Jorge Latorre

Jorge Latorre

Se trata de una selección de mis fotografías tomadas en Nueva York durante los meses previos e inmediatamente posteriores al 11 de Septiembre. Aunque hay un antes y un después en las imágenes, toda la exposición está impregnada de un cierto sentimiento dramático, que es el de mi experiencia personal de la tragedia. Sin pie explicativo, la selección tiende a lo caleidoscópico, con retazos dispersos de algunos de los aspectos –al menos, los que a mí me sorprendieron- que definen una ciudad única, más cosmopolita que americana, en un momento histórico irrepetible.

Esta son algunas claves de lectura, las de mis premisas al seleccionar la realidad:

-Después del atentado al World Trade Center, ni siquiera la metrópolis con más capacidad de sobreponerse a lo inesperado volverá a ser la de antes. Y con ella, tampoco lo será el resto del mundo “civilizado”. En el paraíso de las individualidades anónimas, lugar de promesas y esperanzas, no cabe hablar ya de tolerancia, multiculturalidad, multirreligiosidad, etc. puesto que la sospecha a todo lo “diferente” ha teñido de desconfianza las relaciones interpersonales, vecinales. La presencia policial es tan asfixiante que no parece dejar espacio para el desarrollo espontáneo de la libertad. Y, lo que es más llamativo, el policía (o el bombero) es visto como un ángel de la guarda, puesto que su comparecencia garantiza la frágil seguridad ciudadana. Sin embargo, esta militarización de la vida cotidiana parece ser perceptible sólo para el visitante, para el que no vive permanentemente en Manhattan. Allí la vida sigue adelante, y sigue con nuevas incomodidades que el neoyorkino tolera, e incluso agradece. Si todo es posible en Nueva York, uno llega también a acostumbrarse a todo, incluso a la vida más controlada. Esto es especialmente evidente en los desfiles patrióticos, que constituyen el trasfondo de muchas de mis fotografías “policiales”.

-No todo era perfecto en Nueva York de antes del 11 de Septiembre, como tampoco lo era en el resto del mundo “civilizado”, hecho a su imagen y semejanza por la magia de los medios de comunicación. Los terroristas lo sabían muy bien, y escogieron la destrucción del icono más emblemático, el símbolo de todos los males que vienen de “Occidente”- no sólo de América. Para ellos el fin justifica los medios, y no hay, por tanto, víctimas inocentes. Se repite el dolor de Guernica: una población civil aniquilada por sorpresa. Un símbolo bien elegido para la propaganda del terror nihilista que luego difundirán masivamente al resto del mundo capitalista-occidental, con la misma cooperación de los medios de comunicación social que tanto odian. Porque la capital mundial de las finanzas es también capital del espectáculo, de la imagen. Hasta del atentado se puede hacer un circo. Fotografías a millones de las torres derrumbándose en Internet. La curiosidad del turista encuentra nuevas atracciones, sueños que superan las expectativas de las películas más fantásticas. La curiosidad se desborda en torno a los muros de la Zona Cero. Un cementerio colectivo convertido dramáticamente en el lugar de visitas más concurrido. No queda espacio para el mínimo pudor que requiere el respeto a los muertos, o para la intimidad doliente de sus familiares. Tampoco la fotografía respeta el duelo. Ni siquiera mi fotografía tomada furtivamente a la salida de San Patricio. El instante efímero captado por la máquina se anticipa incluso a la natural reacción de proteger la propia interioridad.

-También el espectáculo de la guerra es tentador. A través de los medios, la sangre es menos viscosa. Los ciudadanos de Nueva York sintieron el golpe muy cerca, y supieron estar a la altura. Las escenas de solidaridad, de perdón, de contrición conmovieron el mundo. Pero no son imágenes políticamente correctas y fueron pronto sustituidas por otras más adecuadas para simbolizar la fuerza de un Imperio herido en su orgullo. El patriotismo exacerbado anula la autocrítica, y desvía las propias responsabilidades a un cabeza de turco más o menos culpable. La vieja Gotham –simbolizada por Batman- se revuelve para aplastar al que está de paso, al que no se adapta a sus reglas de juego. Especialmente todos aquellos ciudadanos que podrían ser sospechosos de no serlo plenamente, y que ahora demuestran ostentosamente, con banderas y estrellas en la solapa, su orgulloso –¿forzoso?- patriotismo. Como Nueva York es todo un símbolo, el atentado brutal constituye un antes y un después, y desgraciadamente sus secuelas llegan hasta hoy. Los niños de la guerra avanzan implacables: Guerra en Jerusalém –donde hay menos judíos que en Nueva York-, en Afganistán, en Irak. ¿Hasta cuándo el 11 de Septiembre?

 

Jorge Latorre
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