FIDELIDAD A

LA SANTA IGLESIA

 

 

NÚMERO XII EN FORMATO PDF: PULSE AQUÍ

 

ÍNDICE DEL NÚMERO XII

 

DOS CARTAS

de Monseñor Ducaud Bourget

Monseñor Ducaud Bourget, poeta y escritor, con cincuenta años de sacerdocio, se ha hecho conocer en los últimos años como uno de los seguidores mças importantes de Mons. Lefebvre, hallándose al frente de los oficios en la iglesia de St. Nicolas du Chardonet tomada por los tradicionalistas en plena ciudad de Paris.

PRIMERA CARTA

París, 3 de junio de 1980.

   Señor

   Alvaro Ramírez Arandigoyen

   Querido señor:

   Os agradezco el envío de vuestra revista. Apenas he tenido tiempo de leerla rápidamente, pero he encontrado ciertos puntos de vista que conozco.

   Como no tengo posibilidad de entrar en discusiones teológico-canó-nico-macarrónicas, os responderé simplemente diciendo:

   a) Toda sociedad exige un gobierno y un jefe. Por ejemplo: Dios al crear el cuerpo humano ha dado a los millones de células de ese cuerpo y a todos sus órganos un solo jefe, el cerebro que está en la cabeza.

   b) Jesús ha instituido la Iglesia sobre la roca de Pedro, el que ha transmitido sus poderes plenos a su sucesor legal, el último de los cuales viene a ser Juan Pablo II.

   c) San Pedro ha recibido el poder de enseñar y conservar todo lo que Cristo nos ha dado: la Tradición, la Escritura; en consecuencia el rol del Papa, su sucesor, es transmitir esta tradición.

   d) Pero el Papa es siempre elegido entre los hombres, y los hombres tienen muchos defectos. La elección de un Papa, sus decisiones en tanto que jefe de la Iglesia al trasmitir la Tradición, no son abrogadas por los defectos personales del hombre que está encargado de esta misión. La historia de la Iglesia lo prueba bien, porque si hubo Santos Papas, hubo otros que no siendo nada santos, sin embargo, permanecieron Papas y jefes de la Iglesia.

   Yo estoy asombrado de que después de haber soportado quince años el reinado de Paulo VI sin que esta cuestión de la validez haya sido agitada, ahora, un Papa que desde el principio vuelve a la Tradición, condena las herejías, publica una encíclica admirable sobre la misa y la comunión que corrige los errores acumulados en liturgia, se vea objeto de los más repugnantes ataques.

   Yo pienso que hoy en día el espíritu modernista ha penetrado en los integristas y que ese instinto de destrucción está entrando en acción a pesar de la razón, la ley de la Iglesia, el buen sentido y la realidad. No querer reconocer lo que es nos arroja fatalmente en el error y la anarquía.

   He visto en vuestra bibliografía las obras del Padre Guérard des Lauriers. Decid mejor, señor, que si en Francia no hubiéramos tenido, para mantener la religión católica en vida y actividad, más que al Reverendo Padre, desde hace una década nosotros estaríamos en la nada más absoluta[1].

   Pienso que la sabiduría requiere que demos tiempo al Papa legalmente nombrado por el cónclave según la ley de la Iglesia. Para remontar dieciséis años de destrucción y catástrofes él no necesita planteos y críticas; él necesita del tiempo, de la fe y de la energía.

   Cuando se leen los insultos abyectos lanzados contra el Papa, contra Mons. Lefebvre y contra mí mismo se está en derecho de preguntar a quién aprovecha el crimen. Habría todavía mucho que decir al respecto, pero no siendo más que un religioso, y no libre de mi tiempo, no me es posible ennegrecer más el papel.

   Yo me conformo con conocer la doctrina tradicional del Santo Padre y si sus gustos y su carácter, su temperamento, sus fantasías, no me gustan, continúo obedeciendo la regla tradicional de la Iglesia.

   He aquí, mi querido señor, lo que regla mi pensamiento y mi conducta. Si me engaño, lo hago con todo lo que se me ha enseñado dentro de una Iglesia que no se proponía cuestiones absurdas y que no había dividido la teología en dos partes:

  • a) Cuestiones insolubles. 

  • b) Cuestiones ociosas.

   Recemos mucho para que el Espíritu Santo venga a poner la paz y esclarecer los espíritus.

F. DUCAUD BOURGET.

NUESTRA RESPUESTA

Buenos Aires, 24 de junio de 1980.

   Monseñor:

   Le agradezco a Vd. de todo corazón la deferencia que ha tenido al hacerme llegar su opinión sobre los arduos temas que tratamos en el nº XI de nuestra pequeña publicación FIDELIDAD A LA SANTA IGLESIA.

   Sin perjuicio que en la próxima reunión formal que hagamos del Consejo de Redacción busquemos la manera de diagramar un estudio más detenido sobre la problemática que plantea su carta, me atrevo a adelantarle algunas reflexiones que, con el mayor respeto, pongo a su consideración.

   Nosotros no decimos que Juan Pablo II tenga defectos personales; suponemos que los tendrá como cualquier ser humano, pero no lo acusamos de defectos personales.

   Lo que nosotros decimos, simplemente, es que él está definiendo y predicando una doctrina de la Fe que es heterodoxa. Decimos que él está difundiendo y proclamando, en total congruencia con la mentalidad moderna, una concepción integral sobre Dios, el hombre, el mundo y la historia, que es incompatible con la Tradición Apostólica.

   En el breve estudio que nosotros hacemos y que Vd. habrá podido leer, hemos citado algunos textos importantes de sus escritos y alocuciones. Son apenas unos pocos. Si uno se suscribe a L'Osservatore Romano, por ejemplo, y se toma el trabajo de leerlo, puede encontrar casi todas las semanas textos similares, es decir, de la misma línea doctrinaria. No busquemos el modo benévolo de interpretarlos ni los resabios de expresiones ortodoxas que puedan hallarse en ellos. Más bien tratemos de desentrañar, objetiva y lealmente, cuál es el cuerpo de doctrina que se está exponiendo.

   Lo que Karol Wojtyla está exponiendo, con entusiasmo y profundidad, es la base de una nueva religión intra-histórica e intra-mundana: la religión del hombre, el culto del hombre y del mundo en tanto que construcción humana. Lo dice con todas las letras: Dios es el hombre.

   De ninguna manera puede afirmarse que se trate de equívocos o textos aislados. Con gran claridad se está definiendo paulatinamente una doctrina que es perfectamente coherente con los documentos del Concilio Vaticano II y de Pablo VI, así como con todo el ámbito vivencial modernista que data de, por lo menos, varias décadas.

   Ahora bien; si Vd. me dijera que esos textos son ortodoxos, entonces la posibilidad de que nos entendamos se aleja cada vez más. Sería necesario plantearse con la mayor seriedad la cuestión de cuál es realmente el contenido de la Fe que confesamos. Dentro de la brevedad de estas líneas procuraré explicarme lo mejor que pueda.

   Nosotros confesamos y profesamos la Fe Católica y Apostólica —la Fe del Verbo Encarnado— tal y como fue definida principalmente por los sagrados Concilios de Nicea, Constantinopla, Efeso y Calcedonia, y entendemos estas definiciones en orden al ámbito de significación que las palabras allí pronunciadas tuvieron en el orbe greco-romano en el cual se forjó la visibilidad de la Iglesia de Jesucristo. Entonces, para nosotros, las palabras Dios, Verbo, María, hombre, cosmos, tienen un contenido mental determinado, un sentido y una dirección bien diferentes a los que imprimió el Vaticano II y que siguieron Paulo VI y Juan Pablo II. Ellos pueden utilizar las mismas palabras que nosotros (cuando las utilizan todavía), pero lo hacen con el contenido mental, el sentido y la dirección propios de la Revolución Moderna. Esto es la aniquilación de la Fe.

   Ha habido cambios radicales en los ritos, cambios de orden ciertamente cualitativos, y todo indica que, en lo substancial, esos cambios serán mantenidos.

   Nosotros decimos que estamos ante una nueva religión, ante un proceso histórico de transmutación religiosa, humana y cultural de rasgos hondísimos. Para nosotros esto es un ocaso que traerá sobre occidente y sobre el mundo una de sus noches más sobrecogedoras.

   Para nosotros, la Iglesia de Jesucristo es, ante todo, la comunión de los que profesan la Fe de Jesucristo. Ciertamente que, por su propia esencia, la Iglesia es jerárquica; debe organizarse visible y jerárquicamente; así lo hizo desde su inicio y a través de los siglos siguiendo el mandato de Jesucristo. Pero es elemental que sin la comunión en la Fe carece de sentido la organización jerárquica, y sin el vínculo con la Tradición Apostólica el mismo Pontificado dejaría de ser tal, perdería su sentido, su razón de ser. En tal caso, al menos en el aspecto visible, se quiebra la comunicación con el orden celeste, y, en ese mismo aspecto, el principio cristiano se retira del mundo, y el mundo entra en las tinieblas . . .

   Claro, Vd. podría decirme: Yo no veo que el mundo entre en las tinieblas, yo no veo que el principio cristiano se esté retirando del mundo. Entonces deberíamos indagar qué cosa es para cada uno de nosotros la luz, qué cosa es el cristianismo; sería necesario plantear las cuestiones muy de fondo. Por cierto que, para Juan Pablo II y la nueva Iglesia, estamos ante la aurora de un mundo mejor y más feliz. Cuando dos juicios sobre la misma realidad son muy dispares es porque se parte de principios muy dispares para juzgarla. Entonces no se puede llegar a un acuerdo si no se procura un acuerdo en los principios. ¿Qué es la Fe? ¿Qué es la Iglesia?

   Por la Fe sabemos que Jesucristo ha prometido a su Iglesia que las puertas del infierno no prevalecerán. Pero no debemos arrogarnos la audacia de determinar cómo habrá de cumplirse esta promesa. También está escrita la duda sobre si cuando Nuestro Señor vuelva hallará Fe sobre la tierra.

   Nosotros pensamos que si la Iglesia es la comunión de los que profesan la Fe de Jesucristo, ESTO que desde el Vaticano II se ha instalado en Roma no es la Iglesia. Si esto fuera la Iglesia, entonces sí, las puertas del infierno habrían prevalecido sobre ella.

   Si la Iglesia es algo más que el conjunto de todos los clérigos; si ella es además, y sobre todo, el Cuerpo Místico de Jesucristo, si El es su verdadera cabeza en el cielo; si en realidad la Iglesia ya ha triunfado porque verdaderamente Jesucristo ha resucitado, entonces sí estamos seguros que la comunicación del cielo y la tierra nunca perecerá y que, aún visiblemente, de algún modo será restablecida en su plenitud, y entonces sí tendremos una nueva aurora. En esto creemos firmemente, contra todas las apariencias, como creen los pobres y los niños.

   Le aseguro, Monseñor, que no estamos animados por ningún espíritu de destrucción. La destrucción ya se ha producido. Nuestro espíritu es de reconstrucción, pero sola y únicamente sobre la base inconmovible de la Fe Católica v Apostólica, como fue definida y propuesta por Concilios y Pontífices legítimos, como fue enseñada por Padres y Doctores.

   ¿Piensa Vd. que no amamos al Pontificado Romano? Si así fuera sería Vd. enormemente injusto.

   Es necesario no caer en espejismos. Resulta comprensible el deseo de ver y tocar la búsqueda de consuelos sensibles que puedan paliar la angustia espiritual propia del mundo moderno. Todo ello es legítimo y humano. Pero, repito, es necesario no caer en espejismos.

   Muchas personas, ante la gravedad de lo que se vive, creen que sería posible no sucumbir a la desolación aferrándose a las formas exteriores y aparentes del Pontificado y del cristianismo como hoy se les presentan. Se equivocan grandemente. Si no somos capaces de redescubrir las raíces y la substancia de la Fe Católica, sin concesiones, sin claudicaciones, irreductiblemente, entonces el proceso histórico de la apostasía moderna nos arrasará inexorablemente.

   Estimado Monseñor: yo pongo a su consideración estas reflexiones. Le pido encarecidamente que les preste atención. También le pido un lugar en sus oraciones. Quedo a su entera disposición, y saludo a Vd. con el mayor aprecio in Xto. et Maria.

ÁLVARO RAMÍREZ ARANDIGOYEN

SEGUNDA CARTA

París, 10 de julio de 1980.

   Querido señor:

   Os agradezco vuestra confianza y vuestra carta tan interesante. Conozco mucho de vuestros argumentos, y como lo he escrito a otra revista argentina, yo después de haber leído la requisitoria querría entender la abogacía.

   Es cierto que nosotros seguimos la enseñanza de la Iglesia Católica y que esta enseñanza no puede cambiar, desde que la Iglesia tiene las palabras de vida eterna; pero la Iglesia es una sociedad y nosotros no debemos salir de su organización que ha sido querida y reglada por Nuestro Señor mismo y dirigida por el Espíritu Santo.

   La enseñanza oficial de los Papas, comprendido el actual, hasta el presente siempre ha estado en la línea de su misión de enseñanza y de salvación, y no puede no estarlo. Los errores personales o de carácter no comprometen al hombre que fue cargado con la terrible misión de salvar al mundo con Cristo.

   Nosotros podemos evidentemente no estar de acuerdo con las ideas políticas, artísticas u otras de una persona, ideas y gustos que pueden influenciar las tendencias litúrgicas, filosóficas, etc., de un Papa, cuando él no nos las impone como decisiones infalibles, las que han sido bien definidas por el Concilio Vaticano I; pero ello no nos dispensa de recibir y conservar todo lo que él enseña al mundo entero ex-cathedra para la salvación de las almas y la gloria de Dios.

   Es preciso desconfiar de la falta de información que hay de nuestra parte, simples fieles o clérigos de la Iglesia Católica.

   Por ejemplo, todo lo que se dice sobre los derechos del hombre, que no son de origen revolucionario como se cree, sino que siempre han sido defendidos por la Iglesia a lo largo de los años.

   Basta remitirse a la tesis de Alcuin que en el Concilio de Francfort, cerca del año 800 defendió estos derechos naturales del hombre que Dios le ha dado y que son exigibles en todas partes y por todos.

   Esto no es más que un ejemplo de interpretación no calificada de personas de buena voluntad pero no preparadas a esas sutilezas teológicas. Continuemos entonces conservando lo que la Iglesia nos ha enseñado y esforcémonos por vivirlo. Dejemos a los teólogos batirse entre ellos. Dios prefiere nuestra oración y nuestro sacrificio. Paciencia. No habrá que esperar mucho más tiempo y veremos el triunfo de la Verdad.

   Unión de oraciones y muy cordialmcntc vuestro.

F. DUCAUD

 

 

   NUESTRA RESPUESTA

Buenos Aires, 31 de julio de 1980.

   He recibido su nueva carta del 10-7-80, y su contenido me impulsa a una nueva respuesta, pues temo que existan algunos puntos esenciales de nuestro planteo religioso que no le hayan quedado definitivamente aclarados.

   Vd. insiste, por ejemplo, en mencionar el tema de posibles errores personales o de carácter en Juan Pablo II. Entonces, una vez más es necesario especificarle que nosotros no alzamos contra él acusación alguna en ese sentido; tampoco objetamos sus inclinaciones o gustos particulares.

   Nosotros planteamos nuestros cuestionamientos en el orden de la Fe. Advertimos que Juan Pablo II prosigue y profundiza la línea religiosa y doctrinaria del Vaticano II que, por los motivos que exponemos en nuestra publicación, según nuestro modo de ver, importan la conformación paulatina de una nueva Iglesia y de una nueva Fe, que no son la Iglesia y la Fe en que nosotros hemos sido bautizados. Denunciamos que se está conformando una nueva Iglesia y una nueva Fe dirigidas hacia la adoración y el culto del hombre.

   Como el ser humano, gracias a Dios, está dotado de libertad, cada uno puede adherir o rechazar a la nueva religión que se está conformando en el mundo. En este sentido, cada uno será responsable ante el Tribunal Divino de la actitud que adopte en convicción y conciencia, Lo que no resulta posible es decir que esta nueva religión sea la misma de la Fe Apostólica. Y no lo es porque parte de principios enteramente diferentes.

   Si no somos capaces de ver, de tener ojos para ver lo que está ocurriendo en este tiempo histórico, nos perderemos en un confuso laberinto de argumentaciones secundarias. En el mundo se está configurando un tipo humano, un tipo religioso, de trazos profundamente sombríos, que progresivamente va cercenando todos los vínculos con las realidades de orden celeste y divino.

   Ahora bien; desde el Vaticano II, de un modo expreso y activo, el conjunto visible de la Iglesia Romana se ha convertido en un factor esencial de este desastre, sólo comparable a los mayores naufragios espirituales de la humanidad.

   En semejantes circunstancias, los que queremos conservar la Fe católica en plena conformidad con la Tradición Apostólica, no podemos acomodar nuestro espíritu en torno de manifestaciones torpes, oscuras y confusas de la religión, si por otro lado también advertimos que, en lo profundo, la Fe está siendo trastocada y mistificada, que se diluye la Fe trinitaria y por todas partes asoma la nueva divinidad del hombre.

   Vd. señala que la Iglesia es una sociedad y que no debemos salir de su organización. Bien, pero yo debo decirle con toda sinceridad que no profeso la Fe de esta Iglesia que Vd. me señala: la organización clerical que preside Juan Pablo II, la nueva Iglesia del Vaticano II, "el Pueblo de Dios que transita en la historia". Yo no profeso los principios religiosos que esta nueva Iglesia anuncia. He aquí el problema.

   Los que hemos asumido la responsabilidad de publicar FIDELIDAD A LA SANTA IGLESIA intentamos hacer un planteo religioso de fondo. Sobre esto queremos debatir. No juzgamos ni condenamos a nadie, no proferimos sentencias ni lanzamos anatemas, pues carecemos de toda investidura para ello. En cambio, tenemos el Bautismo: nadie en la tierra, en los cielos ni en los infiernos podría quitarnos el Bautismo que hemos recibido. Entonces tenemos derecho a decir claramente: no profesamos esta nueva fe que se anuncia. No comulgamos con esta nueva Iglesia que se forma.

   Ahora bien; la postura suya parece bastante diferente. Según puede deducirse de sus cartas y del interesante artículo que me ha hecho llegar[2], su posición en estos momentos podría simplificarse en esta proposición: Yo quiero profesar la Fe tradicional dentro de la nueva Iglesia anti-tradicional.

   Nosotros no comprendemos qué fundamento tiene esto. Créame que no juzgamos mal sus intenciones. No tendríamos derecho de hacerlo. Pero crea Vd. también en nuestra franqueza: no comprendemos su posición.

   Si Ud. dijera: Yo creo en el Vaticano II, yo sostengo la doctrina modernista, entonces estaría claro. En tal caso, podríamos debatir sobre los fundamentos religiosos de cada una de nuestras posiciones. Pero no es éste el caso. Ud. parece decir: Yo profeso la Fe tradicional pero permanezco en la comunión de la Iglesia modernista. Es una contradicción.

   A mi modo de ver, la contradicción se produce porque Ud. se resiste a considerar la posibilidad de que se haya producido una apostasía universal de la Fe en el conjunto visible de la Iglesia Romana. Vd. teme que admitir tal posibilidad suponga admitir la caducidad de la Iglesia de Jesucristo y de sus promesas. Esto de ningún modo es así. Debemos ahondar en la doctrina de la Fe y en la vida del espíritu para alcanzar la comprensión de lo que está ocurriendo. Pero ello no puede ser librado a los "teólogos". En esto no estoy de acuerdo con Vd. ¿Quiénes son los teólogos?

   En su sentido más legítimo, teólogo es el que piensa en Dios, y este pensamiento es dirigido por la fuerza del espíritu iluminado por la gracia de la Fe. Lo otro sería monstruoso: dejar el pensamiento de Dios a los que tienen título académico, y los demás dedicarnos a la oración y el sacrificio. Desde hace siglos que este modo de ver las cosas ha conducido al catolicismo a un vaciamiento espiritual sin precedentes.

   Monseñor, una vez más quedo a su entera disposición. Considero el pensamiento y la disputa sobre las cuestiones de la Fe entre las cosas más altas y nobles a que puede abocarse el ser humano. Siempre pido sus oraciones, y saludo a Vd. con el mayor aprecio.

   In Xto, et Maria: ALVARO RAMÍREZ ARANDIGOYEN

VOLVER AL ÍNDICE DE

FIDELIDAD A LA SANTA IGLESIA

PORTADA


  • [1] El Rev. Padre M. L. Guérard des Lauriers O. P., uno de los más reconocidos teólogos tradicionalistas, actualmente separado del seminario de Econe, ha publicado el año pasado un importante estudio sobre la vacancia de la Sede Apostólica que nosotros hemos citado en nuestro n? XI.

  • [2] "El llamado de los tradicionalistas: Esos hijos que dicen no y que obedecen" por Mons. D. Bourget. Minute, 28 de mayo de 1980.

Hosted by www.Geocities.ws

1