192_28_09_KK4                                                                Manuel C. Martínez M.

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(Sociedad Amigos de la Salud)

Metáforas quijotescas

Aunque son muchas, iremos por parte; digamos que esta sadelas será    medio novelada o por entregas capitulares.

  1.  Parte primera, Capítulo romano ocho, Dn. Quijote de La Mancha.

El episodio belicoso  y aventuresco que protagonizó contra 30 y pico de *molinos de viento*  lo asimilamos como una metáfora. Es que la  rígida e inviolable censura imperante que la Iglesia Romana mantuvo durante su mejor y más apoteósica coexistencia política impedía cualquier asomo de críticas hacia cualesquiera manifestación de progreso que no hubiera pasado por su ubicua contraloría literaria.

Inferimos que Cervantes se valió de este artilugio novelesco  para atacar y prevenirnos del peligro  que para los trabajadores campesinos y artesanos, que llenaban la población obrera de marras, pudiera representar la maquinización incipiente, particularmente  en materia elicoenergética, como efectivamente  resultó   con el correr de los siglos ese inminente e indetenible *progreso* tecnológico que tanto nos pesa cual tabú que tememos y admiramos con singular  sincronización.

Hoy por hoy la maquinización se nos presenta  imbatible por parte de los quijotescos obreros que pretendan enfrentarla por sí o mediante  intermediarios armados con mucha voluntad, con un rico y fluido  palabrerío  que consuetudinariamente ha   terminado  estrellándose ante ese poder electrónico  reemplazante de las viejas máquinas, del  viejo molino de viento, de esa  neomaquinaria que se pesa y corporeiza   en términos de libras esterlinas,  en rublos, en yenes, en euros, en bolivaritos y en dolarzotes,  habida cuenta que la dependencia sufrida  por el trabajador contemporáneo, dependencia hacia todo lo que signifique herramientas de proyección  corporales y  a tecnologías de elevada y académica exigencia antipopular , es tan real como lo  fueron aquellos metafóricos molinos de La Mancha que hoy los valientes y quijotescos defensores del bien, de la justicia, de la igualdad y del amor emprenden contra el Imperio maquinizado e industrial.

  

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 191_28_09_KK4                                                                  Manuel C. Martínez M.

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Curiosidades gaseosas

Hacemos a un lado el numeral de Avogadro. Tampoco hablaremos de sus demás características atómicas ni de sus ya superadas propiedades químicas.

Queremos destacar algunas aplicaciones  vulgares que suelen pasar inadvertidas ante nuestros sentidos, pero que no por ello son menos importantes, aunque sí pecan de  chocante  desacademicidad

El aire circundante cuenta entre sus  más arcanas aplicaciones industriales  la de servir para hacer botellas de vidrio con una facilidad que deja corta la peladura de mandarinas. El artesano licua  el sílice,  toma una de sus abrillantadas y candentes gotas con su azadón; hábilmente despliega parte de aquella para adelgazarla adecuadamente y sopla. Las   demás fases que va cubriendo  el vidrio hasta convertirse en una desequilibrada y porfiada botella    corren automáticamente a cargo del recalentado gas que luego de besar la superficie desplegada termina inquieta y explosivamente atrapado en esa concavidad que va formando gracias al pegamentoso contagio de calor propio del infierno en que dantescamente ha caído.

De manera que cuando oigamos decir por allí: *Es más fácil que soplar y hacer botellas*, ya recordaremos  que se trata de una labor casi natural y donde menos  peso tiene el vidriero, más allá de calentar,  sostener y soplar, porque ni siquiera a este pertenece el aire insuflado que finalmente   hace la botella, según pasamos a detallar en el siguiente párrafo.

Ocurre que cuando soplamos nos limitamos a presionar direccionalmente una parte del cascarón gaseoso que se halle en nuestra periferia inmediata; como si lo perforáramos o prolongáramoslo en tubular y elástica metamorfosis. Y esa presión va tocando de cerca y sucesivamente cada una de las capas sucesivas, a manera de matrioshka, hasta que finalmente la cobertura gaseosa del objeto hacia el cual hayamos dirigido el soplido toca física  y *personalmente*  a dicho objeto, cosa, persona o animal, momento y fase para la cual creemos que lo hemos movido, calentado o refrescado, según el caso.

Tampoco nuestros apreciados e infatigables  pulmones dan cuenta per se de nuestra oxigenación ni de nuestra desintoxicación gaseocarbónica. Ocurre que justo cuando la partera o partero nos da la primera nalgada nos asustamos tanto que comprimimos por reflejo estos encajonados y neumáticos órganos recién hechecitos. A partir de entonces, y debido al carácter lisomuscular y esponjoso de los lóbulos  *respiratorios*,  el vacío y ensanchamiento provocado por la descompresión pulmonar (la de la musculatura alveolar)  cede inercialmente  a su relleno con el corriente y *libertino* y disponible   aire que produjimos al momento de nuestro primer  alarido. Todo lo demás sigue ocurriendo en fases alternas de vacío-relleno hasta que morimos.

Algo semejante ocurre con el conocido y colorido bombeador de sangre. Sus contracciones diastolicosistólicas pueden perfectamente explicarse por una alternancia inercial de un órgano que en un primer momento contrajo exógenamente sus paredes interiores y entonces dio pie para que los diminutos y capilares vasitos de sangre penetraran en vasos cada vez más gruesos hasta su desembocadura en las grandes hoyas de nuestro amante y amado corazón.

Ni qué decir de la útil descomposición alimentaria que se desarrolla en las intimidades de nuestro aparato digestivo. No sólo desechamos la porción sólida e indigeridle de nuestros alimentos, sino ese importante y    comprimido y potenciado volumen gasífero  que dirige toda su fuerza hacia el exterior y se lleva a su  paso lo que vaya encontrando.

El peso del gas es otra curiosidad. Como forma parte intrínseca de las referencias paramétricas de pesos y medidas convencionales, sólo comprimido, o sea desprendiéndolo de su estado libre, puede ser objeto de medida alguna. Es así cómo, por ejemplo,  una paca dispersa de copos algodonosos, cargados de gas, difícilmente permiten su medición en una báscula que deje fuera de sí  parte de la pesada.

 

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ORGASMÁTICAS PROTESTAS POPULARES

En nuestros coetáneos y contemporáneos, y a manera de histórico reciclaje, es lugar común la protesta contra el gobierno de turno con color que este revista,  contra la carestía, contra la maldad humana, contra los pecadores de la religión A,  de la B, de la C y  de la Che; contra la infancia abandonada, contra las suegras desconsideradas, contra las ratas y demás alimañas, contra la corrupción burocrática,   los dictadores vitalicios, contra las malamadres, contra la paternidad irresponsable, contra los hijos malagradecidos, contra el patrono  hambreador esclavista, feudal o industrial; contra el imperio de norte, contra la desigualdad social, contra las películas  de tercera, la cantante destemplada; contra la tierra erial y contra la sequía, la antiecología, la especulación, las diabluras de Satanás y hasta contra la paciencia divina.

Llama la atención que   esas debilidades humanas, además del  permanente lloriqueo, chillido, reclamos convencionales orales y majaderos y quejas de conocido reciclaje, no concluyen  haciéndose nada para agotar la fuente de semejantes desacuerdos y protestas de ayer, de hoy muy probablemente de más luego.

Se colige entonces  que tales protestas son la expresión más acabada, más globalizada, más histórica, de mayor vieja data  y más concordante con el  máximo  grado de excitación orgánica que los seres humanos solemos experimentar como anzuelo poderoso y eficaz y garantía de la reproducción de nuestra  especie. Digamos que así como las féminas dan sonora y efusiva rienda suelta sus más escondidos secretos románticos cuando hace el amor, así mismo, el ser humano suele desahogarse con protestas en una suerte de fenotípico orgasmo social, que lejos de buscar resolverlo inmanentemente desea que que no terminara nunca, como nunca termina la protesta contra el gobierno, contra el pecado, contra la desigualdad, contra la oscuridad, y contra la excesiva luminosidad.

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 189_28_09_KK4                                                           Manuel C. Martínez M.

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Curiosidades judaicas

 Como lego y seglar  en estas tradiciones, y con todo el respeto que   merecen sus creyentes, sus adoradores varios y toda la población musulmana que honra y y festivamente se alumbra con las luces de sus emblemáticas MONORAHS, trazo a continuación una hipótesis personal de la curiosa planitud de la copa del árbol simulado con este siempre e interesante  candelabro.

Si las menorahs representan físicamente un árbol oriental(?), tenemos que darle explicación a sus recortada copa, en su parte capital, comúnmente llamada *copito*. Se oye decir, por ejemplo: Fulano estaba encaramado en el copito del mamón; con ello aluden a la parte cuspidal de ese  cítrico en cuestión.

Estamos acostumbrados a mirar y observar árboles de copa esferoide  o cónicas con mayor   o menor agudeza para sus lados superiores. La planitud de las menorahs me recuerda, aunque a  la inversa,   los   suculentos árboles y arbustos que las  jirafas  y demás rumiantes afines suelen podar niveladamente mientras van dando cuenta de todo el follaje inferior que su  estatura les permita.

Por eso, cuando observamos una merorah con sus siete quinqués nivelados cual horizonte marino no podemos menos que deducir que se trata de un artilugio bien montado, que, de otra manera, sus alumbrantes luces competirían entre sí, y terminarían por desunir lo que de partida y teóricamente busca integrarse: la fiesta de todos ellos, para todos y con energía creciente y correspondiente a: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y ocho fotones de mágicos, titilantes, armoniosos  y automáticos brillos.

El caso es que resulta impráctica la colocación de velas escalonadas a ambos lados de cualquier artilugio ad hoc, salvo que estén tan separadas que ya no podrían conjugar sus luces, y que perderían el  encanto buscado con esa curiosa, religiosa y arcana batería  de eficaz alumbramiento nocturno desde antes de Édison y aun  después del mismo.

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