FIDELIDAD A

LA SANTA IGLESIA

 

 

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ÍNDICE DEL NÚMERO XVIII

SOBRE LA RESISTENCIA CATÓLICA

CONTRA EL MODERNISMO Y LOS

PODERES EPISCOPALES EN LA IGLESIA

Como ampliación del tema relativo a las consagraciones episcopales de que informamos en el n"? XVI de nuestra revista ofrecemos ahora a nuestros lectores el texto de la carta dirigida por nuestro Director a Mons. Moisés Carmona.

Buenos Aires, 30 de abril de 1983.

Su Excelencia Reverendísima

Mons. Don Moisés Carmona

Iglesia de la Divina Providencia

Calle Dominguillo sin número

ACAPULCO - MEXICO-

   Excelentísimo Señor:

   Al ver publicada en la revista "EINSICHT" su amable respuesta a mi anterior carta he decidido escribir la presente. Me propongo puntualizar algunos aspectos doctrinales que me parecen insoslayables. Al mismo tiempo, le comunico mi intención de hacer públicas estas líneas una vez que Ud. las haya recibido.

   Me dirijo a Ud. en atención a la condición episcopal de que ha sido investido. Precisamente, esta condición y el modo de obtenerla es lo que ha provocado una vasta polémica entre los medios de la llamada "resistencia católica".

   Considero de fundamental importancia realizar algunas reflexiones sobre este asunto.

   Lo que se ha dado en llamar la "resistencia católica" podría definirse como una resistencia contra el modernismo (herejía formalmente condenada por San Pío X) que, desde la muerte del Papa Pío XII parece haberse apoderado de las estructuras visibles de la Iglesia Romana, muy especialmente a partir del Concilio Vaticano II.

   A través de nuestra pequeña publicación —"FIDELIDAD A LA SANTA IGLESIA"— nosotros hemos procurado trazar una línea de pensamiento coherente dentro de la resistencia. Nuestra posición está resumida de un modo bien completo en la "Protestación de Fe Católica" que firmamos junto al Rvdo. Padre Hervé Le Lay el 8 de diciembre de 1980, ampliamente difundida en los medios de la resistencia católica, que íntegramente transcripta dice así:

   "Ante la difusión periodística de noticias sobre la posibilidad de un «acuerdo» entre Mons. Marcel Lefebvre y las actuales autoridades vaticanas, los abajo firmantes nos vemos en la obligación de manifestar públicamente los motivos por los cuales JAMÁS podríamos formar parte de un acuerdo semejante:

   1º) El Concilio Vaticano II en sus constituciones «Lumen Gentium» y «Gaudium et Spes» ha elaborado una doctrina heterodoxa sobre la naturaleza de la Iglesia. De dicha doctrina se derivan gravísimos errores en otros documentos, por ejemplo los relativos al «ecumenismo» y la «libertad religiosa».

   La pretensión de ensayar una «interpretación tradicional» del Vaticano II es una ilusión dialéctica. El Concilio Vaticano II no puede interpretarse conforme a la Tradición porque en sus textos y en su contexto, en su letra y en su espíritu, es un Concilio antitradicional.

   2º) TODAS las reformas de los ritos sacramentales habidas después del Concilio Vaticano II, especialmente el llamado «Novus Ordo Missae» de Paulo VI, tienen un sentido y un contenido desacralizante y desmitificante que es INCOMPATIBLE CON LA TRADICIÓN APOSTÓLICA.

   3º) Los principios religiosos enseñados por Paulo VI y por Juan Pablo II, en plena concordancia con el Concilio, importan una doctrina sobre Dios, el hombre, el mundo y la historia que NO ES la doctrina de la FE CATÓLICA definida por los Sagrados Concilios de Nicea y Constantinopla. Por el contrario, se trata de una doctrina intra-histórica e intra-mundana que se va desarrollando paulatinamente hacia el culto y la adoración del hombre.

   4º) De acuerdo a lo expuesto, nos parece que se está construyendo una nueva Iglesia y una nueva religión con las cuales nosotros NO COMULGAMOS.

   5º) Vistas desde la Fe Católica, las actuales "autoridades" eclesiásticas, incluido el obispo de Roma, se encuentran en comunión con el Concilio Vaticano II y con la nueva religión, están VICIADAS DE ILEGITIMIDAD, porque de acuerdo con la Tradición la dignidad eclesiástica es radicalmente incompatible con la herejía. De hecho, ellos ocupan físicamente las sedes episcopales, incluida la Sede Romana, pero su autoridad nunca podría ser reconocida por nosotros como legítima porque están profesando doctrinas heréticas.

   CONCLUSIÓN: Por todos estos motivos, nosotros jamás formaríamos parte de un «acuerdo» como el que anuncian los cables periodísticos. Para nosotros existen gravísimas cuestiones de Fe que debe resolver la Iglesia Católica, a saber:

   a) La abjuración universal del Concilio Vaticano II por todos quienes se encuentran en comunión con él;

   b) La abolición de todas las reformas de ritos postconciliares;

   c) La condena de las doctrinas heterodoxas enseñadas por Juan XXIII, Paulo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II, y su inclusión en la lista de los anti-papas.

   Alta Gracia, 8 de diciembre de 1980: Presbítero HERVE LE LAY, Director de la revista «La Tradición». Buenos Aires, 8 de diciembre de 1980: Alvaro D. Ramírez Arandigoyen. Director de la revista «Fidelidad a la Santa Iglesia»."

   Sucedía que, para la opinión pública mundial, la resistencia católica estaba representada por Mons. Marcel Lefebvre y su poderosa obra de fundación de seminarios "tradicionalistas" bastamente extendida por varios países.

   Mons. Lefebvre fue suspendido "a divinis" por Paulo VI en los primeros momentos de su accionar aparentemente antimodernista, que le valió congregar en torno suyo la esperanza de miles de católicos en todo el mundo. No obstante, ya desde principios de 1979 (ver "FIDELIDAD..." nº VIII) nosotros advertimos públicamente sobre la imposibilidad de admitir, desde la Fe, ciertas propuestas de Mons. Lefebvre como la "interpretación tradicional del Vaticano II".

   Con el correr del tiempo, especialmente luego de la "Protestación" transcripta, nosotros fuimos precisando cada vez más la línea de nuestro pensamiento, radicalmente opuesta a la usurpación modernista ("FIDELIDAD..." nros. XI y XIV), promoviendo incluso amplios debates doctrinales ("FIDELIDAD..." nros. IX y XII).

   Mons. Lefebvre, en cambio, siguió profundizando su aproximación al Vaticano modernista, particularmente después de la muerte de Paulo VI. Mientras él admitió incondicionalmente los cónclaves írritos de los herejes modernistas que se reunían en Roma, nosotros los impugnamos jurídicamente y en forma fehaciente (impugnación "iure sacro") que adjunto a Ud. con la presente).

   Las enseñanzas de Mons. Lefebvre —luego de la famosa carta circular nº 16 a los amigos y benefactores de su obra— se tornaron tan ambiguas y contradictorias que nos vimos forzados a especificar una vez más nuestra opinión mediante el documento titulado "La dialéctica hegeliana de Mons. Lefebvre" cuyo título todo lo dice (adjunto también aparte este documento).

   Actualmente, por cierto, ya ningún católico verdaderamente tradicionalista cree que Mons. Lefebvre y sus seguidores puedan ser considerados como parte de una resistencia católica seria contra la usurpación modernista. De hecho, ellos parecen conformar una suerte de ala derecha de la nueva Iglesia Conciliar cuya función consiste en absorber y neutralizar los elementos que, desde la derecha, pudieren resultar peligrosos para la estabilidad y consolidación en el tiempo de la herejía modernista.

   Dejemos, pues, de lado a Mons. Lefebvre.

   Hubo otro obispo —Mons. Antonio de Castro Mayer— que en este mismo lapso encendió las esperanzas de muchos tradicionalistas inadvertidos porque en su diócesis (Campos, Brasil) era la única en el mundo donde oficialmente se mantenía la celebración de la Misa según el rito tridentino.

   Pero, aparte del hecho que nunca Mons. Castro Mayer tuvo una definición explícita sobre la usurpación modernista de la Santa Sede, él ha renunciado a su diócesis siguiendo las instrucciones de Paulo VI para los obispos que cumplen los 75 años de edad. Esta inexplicable actitud ha dejado a su clero y fieles a merced del nuevo obispo modernista designado por el Vaticano que ya comenzó a aplicar el orden conciliar.

   En el último año, hemos recibido las publicaciones de un grupo de sacerdotes de esa diócesis en defensa de la Misa tridentina y polemizando con las autoridades vaticanas. Pero su actitud que, en principio, debemos creer valiente y sincera, no tendrá en absoluto porvenir alguno si ellos insisten en permanecer vinculados a la comunión herética de la Iglesia Conciliar y sus anti-papas.

   A nuestro juicio, la mayor defección de los obispos "tradicionalistas" como Mons. Lefebvre y Mons. Castro Mayer ha consistido en no considerar la posibilidad de utilizar su PODER SACRAMENTAL para consagrar nuevos obispos católicos ante la usurpación y la apostasía universal de la Iglesia[1]. Al haberse mantenido dentro de la nueva Iglesia herética y apóstata no sólo que no han representado ninguna resistencia a la usurpación sino que, además, han contribuido eficazmente a consolidarla cada vez más.

   En sana doctrina, nadie duda que la Iglesia pervive sobre la tierra en el episcopado (no apenas en el presbiteriado), es decir, en el orden de la sucesión apostólica. Quien negare esto, en última, instancia, estará negando el carácter esencialmente jerárquico de la Iglesia.

   Si nos atenemos a la posición adoptada en nuestra "Protestación de Fe Católica", la apostasía universal que supone la comunión del episcopado universal en el Vaticano II nos llevaría a tener que admitir, a no muy largo plazo, la caducidad de la Iglesia sobre la tierra, puesto que no se transmite una Fe verdadera y, por tanto, tampoco sacramentos verdaderos, entre ellos el orden episcopal que concierne esencialmente a la continuidad de la Iglesia. Para los obispos modernistas y sus consagraciones inevitablemente debe aplicarse la misma doctrina que utilizó León XIII para sentenciar la invalidez de las consagraciones episcopales anglicanas. Si los nuevos ritos expresan una nueva Fe, entonces, no existe el mismo sacramento.

   En este estado de cosas Mons. Ngo-Dinh-Thuc —antiguo arzobispo de Hue— ha proclamado la vacancia de la Santa Sede Romana por causal de herejía (ver "FIDELIDAD..." nº XVI) y ha consagrado obispos: al Rvdo. Padre M. L. Guérard des Lauriers, al Rvdo. Padre Adolfo Zamora y a Ud. mismo, Padre Carmona.

   Este acontecimiento ha provocado una ardua disputa en los medios de la resistencia católica, vale decir, en aquellos que coinciden en sus puntos esenciales con la doctrina que nosotros hemos repetido en nuestra "Protestación".

   En primer lugar, los antecedentes de Mons. Thuc, o sea, su intervención en el origen de la secta Palmarista de Clemente Domínguez, ha levantado en el ánimo de muchos la sospecha de que este nuevo "affaire" pueda culminar en similares extravagancias y torpezas. Pero yo, por el momento prefiero dejar de lado este tema en atención a los antecedentes intachables de las personas consagradas, como Ud., y al hecho de que el mismo Mons. Thuc ha deslindado públicamente en una declaración su responsabilidad en la derivación de la secta Palmarista.

   Ahora es otro el tema, de carácter estrictamente doctrinal, que me interesa sea debidamente esclarecido.

   Este interés me llevó antes a escribirle a Ud., al P. Guérard des Lauriers y a otras personas de importancia entre la resistencia católica. Las respuestas que he recibido contienen consideraciones que me han iluminado sobre varias cuestiones, pero debo decir que sólo tocan tangencialmente la cuestión esencial del orden episcopal y su significación en la Iglesia.

   La cuestión se plantea hoy en los siguientes términos: según algunos medios de la resistencia católica las consagraciones llevadas a cabo por Monseñor Thuc serían cismáticas por cuanto no se habrían llevado a cabo dentro de los cánones vigentes en la Iglesia, esto es, las disposiciones del Código de Derecho Canónico sancionado por Benedicto XV, y que establece el modo de elección de los obispos, privativo del Romano Pontífice, y las sanciones en que incurren quienes violen tales disposiciones. (Se supone que no se considera el nuevo Código decretado por el anti-papa Juan Pablo II).

   A mi modo de ver, para responder a esto hay tres puntos que deben ser esclarecidos: 1º) La naturaleza del poder de jurisdicción del Romano Pontífice; 2º) La naturaleza del poder episcopal en la Iglesia; 3º) La conducta que impone la actual circunstancia religiosa en el mundo.

   Me permito, pues, realizar algunas breves indicaciones sobre cada uno de estos puntos que, según entiendo, los medios de la resistencia católica deberán considerar y estudiar en profundidad si es que desean tratar con seriedad la cuestión planteada.

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NOTA

  • [1] En fecha posterior a la redacción de esta carta (junio de 1988), Mons. Lefebvre y Mons. de Castro Mayer consagraron, en forma conjunta, a cuatro obispos, desgraciadamente, sin antes proclamar al Sede Vacante, con lo que llevaron a cabo un acto de espíritu cismático (Nota de la administración del Sitio).

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