El
impresionante Trofeo Ramón de Carranza, conquistado
en 1965 frente al glorioso Benfica de José Augusto,
Eusebio, Torres, Coluna y Simoes, da la bienvenida al rincón
más preciado del Pabellón Multiusos «Alfonso
Soláns Serrano», el museo del Real Zaragoza;
un espacio de 130 metros cuadrados plagado de imágenes,
camisetas, trofeos, carnets, banderines, entradas, vídeos...
En definitiva una colección de orgullo zaragocista,
de recuerdos solapados de cuatro generaciones de aficionados
aragoneses que eligieron el domingo para acudir a Torrero
y La Romareda.
El
Carranza, ahora descafeinado, pero en su época cotizadísimo,
abre, pues, el túnel del tiempo zaragocista, como un
celoso guardián de lo que espera en el interior. Enfrente,
en el mismo «recibidor», como un referente obligado
para avanzar con criterio enla historia, aparece un espectacular
mural adornado con los escudos y emblemas de las dos familias
el Iberia Sport Club y el Real Zaragoza Club Deportivo
que alumbraron el 18 de marzo de 1932 al Zaragoza Fútbol
Club, una entidad que se ha adentrado en la modernidad para
recibir en una nueva casa al Siglo XXI.
Otras
dos gigantescas estampas de Torrero y La Romareda, colindantes
con el «rincón de las peñas» ahí
se encuentra un tambor de la peña «Víctor
Fernández» de Calanda dan paso a una réplica
del cartel publicitario que confeccionó el Zaragoza
en abril de 1936 para reclamar adhesiones tras su ascenso
a Primera División, una gesta que lograron los míticos
«alifantes» y que sólo la mitad pudo disfrutar.
Aquel célebre equipo que rompió la Guerra Civil
tiene, como no podía ser de otra forma, un lugar de
honor en el museo del Real Zaragoza. Su recuerdo, también
en una impresionante alcoba, rodea una vitrina repleta de
banderines y trofeos el subcampeonato del Mancomunado
Centro-Cantabria-Aragón de 1935-36; el campeonato de
España aficionado de 1941. Y de curiosidades:
la pizarra táctica y las botas ya de entrenador
del «alifante» Tomás Arnanz, curiosísimos
recibos de socios, notas de viajes que ahora, en un fútbol
tan mercantilizado, producen incredulidad o los primeros carnets
de un socios fundador el número 4 como
Luis Ferrer. También un busto del inolvidable Andrés
Lerín rodeado de su licencias federativas. En definitiva,
el mejor catálogo de la primera gran etapa del Zaragoza.
De
inmediato aparece la difícil «postguerra»,
con los vaivenes deportivos y económicos del club y
con las imágenes de un goleador de raza como Mariano
Uceda, golpeando con furia en el rostro a un rival, y del
partido de sus vidas para los primeros zaragocistas, el 4-0
al Athletic de Bilbao en la Copa del Generalísimo de
1952, con ese beso imborrable del técnico Berkessy
al entonces Luisito Belló, luego Don Luis, porque condujo
al Zaragoza en 1964, en dos semanas gloriosas, a sus primeros
grandes títulos: la Copa de Ferias y del Generalísimo.
Belló
II, su hermano mayor Francisco también jugó
en el Zaragoza, sirve de nexo de unión para otras dos
grandes épocas, los «millonarios» y todos
en pie «los magníficos». Unas coquetas
vitrinas empiezan por exponer los fabulosos contratos de Rosendo
Hernández y Gonzalvo II o el «Pichichi»
en Segunda de Avelino Chaves y concluyen con las dos medallas
al mérito deportivo de Carlos Lapetra, el más
grande entre los grandes.
Grandeza
Lapetra abre el «especial» a los «magníficos».
Allí se exponen sus carnets, sus recuerdos, sus condecoraciones.
También las de sus compañeros, como las camisetas
de Santamaría y Violeta en sus debuts con la selección
absoluta, la casaca de Reija, el único zaragocista
que ha disputado dos Mundiales, en Chile 62, el balón
de su homenaje, los banderines intercambiados en las innumerables
batallas europeas, el trofeo Mohamed V,... Y por fin la reproducción
ahí, a la mano de todos de las dos Copas
del Generalísimo (1964 y 1966) y de la Copa de Ferias
(1966).
De
inmediato llegan los «zaraguayos», con dos enormes
posters de Arrúa y Diarte y una imagen espectacular
de Felipe Ocampos, el célebre «cara rota»,
con la boca partida y el rostro lleno de sangre. Ahí
está también la última camiseta que el
paraguayo lució en el Zaragoza antes de que los árbitros
le expulsaran de España.
El
avance histórico llega, cómo no, a «Pichi»
Alonso, a Señor, a Cedrún, a Rubén Sosa,
a Pardeza,... Y desemboca en París, en el Parque de
los Príncipes, en la parábola imposible de Nayim,
en la Recopa; con esa fantástica imagen de Cáceres
subido a la cruceta de una portería con el trofeo en
su mano derecha. Es, sin duda, un colofón de oro a
una colección de altura.
Fotos
del museo
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