DIARIO EN DJERBA es un libro de 1990. En el prólogo de Teorema, de Pier Paolo Passolini, el poeta escribe: "Teorema, como su nombre indica, es una hipótesis que se demuestra matemáticamente per absurdum. He aquí lo que pretendo demostrar: qué ocurriría si un joven dios, llámese Dionisos o Jehová, bajase a la Tierra y se infiltrara en el seno de una familia burguesa". Lo que pretendía mostrar con Diario en Djerba era qué ocurriría si un joven poeta se enamorara de una hermosa joven nihilista, hija de un alto funcionario del régimen sirio. Sin duda no lo conseguí. El libro nace en principio con vocación de novela, más tarde de relato largo y se queda, por aquello de la falta de talento, en un corto poemario...
Diario
en Djerba
NO Ulises, no.
No su prisa incipiente,
la búsqueda del todo.
Tan sólo un signo oscuro,
febril como el deseo, como el pulso
de un lúgubre cuaderno de Bitácora
en un barco perdido
que manejaban siempre
manos que no son mías,
pupilas que reflejan otras costas
y labios que han hollado en otros pubis.
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ASÍ llegué yo aquí, surcando mares
y aeropuertos vacíos en frías madrugadas.
Apenas labios muertos
que callan cuanto saben, o que escupen
todo su desamor en sucios suelos
que no barre el olvido,
me vieron arrastrando las maletas,
secándome la pena en los lavabos,
sellando un pasaporte hacia el destierro
que me dieron tus ojos.
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TUS ojos entornados
alrededor de un cuello
que guarda desde entonces
la marca de mis dedos
(el peso del dolor),
signos opacos
de la razón perdida y nunca hallada.
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NO preguntéis. Acaso
no quede tiempo para dar respuestas.
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ESTA mañana el mundo
se parece a tus ojos cuando lloran.
Y tú no comprendiste
que corrían peligro tus mentiras,
que el mundo era otra cosa, que bastaba
con que dijeras algo.
No comprendías nada.
Y ahora es tarde.
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NO siempre trae la lluvia una respuesta,
ni olvido significa
que el mar desaparezca
tras los párpados.
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TÚ recuerdas el mar,
las copas de los árboles
y el ocre olor del semen y las algas
tras un catamarán varado,
con sus velas de sueño atravesándote.
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OLVIDO fue tu nombre,
y la lluvia resbala por tu espalda
como resbala el mundo
por mis ojos.
Mientras, pezones rosas
en declinar sin rumbo,
pasaban de mis labios a la arena
salobre de esa playa abandonada.
Janis Joplin ofreció un canuto,
pero dios no lo quiso.
Casi nunca los dioses se atreven
con la vida.
Casi nunca los dioses
se atreven a la lluvia,
como tú a la nostalgia.
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QUIZÁS no fuera miedo.
Quizás. Quién sabe.
Pero siguió lloviendo hasta tu muerte
muchos siglos después
(casi tres años),
y se enfrió la cena
como el amor se enfría
y se enfrían los cuerpos
(innominados cuerpos)
de amantes sepultados por el peso
de una constelación azul
como la duda.
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NUNCA tuviste un video,
ni lavaplatos,
ni un bungalow donde rumiar tu ruina,
ni un presupuesto que incluyera
partidas para cremas hidratantes,
verano en Tesalónica,
esquí alpino de fondo en Saint Moritz,
ni una nurse que cuidara
de tus hijos con métodos,
digamos, pedagógicos.
Metodología.
Pedagogía de la dicha
y confort de visón no tuviste.
Pero tanto amor.
Tanto, tanto amor.
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COMO amarillo polvo arrebatado
era el amor aquellos días
de amenazado invierno.
Como amarillo polvo
de un desierto sin lágrimas.
Aleppo era tan sólo
un punto en la distancia,
como tinta que corre en una carta
al encuentro de amantes
que se presienten cerca
y van así,
buscándose,
buceadores de fondos preciosísimos,
sin importar el precio de la cena.
La vida no era dura.
Al menos por entonces.
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DE todos modos,
el camarero hubo de molestarse
por la insolencia con que dijiste a voces
que no llevabas bragas,
y era frío el escay bajo la falda,
y vámonos a casa
–usted qué mira–,
y ver la madrugada penetrando
a hurtadillas entre los edificios,
hasta dar con el mar
y despertarlo.
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ENTONCES era el cómplice
de jarcias y velámenes
y a lo lejos de barcos
cargueros de inmigrantes.
Bueno.
Bonito.
Barato.
¿Recuerdas?
De nuestro amor también, también fue cómplice
como lo fue Albinoni con su adaggio.
Allegro ma non troppo.
Alegre pero no demasiado.
Nunca demasiado.
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NO dura la alegría
como dura el recuerdo,
ni los cuchillos matan
como matan tus ojos pertrechados
detrás de mi memoria.
Y tú no puedes ni imaginar siquiera
lo triste de una alcoba
poblada del fantasma de tus ojos
asesinados,
muertos por mí en el momento justo
en que empezaba a amarlos
y a penetrar con ellos el misterio
que para ti tuvieron
esos cubos de hielo naufragando
en un vaso de güisqui.
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NO me gustaba entonces.
Era el sabor metálico, supongo.
Hoy me sabe a destierro,
a evacuación forzosa de la vida.
Pero bebo hasta odiarme.
Hasta que los cristales
de esa sucia ventana que me mira
se rompen en pedazos
y atraviesan mis ojos, y se clavan
despacio en mi cerebro.
Entonces llega el sueño
venciendo a la derrota.
La vida es la resaca, la sensación de ruina
y el abandono dulce
a la espera constante del valor
para darme la muerte que fue tuya.
No me gustaba el güisqui,
pero bebo por ti, para ver si reviento
de una jodida vez.
Talvez, mañana.
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… AUNQUE mañana traiga
azules melodías de Jim Morrison,
y el valor catastral de mis recuerdos
esté tan devaluado
como los viejos temas de los Doors
o las tristes baladas
de aquel predicador que tanto despreciabas,
y que una vez sacó de su chistera
respuestas en el viento.
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YO no consigo ahora
ni siquiera encontrar una respuesta
(una tan sólo, pequeña, miserable)
con que explicar porqué apreté las manos
sobre tu blanco y ofrecido cuello.
Talvez fue porque odiabas a Allen Ginsberg,
o quizás porque dieras importancia
al precio del petróleo,
al paso por tu cielo de un cometa
o al número infinito de poetas
cretinos que pasaron por tu cama.
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POR cierto,
también era la mía.
Pero no me gustaba
el sabor de tu sexo
sabiendo que horas antes
un pequeñoburgués,
como tú misma,
te había dibujado con su lengua
de bardo un caligrama
que el mismo Apollinaire
hubiera despreciado por obsceno.
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YA te lo dije entonces,
solos tú y yo
nos beberemos
hasta caernos muertos o rendidos.
Pero tu manantial
era cita obligada,
lugar de paso,
guiño al espectador
o acaso truculenta referencia
literaria.
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ASÍ es la libertad,
decías.
La libertad
que sólo la conoce
quien padece en su carne el cautiverio
y se libera de él.
(Yo fui esclavo de tu cuerpo
y hoy soy tan libre
como el aire que contienen
esos globos bellísimos y tristes
que ofrecen a los niños
en las ferias.)
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NUNCA llamó dos veces
el cartero a mi puerta.
Acaso fue por eso
que nunca recibí de ti buenas noticias.
Ni siquiera una carta
que, apócrifa, tuviera
en la firma la forma
de tus labios,
impresa en un carmín,
digamos,
del color transparente de la duda
o del azul turquesa de tus ojos.
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PERO aprendí contigo
a contar las verdades
como medias mentiras
y a transgredir el mundo
de normas amarillas y perversas
que tanto te gustaban.
Como quien fuma sin tragar el humo.
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HOY me han interrogado
pero no he dicho nada
que no sepan.
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INSALLAH,
como única respuesta,
como un escupitajo
sobre los ojos negros que me miran
y preguntan porqué
me declaro culpable de haber asesinado
a una mujer no muerta.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Insallah, habibi.
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CÓMO ha pasado el tiempo
por esta infinidad de calles sucias
donde espero la muerte o la victoria
igual que un muyaidin.
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YA ves, algunas veces
un puñal nos circunda la garganta
y se niega a cortar
suavemente las venas y tejidos
que nos atan al mundo
de los vivos.
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DESDE donde tú estás,
desde tu casa blanca con ventanas
abiertas a la playa,
no puedes verme.
Hay cuatro mil kilómetros de pena
y un millón de versículos que reniegan de ti
mientras cantan la dicha de tu nombre
y el calor de tu cuerpo
entre las sábanas.
Desde esa casa tuya
que alguna vez fue mía,
que compartimos juntos
como los partisanos disputan las
rameras
después de una batalla…
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Desde esa casa, digo,
no puedes verme
tan claro como veo yo tus pechos
recostarse en mi cara
y huelo el dulce aliento
de los amaneceres
que descubrimos juntos.
No puedes verme tú, desde tu otero.
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PERO sabes que existo
y acaso aún me recuerdes,
aunque no quieras.
Porque no es fácil olvidar la vida
y el que ha tenido todo,
cuando todo lo pierde,
lo reconoce aún como una pertenencia,
como su lápiz de labios,
como su máquina de escribir o de afeitarse,
como su ropa interior o su pasta de dientes,
como su secreto mejor guardado,
como un bolígrafo con unas iniciales
borradas por el paso de los dedos
o como mi coche blanco,
en el que te llevaba,
riendo,
hasta aquel edificio socialista y faraónico,
con un enorme parking descampado
frente a aquel hospital en que habitaban,
enfermos,
los hijos que no tuvimos nunca.
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SEGURO
que recuerdas
que lentamente te iba desnudando
como quien desmenuza
mazorcas de maíz entre sus dientes.
Y es probable también que, cuando te corrías,
te tapaba la boca con mis manos
para no desatar la ira de los guardias
que celosos velaban por su modo
mentiroso e hipócrita de comprender el mundo
consistente en prohibir amarse
de puertas para afuera
y permitir, digamos, el napalm,
el hierro ardiendo sobre la carne blanca,
la tenaza que arranca los pezones
o la matanza que presenciamos juntos
tras correr las cortinas de aquella habitación
Clase Turista, donde yo me alojaba
y te hacía el amor todas las tardes.
Cuando tú regresabas
de tu sucio trabajo de Puta del Estado.
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AHORA ya no me quedan
ni palacios de invierno,
ni fuerzas,
ni esperanza,
ni madera de héroe,
ni más revolución que recordar tu cuerpo
como una insurrección armada
por y para el amor
que dejaste de darme
en el mismo momento en que dijiste
que ya no me querías.
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RECUÉSTATE.
Arrebújate sobre un recuerdo dulce.
Sube la suave cresta
de las palabras sucias
y llena de templanza
las palabras más puras
con que pude decir que te quería.
Mide la tensa pesadumbre
y estira la mirada hasta encontrarme
entre los caracteres espaciados
de estas letras de duelo que te envío.
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ACUÉRDATE también
de las piedras, del polvo
de caminos borrados por tus huellas,
de la música al viento
(que susurraba, entre las ramas secas
de árboles imposibles y perdidos,
baladas del desierto,
canciones como rosas de sal,
salmodias de otros tiempos
que acaso se aparecen a mis ojos
como felices y acompasados cantos).
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PERO aquella canción
ya no es la nuestra.
No tiene el ritmo del jadeo,
le falta adecuar el compás
a tu risa,
No adorna su estribillo
la obstinada cadencia
con que andabas desnuda por la playa
y levantabas conchas con tus dedos desnudos,
y chapoteaba el agua en tus desnudos pies.
Y tu mano delgada
se anudaba a la mía para trazar
planetas,
constelaciones,
ilusiones de arena que segundos después
el agua borraría para empezar de nuevo
ese juego concéntrico.
********************
HOY paseo perdido
por calles y avenidas que no me reconocen,
por paseos tan tristes
que entre sus callejones
nunca habitó el olvido.
Pateando las piedras que ignoran a mi paso
incluso mi presencia,
que desprecian mi huella,
me disperso en el viento,
me fundo en el asfalto.
Paso junto a edificios
y adivino que en ellos,
escondidas tras ventanas tapadas
por cortinas sucísimas,
ocurrirán acaso historias conocidas,
vulgares situaciones que otros hemos vivido,
dramas antiguos que se repiten siempre…
Dolor acumulado, amor fingido,
rostros que no reflejan lo que sienten
cuerpos gastados que en imposible escorzo
intentan remediar lo que el paso del tiempo
inexorablemente va tejiendo
en sus vidas translúcidas.
********************
Sé que si entrara en ellas,
si pudiera mirar detrás de esas paredes,
quizás me reflejara.
Podría ver mujeres que alguna vez
tuvieron
lisa la piel, que amaron,
y que fueron amadas,
y han ido así agostándose,
haciéndose una bolsa, tejiéndose
su propia telaraña, donde sólo se apresan
pequeños sueños rotos,
como todos los sueños.
Y hombres hundidos, pálidos
reflejos de su propio reflejo,
tristes láminas turbias, deshechos de dolor,
transparencias opacas que no pueden
engañarse a sí mismas
y, empecinados, quieren
engañarnos a todos, y acaso lo consiguen.
********************
EN fin, vidas e historias
que tiempo atrás lograron conmoverme,
que me hicieron pensar que siempre había otros,
que su dolor no es menos,
que sufren como yo, que están
varados
como barcos inútiles.
Que detrás de una vida,
detrás de cualquier vida,
se esconde alguna historia inconfesable,
un sufrimiento parecido al mío,
un conjunto infinito de verdades a medias,
de completas mentiras y de esperanzas rotas,
de dolores fingidos, de sueños que se dicen
pero no se desean.
Los lugares estancos donde no cabe nadie
(ni siquiera uno mismo)
son espacios cerrados de forma
voluntaria
para que nadie sepa
que tras esa presencia, en fin, se esconde
el más inmenso horror,
la mirada más turbia,
la indecisa locura del que sabe
cotejar el dolor, el propio y el ajeno,
y se siente
un dios manejador de vidas rotas,
sátrapa de terror, fulgor de muerte.
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POLVO de muerte.
Polvo de muerte y vida.
Disolución.
Disolución en agua destilada,
lágrimas destiladas,
dolores destilados
en el lento alambique
del amor que he perdido.
La cucharilla espera
la muerte blanca, dulce,
el dulce polvo blanco
que me ha de dar la vida
por no darte la muerte.
Mi brazo está tensado.
La goma aprieta y surge
la vena hinchada de dolor.
De mi dolor.
Parece un río
que puede conducirme
al mismo corazón de las tinieblas
del que habló Joseph Conrad.
Ahora su río es mío.
Es mi dolor. Y mi terror.
Es mío.
Soy Kurtz y Marlow.
Soy dos al mismo tiempo.
El horror, la esperanza,
la locura y la vida.
La vena salta, como salta el río.
El mundo salta,
la vena salta,
el río salta.
La barca aguja busca el punto justo,
el momento preciso
para hundirse en el río de mis venas,
para darme la muerte,
para darte la vida.
Te quiero, amor.
Estoy dentro del río.
Te quiero tanto, amor.
Me estoy hundiendo en el río.
tanto
amor.
********************