SUAVE VIENE LA NOCHE es una obra de 1986, que se publica en 1989 en la colección de poesía Abraxas, auspiciada por el Ayuntamiento de Madrid. Coincidió su publicación con un cambio de gobierno municipal, y a los nuevos mandatarios no parecía gustarles mucho la idea de que se emplearan dineros públicos en asuntos culturales. De aquellos barros vienen estos lodos, o estos socavones, o todas estas obras. La historia de este libro es curiosa: el título original era "Signos de los tiempos" y, cuando casi estaba en Taller, apareció una novela titulada del mismo modo (comunicación astral, supongo), por lo que hube de cambiar el título. Si alguien desea un ejemplar del libro, no tiene más que ponerse en contacto conmigo, y a cambio de una caña o un café, tendrá su librito... He aquí una pequeña selección de poemas de este libro.

 

 

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                           I

De noche todos los tranvías buscan gatos de témpera
para pintar sus tripas del color de los agujeros
de las puertas,
                         de los cuchillos,
                         de los profundos huecos.
De noche todos los tranvías lanzan sus redes-telas
para cazar las mariposas más tibias del invierno
como las arañas,
                         como la nieve nocturna,
                         como el furor de las bombas.
De noche todos los tranvías son pardos.

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                           IV

Cómo no amar tus diminutas manos,
si en las tardes remotas
del invierno remoto que recuerdo
abrazaron mi amor y mi deseo.

Cómo no amar tus manos seductoras,
si hay instantes que son como cenizas,
momentos pasajeros
                                de sueños imposibles,
con palabras abiertas como grutas silentes.

Y hay palabras,
                        a veces, como rocas;
volcanes infinitos de miradas,
                        caricias de tus manos
como lluvia detenida en la historia.

Manos como las tuyas,
                                    igual que bruma espesa
                                    golpeando acantilados
en unas playas/sábanas que sólo
nosotros habitábamos.

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                           VIII

Hoy he llevado a cuestas todo el día
mi eterna soledad disfrazada de hombre.
Es curioso que, a veces, la derrota,
como una nube terca que se obstina
en apagar el sol de mi deseo,
consiga lo que tú no has conseguido
a fuerza de enfrentar juntos el paso
de los sábados.
He andado como un zombi,
me he puesto la coraza de ignominia
y he bajado al mercado
sin afeitar, dispuesto a pelearme
con quien primero me saliera al paso
o me quisiera escamotear un turno.
He sopesado el daño que pudiera
causar, si me dejaran enseñarles
mi corazón herido por ciertos desengaños
vitales que ahora sufro.
Ni siquiera esta tarde delirante
me ha conmovido el duelo de los otros;
el hambre, la tortura, su verdad metafísica.
Hoy todo ha sido inútil, no estaba para nadie.
Abatido y confuso,
sin un motivo cierto que no fuera
inexplicable y vago, me retiro
a dormir y te descubro erguida
a través de la puerta del lavabo
subiéndote las medias caladas que me anulan
la voluntad, cuando cercan tus muslos
como manos aviesas.
Nunca supo tan dulce el desengaño
ni tan salado y honda la derrota.

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ANTINOO

Duerme, duerme,
bellísimo Antinoo,
adelfa, estatua griega,
jacinto devorado por la duda.

Tu amor está guardado
bajo tranquilas aguas,
tu cabello no espera
caricias ni perfumes
y hay sabor de cicuta
que preparan los dioses.
Recuerda sólo cifras,
espadas, torbellinos
de amor como saetas
y la quietud del mundo
recorriendo tus párpados.

Duerme, duerme,
casi recién nacido,
que el caballo del César
ha ofrecido su lomo
y no puedo el león hacerte suyo.

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SIGNOS DEL TIEMPO
A Bernardo Bertolucci

La vida suele ser como este baile,
como el último tango de la noche.
              LUIS GARCÍA MONTERO

Cuando la madrugada se parece a un tranvía,
y por las quietas aguas
de la ciudad podrida vaga
la suave música de octubra
sin héroes que te digan
                                    amigo,
he aquí el camino,
surge de entre las sombras
la silueta de un hombre
                                    solo,
                                             abandonado,
marcando el paso de un vals,
                                               quizá de un tango,
abrazado a la silueta descompuesta
de un pez herido.

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SUAVE VIENE LA NOCHE

Suavemente la noche se te acerca,
como el pulso del mundo
se parece a tus labios.
Suave viene la noche,
como si una cascada de panteras
te subiera despacio
                              por la vida.

No hay dolor.
                      No queda ya dolor
ni sensaciones turbias
ni edificios en ruina.
La noche viene dulce
como una vieja amante que volviera,
y ya no sientes nada,
                                ni siquiera la angustia
de mirarte al espejo
y hacer muecas horribles para ponerte fea
como cuando eras niña
                                    de los cuentos.
Viene la noche tibia
y en tu piel hay heridas de noviembre,
reflejos de jarrones de Pompeya,
vestales de otro tiempo,
anillos de amatista
                             o lapislázuli
y un ardor de Vesubio en tus pezones
devorados a fuerza de derrotas.
Suave viene la noche
                                 para ti,
mujer de piedra,
                          reina de mi sueño,
ahora que empieza a despuntar el día.

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NIÁGARA
A Marylin

¡Oh, abandonada
por detrás de los signos de este tiempo
tan duro!

¿Qué queda de tu melena rubia,
de tu ascensión voraz como el abrazo
de un tigre?

Nada.
Nada.
Salvo esa sombra herida que pasea
tanto deseo,
tanta humedad abierta, que no cabe
en este vaso de agua con que tomarse
un valium.

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ALFAMA

Grandola, vila morena,
terra de fraternidade...
              J
OSÉ AFONSO

O ciudades que miran cómo pasas
junto a un tranvía, atónita,
y deslizas
todo tu amor sobre empinadas calles.

Son estas las ciudades que yo amo.
No aquellas
llenas de ausencia muda, que te ignoran
como un número insulso, como el vértigo
que siente una gaviota entre cementos
azules.

Hoy he pintado
sobre tu vientre cálido y salado,
con mi lengua una rosa que sujetaba un niño
sobre un fusil abierto pero triste
como un fado.

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LA IMAGEN DE LA NOTICIA

Salían de cada esquina,
                                    de cada primavera,
luciérnagas de azahar hechas a fuego lento,
              dispuestas a cortar
con el hacha indecisa de su sudor ambiguo
las mañanas,
                 las tardes,
                              las caracolas,
                                                 los refugios,
                                                                   los tratados de paz
y las dispersas noches.

Niños/hombres de piedra
en la ciudad desierta durante la caída de la ira del cielo,
rompían sus muñones la lente de la cámara
como una piedra lenta,
                                  como una lenta piedra,
como un batir de alas,
                                  de pisadas,
                                                   de alaridos,
en una habitación vacía
repleta de fantasmas.

El dulce sabor del metal
                                                       (como la hiel
                                              incluso como la misericordia
como el chocolate de una nochenueva
                                                          de un año viejo
en una ciudad tan misteriosa y cósmica
como madrid)
posado en el arrecife/sien de coral,
en las fantásticas pestañas/ventanas
que cubren iguanas retorcidas;
ojos,
        ojos,
el artero proyectil
                           o la afilada aguja.

Niños que se fueron corriendo a no saber más nunca
de macroeconomía,
                               de colibríes y alboradas,
                               del increíble,
                                                   casi mágico,
                                                                     salado sabor del sexo de nuestras noches
seminales de nieve y plenilunio
atravesadas por el canto de grillos y cigarras.

Se fueron con los muñones repletos de mirtos y arrayanes
con los que harían cera, igual que las abejas,
para tapar los tremendos,
lacerantes,
                conmovedores
agujeros negros de sus espacios/estómagos.

Sus ojos no verían nunca el infinito crepúsculo
visconti   goya   bob marley   cortázar   charlie parker   di meola
       dalí    kurosawa   passolini    path metheny      corea
ni podrían decir, como los niños de Alan Parker,
hey teacher
                  hey teacher
ellos, los niños
de beirut, de managua, sarajevo o basora
oirían por última vez
el canto de los grillos,
                                 de las cigarras
                                                        de plomo.


 

 

 

                                                          

        

                                                          

   

                                                          

 

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