradores de carne humana y de hombres "salvajes" que aparecen en los poemas caballerescos de los siglos XV y XVI son, según el autor italiano, un testimonio indirecto de este fenómeno.

D) Y AL FINAL, EL "CANIBALISMO DE LOS OBJETOS".

Hablaba Pierre Bonnassie, en el trabajo tantas veces mencionado, de la existencia de dos actitudes constantes en las poblaciones afamadas del alto Medievo: "L'une raisonée: faire du pain à toute force, en mettant à profit les techniques de survie élaborées par de genérations d'independents (...); l'autre (...) de panique (...) à chercher leur ultime salut dans l'imitation des animaux...". En efecto, acaso los pocos ejemplos que nos ofrecen las crónicas ¿no nos han puesto de manifiesto que también en la baja Edad Media y en contextos culturales diversos existen éstas, aunque prima, sobre todo, la segunda? ¿No son muestras de pánico el consumo de productos dañinos, cadáveres humanos o animales "inmundos"? El pánico, a decir la verdad, es el Leif-motiv de una situación de crisis alimentaria. Él es el que en muchos casos permite salvar la vida, pero también eliminarla en otros; el que destruye barreras entre humanos y bestias, entre humanos, entre familias; el causante de la enajenación mental del afectado, de su cambio de comportamiento y actitud, el que marca la ruptura entre el mundo real y el onírico.

No es difícil imaginar el sentimiento de desesperación que aquellos hombres debían sentir cuando, casi agotados los últimos recursos alimentarios, quedaban los "cueros" de los escudos, los cinturones, los zapatos, los cueros de las vacas o las "yerbas" del campo. En este proceso de sustracción a la realidad el objeto parece adquirir vida propia, transformándose en un sujeto. En la mente del hambriento alucinado, de aquél que ha superado, o tiene que superar, el comerse a su perro o a un cadáver o a su hijo, un zapato cualquiera aparece como un provocador. Y el pobre ser humano, que ya no es dueño de sus actos, no tiene más remedio que devorarlo, cortando y arrancando con decisión, destrozándolo con mano temblorosa pero decidida para, finalmente, echarlo a la "olla".


Introducción - Bibliograf&iacuute;a
La alimentación en las historiografía - Las fuentes
El código alimentario bajomedieval - Las minorías religiosas
Alimentación y enfermedad - Conclusiones


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