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Editorial
Julio - Agosto 2002

El "corralito" a la esperanza.

Demasiada agua bajo el puente ha pasado desde la última vez que pude sentarme a actualizar este sitio.

En el plano internacional se destaca, por su absurdo y por la victimización que provocara, la guerra en Afganistán (si es que se puede llamar así a la campaña militar desplegada por EE.UU. con el único objetivo de eliminar a un terrorista, terrorista que, entre paréntesis, todavía vive).... 

En el plano local, la agudización de la situación económica trajo apareada la lógica agudización de la situación social llevándola a extremos inimaginables.

La desocupación alcanza la cifra más alta de la historia de Argentina (21,5% de la PEA). La cantidad de personas que buscan trabajo en el área metropolitana alcanza al 53 por ciento de la población activa –más de la mitad de los que están condición de trabajar. Están en esta situación, obviamente, los desocupados (21,5 por ciento de la Población Económicamente Activa); los sub-ocupados (19,5 por ciento), que trabajan menos de 35 horas semanas y desean trabajar más; y los ocupados demandantes de empleo (12 por ciento), que buscan otro trabajo porque con la remuneración que tienen no les alcanza para vivir.

La mitad de los argentinos viven bajo la línea de pobreza. Y uno de cada cuatro sobreviven en la indigencia.
Diariamente hay 2.500
nuevos pobres en la región urbana. La pobreza pasó de octubre a mayo del 35,4 por ciento al 49,7.
La indigencia, después de estabilizarse en el 7 por ciento por años, tuvo un fuerte pico y pasó del 7,5 en mayo del 2000 al 17,8 en abril de 2002, un incremento del 137 por ciento en dos años. Esto significa 1.625 nuevos indigentes por día, de los cuales 600 son niños. A mayo el 23 por ciento de la población del Gran Buenos Aires (casi una de cada cuatro personas) sobrevivían bajo la línea de indigencia.
En Capital Federal y Gran Buenos Aires, son cinco millones de pobres, 44,3%, y casi dos millones de indigentes, 17,8%.

La inseguridad se vive cotidianamente en las calles................

La clase política sufre (merecidamente) el descrédito de toda la población (el quiebre del contrato social entre los políticos y el resto de la sociedad se expresa en guarismos: un 34,5 por ciento considera a la dirigencia de los partidos como el principal tema de preocupación en la sociedad. Por si fuera poco, el 62 por ciento de los consultados considera negativa la gestión del gobierno nacional, un apabullante 95 por ciento cree que el país no está logrando salir de la crisis, el 82 por ciento expone su desacuerdo con las medidas económicas adoptadas por el Gobierno y un 54 por ciento de los entrevistados considera que el presidente Eduardo Duhalde no terminará su mandato).
No olvidemos que la consigna aglutinadora del descontento social expresión de la crisis de representatividad compartida por el movimiento, que luego se denominó cacerolazos, fue "...que se vayan todos...".

El escepticismo y la desesperanza son moneda corriente y visibles en los rostros de los jóvenes (como dato ilustrativo podemos mencionar que la tasa de suicidio entre los varones jóvenes pasó de 6,1 cada cien mil en 1980 a 10,7 en 2000, es decir que prácticamente se duplicó).

El presupuesto educativo y de asistencia social  se reduce constantemente.

Resumiendo: desde el inicio de la recesión, en 1998, la desocupación creció el 74,2 por ciento, la pobreza el 67 por ciento y la indigencia el 180 por ciento.
 

Vale la pena recordar que estas cifras reflejan (o intentan hacerlo infructuosamente) las condiciones de vida de muchos seres humanos, hombres, mujeres y niños, y que no son simples estadísticas que puedan ser depositadas en el escritorio de un funcionario a la espera de soluciones a largo plazo. Como diría Serrat mucho más poética y sintéticamente "...detrás esta la gente...".

Frente a este panorama tan desalentador cabe preguntarse qué salida intentar (que no pase por emigrar, alternativa que ya han elegido entre los años 2000 y 2001 unas 140 mil personas. y que en dos años podría duplicarse según los expertos).
Ciertamente no se trata de seguir aplicando tozudamente un modelo que reproduce desocupados y pobres.
Es que luego de 48 meses de recesión las proyecciones sobre la evolución de indicadores
clave de la economía no permiten prever, al menos en el corto plazo, mejoras en la situación del empleo. Exportaciones, demanda interna e inversiones no muestran señales de recuperación. En un contexto caracterizado por la precarización generalizada las perspectivas más sombrías se ubican sobre los puestos de trabajo formal. Mientras la devaluación, descontrolada tras la explosión de la convertibilidad, explica una parte del aumento de la pobreza y la marginalidad, la persistencia del modelo de concentración económica y desarticulación productiva continúa mostrando su rostro más crudo.
Los servicios fueron el sector demandante de mano de obra por excelencia durante la década del 90. Agotado ese ciclo tras el "corralito" y la devaluación, las previsiones más optimistas estiman que en el sector financiero los alrededor de 100 mil empleos que existían a fines de 2001 se reducirán, en el mejor de los casos, a la mitad. En el comercio las perspectivas son similares. La retracción de la demanda retroalimenta la concentración en los supermercados con la consecuente destrucción de empleos en los pequeños y medianos establecimientos.
Pero si se observa la evolución de las nuevas variables de la economía argentina, el panorama tampoco es alentador. A pesar de la ganancia de competitividad por la devaluación, las áreas vinculadas a las exportaciones no están generando nuevos puestos de trabajo. Agotados los efectos benéficos del comercio internacional, en el mercado interno no aparecen señales de salida de la recesión. Antes bien, la caída de ingresos por la devaluación significó un duro impacto para la demanda doméstica. En este marco, el inminente aumento de tarifas, impactará de lleno en el ingreso disponible y significará un nuevo golpe contra la demanda agregada y, por lo tanto, contra el producto, el empleo y, en consecuencia, la extensión de la pobreza.

En esta situación difícilmente uno se puede ubicar como un espectador analítico, como un simple investigador social que recopila e interpreta la realidad que lo rodea. Es que la realidad es demasiado dolorosa para permitirse ese lujo.
Se impone dentro del marco de la democracia que tanto nos ha costado a los argentinos, y a los latino americanos en general, reconstruir. Pues aun con sus graves falencias existen dentro del sistema mecanismos para revertir esta crisis económica política y social.
Pero ciertamente no se trata como ya dije con anterioridad de insistir tozudamente en las mismas conocidas recetas.
Deberíamos ser capaces de generar nuevas formas de participación, de representación y de expresión de la voluntad. De la voluntad de todos y no solo, como siempre, de los mismos.

Ya se vislumbran algunas modificaciones importantes: la presencia de vecinos organizados en Asambleas Barriales que surgieran a raíz de los cacerolazos; la existencia de clubes de trueques donde las personas intercambian aquello que le sobra por aquello que le falta (incluyendo servicios profesionales y oficios técnicos), y muchas más alternativas que se imponen dentro de un marco como el presente.

Evitar aquello que señalara Chomsky de que "el miedo busca líderes poderosos", podría llegar a ser un buen principio. Y esta afirmación no es casual. La hago en un momento donde las añoranzas de épocas de plomo resurge en algunos sectores que se vieron beneficiados por esos "líderes poderosos". Pues fueron estos líderes los que nos llevaron a este momento histórico. La crisis es estructural y ese modelo, que consistió en la sistemática aplicación de medidas económicas que garantizaron un descomunal traslado de recursos públicos y sociales hacia grandes grupos económicos locales y externos, en detrimento de los patrimonios nacionales y los ingresos de las mayorías sociales es el principal responzable.

Discutir un proyecto de país significa partir de la base de que hay un mínimo común denominador y no sólo una sumatoria de reivindicaciones. El problema a superar radica en encontrar las condiciones para que esta sumatoria heterogénea se transforme en una articulación con coherencia, en un nuevo modelo de sociedad que permita la inserción de todos con condiciones básicas de bienestar. Si acá se deja al 40 por ciento de la población en la pobreza, el país se vuelve inviable en muy poco tiempo.

Como todos, no tengo tantas respuestas como preguntas. Tanta certeza como dudas, tanta alegría como dolor.
Seguiré reflexionando y tratando de compartir estas reflexiones con Uds. para, entre todos, tratar de recuperar la esperanza. Esa que no alimenta a los miles de hambrientos de los cuales ya les hablé,  pero que es un punto de inicio para intentar transitar hacia una alternativa de existencia digna y respetuosa de los derechos humanos.

 

Federico Muraro

 


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