El pintor Paco Ibáñez ha realizado la ilustración para este libro, algunas de cuyas imágenes pueden verse en esta y otras páginas del sitio. Todas las ilustraciones pueden visitarse en su propio enlace.
CUADERNO
dejándome vacío a tus espaldas.
En esta vieja cama
de habitación de hotel barato.
Temblando, como un perro viejo...
MANOLO GARCÍA
que ningún juez declare mi
inocencia.
Porque en este proceso a largo plazo,
buscaré solamente la sentencia
a cadena perpetua de tu abrazo.
ANTONIO VEGA
I.-CANCIÓN PARA UN NAUFRAGIO
Febrero.
Por más señas
finales de febrero entre tus ojos.
El quicio de las puertas,
la luz,
siempre la luz,
esa luz que nos deja
a caballo de inviernos sin palacios
y reverberaciones del sol
(del duro sol de invierno
sobre tus manos frías.)
¿Qué me quieres, amor?
Hay un náufrago de labios y sostenes
y la boca de todas las fieras
viene a posarse
sobre su barba imaginaria.
¿A qué tanto dolor?
¿Se debe a que quizás nos escondamos
de los ojos terribles de la noche?
¿Te conté que hubo un náufrago
en el banco de un parque?
Yo lo vi.
Y tú también lo viste.
Es por eso.
Seguro que es por eso
que viniste a salvarlo.
V.-CANCIÓN DE LAS PALABRAS
Y DE LAS MENTIRAS
Escóndeme en las cuencas de tus ojos
o en la insolente gruta de tu boca.
Cobíjame si aún puedes, pero nunca
me indultes de tu verbo estremecido.
Dame la mano, finge que me adoras,
arráncame la piel, que se deshaga
en el hueco imposible de tu mano
como un fino papel entre las brasas.
Agárrate a mi pecho como a un mundo
de imposibles presencias presentidas,
o arrójame al vacío, pero nunca
me indultes de tu verbo estremecido.
Que tu mentira sea, en fin, un bálsamo,
una deuda de amor correspondida:
ahógame en tu sudor, en tu saliva,
que me sangren los labios de besarte,
de abrasarme en el fuego de tus muslos.
Miénteme, amor, y di que me deseas
fundido en ti, infinito, pero nunca
me indultes de tu verbo estremecido.
CUADERNO
que sea duro y cruento:
la sopa fría, los zapatos rotos.
JULIO CORTÁZAR
FERNANDO PESSOA
Carta 1, 1978
Yo no te pido
que me bajes una estrella azul.
PABLO MILANÉS
No pido mucho, sólo
un pedazo de suelo rodeado de aire,
zapatos de colores al lado de los míos,
el ruido de tus pasos por los parques,
la furtiva presencia que me encoge
el yo más mío cuando estás callada.
Si acaso (pero sólo si acaso,
no vayas a decirme que pido demasiado)
un rato de silencio entre cuatro paredes,
el metal de tu boca cuando me haces reproches,
el brillo de tus labios,
los huesos de tus manos,
tal vez ese sapito del que hablaba Cortázar,
tenerlo, así, dormido
dentro de mi deseo.
Y acariciarlo siempre
que me asalten las ganas,
pasándole mis manos por el hueco
redondo que divide
la cabeza y la espalda.
Y que no se despierte
hasta que no me ames.
Carta 6, 1980
Fueron creadas por mí estas
palabras
con sangre mía, con dolores míos,
fueron creadas!
PABLO NERUDA
Porque tu amor ha sido
un poco más que humo,
una pequeña nube
densa, sí,
pero pequeña e imposible,
tan lejana de mi,
de ti,
y de todo.
Tan sólo una nostalgia de palabras
que nunca te dijeron,
que no honraron más labios
que los míos.
Patria de las palabras,
fueron para tu boca
un tulipán de marzo
rodeado de nieves.
Carta 12, 1984
Pajarillo errante
que bebe el agua de los
estanques
y de mi mano jamás comió.
JOAN MANUEL SERRAT
Pájaros en el parque.
Junto a tu banco, pájaros.
Si estuvieras aquí
(canto I wish you were here
y cada nota se queda alrededor de mi,
esperando que llegues
para rozar tu oído,
para dormirse dentro)
seguro que vendrían a tu lado
como aquél, ¿no recuerdas,
en la cafetería, tomando el desayuno,
se subía a la mesa,
se acercaba a tu lado
y se llenaba el pico
de pan con mantequilla?
Aquel pequeño pájaro
seguro que te tuvo
más cerca de sus plumas
que lo que yo te tengo
esta tarde de otoño que amenaza
imposibles distancias
y corazones rotos,
de mis pasos, de mi voz,
de mi deseo, de esa manera
áspera y angustiada que tengo de quererte,
de dejar que me quieras
a tu modo.
Carta 17, 1987
Cada noche me libras
de la corona turbia
que amenaza las horas de mi felicidad
y llegas en puntillas lentamente
y me arrancas los ojos de humanista
susceptibles al sueño
de modo que la muerte no puede seducirme.
HEBERTO PADILLA
No tardes tanto, amor.
El filo de tu nombre está clavado
en mis pupilas, en mis ojos rojos
de tanto insomnio ausente,
y en mi lo único que duerme
es la razón esquiva,
ese ruido de abejas que me zumban
detrás de la consciencia,
junto al árbol caído donde voy
amarrando uno a uno mis naufragios.
Qué absurdo, amor,
tardarás lo que quieras,
pondrás alguna excusa,
habrás de demorarte como en todo,
igual que te detienes al besarme
cuando estás a mi lado y nada importa
que tu lengua se funda con la mía
apenas el segundo que dura
lo que tarda una estrella
en nacer y enfriarse.
Carta 20, 1989
Quién
de tu vida borrará
mi recuerdo y te hará olvidar
este amor, hecho de sangre y dolor.
Pobre amor...
Recuerdo hace mil años
(¿cuántos, amor, acaso veinte?)
recuerdo que dijiste te imaginas
tener una varita
para parar el mundo,
para que todo el mundo se quedara parado
en el lugar que ocupa,
solamente tú y yo
en medio de la gente
sin que nadie nos viera,
vivir en unos grandes almacenes
sin esperar factura,
y poder desgastarles todos los colchones
de muelles que tuvieran?
Tampoco mucho tiempo,
digamos que una vida.
¿Lo recuerdas, amor?
Yo sí, y también recuerdo,
paseando por el parque
al mediodía;
te quedaste mirando los almendros
y como un navajazo
me soltaste ojalá
que tuviera dos vidas
para darte una entera.
La primera, supongo,
aunque tú me lo escondas,
me la ha robado alguien.
Carta 21, 1990
Qué curioso
el orden de las letras del teclado,
su vida propia, ellas
que parecen inertes.
Me decido a escribirte,
dispongo las dos manos paralelas
y sólo lanzo un dedo
sobre la misma tecla.
Será por un extraño sortilegio
pero se van cambiando de lugar
cada vez más deprisa,
como si ya tuvieran decidido
el lugar de salida,
el papel que le toca a cada una.
Son siempre las vocales
las más activas, siempre
reclaman más y más apariciones.
Las vocales y algunas consonantes
como la eme y la erre.
Por eso amor te escribo tantas veces,
no es culpa mía,
será del alfabeto y del talante
juguetón y anarquista
de mi vieja Olivetti.
Carta 26, 1995
Indúltame, mi amor, tu dulce boca,
el temblor encendido de tus besos,
la seda de tu cuello y esa loca
manera de abrazarme hasta los huesos.
Dame tu verbo libre, la bendita
manera de callarte que me quieres
y ese rubor de gata que te habita,
pero déjame libre de tu cuerpo.
EL CUADERNO
Yo no sé lo que busco
eternamente
en la tierra, en el aire y en el cielo;
yo no sé lo que busco; pero es algo
que perdí no sé cuándo y que no encuentro,
aun cuando sueñe que invisible habita
en todo cuanto toco y cuanto veo.
ROSALÍA DE CASTRO
Te daré mis palabras sólo para tu oído
y mis dedos de arcilla
recorrerán tu espalda.
No más habrá de ser, amor, que no es posible,
pues presiento el dolor, y está muy cerca;
las flores se marchitan, se ajan en cada página
del libro que escribimos anoche sin quererlo.
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Tampoco yo te engaño.
Tu piel, como un espejo,
me acoge y me desgrana,
me aventa por los aires,
me roza y me desgarra.
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Andarán los gorriones sometidos
a los vaivenes de las estaciones
igual que anda mi oído a tus canciones
abandonado, tibio, entretejido.
No han de buscar mis manos otro nido
que el que en mi vientre encuentran las pasiones.
Mis dedos hallarán, en mis rincones,
lo que hay después de ti cuando te has ido.
El hueco del sofá donde prendido
quedó mi olor a mar… Habitaciones
tan distantes de ti, de tu perdido
aliento, semen, piel, tacto… Oraciones
–como en invierno el pájaro aterido–
elevo ante mi falta de razones.
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