Sadelas

(Sociedad Amigos de la Salud)

Curiosidades gaseosas 

*Segunda versión ampliada*

 Manuel C. Martínez M.

Hacemos a un lado el numeral de Avogadro. Tampoco hablaremos de sus demás características atómicas ni de sus ya superadas propiedades químicas.

Queremos destacar algunas aplicaciones  vulgares que suelen pasar inadvertidas ante nuestros sentidos, pero que no por ello son menos importantes, aunque sí pecan de  chocante  desacademicidad

El aire circundante cuenta entre sus  más arcanas aplicaciones industriales  la de servir para hacer botellas de vidrio con una facilidad que deja corta la peladura de mandarinas. El artesano licua  el sílice,  toma una de sus abrillantadas y candentes gotas con su azadón; hábilmente despliega parte de aquella para adelgazarla adecuadamente y sopla. Las   demás fases que va cubriendo  el vidrio hasta convertirse en una desequilibrada y porfiada botella    corren automáticamente a cargo del recalentado gas que luego de besar la superficie desplegada termina inquieta y explosivamente atrapado en esa concavidad que va formando gracias al pegamentoso contagio de calor propio del infierno en que dantescamente ha caído.

De manera que cuando oigamos decir por allí: *Es más fácil que soplar y hacer botellas*, ya recordaremos  que se trata de una labor casi natural y donde menos  peso tiene el vidriero, más allá de calentar,  sostener y soplar, porque ni siquiera a este pertenece el aire insuflado que finalmente   hace la botella, según pasamos a detallar en el siguiente párrafo.

Ocurre que cuando soplamos nos limitamos a presionar direccionalmente una parte del cascarón gaseoso que se halle en nuestra periferia inmediata; como si lo perforáramos o prolongáramoslo en tubular y elástica metamorfosis. Y esa presión va tocando de cerca y sucesivamente cada una de las capas sucesivas, a manera de matrioshka, hasta que finalmente la cobertura gaseosa del objeto hacia el cual hayamos dirigido el soplido toca física  y *personalmente*  a dicho objeto, cosa, persona o animal, momento y fase para la cual creemos que lo hemos movido, calentado o refrescado, según el caso.

Tampoco nuestros apreciados e infatigables  pulmones dan cuenta per se de nuestra oxigenación ni de nuestra desintoxicación gaseocarbónica. Ocurre que justo cuando la partera o partero nos da la primera nalgada nos asustamos tanto que comprimimos por reflejo estos encajonados y neumáticos órganos recién hechecitos. A partir de entonces, y debido al carácter lisomuscular y esponjoso de los lóbulos  *respiratorios*,  el vacío y ensanchamiento provocado por la descompresión pulmonar (la de la musculatura alveolar)  cede inercialmente  a su relleno con el corriente y *libertino* y disponible   aire que produjimos al momento de nuestro primer  alarido. Todo lo demás sigue ocurriendo en fases alternas de vacío-relleno hasta que morimos.

Algo semejante ocurre con el conocido y colorido bombeador de sangre. Sus contracciones diastolicosistólicas pueden perfectamente explicarse por una alternancia inercial de un órgano que en un primer momento contrajo exógenamente sus paredes interiores y entonces dio pie para que los diminutos y capilares vasitos de sangre penetraran en vasos cada vez más gruesos hasta su desembocadura en las grandes hoyas de nuestro amante y amado corazón.

Ni qué decir de la útil descomposición alimentaria que se desarrolla en las intimidades de nuestro aparato digestivo. No sólo desechamos la porción sólida e indigeridle de nuestros alimentos, sino ese importante y    comprimido y potenciado volumen gasífero  que dirige toda su fuerza hacia el exterior y se lleva a su  paso lo que vaya encontrando.

El peso del gas es otra curiosidad. Como forma parte intrínseca de las referencias paramétricas de pesos y medidas convencionales, sólo comprimido, o sea desprendiéndolo de su estado libre, puede ser objeto de medida alguna. Es así cómo, por ejemplo,  una paca dispersa de copos algodonosos, cargados de gas, difícilmente permiten su medición en una báscula que deje fuera de sí  parte de la pesada.

Así como el sonido que estimula nuestros oídos no sale directamente de ningún instrumento sonoro, el aire que roza o golpea los objetos de nuestros entorno no es el que acabemos de emitir cuando soplemos, habida cuenta que este sólo empuja las capas sucesivas del entorno  hasta llegar a la superficie distal o parte externa del objeto al que aireemos con nuestro aire expulsado. Digamos que los gases asumen la misma conducta del   líquido expulsado por una jeringa; efectivamente, la porción saliente por la aguja es la más lejana del pistón que presiona su salida.

A todos nos llama la atención la facilidad y rapidez  que sale el humo por las chimeneas, por esas torres huecas y cónicas que a manera de *mechurrios* acompañan todavía a muchas empresas manufactureras que operan con combustibles que ayudan a la polución por su elevado y contaminante desprendimiento de gases tóxicos.

Bueno, esa rapidez y facilidad responden a que el aire que va saliendo caliente de las calderas, por ejemplo, inicia forzosamente una carrera ascendente y verticalmente recto, protegido como se halla dentro de la chimenea, cuyas paredes interiores se recalientan acumulativamente y refuerzan la temperatura del gas albergado el cual va  azarosa,   reiterada y aceleradamente  chocando contra dichas paredes, e impulsándose con fuerza  creciente hacia en exterior y extremo de la chimenea que nos ocupa.

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