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Nacional
Restaurantes,
consumidos por la apatía oficial
En algún momento
se les consideró el negocio ideal, dado que la gente siempre tiene
hambre. Pero la crisis, absurdas restricciones legales y abierto
encono han hecho de los restaurantes una industria sin apetito para
seguir creciendo
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JUNIO, 2009. Realmente han sido pocos los años en que una opción para recuperar una inversión consistía en abrir un restaurante. Bastaba un buen sazón, un menú atractivo, instalaciones acogedoras y los comensales satisfechos hacían el resto. Era un buen negocio para los tiempos de crisis pues el hambre no sabe de subeibajas financieros aunado a que siempre se dispone de algunos pesos extras para comprar comida cuando se encuentra uno lejos de casa. O para evitar la rutina. O para sacar a la familia el domingo o el día festivo. Se podía prescindir de comprar ropa o dejar para luego el enganche del auto, pero no para comer.
Pero hoy, la industria restaurantera en México languidece. Aún se encuentra relativamente lejos de un crack que se ha llevado consigo a otros establecimientos, como boutiques o tiendas de ropa cara, pero ya no es un negocio tan redituable como antes. Desde principios de los noventa los restaurantes han sido sometidos a un martirio de regulaciones, obligaciones, prohibiciones y aun exageradas medidas que la han convertido en una área poco atractiva para los inversionistas.
Lo increíble es que los gobiernos, tanto federal como el del Distrito Federal, a diario nos digan que les interesa estimular la creación de empleos pero con los hechos demuestran lo contrario. ¿Alguien les ha dicho --o tal vez la inteligencia de nuestros burócratas no llega a tanto-- que tanto los restaurantes como los campos de golf son necesarísimos para promover la inversión? Así como cada campo de golf que no se construye ahuyenta decenas de empleos hacia otras latitudes, tener menos restaurantes equivale a dejar fuera infinidad de tratos comerciales que suelen cerrarse, como decimos en México, en la sobremesa, tradición que sufrió su primer golpe en los años del salinismo cuando la Secretaría de Hacienda eliminó la deducibilidad de los gastos en restaurantes, indispensables para cerrar una transacción y los obligó a manejar unas costosas máquinas registradoras.
Las golpizas a este sector se han incrementado los últimos dos años de un gobierno que se supone es protector de la libre empresa. En primer lugar, el repunte de la inflación ha resultado en la disminución de variedad,
buffets más esporádicos y reducción en las utilidades. La Ley Antitabaco dio un golpe mortal a los restaurantes pues muchos comensales solían pedir un "postrecito" al permanecer más tiempo en el local además que ha traído una clara baja en su clientela. Lo más absurdo del asunto es que el citado reglamento prohíbe que se fume aún en aquellos establecimientos que cuentan con terrazas exteriores.
Otra incongruencia es la competencia desleal. Mientras la Cámara Nacional de la Industria Restaurantera AC (Canirac) apunta que las regulaciones se han incrementado desde el 2006, a nadie parece preocupar el
boom registrado por los puestos de comida callejeros que no se encuentran sujetos a revisión alguna por parte de las secretarías de Salubridad, Turismo, Ecología, Hacienda y el IMSS, entre otros armatostes que acosan al restaurantero formal. Algo que raya en lo aberrante al respecto se tuvo durante la reciente contingencia sanitaria en la cual el gobierno del D.F. impuso medidas draconianas a los restaurantes
como si éstos fueran culpables de la epidemia y sin embargo un solo funcionario molestó el funcionamiento de los puestos callejeros que laboraron normalmente en las calles de la capital.
El gobierno de Marcelo Ebrard, por cierto, asumió funciones propias de un país totalitario hacia los restauranteros. No sólo los obligó a abrir y cerrar a determinadas horas sino que al hacerlo promovió el despido de personal al que se subsidió con una cifra ridícula, trajo pérdidas incuantificables a los restauranteros que no pudieron vender su mercancía que terminó echada a perder y los forzó a ofrecer únicamente servicio a domicilio. Algún malpensado podría decir que es una venganza dado que la mayoría de los impuestos que se aplican a la industria
en el D.F. son federales.
Después de todo ¿en qué parte se publicó algún reporte de expertos donde se indicara que los establecimientos que venden comida representaban una incuestionable fuente de contagio?
Antes de la epidemia la industria ya se encontraba en muy mala situación. De poco han servido las exigencias de la Canirac para que el Estado impulse a la industria, que desde mediados de la década ha presentado pérdidas, y ni una sola iniciativa en su beneficio se ha aprobado en las Cámaras de Diputados o de Senadores. Es una cadena que afecta tanto a proveedores, repartidores, cocineros, meseros e inhibe el desarrollo de una industria que, como mencionábamos arriba, puede servir como termómetro para ver cómo anda la confianza de los inversionistas.
Algo que temen los restauranteros es que una probable aprobación del IVA a los alimentos traería una quiebra masiva de establecimientos, más que nada porque es una industria que de por sí se encuentra asfixiada por el fisco.. Como dijo el dueño de un restaurante a quien esto escribe: "Sin el IVA somos uno de las áreas productivas más castigadas por el fisco. Y si se aprobara nada se haría para ayudarnos a crecer. Si los diputados nos quieren exterminar, que nos lo digan y ya para rescatar nuestras inversión y dedicarnos a otra cosa".
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