El
origen del old ground de Flores es quizá el más
controvertido ya que son pocos los datos que de él se pueden
rastrear. Hacia 1860 vivían entre lo que hoy es Caballito
y Flores muchos británicos vinculados al comercio. Habitualmente
veraneaban en las quintas de Barracas, Belgrano y, sobre todo
en San José de Flores, centro de descanso que también
era el preferido por las más calificadas familias argentinas
y famoso por sus casaquintas y sus grandes palacios como el de
Miraflores, construido en 1886 y perteneciente Manuel Ortíz
Basualdo (había sido erigido en la manzana comprendida
por las actuales Rivadavia, Fray Luis Beltrán, Yerbal y
Boyacá con entradas por Rivadavia 6433/65). también
hemos de citar al palacio que llamaban Las Lilas, perteneciente
a Mr. Agar, de la firma Agar Cross y Cía. Ltda.
Caballito
era tierra de carros y corralones. Su nombre se debe a la existencia
de una veleta en forma de caballo que ostentaba un almacén
situado en el camino de San José de Flores en lo que hoy
es la esquina de Rivadavia y Emilio Mitre del en el actual barrio
porteño.
En
el siglo XIX, el panorama era invariable, al Norte de la avenida
Rivadavia había residencias y quintas arboladas (ver cuadro)
hasta las vías del ferrocarril, luego chacras y grandes
potreros cercados con cina-cina o abiertos a por los cuatro puntos
cardinales, como los de Izaguirre, cercanos a donde hoy se halla
la playa de cargas del Ferrocarril Sarmiento.
En
ese sector geográfico, próximo al terreno que ocupan
las instalaciones deportivas del actual Club Ferrocarril Oeste,
entre la calle Avellaneda y las vías del ferrocarril, había
un potrero. Era un campo de pasto natural que servía de
alimento a algunos animales medianamente nivelado, sin que se
lo pudiera considerar óptimo.
De
las muchas investigaciones realizadas y la labor de búsqueda
en publicaciones y archivos que permitieron rescatar toda una
época sobre base conjetural, podemos incorporar, en oportunismo
momento, la colaboración de uno de los personajes de aquella
época: Mr. Walter Ford.
En
el libro El polo en la Argentina, de Francisco Ceballos, puede
leerse el primer testimonio que le transmitió oralmente
Walter Ford a Don Paco sobre lo que sucedía en ese potrero
allá por el último cuarto del siglo XIX. Este buen
señor Ford, siendo ya nonagenario, lo llevó al lugar
preciso, mientras mencionaba sus andanzas de polista y de su relato
transcribimos lo escrito por Ceballos en su libro:
Ford
había jugado en 1875, con 18 años de edad, el primer
encuentro de polo registrado por la prensa en nuestro país;
aquel de la Estancia Negrette. Sin embargo, al decir de Mr. Ford,
con alguna anterioridad a aquel evento ya se practicaba polo en
Caballito.
También,
hacia la década del ‘70, entra en la historia del deporte...
un colegio. En efecto, desde 1870, funcionaba el Flores Collegiate
School donde el reverendo Joseph H. Gybbon Spilsbury era su director.
Allí se practicaban varios juegos atléticos.
Tal
y no otro ha sido el origen de uno de los lugares en que se iniciara
la práctica de los sports en nuestro país.
La
quinta de Leslie
La
extracción cultural de los ingleses era diferente, acostumbrados
a otro ritmo de vida, los colocaba en condiciones ventajosas para
la practica de los deportes. Fieles a su tradición, conservadores
y austeros, eran apegados a las costumbres de sus mayores. Gustaban
de un ambiente de sociabilidad hechos a él desde pequeños,
para lo cual mantenían relaciones con sus compatriotas
cada vez que las circunstancias lo permitían. Frecuentaban
reuniones familiares, los domingos por lo general, donde congregaban
a parientes y amistades, tradicionales o nuevas, alrededor de
mesas bien servidas, en las que no faltaba el asado como menú
o el clásico té por la tarde.
Tal
como nos cuenta Ceballos en su libro: "Antes y después
de aquellas reuniones practicaban juegos y entretenimientos. La
juventud se inclinaba, lógicamente, por los primeros, entre
los que se contaban las carreras de caballos, el remo, el cricket,
las cacerías del zorro y, más tarde, el fútbol.
De ese modo matizaban las actividades cotidianas, plenas de preocupaciones
y problemas provocados por el desarrollo de sus negocios, distrayendo
la mente y predisponiendo al cuerpo para una vida físicamente
sana".
Asimismo,
los ingleses tenían al respecto una peculiaridad que ha
sido siempre inconfundible: sus actividades sociales y deportivas
eran promovidas, cultivadas, protegidas y hasta sostenidas por
determinadas personas, por lo general en posición desahogada,
que consideraban como un deber el reunir a sus connacionales,
proponiéndoles facilidades y pasatiempos, así como
ayuda, para hacer menos engorrosa su vida lejos de la tierra natal.
Así
es el caso de Mr. Leslie, propietario de una casaquinta de las
muchas que existieron en el partido de San José de Flores
y que era conocida en aquella época con el nombre de quinta
Savarese o de la Riestra, situada al costado Norte de las vías
de aquel Camino de Hierro de Buenos Aires al Oeste y cerrada por
la actual calle Morelos. Al frente, hacia el costado Sur de las
vías, había un terreno abierto, cosa muy común
en aquel tiempo, que llegaba hasta la avenida Rivadavia y pertenecía
a la familia Etchehun; en ese terreno, los invitados jóvenes
de Mr. Leslie se iniciaban en la práctica de algunos deportes
como el cricket, rugby, carreras pedestres, etc. En el otro terreno
de mayor extensión, al nordeste de la casaquinta, demostraban
sus habilidades los que preferían un deporte de acciones
más enérgicas como el polo.
El
polo estaba presente en la Argentina antes de 1875 pero, en el
‘82 se produjo un hecho muy significativo: se funda el primer
club que agrupara a los aficionados a este deporte. Su nombre:
Buenos Aires Polo Club. La institución cumplía un
papel social y utilizaba por cancha al viejo potrero de Flores,
un terreno que el progreso se ha encargado de modificar con su
avasalladora acción.
Según
Paco Ceballos, el terreno estaba "... ubicado en el ángulo
nordeste de la casaquinta -de Leslie-... En este terreno se realizaron
las primeras escaramuzas del polo ... Según los cálculos
estimados, tenía una longitud de 160 á 180 metros
de largo con un ancho proporcionado". El nuevo club tenía
el propósito deliberado de practicar polo. Allí
se reunían a los polistas más entusiastas.
El
20 de octubre de 1882, el Buenos Aires Polo Club nombró
presidente honorario al Intendente de la ciudad, Don Torcuato
de Alvear. Con el tiempo, sobre el césped de Caballito,
lucieron sus habilidades jinetes de la talla de Hugo Scott-Robson,
nuestro primer polista de trascendencia internacional y otros
como Fred Bridger, Tom E. Preston, Arturo King o A.C. Drabble,
cuya familia estaba considerada como una de las dos líderes
de la comunidad británica de Sud América. [CONTINUA
>>>]
Rubén Ayala